El Hobbit: Una Relectura

Atanelda o Gondolindë

 

Releer uno de mis libros favoritos es para mí similar a reencontrarse con amigos lejanos. En ellos siempre encuentras esa chispa que te gustó de cada uno de ellos y que ha hecho de pequeños encuentros muy espaciados experiencias de profunda amistad. El libro tiene, evidentemente (salvo que sea el Libro de Arena) el mismo texto, los mismos efectos literarios que te hacen reír o llorar. Pero también a cada encuentro conoces nuevas facetas de su personalidad, sus gustos, sus esperanzas… Algunas de esas cosas las conocerás simplemente escuchando a esos amigos, observándoles, leyendo otra vez ese texto con otra atención; en otras ocasiones tales descubrimientos serán simplemente reflejos de tus propios intereses y preocupaciones, de tus nuevas experiencias, de los temas que cada uno lleva a las conversaciones y lecturas en cada reencuentro. Hoy tengo la bonita oportunidad de hacer ambas cosas simultáneamente: hablar de uno de mis libros favoritos estando entre amigos lejanos. Por ello querría que mis primeras palabras fueran de agradecimiento al Smial de Valle, a la gente de Sabadell, sin cuyo esfuerzo no sería posible esta reunión de amigos, pasados y futuros, en torno a Tolkien. Y comienzo:

 

En un agujero en el suelo vivía un Hobbit,

 

Es algo que de conocido ha pasado a tópico. Tanto que en 1980 pasó a recogerse en un libro de frases célebres inglesas. Sin embargo quizá, y sólo quizá, hubiera sido más comprensible un ‘¿dónde dice éste que vive quién?’ ¡Ah!, era un agujero-hobbit y eso significa comodidad. ‘Pues vale, si tú lo dices…’.  ¿quién, alguno de vosotros se hizo estas preguntas? Habíamos entrado en la histo­ria, ‘y eso significa confianza’.

 

Así lo hice yo también hace unos meses. Por supuesto, no era la primera, ni siquiera la tercera, tampoco la quinta vez. Desde luego no era la última. ‘Y eso significa máxima confianza’ en un escritor que no defrauda, que tiene mucha cuerda (si le dejamos soltar ovillo). Yo siempre he creído que la profundización en una obra a lo largo de múltiples relecturas y puntos de vista no priva al lector en absoluto del principal de sus objetivos (ese ‘placer por contar y escuchar historias’), sino que puede llegar a acrecentarlo y solidificarlo. Después de todo tal profundización nace de tal placer, primero e imprescindible.

 

Por supuesto esta actitud no puede ser algo ajeno a la Tierra Media, cuyo autor era un fanático de esos detalles, tal y como se refleja en su trabajo diario y en alguna obra. Especialmente pienso en Niggle, el personaje más autobiográfico, cuyo nombre (¡siempre los nombres!) significa “perder el tiempo con detalles nimios, preocuparse por minucias”, pero a nadie se le ocurriría pensar que por su infinito amor a las hojas dejaba de amar los árboles o los paisajes. Nosotros, como Gandalf, no dejaremos pasar el pollo frío y los encurtidos de Bilbo por más que nos sepamos de memoria su despensa. Claro que hay muchas maneras de degustar los platos. Me temo que yo tengo una natural tendencia no sólo a perder el tiempo con detalles nimios, sino a perderme yo mismo entre ellos. Posiblemente esta conferencia no sea sino una recolección de minucias, pero tal vez al final podamos entre todos darle un enfoque más global

 

Pero yo quería además de profundizar en algunos aspectos, si ello fuera posible, transmitir a través de las minucias ese placer primario de escuchar historias. Cabe pensar que es ya imposible para ninguno de nosotros el releer a Tolkien con la dosis de ingenuidad y sorpresa de la quasi-sagrada primera vez. Quizá sea cierto, pero sólo en parte. Todo es cuestión de la actitud que mostremos ante el libro. Creo que si acudimos a él con la humildad del que sabe que tiene mucho que aprender y disfrutar, podemos volver a salir muy satisfechos, sorprendidos de nuevo. Ésa es al menos la experiencia que yo he vivido y os quiero comunicar ahora. Como decía antes, es cuestión de ‘confianza’. Así podremos, de nuevo, hacernos las preguntas básicas: ¿de qué trata este libro?, ¿me gusta, por qué?, ¿qué me sugiere?, ¿dónde se sitúa la acción?, ¿quiénes y cómo son los personajes principales? Si lo hacemos así, nos reencontraremos con la magia de Tolkien, la que ha cautivado a millones de personas, volveremos a redescubrir la Tierra Media. Especialmente en el Hobbit, pues ésta es una de las primeras finalidades que cumple, quizá la principal: iniciarnos en un nuevo mundo de fantasía.

 

 

I. La presentación de un mundo ¿nuevo?:

 

1- La Cotidianidad de lo Fantástico.

 

 

La primera frase del libro, tan conocida y repetida, es un ejemplo genial. Una de las mejores bazas para introducir al lector en la aventura es la lengua. El narra­dor muestra una cercanía a los acontecimientos y características del mundo en que se mueve que relativiza toda posible fantasía o idea de ficción en los lectores: la naturalidad y rapidez no dejan tiempo a preguntarse ‘¿Qué demonios es un hobbit?’. Luego el narrador cae en la cuenta y dice ‘supongo que los hobbits necesitan hoy que se los describa...’. Es ciertamente difícil no dejarse llevar por las mágicas palabras del autor. Tolkien nos sitúa en un mundo ajeno desde la primera frase, sin transiciones ni concesiones a la timidez, no nos deja extrañarnos. Nada de armarios, ni tele­transportaciones, ni introducciones mediadoras. Bueno, sí existe una curiosa mediación (aparte de la del narrador) en ese mundo extraño, ¡la de su protagonista!, él asume la sorpresa que nosotros debiéramos mostrar. Él es el primer iniciado en este nuevo mundo, ¡que es el suyo!

 

También para nosotros, como para Bilbo, puede haber un ‘redescubrir el propio mundo’ más que un ‘iniciarse’ (aunque en definitiva ambas cosas son caras de la misma moneda). Bilbo nos presta sus ojos de hombre moderno para descubrir con los lectores el mundo antiguo, el mundo de las leyenda, fantasía. Es más, en muchas ocasiones parece que es sólo Bilbo el ignorante y tanto nosotros como el narrador ya sabemos (o deberíamos saber) cómo son estas cosas de los dragones y los elfos en realidad: ‘No seas tonto Bilbo Bolsón, ¡pensando a tu edad en dragones y en tonterías estrafalarias!’(42).

 

Pero, ‘los dragones, sabéis, roban oro y joyas a hombres, elfos y enanos’ (37). ‘Quizá, pues es costumbre entre los dragones,...’ (38). ‘Los Trolls, como seguramente sabéis, tienen que estar bajo tierra antes del alba’ (57). ‘(el día del Año Nuevo de los enanos es) como todos sabréis sin ninguna duda, el primer día de la última luna de otoño’ (71). ‘Si hubiera estado más enterado de las mañas astutas de los dragones…’ (263). ‘Había olvidado el sentido del olfato de los dragones, o quizá nadie se lo había dicho antes’... ‘Pero Bilbo no era tan ignorante en materia de dragones como para acercarse’ (264). ‘Esta es, por supuesto, la manera de dialogar con los dragones’... ‘Ningún dragón se resiste a una fascinante charla de acertijos’ (265). ‘La charla de un dragón causa este efecto ¡en la gente de poca experiencia!’ (268); ¡ni que fuese todos los días a tomar el té con dragones!

 

Sabéis, sabéis, poca experiencia... ¿por qué tendríamos que saber o que haber experimentado? Desde luego es una licencia, bastante efectiva por cierto, para acercar al lector a ese nuevo mundo.  ¿O acaso es posible que además de querer introducirnos, se refiera a que verdaderamente lo sabemos, o podríamos haberlo sabido?

 

La aventura que Tolkien nos propone es un juego en muchos sentidos. Es el juego, por ejemplo, de entrar en un libro que, de alguna manera, nos pide una contraseña, un guiño de complicidad con el narrador, un dejarnos llevar. Él nos cuenta la historia a nosotros, pero a veces nos parece que estamos bastante más metidos que nuestro protagonista. Al autor le damos un cheque en blanco en el que le decimos, dime lo que quieras que si me convence me lo creo y me voy de aventuras mucho antes que el propio Bilbo. ¡Qué lector no ha estado soñando con oro antes de que Bilbo les dé el sí!

 

Pero luego está el juego de la relectura y de la crítica, el juego en el que nosotros buscamos nuevas cosas, en el que miramos bien ese cheque en blanco y, por así decirlo, vemos con qué fondos hemos pagado el mismo y qué nos ha sido entregado a cambio. Y este Tolkien ¿de qué me ha estado hablando?; ¿es realmente cierto que hay dragones y son como él dice? Es una pregunta básica. Y, repito, ¿podríamos haberlo sabido de verdad…? en el fondo seguimos en su juego, dándole otro cheque al autor, aunque creamos estar cobrándole por abusar de nuestra credulidad. Porque a Tolkien le gusta mucho jugar a las relecturas.

 

 2-El ‘Mundo Septentrional’ es ‘el Norte’.

 

 

Siguiendo estas ideas, propongo aquí una pista de un juego que atrae inevitablemente a todo analista de la obra de Tolkien: ‘¿de dónde se sacó todas esas cosas?, ¿cuáles son sus influencias y sus prestamistas de ideas?, dicho de otra manera ¿por qué podríamos saber todas esas cosas de elfos y dragones?’.

 

Tras la batalla,

 

 todavía muchos iban alegres, pues ahora el mundo septentrional sería más feliz durante largos años. El dragón estaba muerto y los trasgos derrotados, y los corazones élficos miraban adelante, más allá del invierno hacia una primavera de alegría’ (347).

 

Es curioso, pero esta frase me hizo pensar en ‘de qué va el Hobbit’ y dónde se sitúa su acción, si obviamos los intereses personales (e irrelevantes para la Historia) de Bilbo y los Enanos. Así responde Tolkien en una carta como a estas hipótesis, ¡porque ya digo que Tolkien también juega!-

 

No había intención de que El Hobbit tuviera ninguna relación con la ‘mitología’ de El Silmarillion . Cuando mis hijos aún eran pequeños tenía la costumbre de inventar y de contarles, a veces de escribir, «cuentos infantiles» para divertirlos... La intención era que El Hobbit fuera uno de ellos. No tenía conexión necesaria con la «mitología», pero naturalmente fue atraído por esa creación dominante de mi mente, lo que hizo que el cuento fuera adquiriendo mayores dimensiones y volviéndose más heroico a medida que avanzaba. Aun así podía quedar bastante independiente, con excepción de las referencias (innecesarias, aunque dan una impresión de profundidad histórica) a la Caída de Gondolin... De El Hobbit se derivan también los Enanos; Durin, su primer antepasado, y Moria; y Elrond’. (CT, 257, 402-403)

 

Por supuesto, sin él no hubiera habido El Señor de los Anillos, ni conoceríamos El Silmarillion, pero no sería justo valorar esta obra sólo por los beneficios que a largo plazo reportó, y por su relación con la mitología tolkieniana (inexistente en su origen). Y como nos es difícil buscar la mirada del lector primerizo, nos es imposible situar nuestra mirada en 1.937 y leer esa obra recién nacida, sin pensar en su continuación. Hoy por hoy El Hobbit es el felpudo de entrada de El Señor de los Anillos, un felpudo en ocasiones muy poco respetado y que en realidad no lo era hasta la llegada del hermano mayor. El hecho es que por sí mismo se convirtió en el mayor ‘super-ventas’ infantil de su época. Pero ¿qué es ‘por sí mismo’?, ¿cuál es su peso específico? ¿A qué se refiere con ‘ahora el mundo septentrional sería más feliz durante largos años’, en lo que parece la conclusión del libro, el resultado o meta de todos los esfuerzos?

 

Hay en El Hobbit un cuando menos curioso uso de los puntos cardinales. Se dan con gran frecuencia y en unas meditadas, creo, mayúsculas que le dan a uno qué pensar. Así vemos cómo Thorin, en su bella y noble despedida, califica a Bilbo como ‘hijo del bondadoso Oeste’ (342), y en otro punto se dice que ‘la brisa soplaba del Este[1] negro’ (292). Desde luego, no parece ser una coincidencia este uso de las mayúsculas y los calificativos de tales puntos cardinales. Pero lo más sorprendente es el concepto de ‘el Norte’.

 

Nuestra familia fue expulsada del lejano Norte y vino con todos sus bienes y herramientas a esta Montaña del mapa’... ‘fue tratado con gran respeto por los hombres mortales, que vivían al Sur[2]’... ‘el asombro de todo el Norte’ ... ‘había muchos dragones en el Norte’... ‘enanos que huían al sur[3]’ ... ‘echó a volar y llegó al sur3’... ‘como de un huracán que venía del Norte3’ (36-37). Y en la Batalla de los Cinco Ejércitos, ‘llega Bolgo del Norte’, y los trasgos ‘habían decidido conquistar el dominio del Norte’ y se reunieron en ‘la gran Montaña Gundabad[4] del Norte, donde tenían la capital’, para ‘caer en tiempo tormentoso sobre los ejércitos desprevenidos del Sur’ (332-333).

 

Como dicen en mi pueblo: una vez es casualidad, dos es coincidencia, tres es conspiración. No podemos pensar que se den en solo dos páginas tal acumulación de ‘nortes’, y esa discriminación entre ‘sures’, sin un significado especial (consciente o no).

 

Así pues: ¿el Norte de qué?. Tolkien parece hablar muy pocas veces en El Hobbit del norte de su propia mitología, por ejemplo cuando presenta a Elrond (68); pero así y todo podría discutirse que cuando allí habla de ‘los primeros hombres del Norte’ o ‘los elfos y los héroes del Norte’, se refiera a El Silmarillion. Pero sin embargo reconoce Tolkien que El Hobbit tiene ‘una atmósfera nórdica’ (CT, 15, 31), y eso creo yo que intenta crear (y evocar) con las referencias a ‘el mundo septentrional’ y ‘el Norte’. Podemos sugerir, con base en la citada carta, que Tolkien no estaba ambientando El Hobbit en su Tierra Media sino en el Norte Legendario de Europa; salvo en cuanto, para Tolkien, de alguna extraña manera mítico-poética ‘la TM es nuestro propio mundo’ y, por tanto, nuestras leyendas nórdicas son parte de esa TM o viceversa, especialmente de su noroeste, del que Tolkien es cronista.

 

3- ¿Inspiración o Recuperación?

 

 

Hablar del Norte en Tolkien es fácilmente asociable con la literatura nórdica, o sea, del Norte. Ésta es claramente una fuente importante de la TM, forma parte de ‘los huesos’, con que Tolkien hizo su ‘sopa legendaria’, como él decía. Es muy conocido que los nombres de los trece enanos y el del propio Gandalf fueron extraídos de la ‘Voluspá’, antiguo poema islandés integrante de la Edda poética de Snorri Sturluson. Pero lo que me pregunto es hasta qué punto es una inspiración y si no es más bien una recuperación o recreación. Esto es, hasta qué punto es solo parte de los ‘huesos’, o si realmente no está algo más presente en ‘la sopa’. Sabemos por los apéndices de El Señor de los Anillos que ‘el nombre del propio Gimli y los de nombres de toda su parentela son de origen septentrional (humano)’ (ap. SA, 164, última cita del punto II, 2), lo que nos puede hacer asociar la ‘Voluspá’, el islandés antiguo, con ese ‘mundo septentrional humano’, confirmando la tesis que manejo. Es fácilmente comprobable que para representar cada cultura de la Tierra Media, Tolkien se basó en culturas, especialmente en las lenguas, de nuestro mundo. Pero eso es introducirnos en el juego de Tolkien, en sus explicaciones post-Señor de los Anillos. Y eso es caer en su juego. De momento no hay representaciones de nada, hay lo que hay, El Hobbit, y es lo que es.

 

Además en El Hobbit, T utiliza muchos más elementos expresos, digamos, de la mitología nórdica, que en cualquier otra obra. Por ejemplo se dice : ‘me temo que los trolls se comportan así, ¡aun aquellos que sólo tienen una cabeza!’ (50); los trolls con varias cabezas son muy típicos de los cuentos nórdicos, pero en Tolkien es la única mención que conozco. Y en casa de Beorn, un auténtico berserk físico , un cambiante, se bebe hidromiel.

 

Otro ejemplo importante es el Bosque Negro; al respecto dice Tolkien:

 

Mirkwood [Bosque Negro] no es una invención mía, sino una palabra muy antigua incrementada con el peso de asociaciones legendarias. Era, probablemente, el nombre germánico primitivo de las vastas regiones boscosas de montañas que antiguamente formaban una barrera al sur de las tierras de expansión germánica. En algunas tradiciones se empleó especialmente para designar la frontera entre los godos y los hunos. No fue nunca, creo, una palabra que designara el mero color ‘negro’, y desde un principio estuvo teñida del sentido de ‘lobreguez’. (CT, 298, 429)

 

Esto implica dos cosas:

Una: Que Tolkien al escoger esta palabra (Tolkien nunca deja al azar las palabras) está aceptando que este bosque resuene en el lector anglosajón y germánico a ese pasado legendario, que le sea por un lado muy cercano, muy propio, y por otro muy antiguo, mítico y maligno. Dos: también parece acoger esa distinción de limes entre lo nórdico y lo oriental, y tal vez también lo meridional, lo grecolatino, ese Sur donde viven los mortales.

 

El dragón está cargado de tales elementos ‘prestados’; algunos gustaron a T, como el robo de la copa, al igual que en Beowulf. Smaug mientras le roban el copón está soñando con un guerrero que le roba. Podría ser Bilbo, pero es también posible que sueñe con Beowulf, pesadilla de su especie. También es sabido que “todo gusano tiene su punto débil” (263), y “Siempre entendí que los dragones son más blandos por debajo, especialmente en esa región del... pecho” (269). Otros elementos tradicionales no le gustaron tanto, y como todo dragón, éste ‘llegaba a Valle de noche y se llevaba a mucha gente, especialmente doncellas’(38). En otra frase T escribió que ‘no podría arrastrarse por ese agujero ... y menos después de haber devorado a tantas doncellas de Valle’, y luego, en 1.966 lo cambió por ‘tantos enanos y hombres’. Supongo que pensó que este aspecto de las tradiciones sobre dragones pertenecía a leyendas ‘de segundo orden’, menos ‘serias o fidedignas’. En cualquier caso me temo que se le coló la primera cita. Por supuesto, le encantan los acertijos y tiene una mirada que puede paralizar o hipnotizar a sus víctimas (como Glaurung).

 

Otro punto claro es el uso de ‘goblins’, en castellano ‘trasgos’, en vez de Orcos. Como es costumbre entre los estudiosos de Tolkien, la gente ha  sugerido mil posibilidades (diferentes razas, subespecie orca de la montaña…) a mi juicio la razón es en este contexto evidente (aunque en el otro tenga la mía propia). Llevando como llevaba El Silmarillion tantos años trabajado, no cabe pensar que en aquel momento no estuviera clara la denominación de las especies. Simplemente El Hobbit no se desarrolla en la Tierra Media sino en ‘el Norte’, en cuyos relatos tradicionales son más abundantes los goblins que en la Tierra Media donde no son nunca más mencionados.

 

En ningún sitio se dice nunca claramente que los Orcos (la palabra, en cuanto a mí concierne, deriva del inglés antiguo orc, “demonio”, pero sólo por su adecuación fonética) tengan un origen particular. No se basan en una experiencia directa mía; pero supongo que deben no poco a la tradición del Goblin [trasgo] (goblin se utiliza en la traducción de El Hobbit, mientras que orc aparece sólo una vez, me parece), especialmente tal y como se da en George Mac Donnald, salvo en lo de los pies ligeros, en los cuales nunca creí. (CT,144, 210)

 

Para rematar diremos que en El Hobbit Tolkien usa las runas anglosajonas en el mapa de Thror (tanto las visibles como las lunares), mientras que en El Señor de los Anillos usa las propias Angerthas.

 

Por supuesto, no ignoro lo que le desagradaban a T estas asociaciones, y la multitud de textos en que se encargó de dejar bien claro que era inútil iniciar caminos de este estilo para desentrañar su mitología, y que ‘su mente no funcionaba de esa manera’. Pero yo estoy hablando del Hobbit que escribió para deleitar a sus hijos, quizá tan lejano a su mitología como todos esos textos y situaciones que los críticos intentan ver reflejados en el SA. Así mismo lo entiende Tolkien pensando en la continuación de El Hobbit que su editor le exigía:

 

Creo que es evidente que es necesaria una continuación o un sucesor de El Hobbit, completamente diferente de éste. Prometo conceder al asunto meditación y atención, pero estoy seguro de que me comprenderá cuando le digo que la construcción de una mitología elaborada y coherente (y de dos lenguas) es más bien lo que ocupa mi mente, y que llevo las Silmarils en el corazón. De modo que Dios sabe qué ocurrirá. El Señor Bolsón empezó como un cuento cómico entre los enanos convencionales e incoherentes de los cuentos de hadas de Grimm, y no tardó en atravesar la valla de sus límites, de modo que aun Sauron, el terrible atisbó por encima de ella. (CT, 19, 37)

 

Y dice ‘el juego de las adivinanzas era sagrado y de una antigüedad inmensa’, ¿en el Norte (donde los torneos de adivinanzas son comunes) o en la Tierra Media (donde no se nos describen más)? Probablemente se pueda decir que en ambas partes, que no del todo son lo mismo pero tampoco del todo se excluyen. Así, en esta especie de tablas de ambigüedad suelen quedar los juegos del tolkienismo, pues ya digo que a Tolkien le gusta jugar, pero por nada del mundo perder. Después de todo él es quien pone las reglas y tiene todo bastante bien atado.

 

 

II. ‘El lenguaje que aprendieran de los Elfos, cuando el mundo entero era maravilloso’:

 

1- La Encarnación de lo Poético.

 

 

 La espada ardía si había trasgos alrededor, y ahora brillaba con una llama azul por el deleite de haber matado al Gran Señor de la cueva’ (85).

 

Esta frase me sorprendió bastante. Y la leí varias veces hasta entender que lo que yo esperaba es que dijera ‘como por el deleite’. Pero no, la espada, verdaderamente, literalmente, se está regocijando, quién sabe si carcajeando, de la muerte del Rey de los Trasgos. Lo mismo en la página 335,donde ‘las lanzas brillaban en la oscuridad con un helado resplandor, tan mortal era la rabia de las manos que las esgrimían… les lanzaron una lluvia de flechas, y todas resplandecían como azuzadas por el fuego’. Recuerdo ahora las discusiones con Aldaron (Eduardo Martínez) en las que él siempre me insistía en que los sacos de Troll hablan, ‘como es lógico’, con lo que T se limitaba a describir lo sucedido (51), sin ningún alarde, símil o efecto literario. ¡Qué razón llevaba! He tenido que llegar a esta relectura para entender lo que él me decía. Lo poético se encarna y ya no es expresión metafórica o fábula, Tolkien le da una vuelta más al lenguaje y desaparecen las metáforas, carecen de sentido en su literatura de fantasía realista, pues es tan literalista que no admite la ‘mentira’ que supone una comparación figurativa. Sería un flaco favor a su construcción legendaria. ¿Que éste es otro juego de Tolkien?: sin lugar a dudas. Y otra de sus grandes armas literarias, porque, como él dijo: ‘la filología es mi verdadero saco profesional de trucos’ (CT, 15, 31). Por lo menos cabe, otra vez, la ambigüedad razonable y la defensa motivada de lo que pareciera imposible: las espadas se deleitan, las flechas arden de furia, y los sacos de Troll hablan. Yo ya estoy convencido.

 

Y ¿qué decir de los Gigantes que se lanzan piedras en las Montañas Nubladas? ¿Existen realmente o son – como se ha dicho en la lista de correo sobre Tolkien- una personificación de las fuerzas de la naturaleza cuya violencia se asemeja a la de los Gigantes? Yo creo que existen, que están ahí y que debemos tener cuidado si no queremos que ‘de una patada nos manden al cielo como una pelota de fútbol’ (76), aunque tal vez puedas encontrar ‘un gigante más o menos decente para que bloquee otra vez la puerta’ (119). Lo mismo podemos entender con ‘¡El resplandor de Smaug!’ Claro, hoy en día, la verdad puede resplandecer, y una persona puede ser espléndida, pero el Resplandor de Smaug ‘el dorado’ era distinto, y sus ojos, nos lo dice Bilbo, son un relámpago de luz (268).

 

Decir que Bilbo se quedó sin aliento no es suficiente. No hay palabras que alcancen a expresar ese asombro abrumador desde que los Hombres cambiaron el lenguaje que aprendieran de los Elfos, en los días en que el mundo entero era maravilloso. Bilbo había oído antes relatos y cantos sobre tesoros ocultos de dragones, pero el esplendor, la magnificencia, la gloria de un tesoro semejante no había llegado nunca a imaginarlos. El encantamiento le traspasó el cora­zón’ (256).

 

El propio Tolkien dijo que éstas eran las únicas observaciones filológicas del libro, tal vez porque el resto sea práctica filológica. Esto se refiere a la teoría del lenguaje premetafórico de Owen Bardfield (miembro de los Inklings) que parece que Tolkien comparte. Según esta teoría ‘había una antigua unidad semántica entre la palabra y la cosa, y las palabras, por tanto, se referían a las realidades. Pero el lenguaje ya no es ahora concreto y literal. De ahí que, en este caso, Tolkien quería decir que Bilbo se había quedado realmente sin aliento en un sentido literal, no metafórico’. (HA, pág 239, nota 15)

 

Esto  se refleja en los nombres de los personajes y las cosas. Pues Tolkien podía estar horas y horas cince­lando, desempolvando, enraizando, desentrañando y reconstruyendo nombres, pues si el nombre es su portador, si la palabra está íntimamente ligada con la realidad a que hace referencia, hay que hacer mucha historia, mucha reflexión para acertar. Como dice en la antes citada CT, 257, 403 sobre Elrond:

 

el pasaje del cap. III en el que se lo relaciona con los Medio Elfos de la mitología fue producto de un afortunado azar, debido a las dificultad de estar inventando constantemente nombres adecuados a los personajes. Lo llamé Elrond casualmente, pero por ser un nombre que provenía de mi mitología, lo convertí en medio elfo. Sólo en el SA se lo identifica como el hijo de Eärendil...’.

 

Tan puntilloso es T con esto de la igualdad nombre-realidad que se vio forzado (moralmente) a darle la condición de semielfo para que no desentonaran. Y es que con esto de los nombres, ‘no hay que apresurarse’. Claro que no, y por eso, la mejor aproximación a esta teoría la hace uno de los personajes más auténticos, más carismáticos, mejor construidos de la Tierra Media: Bárbol. El habla del viejo Ent es la que probablemente tiene más connotaciones lingüísticas de toda la TM, el ser más antiguo de la TM es el que demuestra una mayor conciencia lingüística. El encuentro de Merry y Pippin con Bárbol está lleno de alusio­nes.

 

2- Los ‘Nombres Verdaderos’.

 

 

Su uso del lenguaje es minucioso, con sus largas listas de seres conocidos y de formas históricas de los nombres (Laurelindórinan lindelorendor malinornélion ornemalin...). ‘¿Quién os llama hobbits, de todos modos? No me parece una palabra élfica. Los Elfos crearon todas las palabras antiguas; ellos empezaron...’ Más tarde dice, como retomando la frase de cinco páginas atrás, ‘fueron los Elfos quienes empezaron, por supuesto, despertando árboles y enseñándoles a hablar y aprendieron el lenguaje de los árboles. Siempre quisieron hablarle a todo, los viejos Elfos’. Claro, para eso son los Quendi, ‘los parlantes’. En este caso vemos cómo los Elfos conocen los nombres de los árboles y los despiertan hablándoles, en lo que es una llamada al ser.

 

¿Os llamáis hobbits a vosotros mismos? Pero no tenéis que decírselo a cualquiera. Pronto estaréis divulgando vuestros verdaderos nombres si no tenéis cuidado’. ‘En cuanto a mí, no os diré como me llamo, no por ahora al menos. Ante todo me llevaría mucho tiempo; mi nombre crece continuamente; de modo que mi nombre es como una historia. Los nombres verdaderos os cuentan la historia de quienes los llevan’.

 

Podemos observar con claridad el encuentro de dos formas de entender el lenguaje diferentes, una ancestral, anclada en la historia y respetuosa con sus meandros evolutivos, y otra con un aroma más ‘moderno’, menos sacralizante, más apresurada. ‘Colina. Sí, eso era. Pero es una palabra apresurada para algo que ha estado aquí desde que se formó el mundo’. Así piensa Bárbol, que es una inextricable unión entre dos de los más profundos amores de Tolkien, las palabras y los árboles. Y al igual que con él pasa con los enanos. En El Hobbit, ellos representan ese mundo antiguo, cerrado y sagrado, ese mundo opuesto al de Bilbo, moderno y acomodado. Y ciertamente, ‘el nombre del propio Gimli y los nombres de toda su parentela son de origen septentrional (humano). Sus propios nombres secretos e “interiores”, sus verdaderos nombres, los Enanos no los han revelado nunca a nadie de otra raza. No los inscriben ni siquiera sobre sus tumbas’(ap. SA, 164). Por supuesto, este uso de los nombres verdaderos no es exclusivo de Tolkien, sino que puede observarse en muchas culturas. Por ejemplo aparece también en ‘el ciclo de Terramar’ de Úrsula K. LeGuin. Y la Biblia está llena de casos en este sentido (‘tú serás Abraham’, ‘tú te llamarás Israél’, ‘tú eres Pedro’...).

 

Tolkien demuestra una conciencia lingüística tan envidiable como la de su amigo Bárbol. Por ejemplo en la multiplicidad de sentidos que se le pueden dar a los ‘buenos días’ de Bilbo, en el ‘tú también conoces mi nombre aunque no me unas a él’, en la concesión del ‘perdón’ que Bilbo había solicitado (inconscientemente), en la forma en que entran los enanos a Casa de Bilbo, y, en su forma inversa, en casa de Beorn (‘han empezado a llegar’, ‘unámonos al tropel’, ‘varios’, ‘recua’, ‘una docena’, ‘quince pájaros’...) etc, etc. ‘¿Y por qué se le llama la Carroca?. La llamó la Carroca porque Carroca es la palabra para ella. Llama carrocas a cosas así, y esta es la Carroca’ (141). Más claro difícil[5].

 

Y es algo que se da en toda la obra de T. Los nombres definen lo que son las cosas, no simple­mente las denominan o etiquetan. En T lo definido, no sólo entra en, sino que es la definición. Un nombre de Tolkien, dice mucho más. ‘Con todo, una hoja pintada por Niggle posee un encanto propio’. Como dice el mago gris, quizá explicándonos esta teoría: ‘yo soy Gandalf, y Gandalf significa yo[6]’ (16). Las espadas que encuentran son llamadas Orcrist y Glamdrim por los Eldar, esto es, ‘hiendetrasgos’ y ‘martillaenemigos’, pero los destinatarios naturales de sus filos, los sujetos pasivos ‘hendidos’ y ‘martilleados’, las llaman ‘mordedora’ y ‘demoledora’ (83 y 85). Wargo, Warg, explica Tolkien, ‘es una antigua palabra que significa lobo y también forajido o criminal... Adopté la palabra porque el sonido es adecuado’. A su vez, Gollum, cuyo nombre se suele asociar con los sonidos guturales con que se expresa, puede asociarse con el noruego antiguo, en el que significaría ‘oro, tesssoro, algo preciossso’, y puede significar también ‘anillo’. Beorn es una genialidad lingüística, pues puede significar tanto ‘hombre guerrero’ como ‘oso’, lo cual es muy exacto en un cambiante que ‘unas veces es un enorme oso negro, otras un hombre vigoroso y corpu­lento’. Por eso, ante la insistencia de los enanos por conocer a su anfitrión dice Gandalf: ‘Si necesitáis saber algo más, se llama Beorn’, y, podría decirse, a buen entendedor con una palabra basta (142).

 

3- ‘En los días en que el mundo entero era maravilloso...’

 

 

El Hobbit es una obra lingüística de primer orden, como ya estamos viendo. Asistimos a numerosísimos juegos de palabras, más que en ninguna otra obra del autor, quizá por su audiencia presunta (estaba dedicado en principio a sus hijos).

 

Por supuesto hay muchas otras manifestaciones del amor a las lenguas. Runas de distintos tipos, proverbios hobbíticos, acertijos (provenientes en su mayoría de diversas fuentes tradicionales). Y lenguas: en El Hobbit encontra­mos lenguas por todas las esquinas. Todo el mundo tiene una lengua. Haré una enumeración: tenemos la lengua común, y, por supuesto, la lengua enanil y las élficas, pero nos encontramos un secreto lenguaje de signos en la puerta de Bilbo, ‘la normal en el negocio...: saquea­dor nocturno busca un buen trabajo, con mucha Excitación y Remuneración razonable’ (32); el jefe de los Wargos ‘les habló en la espantosa lengua de los Wargos. Gandalf la entendía. Bilbo no, pero el sonido era terrible, y parecía que sólo hablara de cosas malvadas y crueles, como así era’ (126); ‘lo oí gruñir en la lengua de los osos’ (143); ‘Beorn les dijo algo en una lengua extraña, que parecía sonidos de animales transformados en conversación’ (152); ‘aquellas repugnantes criaturas (las arañas) se hablaban unas  a otras en la quietud y el silen­cio del bosque. Las voces eran como leves crujidos y siseos’ (189); ‘Algunos hombres de Valle entendían el lenguaje de estos pájaros (zorzales), y los mandaban como mensajeros’ (271); ‘(sobre los grajos) Tendrías que haber oído los horribles nombres con que nos iban llamando’ (305); ‘Bilbo entendió lo que dijo, pues el cuervo hablaba la lengua ordinaria, y no la de los pájaros’ (305).

 

Todo esto es muy interesante, pero lo es más el hecho de que algu­nos personajes comprendan esas lenguas de los animales  viceversa. Porque se ve que Thorin entiende los insultos de los grajos, y ‘el Rey Elfo se había enterado de las buenas nuevas por sus propios mensajeros y por los pájaros, que eran amigos de los Elfos’ (301); y lo mismo Gandalf. Enanos, Elfos y Magos pueden, en este mundo fantástico, comunicarse con los animales. Y algunos humanos también: Bardo y Beorn. El primero ‘maravillado se dio cuenta de que entendía la lengua del zorzal, pues era de la raza de Valle’ (296), el segundo ‘desciende de los primeros hombres’ (142). Nunca he vuelto a encontrar la cita, pero en algún texto (probablemente antiguo) me pareció entender que Beren era cambiante, como Beorn (que probablemente sea un pariente lejano algo más feo, bruto y peludo), y que hablaba con todos los animales. Y Elwing llega a entender las lenguas de las aves y desde luego, Rúmil conocía todas las lenguas de los pájaros, ratones, ¡hasta a los escarabajos les canta! Pero eso es en los Cuentos Perdidos, seis mil años atrás en la historia.

 

Bilbo, por supuesto, no se entera de nada. Y no lo hace porque eso se da en un mundo muy ajeno a su propio mundo, burgués, escéptico, respetable y civilizado. Pero los enanos y Gandalf viven en mundo mítico, mágico, vivo, más allá del límite de lo salvaje, donde la lengua simboliza la armonía que relaciona a las distintas criaturas del mundo. Ese mundo en que los animales se comunican con el hombre, es el mundo de los cuentos de hadas, el Reino de Fantasía, y es el mundo de ‘El Hobbit’ y no tanto de ‘El Señor de los Anillos’. Porque parece que Tolkien abandonó, o, mejor, fue minimizando este aspecto en otros con excepción de las Águilas y Huan, animales notablemente ennoblecidos. De ello habla Tolkien en su apasionado y apasionante ensayo ‘Sobre los Cuentos de Hadas’: ‘en las verdaderas historias de hadas, las bestias y los pájaros y otras criaturas hablan a menudo con los hombres. En parte (pequeña, con frecuencia) este prodigio deriva de uno de los ‘deseos’ innatos más caros al corazón de Fantasía: el deseo de los hombres de entrar en comunión con otros seres vivientes’ (Árbol y Hoja, 26).

 

Ello se puede entender dentro de ese ‘cuando el mundo era joven’, expresión muy típica en la obra de Tolkien, que en mi opinión expresa una de las ideas centrales, uno de los motores de su legendario, por lo que la tenemos reflejada en muchos sitios. Gandalf se despide de Thranduil y le dice ‘¡Que el Bosque Verde sea feliz mientras el mundo es todavía joven!’ (348). ‘El mundo era joven y las montañas verdes. Durin despertó y echó a caminar. Y nombró las colinas y los valles sin nombre[7]; y bebió de fuentes ignoradas. El mundo era hermoso y las montañas altas. El mundo es gris ahora, y vieja la montaña’ -canta Gimli en Khazad Dûm. Esa sensación (y descripción) de ‘mundo joven’, se va perdiendo conforme más escribe Tolkien (como quizá también los lectores conforme leemos). Y por eso tal sensación es mucho más palpable en El Hobbit  que en El Silmarillion final, pero muchísimo más en El Libro de los Cuentos Perdidos, hijo de su juventud literaria, que en cualquier otra parte, cuando su propio mundo era más joven.

 

Mas con las lógicas variaciones que sufre una obra de duración vitalicia podemos (debemos) tener la suficiente perspectiva para extraer ideas globales. Tolkien nos transmite la experiencia de una Creación recién nacida, observada en su plenitud de poder y belleza. Un mundo que despierta de la nada abierto a la subcreación de Ainur y Eldar, henchido de la Palabra de Eru, incendiado por la Llama Imperecedera. Un mundo en el que los seres viven enraizados en la tierra y, desde luego, tienen muchas más cosas en común con los animales, una mayor cercanía e igualdad, una relación de interdependencia o armonía (relaciones subcreativas o artísticas) no abortada todavía por las relaciones de dominio. En ese mundo, ahora ajeno y extraño a nosotros, los pájaros hablan, el oro lanza hechizos que seducen y encantan los corazones[8] y algunos árboles son menos arbóreos de lo que son ahora, más entescos, podría decirse. Ese mundo ahora está perdido, y los hombres modernos necesitamos metáforas y comparaciones para poder llegar a imaginar cómo era esa época, perdida la cercanía cosa-palabra (lo que no es sino reflejo de la lejanía misma entre Hombre y Creación). Nacen entonces los mitos como medio para explicar realidades que ya no podemos observar y luego entender por medio de nuestros sentidos. Quizá si nos empapamos de ellos podremos entender lo que no podemos aprehender y aplicar esta experiencia a nuestro propio mundo, empezar a conocerlo en profundidad, redescubrirlo como Bilbo, según lo que era y lo que estaba llamado a ser.

 

Los primeros hombres –dice Tolkien en una entrevista- que hablaron de los árboles y las estrellas vieron las cosas de forma muy diferente... vieron las estrellas como plata viva, estallando en llamas en respuesta a la música eterna... para ellos la totalidad de la creación estaba trenzada por mitos y modelada por elfos[9]

 

Esta puede ser, quizá, la principal conclusión que cabe sacar de la ‘Cara Mágica’ de los cuentos de hadas tolkienianos. La ‘Cara Mágica’ explica T en su ensayo (AH, 38) es la que se dirige hacia la Naturaleza, y es la más importante de las tres (estando dirigidas las otras dos hacia lo Sobrenatural y hacia el Hombre), la cara esencial de Fantasía. .

 

 

III. Lo fantástico es no solo cotidiano sino real:

 

 

‘-¡Gandalf, Gandalf! ¡Válgame el cielo!...¿no sois vos quien contaba en las reuniones aquellas historias maravillosas de dragones y trasgos y gigantes y rescates de princesas y la inesperada fortuna de los hijos de madre viuda? ... no tenía ni la menor idea de que todavía estuvieseis en actividad.’ (H,16).

 

Esta frase de Bilbo sobre las historias maravillosas que contaba Gandalf es toda una declaración de intenciones del autor al iniciar su cuento. Es una genial manera literaria de expresar su propia opinión sobre las historias maravillosas. Porque el propio Bilbo podrá experimentar todas esas historias en su propia historia, pasando dragones, trasgos y gigantes, que todavía seguían en actividad... ¡y consiguiendo una inesperada fortuna!

 

Era sorprendente este aspecto de las historias maravillosas de Gandalf, pero muy deliberado: ¡la propia madre de Bilbo quedó viuda!  (Bungo Bolsón murió en el 2.926 TE, con lo que Belladonna Tuk quedó viuda hasta el 2.934). La verdadera importancia de esta frase la encontramos si consideramos a George Macdonald, autor de ‘la princesa y los trasgos’ quien se refiere en su obra con frecuencia a los ‘hijos huérfanos de madre’, pues él lo era. ¿Qué razones tenía T para variar esta curiosidad con respecto a Macdonald? Humphrey Carpenter biógrafo oficial de Tolkien destaca que Bilbo Bolsón y su creador tenían muchos detalles biográficos en común:

 

En la historia, Bilbo Bolsón, descendiente de los respetables y sólidos Bolsones, hijo de la vivaz Belladonna Tuk, ella misma una de las tres notables hijas del Viejo Tuk, es de edad madura y sedentario, viste con ropa seria, pero le gustan los colores vivos, y la comida sencilla…

 

John Ronald Reuel Tolkien, hijo de la emprendedora Mabel Suffield, una de las tres notables hijas del viejo John Suffield (que casi llegó al siglo), descendiente también de los serios y respetables Tolkien, era de edad mediana e inclinado al pesimismo, vestía ropas comunes, pero le gustaban los chalecos de color, cuando podía permitírselos, y tenía predilección por la comida sencilla.

 

Pues bien, entre otros (aunque ni en la Biografía ni en el HA se dice), que ambos fueron huérfanos de padre, o, dicho de otro modo, eran hijos de madre viuda. Curiosa manera de empezar un libro de historias maravillosas. Y más curiosa manera la de terminarla, como para atarlo todo y contestar definitivamente la actitud de Bilbo, ya contestada en cualquier caso, como suele hacer Tolkien, por los hechos:

 

‘-... Las nuevas canciones dicen que en estos días los ríos corren con oro.

-¡Entonces las profecías de las viejas canciones se han cumplido de alguna manera! -dijo Bilbo.

-¡Claro! -dijo Gandalf-. ¿Y por qué no tendrían que cumplirse? ¿No dejarás de creer en las profecías sólo porque ayudaste a que se cumplieran? No supondrás, ¿verdad?, que todas tus aventuras y escapadas fueron producto de la mera suerte, para tu beneficio exclusivo. Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero en última instancia, ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!’ (H,360)

 

Esta última conversación cierra el tránsito desde el ‘pequeñajo que se sacudía en el felpudo’(31) inicial, muy respetable a los ojos de sus vecinos por su dinero y su carencia de aventuras, hasta ‘Bilbo el Magnífico, amigo del Elfo y bienaventurado’(348), más acaudalado (infinitamente, si uno hace caso de los rumores) pero extravagante y sin amigos, ‘Está loco. Siempre lo dije’ afirma Ted Arenas (SA, I, 49), que acaba no sólo amando esas historias sino escribiéndolas y traduciéndolas. Y al final ‘Bilbo había perdido algo más que cucharas; había perdido su reputación... ya nunca fue del todo respetable. (...) Lamento decir que no le importaba’ (358). Ya no era el Bilbo al que Gandalf decía: ‘en esta vecindad los héroes son escasos, o al menos no se los encuentra. Las espadas están aquí casi todas embotadas, las hachas se utilizan para cortar árboles y los escudos como cunas o cubrefuentes; y para comodidad de todos, los dragones están muy lejos (y de ahí que sean legendarios)’ (35).

 

Tolkien no duda de que es precisamente esa lejanía la que otorga la carga de fantasía o irrealidad, y no, por supuesto, la carencia de realidad de Elfos, Enanos y dragones. Y es que, como las meigas, ‘haberlos, haylos’. Junto a Bilbo, veremos que las viejas leyendas pueden ser tan ciertas o contrastadas como los rumores del Poney Pisador, aunque sean ‘extrañas como noticias de Bree’. Ejemplos hay a patadas:

 

‘El dueño de la casa era amigo de los elfos, una de esas gentes cuyos padres aparecen en cuentos extraños, anteriores al principio de la historia misma, las guerras de los trasgos malvados y los elfos, y los primeros hombres del Norte. En los días de nuestro relato había aún algunas gentes que descendían de los elfos y los héroes del Norte; y Elrond, el dueño de la casa, era el jefe de todos ellos.’ (68)

 

lo cual introduce no solo la idea de profundidad histórica a la que se refiere T, sino la posibilidad de tropezarse un día cualquiera con personajes de cuentos extraños. Sin pretender entrar en el SA, vemos que T insiste en esta pedagogía del hombre moderno, esta vez por medio de Sam:

 

-Se oyen cosas extrañas en estos días -dijo Sam.

-Ah -dijo Ted-, las oyes si escuchas. Pero para escuchar cuentos de vieja y leyendas infantiles, me quedo en mi casa.

-Sin duda -replicó Sam-, y te diré que en algunos de esos cuentos hay más verdad de la que crees. De cualquier modo, ¿quién inventó las historias? Toma el caso de los dragones.

-No gracias -dijo Ted-. No lo haré. Oí hablar en otro tiempo cuando era más joven, pero no hay una sola razón para creer en dragones ahora. Hay un solo dragón en Delagua y es El Dragón Verde -concluyó, y los demás se rieron. (SA, I, 67)

 

En realidad a lo largo de la obra de T hay una constante ironía hacia los incrédulos, los autosuficientes que creen que pueden burlarse de las leyendas, que nada tienen que aprender de ellas. Y, viéndolo del otro lado, una autoironía, un reírse de sí mismo, también habitual en él. Son de nuevo las dos caras del juego que Tolkien nos propone con su obra. Juegos filológicos en su mayoría pero que llegan a tocar temas de gran profundidad, como son las raíces de nuestra propia historia, lo fantástico del hecho lingüístico, nuestra relación con el mundo y el valor epistemológico de los cuentos de hadas y las leyendas tradicionales. Todo ello en una obra teóricamente ‘menor’, ‘infantil’, y con la sabia modestia del que sabe del error de lanzar los focos principales sobre estos temas elevados. Es posteriormente, a través de relecturas y conversaciones con amigos lejanos como se pueden sacar a la luz esos apuntes suavísimos que se ocultan en la trama de una historia maravillosa.

 

 

Si es usted aficionado a los viajes de ida y vuelta, desde la seguridad del mundo occidental, más allá de los límites de lo Salvaje y de nuevo de vuelta a casa, y es capaz de interesarse por un héroe humilde (dotado de algo de prudencia, un poco de coraje y un considerable monto de buena suerte), he aquí la crónica de semejante viajero. El período en que se desarrolla es la antigua época entre la edad de las Hadas y el dominio de los Hombres, cuando el famoso Bosque Negro estaba todavía en pie, y en las montañas acechaban muchos peligros. Siguiendo la senda de este humilde aventurero, se enterará de paso (como él, si ya no sabe usted todo acerca de esas cosas) de la vida de los trolls, los trasgos, los enanos y los elfos… y tendrá un reflejo de la historia y política de un periodo olvidado, pero importante.

 

Porque el Señor Bilbo Bolsón visitó a varios personajes notables; conversó con el dragón Smaug el Magnífico; y estuvo presente, aunque de mala gana, en la Batalla de los Cinco Ejércitos. Todo esto es de lo más remarcable, ya que era un Hobbit. Hasta ahora los hobbits han sido pasados por alto en la historia y la leyenda, quizá porque en general han preferido la comodidad a la aventura. Pero esta descripción, basada en las memorias de un año excitante en la vida del hobbit, por otro lado pacífica, le dará a usted una idea bastante precisa de este pueblo estimable; ahora (según se dice) en vías de desaparecer. No les gusta hacerse notar. (Texto de la solapa del libro redactado por el propio Tolkien)

 

Por supuesto con Tolkien pasa como con Gandalf: ‘Si sólo hubieseis oído un cuarto de lo que yo he oído de él, y he oído muy poco de todo lo que hay que oír, estaríais preparados para cualquier especie de cuento notable. Cuentos y aventuras brotaban por dondequiera que pasara, de la forma más extraordinaria’. De hecho, yo ‘no conozco la mitad de su obra, ni la mitad de lo que yo quisiera, y lo que yo quisiera es menos de la mitad de lo que la mitad de su obra merece’.

 

Y os dejo con el comentario del Hobbit de C.S. Lewis, en el Times del 8 de Octubre de 1.937, la más sagaz e intuitiva de todas las opiniones acerca del libro:

 

La verdad es que en este libro se unen un buen número de cosas nunca unidas antes: riqueza de humor, comprensión de los niños y una feliz fusión del erudito y el poeta en la captación de la mitología. A la vera de un valle uno de los personajes del profesor Tolkien puede detenerse y decir: ‘huele como los elfos’. Quizá pasen años antes de que se dé entre nosotros otro escritor con semejante olfato para los elfos’.

 

Os agradezco vuestra paciencia y os animo a que aportéis todo lo que se os ocurra en torno a El Hobbit, sobre lo dicho o sobre lo mucho que me dejo.

 

 

Namarië:                       

 

 


[1] En la edición en castellano, frente a la inglesa, aparece en minúsculas, lo que me parece un error.

[2]Quiero destacar el uso de la coma, que implica que TODOS los mortales vivían en el Sur, luego se verá que esto puede ser relevante.

[3] En estos tres puntos hay variaciones entre las ediciones españolas e inglesas que he consultado, en unas se utilizan las palabras en mayúsculas y en otras no. La versión correcta, a mi entender, es la inglesa (que doy), que utiliza siempre las mayúsculas para referirse al Norte y no respecto al sur (salvo en el punto indicado). En cualquier caso parece haber una pequeña contradicción y no queda claro si Erebor y el Lago están en el Norte ‘legendario’ o en el Sur ‘comerciante’, que es como yo creo que T lo calificaría. Pienso que desde la irrupción de los enanos en Erebor, ésta pasa a ser norteña. Respecto a Esgaroth, podemos seguir especulando y decir que estaba en el límite, y variaba según las actitudes de los habitantes volcadas como su Gobernador hacia el dinero y los negocios, y además ‘en el Sur’ vivían los Hombres mortales. Y dentro de esta gran especulación (quizá algo pasada de vueltas) podríamos acoger el clamor del pueblo de Esgaroth que sentencia: ‘¡Viva el Arquero y mueran los Monederos!’ (299), en una autodeclaración de ‘Norteños’, siguiendo a Bardo. Quizá me esté volviendo loco, pero yo estoy seguro de que estas ‘tonterías’, eran muy cuidadas por T.

[4] Hay aquí una errata (Gunabad) que se da tanto en el H como en el HA.

[5] Especialmente si tenemos en cuenta que Carroca contiene los elementos ‘Carr-‘ del inglés antiguo ‘piedra, roca’ y ‘Rock-‘ de igual significado. Una ‘roca-roca’, debía ser un pedrusco importante, ‘el pedrusco’ del Anduin norte, sin lugar a dudas.

[6] ‘I am Gandalf , and Gandalf means me!’ Traducido como ‘Yo soy Gandalf, y Gandalf soy yo’, con lo que gana mucho en sonoridad. Pero la belleza del retruécano implica la pérdida de un interesante juego de palabras donde Tolkien hace referencia al carácter denominativo y referencial del lenguaje.

[7] Como los Quendi con los Ents, Durin, padre de todos los enanos, despierta y da nombre a todas las cosas.

[8] Las referencias al poder del oro son innumerables. ‘El esplendor, la magnificencia, la gloria de un tesoro semejante, no había llegado nunca a imaginarlos. El encantamiento lo traspasó y le colmó el corazón, y entendió el deseo de los enanos’. (256). ‘La espada es afilada, y es larga la lanza, / veloz la flecha y fuerte la Puerta, / osado el corazón que mira el oro; / y ya nadie hará daño a los enanos’. (311). ‘Pero no tuvo en cuenta el poder del oro que un dragón ha cuidado durante mucho tiempo, ni los corazones de los enanos’ (313). Ojalá pudiéramos entender los corazones de los enanos, de boca de alguno de ellos, ya que nunca podremos ver el tesoro que explicó a Bilbo tal osadía.

[9] Extracto de una conversación de Tolkien. ‘To them the whole of creation was myth-woven and elf-patterned’ (os lo pongo porque no me fío mucho de mi traducción). Ciertamente, esta respuesta tiene un eco muy importante del poema ‘Mitopoeia’, probablemente el texto más importante a nivel de teoría literaria tolkieniana: ‘no ve ninguna estrella quien no ve, ante todo/ hebras de plata viva que estallan de pronto/ como flores en una canción antigua,/ que el eco musical desde hace tiempo/ persigue. No hay firmamento,/ solo un vacío, o una tienda enjoyada/ tejida de mitos y adornada por elfos…’ (AH, 135)

 

 

 

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