En el 50º aniversario de la publicación de El Hobbit

Traducido por Oskarma

 

 

Este ensayo es una adaptación del escrito por Austin Olney (editor de Tolkien en Houghton Mifflin durante muchos años), en el 50º Aniversario de la publicación de El Hobbit: Para los que conocen y aman los trabajos de J.R.R. Tolkien no es necesaria ninguna explicación o justificación extensa sobre su obra. Su visión es tan poderosa, su complejidad tan cautivadora, y su consistencia y originalidad tan diferentes de cualquier otra visión individual que no se puede especular sobre cómo llegaron a existir.


La niñez de Tolkien no fue feliz. Nació en Sudáfrica, donde su padre era un hombre de negocios, en un mundo muy alejado de "La Comarca", pero fue a Inglaterra con su madre mientras todavía era un niño. Siendo un colegial, descubrió el amor al lenguaje y tuvo la fortuna de contar con dos primos jóvenes que compartieron la creación de idiomas con él. Uno de estos idiomas era el “Animálico” qué usaba muchos nombres de animales para las palabras (por ejemplo, “Dog nightingale woodpecker forty” (“el ruiseñor del Perro pito cuarenta”) significaba “Tú eres un asno”).

La madre de Tolkien murió cuando él tenía doce años, y a los dieciséis fue a vivir con dos mujeres que daban alojamiento a huéspedes  — una de ellas se convirtió en su amiga y más tarde en su mujer.

Siendo estudiante en Oxford, entabló amistad con C.S. Lewis que llegó a ser profesor con él en Oxford, y con quien compartió sus pensamientos y mitos, idiomas, y narraciones.

Lewis afirmaba que: “los Mitos son mentiras incluso aunque estas mentiras sean dichas a través de plata.” “No,” decía Tolkien, "no lo son. (...) Llamas árbol a un árbol, y estrella a una estrella, y dices de ella que es sólo una bola de materia siguiendo un curso matemático. Pero eso es sólo como la ves tú. Al nombrar y describir las cosas no estás más que inventando tus propios términos, y así como el lenguaje es invención de términos e ideas, el mito es invención de la verdad. Venimos de Dios, e inevitablemente los mitos que tejemos, aunque contienen errores, reflejan también un astillado fragmento de la eterna verdad de Dios. Sólo elaborando mitos, sólo convirtiéndose en subcreador e inventando historias puede el hombre aspirar al estado de perfección que conoció antes de la Caída. Los mitos pueden equivocarse, pero se dirigen, aunque vacilen, hacia el puerto verdadero; en tanto que el progreso materialista conduce sólo al abismo devorador y a la Corona de Hierro de las Fuerzas del Mal...", y discutían este tipo de  cosas exhaustivamente durante años.

Ya después de haberse casado con Edith y haber tenido hijos, Tolkien descubrió que, como Lewis, tenía el don inventar narraciones. Fue así:

John, el hijo mayor, tenía a menudo problemas para dormir. Cuando se quedaba despierto, su padre se sentaba en la cama y le contaba cuentos de “Zanahorias”, un muchacho de pelo rojo que un día se subió a un reloj de cuco y vivió extrañas aventuras.

Con esto, Tolkien descubrió que podía usar su imaginación (que en esos momentos empleaba en crear las complejidades de El Silmarillion) para inventar historias más simples. Tenía un cordialmente infantil sentido del humor, y cuando sus hijos crecieron, éste se manifestaba en los ruidosos juegos que jugaba con ellos, y en las historias que contaba a Michael (su hijo menor) cuando tenía pesadillas. Estos cuentos, inventados al principio de vivir en el Camino de Northmoor, trataban sobre el irreprimible bribón “Bill Stickers” un inmenso casco de un barco, de un hombre que siempre se escapaba con todo. Su nombre lo tomó de un aviso en una verja de Oxford que decía: “se proseguirán Bill Stickers (pegatinas de factura)” y una fuente similar proporcionó la idea de la persona virtuosa que siempre perseguía a Bill, "Major Road Ahead" (“Comandante Carretera Adelante”).

De esta manera, durante los años veinte y treinta, la imaginación de Tolkien discurría por dos caminos distintos que no llegaron a encontrarse. Por un lado estaban las historias compuestas por simple diversión, a menudo específicamente para el entretenimiento de sus hijos. Por otro lado estaban los granes temas, a veces Artúricos o Célticos, pero normalmente asociados con sus propias leyendas. Por ese entonces, nada de todo esto se llegaba a editar, salvo unos poemas en la Revista de Oxford por los que sus colegas veían que Tolkien se entretenía con dragones y pequeños hombres con nombres tan graciosos como Tom Bombadil. Un pasatiempo indemne, pensaban, aunque un poco infantil.

Pero algo faltaba todavía, algo que reuniera los dos lados de la imaginación y produjera una historia heroica y mítica, y al mismo tiempo sintonizada con la imaginación popular. Tolkien no era consciente de esta falta, por supuesto, ni le pareció algo especial cuando el pedazo perdido encajó en su lugar.

Era un día de verano en los años treinta, y estaba sentado en su estudio enfrente de la ventana que daba al Camino de Northmoor. Corregía laboriosamente unos exámenes de Certificados Escolares. Pasados los años comentaba este momento: “Uno de los candidatos había dejado misericordiosamente una página en blanco (es lo mejor que puede pasarle a un examinador) y escribí en ella: “En un agujero en la tierra vivía un hobbit”. los Nombres siempre generan una historia en mi mente. Con el tiempo, pensé que averiguaría lo que eran los hobbits... pero esto es sólo el principio.”

“Uno escribe semejantes historias,” dijo Tolkien, “extrayéndolas del humus (de la hojarasca) de la mente,” y aunque todavía podemos descubrir la forma de algunas de esas hojas (su viaje alpino de 1911, los trasgos de los libros de George Macdonald, un episodio en Beowulf en el que roban una taza a un dragón dormido,...), todo esto, no es lo esencial de la metáfora de Tolkien. Se aprende poco rastrillando en el abono para ver qué plantas muertas fueron las que le dieron origen. Es mucho mejor observar su efecto en las nuevas y frondosas plantas que está enriqueciendo. Y en El Hobbit, el humus de la mente de Tolkien ha posibilitado un  esplendoroso crecimiento con el que sólo se pueden comparar unos pocos libros de la literatura infantil.

J.R.R. Tolkien murió en 1973 a la edad de ochenta y un años. Ha habido un largo camino desde “En un agujero en la tierra vivía un hobbit” en los orígenes de El Hobbit, hasta el suspiro satisfecho de Sam al final de El Señor de los Anillos, “Bueno, estoy de vuelta” Y afortunadamente Sam y todos los demás — un mundo entero, (La Tierra Media), lleno de ellos— está todavía con nosotros más de medio siglo después del comienzo de todo, y de hecho estarán para siempre con nosotros.

 

 

 

Página obtenida de: http://www.hmco.com/trade/lordoftheringstrilogy/tolkienbio.html