El señuelo de lo obvio en El Retorno del Rey de Peter Jackson

Ralph C. Wood 12/17/2003

 

 

Las adaptaciones al cine de una novela de 1.200 páginas requirieron realizar cambios significativos en la historia. ¿Pero a qué precio?

 

Dado que las adaptaciones cinematográficas de libros acaban por convertirse en obras de arte por derecho propio, no se pueden medir de manera demasiado estricta con sus originales. Sin embargo, deberíamos preguntarnos hasta qué punto una película conserva el espíritu, si no la letra. Las dos primeras entregas del Señor de los Anillos de Peter Jackson carecieron de la profundidad moral y religiosa de la fantasía épica de Tolkien, pero todavía consiguieron capturar el entusiasmo del argumento y la grandilocuencia de la escena. Sin embargo la segunda película comenzó una tendencia que Jackson desafortunadamente ha seguido en la tercera -- una obsesión por la violencia externa. Su versión del Retorno del Rey convierte la tremenda sutileza y complejidad del mal en algo tan obvio como poco serio.

Este fallo ético y artístico se hace más evidente en la figura que la tercera película muestra de Gollum, el hobbit desgraciado que, habiendo poseido el Anillo Regente durante quinientos años, fue practicamente devorado por él. En Las Dos Torres Jackson presentó a Gollum como un alma atormentada incluso en la avaricia que le consumía. En esta poderosa representación, Gollum aparece como un original símil de Caín, por el asesinato al apoderarse del anillo. Pero Jackson pronto nos quita nuestra lástima por el atormentado Gollum -- y así nuestra complicidad en sus crímenes -- transformándole en un personaje patéticamente cómico y simplemente taimado. Jackson incluso permite que Gollum cree una enajenación extraña entre el completamente leal Sam Gamyi y su amo Frodo, el heroe principal. He de decir que en vez de sentirme emocionalmente desgarrado por la preocupacion ante estos dos amigos entrañables repentinamente separados, me encontré riendo "por lo
bajini" ante esta indignante violación del gran libro de Tolkien.

Asimismo está Denethor, senescal de Gondor, convertido en una caricatura de si mismo, un zoquete gruñón y baboso antes que un noble pesimista con poderosas razones para lamentar la pérdida de antiguas glorias que no han de volver jamás. Tolkien muestra claramente a Denethor como un hombre de nuestro tiempo en su desesperación por la declinación de su cultura. Con todo, Jackson priva a Denethor incluso de la lógica de su muerte -- su rechazo suicida a aceptar soluciones a medias y triunfos parciales. En cambio, el caballo de Gandalf ¡empuja a Denethor sobre la pira que él mismo había construido para su hijo Faramir!. Envuelto en llamas, el enloquecido senescal se arroja por un acantilado. Una escena en la que Tolkien habría querido transmitir el horror de la desesperación, se convierte en otra exhibición inintencionalmente cómica de efectos técnicos ostentosos.

Al final de su ardua Búsqueda, Frodo llega por fin a echar de nuevo el anillo para ser derretido en los fuegos volcánicos en los que fue forjado originariamente. Aquí Tolkien muestra que incluso el más heroico de los hobbits finalmente es abrumado por el poder coercitivo del mal. En su acto extremo de resistencia frente al señor oscuro, Frodo se vuelve una marioneta de Sauron -- rechazando desafiante destruir el anillo y poniendoselo, en lugar de esto.
Gollum, tras conseguir agarrar al invisible Frodo y morder el anillo de su mano, se precipita en la ardiente lava mientras que baila de falso gozo. Así el mal se destruye a sí mismo, nos enseña Tolkien, arruinando mucho bien en el proceso.

En vez de mostrarnos a este Frodo tragicamente derrotado, Jackson lo transforma en un pesado y jabonoso éxito.
Cuando el Frodo de Jackson espía a Gollum bailando victoriosamente con el anillo, arroja a la desgraciada criatura a tierra, y luchan hasta caer sobre la grieta volcánica. Pero por supuesto Frodo se aferra valerosamente en una repisa mientras que Gollum cae a plomo en el río de fuego. No queda nada del sentido profundo de la Providencia de Tolkien, nada de su convicción de que era el perdón de Bilbo y Frodo a Gollum el que permitió la victoria sobre el mal. "Sin [ Gollum ]," confiesa sombriamente Frodo en la novela, pero no en la película, "no habría podido destruir el anillo.

La búsqueda habría sido inútil, incluso en su amargo final. Así que perdonémosle!". La presencia constante de la compasión -- la misericordia que rechaza la condena precipitada -- es el leit-motif religioso del libro de Tolkien. Con todo está totalmente ausente de esta última película del Señor de los Anillos.

A través de la película, Jackson retrata el mal como algo feo y monstruoso, nunca de forma sutil y fascinante. La novela de Tolkien demuestra, por el contrario, que nuestras virtudes nos tientan aún más que nuestros vicios. Ésta es la atracción sutil del mal, no la obviedad de los pecados ordinarios. La compasión de Gandalf, la belleza de Galadriel, el valor de Boromir, el deseo de orden de Saruman -- son éstas cosas buenas que, ligadas al deseo de poder absoluto llegan a ser completamente malvadas, como en el caso de Saruman. En esta película ni vemos ni oímos nada de Saruman, el una vez excelso mago arruinado completamente por buscar la alianza con Sauron.

Ni unos ni otros nos muestran el terrible precio social y político que el mal exige. En la ausencia de un año de la compañía durante su búsqueda, Tolkien revela que la Comarca ha sido invadida y engañada por Saruman y sus secuaces. Ha sido transformada en un estado severo, industrial y burocratizado, desprovisto de toda alegría y placer.
- "¡Esto es peor que Mordor!" Confiesa Sam Gamyi en una declaracíon excesivamente oscura. Rechazando tal realismo moral y espiritual, Jackson lleva de vuelta a los ocho restantes caminantes a una Comarca practicamente tan prístina e idílica como aquella de la que habían salido.

El Retorno del Rey de Jackson consigue transmitir la majestad y solemnidad de Aragorn, al que coronan como rey verdadero de Gondor, pero inmediatamente después la película socava la dignidad del acontecimiento con el largo beso estilo Hollywood que Aragorn da a su futura reina, la doncella elfica Arwen. Con todo las escenas de la batalla son magníficas. El Nazgûl alado con sus ensordecedores chillidos aterroriza de verdad, y los enormes olifantes -- con sus mortales colmillos y sus torres de madera gigantes guarnecidas por docenas de arqueros -- siguen siendo temibles incluso en su caída.

Jackson también acierta con Aragorn resucitando a los Espíritus, que pueden entonces enmendar sus traiciones anteriores luchando valerosamente contra las fuerzas de Sauron. Estos triunfos de realización digital, sin embargo, son ejemplos de lo que Aristóteles llamó "espectáculo" -- una excitacion de los sentidos visuales que puede realzar la trasmisión moral y religiosa, no borrarla.

Tambien debe ser elogiado Jackson por la profunda melancolía del en otras ocasiones juguetón Pippin, cuando le hacen cantar una canción de La Comarca en una tierra extraña y terrible.

Jackson también captura la calidad agridulce del final de la novela, donde Tolkien demuestra que las verdaderas victorias sobre el mal estan ganadas no para el valiente, sino para la gente humilde -- el desvalido y el indefenso. Los hobbits han cambiado de forma tan drástica por su búsqueda que Sam, Merry y Pippin nunca podrán reanudar las vidas despreocupadas que vivieron una vez.

Jackson también captura la intensa emoción de la partida final para Valinor, donde Gandalf y Frodo encontraran paz y descanso tras su dura tarea.

La lección para aprender en esta adaptación seriamente dañada del Retorno del Rey es que las películas -como las novelas de Frank Peretti y los libros Left Behind- suelen tentarnos con sus rápidas y obvias soluciones a males que requieren gran capacidad de discernimiento y a menudo mucha paciencia para remediarse. El Señor de los Anillos abjura de esto por su misma longitud, unas 1200 páginas. Su lectura requiere un acto disciplinado de dedicación reflexión. Así ocurre con todas las demás cosas buenas de la vida, aunque en esta película (¡ay!) no sea así.

 

Obtenido de esta página y traducido por Vilya