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LOS PUERTOS GRISES

 

 

Poner orden en el desbarajuste les costó mucho trabajo, pero llevó menos tiempo del que Sam había temido. Al día siguiente de la batalla Frodo fue a Cavada Grande y liberó a los presos de las Celdas. Uno de los primeros que encontraron fue el pobre Fredegar Bolger, ya no más el Gordo Bolger. Lo habían tomado prisionero en los Tejones, cerca de las colinas de Scary, cuando los bandidos habían fumigado el refugio de un grupo de rebeldes que él encabezaba.

— ¡ A fin de cuentas te hubiera convenido venir con nosotros, pobre viejo Fredegar! dijo Pippin, mientras lo llevaban, pues estaba demasiado débil para caminar.

Fredegar abrió un ojo y valientemente trató de sonreír.

— ¿Quién es este joven gigante de voz potente? musitó—. ¡No será el pequeño Pippin! ¿Qué número de sombrero calzas ahora?

Luego encontraron a Lobelia. Estaba muy envejecida la pobre, cuando la sacaron de un calabozo oscuro y estrecho. Pero ella se empeñó en salir con sus propias piernas, cojeando y tambaleándose; y cuando apareció apoyada en el brazo de Frodo, con el paraguas siempre apretado en la mano, fue tan calurosa la acogida, y hubo tantas ovaciones y tantos aplausos que se deshizo en lágrimas. Nunca en su vida había sido tan popular. Pero la noticia del asesinato de Otho la trastornó a tal punto que no quiso volver nunca más a Bolsón Cerrado. Se lo devolvió a Frodo y se fue a vivir con su familia, los Ciñatiesa de Casadura.

Y cuando murió la pobre criatura en la primavera siguiente —al fin y al cabo ya tenía más de cien años—, Frodo se enteró, sorprendido y profundamente conmovido, de que le había dejado todo su dinero y el de Otho para que ayudase a los hobbits a quienes las calamidades de la Comarca habían dejado sin hogar. Y así terminó aquella larga enemistad.

El viejo Will Pieblanco había estado encerrado en las Celdas más tiempo que todos, y aunque tal vez lo maltrataran menos, necesitaba comer mucho antes de volver a la alcaldía, y Frodo aceptó el cargo de suplente hasta que el señor Pieblanco estuviese de nuevo en condiciones. Lo único que hizo durante su mandato fue reducir el número de los

Oficiales de la Comarca, y limitarles las funciones a lo que era adecuado y normal. El cometido de echar del país a los últimos rufianes fue confiado a Merry y a Pippin, y cumplido rápidamente. Las pandillas que se habían refugiado en el sur, al tener noticias de la Batalla de Delagua, huyeron ofreciendo poca resistencia al Thain. Antes de Fin de Año los contados sobrevivientes quedaron cercados en los bosques, y aquellos que se rindieron fueron puestos en las fronteras.

Mientras tanto, los trabajos de restauración avanzaban con rapidez y Sam estaba siempre ocupado. Los hobbits son laboriosos como las abejas, cuando la situación lo requiere y si se sienten bien dispuestos. Ahora había millares de manos voluntarias de todas las edades, desde las pequeñas pero ágiles de los jóvenes y las muchachas hasta las arrugadas y callosas de los viejos y aun de las abuelas. Para el Año Nuevo no quedaba en pie ni un solo ladrillo de las Casas de los Oficiales, ni de ningún edificio construido por los «Hombres de Zarquino»; pero los ladrillos fueron todos empleados en reparar numerosas cavernas antiguas, a fin de hacerlas más secas y confortables. Se encontraron grandes cantidades de provisiones, y víveres, y cerveza que los rufianes habían escondido en cobertizos y graneros y en cavernas abandonadas, especialmente en los túneles de Cavada Grande y en las viejas canteras de Scary. Y así, en las fiestas de aquel Fin de Año hubo una alegría que nadie había esperado.

Una de las primeras tareas que se llevaron a cabo en Hobbiton, antes aún de la demolición del molino nuevo, fue la limpieza de la colina y de Bolsón Cerrado, y la restauración de Bolsón de Tirada. El frente del nuevo arenal fue nivelado y transformado en un gran jardín cubierto, y en la parte meridional de la colina excavaron nuevas cavernas y las revistieron de ladrillos. La Número Tres le fue restituida al Tío, quien solía decir, sin preocuparse de quiénes pudieran oírlo:

—Es viento malo aquel que no trae bien a nadie, como siempre he dicho, y es bueno lo que termina mejor.

Hubo algunas discusiones a propósito del nombre que le pondrían a la nueva calle. Algunos propusieron Jardines de la Batalla, otros Smials Mejores. Pero al cabo, con el buen sentido propio de los hobbits, le pusieron simplemente Tirada Nueva. Y no era más que una broma al gusto de Delagua el referirse a ella con el nombre de Terminal de Zarquino.

La pérdida más grave y dolorosa eran los árboles, pues por orden de Zarquino todos habían sido talados sin piedad a lo largo y a lo ancho de la Comarca; y eso era lo que más afligía a Sam. Sobre todo porque llevaría largo tiempo curar las heridas, y sólo sus bisnietos verían alguna vez la Comarca como había sido en los buenos tiempos.

De pronto un día (porque había estado demasiado ocupado durante

semanas enteras para dedicar algún pensamiento a sus aventuras), se acordó del don de Galadriel. Sacó la cajita y la mostró a los otros Viajeros (porque así los llamaban ahora a todos) y les pidió consejo.

—Me preguntaba cuándo lo recordarías —dijo Frodo. ¡Ábrela! Estaba llena de un polvo gris, suave y fino, y en el medio había una semilla, como una almendra pequeña de cápsula plateada.

—¿Qué puedo hacer con esto? —dijo Sam.

— ¡Echa el polvo al aire en un día de viento y deja que él haga el trabajo! —dijo Pippin.

—¿Dónde? —dijo Sam.

—Escoge un sitio como vivero y observa qué les sucede a las plantas que están en él —dijo Merry.

—Pero estoy seguro de que a la Dama no le gustaría que me lo quedara yo solo, para mi propio jardín, habiendo tanta gente que ha sufrido y lo necesita —dijo Sam.

—Recurre a tu sagacidad y tus conocimientos, Sam —dijo Frodo, y luego usa el regalo para ayudarte en tu trabajo y mejorarlo. Y úsalo con parsimonia. No hay mucho y me imagino que todas las partículas tienen valor.

Entonces Sam plantó retoños en todos aquellos lugares en donde antes había árboles especialmente hermosos o queridos, y puso un grano del precioso polvo en la tierra, junto a la raíz. Recorrió la Comarca, a lo largo y a lo ancho, haciendo este trabajo, y si prestaba mayor cuidado a Delagua y a Hobbiton nadie se lo reprochaba. Y al terminar, descubrió que aún le quedaba un poco del polvo, y fue a la Piedra de las Tres Cuadernas, que es por así decir el centro de la Comarca, y lo arrojó al aire con su bendición. Y la pequeña almendra de plata, la plantó en el Campo de la Fiesta, allí donde antes se erguía el árbol; y se preguntó qué planta crecería. Durante todo el invierno esperó tan pacientemente como pudo, tratando de contenerse para no ir a ver a cada rato si algo ocurría.

La primavera colmó con creces las más locas esperanzas de Sam. En su propio jardín los árboles comenzaron a brotar y a crecer como si el tiempo mismo tuviese prisa y quisiera vivir veinte años en uno. En el Campo de la Fiesta despuntó un hermoso retoño: tenía la corteza plateada y hojas largas y se cubrió de flores doradas en abril. Era en verdad un mallorn, y la admiración de todos los vecinos. En años sucesivos, a medida que crecía en gracia y belleza, la fama del árbol se extendió por todos los confines de la Comarca y la gente hacía largos viajes para ir a verlo; el único mallorn al oeste de las Montañas y al este del Mar, y uno de los más hermosos del mundo.

Desde todo punto de vista, 1420 fue en la Comarca un año maravilloso. No sólo hubo un sol esplendente y lluvias deliciosas, en los momentos oportunos y en proporciones perfectas; una atmósfera de riqueza y de prosperidad, una belleza radiante, superior a la de esos

veranos mortales que en esta Tierra Media centellean un instante y se desvanecen. Todos los niños nacidos o concebidos en aquel año, y fueron muchos, eran hermosos y fuertes, y casi todos tenían abundantes cabellos dorados, hasta entonces raros entre los hobbits. Hubo tal cosecha de frutos que los hobbits jóvenes nadaban por así decir en fresas con crema; e iban luego a sentarse en los prados a la sombra de los ciruelos y comían hasta que los huesos de las frutas se apilaban en pequeñas pirámides, o como cráneos amontonados por un conquistador, y así continuaban. Y ninguno se enfermaba, y todos estaban contentos, excepto aquellos que tenían que segar los pastos.

En las viñas de la Cuaderna del Sur pesaban los racimos, y la cosecha de «hoja» fue asombrosa; y hubo tanto trigo que para la siega todos los graneros estaban abarrotados. La cebada de la Cuaderna del Norte fue tan excelente que la cerveza de 1420 quedó grabada en la memoria de todos durante largos años, y llegó a ser un dicho proverbial. Y así una generación más tarde no era raro que un viejo campesino al dejar el pichel sobre la mesa de una taberna, luego de beber una pinta de cerveza bien ganada, exclamara con un suspiro:

— ¡Ah, ésta sí que era una auténtica 1420!

Al principio Sam se quedó con Frodo en casa de los Coto. Pero cuando Tirada Nueva estuvo terminada, fue a vivir con el Tío. Además de todas sus otras ocupaciones, conducía las obras de limpieza y restauración de Bolsón Cerrado; pero más a menudo recorría la Comarca para ver cómo progresaban los trabajos de forestación. Y por estar lejos de Hobbiton a comienzos de marzo, no supo que Frodo había estado enfermo. El trece de ese mes el granjero Coto encontró a Frodo tendido en la cama; aferraba una piedra blanca que llevaba al cuello suspendida de una cadena y hablaba como en sueños.

—Ha desaparecido para siempre —decía—, y ahora todo ha quedado oscuro y desierto.

Pero la crisis pasó, y al regreso de Sam el veinticinco, Frodo se había recobrado, y no le dijo nada de él mismo. Entretanto los trabajos de limpieza de Bolsón Cerrado quedaron concluidos, y Merry y Pippin llegaron desde Cricava trayendo de vuelta el antiguo mobiliario y todos los enseres de la casa, y la vieja cueva volvió a ser la misma de antes.

Al fin todo estuvo pronto, y Frodo dijo:

—¿Cuándo piensas venir a vivir conmigo, Sam? Sam pareció un poco turbado.

—No es necesario que vengas en seguida, si no quieres —dijo Frodo. Pero sabes que el Tío siempre estará a un paso, y estoy seguro de que la Viuda Rumble cuidará bien de él.

—No es eso, señor Frodo —dijo Sam, y se puso muy rojo.

—Y bien ¿qué es entonces?

—Es Rosita, Rosita Coto —dijo Sam—. Parece que no le gustó nada que yo me hiera de viaje, a la pobrecita; pero como yo no había hablado, no podía decir nada. Y no le hablaba, porque tenía algo que hacer, antes. Pero ahora he hablado, y me dice: "¡Y bueno, ya has perdido un año! ¿Para qué esperar más?" "¿Perdido?", le digo. "Yo no lo llamaría así." Pero entiendo lo que ella quiere decir. Me siento como quien dice partido en dos.

—Comprendo —dijo Frodo—: ¿Quieres casarte, pero también quieres vivir conmigo en Bolsón Cerrado? Mi querido Sam, ¡nada más sencillo! Cásate lo más pronto posible, y ven ainstalarte aquí con Rosita. Hay espacio suficiente en Bolsón Cerrado para la familia más numerosa que puedas desear.

Y así todo quedó arreglado. Sam Gamyi se casó con Rosa Coto en la primavera de 1420 (año famoso también por el gran número de matrimonios), y fueron a vivir a Bolsón Cerrado. Y si Sam se creía favorecido por la suerte, Frodo sabía que él lo era todavía más: no había en la Comarca un hobbit que fuera cuidado con tanto celo y amor como él. Cuando todos los trabajos de reparación estuvieron preparados y en ejecución, se entregó a una vida tranquila, escribiendo mucho y releyendo todas sus notas. Renunció al cargo de Alcalde Suplente en la Feria Libre de mediados de aquel verano, y el viejo y entrañable Will Pieblanco pudo volver a presidir los Banquetes durante otros siete años.

Merry y Pippin vivieron juntos por un tiempo en Cricava, y hubo un incesante ir y venir entre Los Gamos y Bolsón Cerrado. Las canciones, las historias y los modales de los jóvenes Viajeros, junto con las fiestas que daban a menudo eran muy populares en la Comarca. Los «Señoriles», los llamaba la gente con la mejor intención, pues encendía los corazones verlos cabalgar ataviados con brillantes cotas de malla, y escudos resplandecientes, riendo y cantando canciones de países lejanos; y si ahora eran grandes y magníficos, en otros aspectos no habían cambiado nada, aunque eran sin duda más corteses, más joviales y más alegres que antes.

Frodo y Sam, en cambio, adoptaron de nuevo la vestimenta ordinaria, y sólo cuando era necesario lucían los largos mantos grises, finamente tejidos, y sujetos al cuello con hermosos broches; y el señor Frodo llevaba siempre una joya blanca que pendía de una cadena, y con la que jugueteaba a menudo.

Ahora las cosas marchaban bien, con la constante esperanza de que mejorarían más aún, y Sam vivía atareado y tan colmado de dicha como hasta un hobbit pudiera desear. Nada turbó para él la paz de aquel año, excepto una cierta preocupación por Frodo, que se había retirado poco a poco de todas las actividades de la Comarca. A Sam le apenaba que lo trataran con tan escasos honores en su propio país. Pocos eran los que

conocían o deseaban conocer sus hazañas y aventuras; la admiración y el respeto de todos recaían casi exclusivamente en el señor Meriadoc y en el señor Peregrin y (aunque esto Sam lo ignoraba) también en él. Y en el otoño apareció una sombra de los antiguos tormentos.

Una noche Sam entró en el estudio y encontró a su amo muy extraño. Estaba palidísimo, con la mirada como perdida en cosas muy lejanas.

— ¿Qué le pasa, señor Frodo? —dijo Sam.

—Estoy herido —respondió él—, herido; nunca curaré del todo.

Pero luego se levantó y pareció que el malestar había desaparecido, y al otro día era de nuevo el Frodo de siempre. Sólo más tarde Sam reparó en la fecha: seis de octubre. Dos años antes, ese mismo día, se había hecho la oscuridad en la hondonada de la Cima del Viento.

Pasó el tiempo y llegó el año 1421. Frodo volvió a caer enfermo en marzo, pero con un gran esfuerzo consiguió ocultarlo, porque Sam tenía otras cosas en qué pensar. El primer hijo de Sam y Rosita nació el veinticinco de marzo, una fecha que Sam anotó.

Y bien, señor Frodo dijo—. Estoy en un aprieto. Rosa y yo habíamos decidido llamarlo Frodo, con el permiso de usted; pero no es él, es ella. Aunque es la niña más bonita que hayamos podido desear, porque afortunadamente se parece más a Rosa que a mí. De modo que no sabemos qué hacer.

Bueno, Sam —dijo Frodo ¿qué tienen de malo las antiguas tradiciones? Elige un nombre de flor, como Rosa. La mitad de las niñas de la Comarca tienen nombres semejantes ¿y qué puede ser mejor?

Supongo que tiene usted razón, señor Frodo —dijo Sam—. He escuchado algunos nombres hermosos en mis viajes, pero se me ocurre que son demasiado sonoros para usarlos de entrecasa, por así decir. El Tío dice: "Escoge uno corto, así no tendrás que acortarlo luego." Pero si ha de ser el nombre de una flor, entonces no me importa que sea largo: tiene que ser una flor hermosa, porque vea usted, señor Frodo, yo creo que es muy hermosa, y que va a ser mucho más hermosa todavía.

Frodo pensó un momento.

Y bien, Sam, ¿qué te parece Elanor, la estrellasol? ¿Recuerdas, la pequeña flor de oro que crecía en los prados de Lothlórien?

¡También ahora tiene razón, señor Frodo! dijo Sam, maravillado—. Eso es lo que yo quería.

La pequeña Elanor tenía casi seis meses, y 1421 había entrado ya en el otoño, cuando Frodo llamó a Sam al estudio.

—El jueves será el cumpleaños de Bilbo, Sam —dijo—, y sobrepasará al Viejo Tuk. ¡Cumplirá ciento treinta y un años!

— ¡Es verdad! —dijo Sam—. ¡Qué maravilla!

—Pues bien, Sam, me gustaría que hablaras con Rosa y vieras si puede arreglarse sin ti, y entonces podríamos partir juntos. Claro, ahora no puedes alejarte demasiado ni por mucho tiempo —dijo con cierta tristeza.

—No, no en verdad, señor Frodo.

—Claro que no. Pero no importa; podrías acompañarme un trecho. Dile a Rosa que no estarás ausente mucho tiempo, no más de dos semanas, y que regresarás sano y salvo.

—Me gustaría tanto ir con usted a Rivendel, señor Frodo, y ver al señor Bilbo —dijo Sam—. Y sin embargo el único lugar en que realmente quiero estar es aquí. Estoy partido en dos.

— ¡Pobre Sam! ¡Así habrás de sentirte, me temo! —dijo Frodo—. Pero curarás pronto. Naciste para ser un hobbit sano e íntegro, y lo serás.

Durante los dos o tres días siguientes Frodo, con la ayuda de Sam, revisó todos los papeles y manuscritos, y le dio las llaves. Había un libro voluminoso encuadernado en cuero rojo: las páginas altas estaban ahora casi llenas. Al principio, había muchas hojas escritas por la mano débil y errabunda de Bilbo, pero la escritura apretada y fluida de Frodo cubría casi todo el resto. El libro había sido dividido en capítulos; el capítulo 80 estaba inconcluso y seguido de varios folios en blanco. En la página correspondiente a la portada, había numerosos títulos, tachados uno tras otro:

Mi Diario. Mi Viaje Inesperado. Historia de una Ida y de una Vuelta. Y Qué Sucedió Después. Aventuras de Cinco Hobbits. La Historia del Gran Anillo, compilada por Bilbo Bolsón, según las observaciones personales del autor y los relatos de sus amigos. Nosotros y la Guerra del Anillo.

Aquí terminaba la letra de Bilbo y luego Frodo había escrito:

LA CAÍDA

DEL SEÑOR DE LOS ANILLOS

Y EL RETORNO DEL REY

Tal como los vio la Gente Pequeña; siendo éstas las memorias de Bilbo y de Frodo de la Comarca, completadas con las narraciones de sus amigos y la erudición del Sabio.

Junto con extractos de los Libros de la Tradición, traducidos por Bilbo en Rivendel.

—¡Pero lo ha terminado casi, señor Frodo! —exclamó Sam—. Bueno, ha trabajado en serio.

—Yo he terminado con lo mío, Sam —dijo Frodo—. Las últimas páginas son para ti.

El veintiuno de septiembre partieron juntos, Frodo montado en el poney en que había recorrido todo el camino desde Minas Tirith, y que ahora se llamaba Trancos; y Sam en su querido Bill. Era una mañana dorada y hermosa, y Sam no preguntó a dónde iban. Creía haberlo adivinado.

Tomaron por el Camino de Cepeda hasta más allá de las colinas, dejando que los poneys avanzaran sin prisa rumbo al Bosque Cerrado. Acamparon en las Colinas Verdes y el veintidós de septiembre, cuando caía la tarde, descendieron apaciblemente entre los primeros árboles.

— ¡ Fue detrás de ese árbol donde usted se escondió la primera vez que apareció el Jinete Negro, señor Frodo! —dijo Sam, señalando a la izquierda—. Ahora parece un sueño.

Había llegado la noche y las estrellas centelleaban en el cielo del este, cuando los compañeros pasaron delante de la encina seca y descendieron la colina entre la espesura de los avellanos. Sam estaba silencioso y pensativo. De pronto advirtió que Frodo iba cantando en voz queda, cantando la misma vieja canción de caminantes, pero las palabras no eran del todo las mismas:

Aún detrás del recodo quizá todavía esperen un camino nuevo o una puerta secreta; y aunque a menudo pasé sin detenerme, al fin llegará un día en que iré caminando por esos senderos escondidos que corren al oeste de la Luna, al este del Sol.

Y como en respuesta, subiendo por el camino desde el fondo del valle, llegaron voces que cantaban:

A! Elbereth Gilthoniel

silivren penna míriel

o menel aglar elenath,

Gilthoniel, A! Elbereth!

Aún recordamos, nosotros que vivimos

bajo los árboles en esta tierra lejana,

la luz de las estrellas

sobre los Mares de Occidente.

Frodo y Sam se detuvieron y aguardaron en silencio entre las dulces sombras, hasta que un resplandor anunció la llegada de los viajeros.

Y vieron a Gildor y una gran comitiva de hermosa gente élfica, y luego, ante los ojos maravillados de Sam, llegaron cabalgando Elrond y Galadriel. Elrond vestía un manto gris y lucía una estrella en la frente, y en la mano llevaba un arpa de plata, y en el dedo un anillo de oro con una gran pieza azul: Vilya, el más poderoso de los tres. Pero Galadriel montaba en un palafrén blanco, envuelta en una blancura resplandeciente, como nubes alrededor de la Luna; y ella misma parecía irradiar una luz suave. Y tenía en el dedo el anillo forjado de mithril, con una sola piedra que centelleaba como una estrella de escarcha. Y cabalgando lentamente en un pequeño poney gris, cabeceando de sueño y como adormecido, llegó Bilbo en persona.

Elrond los saludó con un aire grave y gentil, y Galadriel los miró, con una sonrisa.

—Y bien, señor Samsagaz —dijo. Me han dicho, y veo, que has utilizado bien mi regalo. De ahora en adelante la Comarca será más que nunca amada y bienaventurada. —Sam se inclinó en una profunda reverencia, pero no supo qué decir. Había olvidado qué hermosa era la Dama Galadriel.

Entonces Bilbo despertó y abrió los ojos.

—¡Hola, Frodo! —dijo—. ¡Bueno, hoy le he ganado al Viejo Tuk! Así que eso está arreglado. Y ahora creo estar pronto para emprender otro viaje. ¿Tú también vienes?

—Sí, yo también voy —dijo Frodo. Los Portadores del Anillo han de partir juntos.

— ¿A dónde va usted, mi amo? —gritó Sam, aunque por fin había comprendido lo que estaba sucediendo.

—A los Puertos, Sam —dijo Frodo.

—Y yo no puedo ir.

—No, Sam. No todavía, en todo caso; no más allá de los Puertos. Aunque también tú fuiste un Portador del Anillo, si bien por poco tiempo. También a ti te llegará la hora, quizá. No te entristezcas demasiado, Sam. No siempre podrás estar partido en dos. Necesitarás sentirte sano y entero, por muchos años. Tienes tantas cosas de que disfrutar, tanto que vivir y tanto que hacer.

—Pero —dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—, yo creía que también usted iba a disfrutar en la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho.

—También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven. Pero tú eres mi heredero: todo cuanto tengo y podría haber tenido te lo dejo a ti. Y además tienes a Rosa y a Elanor; y vendrán

también el pequeño Frodo y la pequeña Rosa, y Merry, y Rizos de Oro, y Pippin; y acaso otros que no alcanzo a ver. Tus manos y tu cabeza serán necesarios en todas partes. Serás el alcalde, naturalmente, por tanto tiempo como quieras serlo, y el jardinero más famoso de la historia; y leerás las páginas del Libro Rojo, y perpetuarás la memoria de una edad ahora desaparecida, para que la gente recuerde siempre el Gran Peligro, y ame aún más entrañablemente el país bienamado. Y eso te mantendrá tan ocupado y tan feliz como es posible serlo, mientras continúe tu parte de la Historia.

»¡Y ahora ven, cabalga conmigo!

Entonces Elrond y Galadriel prosiguieron la marcha; la Tercera Edad había terminado y los Días de los Anillos habían pasado para siempre, y así llegaba el fin de la historia y los cantos de aquellos tiempos. Y con ellos partían numerosos elfos de la Alta Estirpe que ya no querían habitar en la Tierra Media; y entre ellos, colmado de una tristeza que era a la vez venturosa y sin amargura, cabalgaban Sam, y Frodo, y Bilbo; y los elfos los honraban complacidos.

Aunque cabalgaron a través de la Comarca durante toda la tarde y toda la noche, nadie los vio pasar, excepto las criaturas salvajes de los bosques; o aquí y allá algún caminante solitario que vio de pronto entre los árboles un resplandor fugitivo, o una luz y una sombra que se deslizaba sobre las hierbas, mientras la luna declinaba en el poniente. Y cuando la Comarca quedó atrás y bordeando las faldas meridionales de las Lomas Blancas llegaron a las Lomas Lejanas y a las Torres, vieron en lontananza el Mar; y así descendieron por fin hacia Mithlond, hacia los Puertos Grises en el largo estuario de Lun.

Cuando llegaron a las Puertas, Cirdan el Guardián de las Naves se adelantó a darles la bienvenida. Era muy alto, de barba larga, y todo gris y muy anciano, salvo los ojos que eran vivos y luminosos como estrellas; y los miró, y se inclinó en una reverencia, y dijo:

—Todo está pronto.

Entonces Cirdan los condujo a los Puertos y un navio blanco se mecía en las aguas, y en el muelle, junto a un gran caballo gris, se erguía una figura toda vestida de blanco que los esperaba. Y cuando se volvió y se acercó a ellos, Frodo advirtió que Gandalf llevaba en la mano, ahora abiertamente, el Tercer Anillo, Narya el Grande, y la piedra engarzada en él era roja como el fuego. Entonces aquellos que se disponían a hacerse a la Mar se regocijaron, porque supieron que Gandalf partiría también.

Pero Sam tenía el corazón acongojado y le parecía que si la separación iba a ser amarga, más triste aún sería el solitario camino de regreso. Pero mientras aún seguían allí de pie, y los elfos ya subían a bordo, y la nave estaba casi pronta para zarpar, Pippin y Merry llegaron, a galope tendido. Y Pippin reía en medio de las lágrimas.

—Ya una vez intentaste tendernos un lazo y te falló, Frodo. Esta vez

estuviste a punto de conseguirlo, pero te ha fallado de nuevo. Sin embargo, no ha sido Sam quien te traicionó esta vez, ¡sino el propio Gandalf!

—Sí —dijo Gandalf— porque es mejor que sean tres los que regresen y no uno solo. Bien, aquí, queridos amigos, a la orilla del Mar, termina por fin nuestra comunidad en la Tierra Media. ¡Id en paz! No os diré: no lloréis; porque no todas las lágrimas son malas.

Frodo besó entonces a Merry y a Pippin, y por último a Sam, y subió a bordo; y fueron izadas las velas, y el viento sopló, y la nave se deslizó lentamente a lo largo del estuario gris; y la luz del frasco de Galadriel que Frodo llevaba en alto centelleó y se apagó. Y la nave se internó en la Alta Mar rumbo al Oeste, hasta que por fin en una noche de lluvia Frodo sintió en el aire una fragancia y oyó cantos que llegaban sobre las aguas; y le pareció que, como en el sueño que había tenido en la casa de Tom Bombadil, la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante él aparecían unas playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer.

Pero para Sam la penumbra del atardecer se transformó en oscuridad, mientras seguía allí en el Puerto; y al mirar el agua gris vio sólo una sombra que pronto desapareció en el oeste. Hasta entrada la noche se quedó allí, de pie, sin oír nada más que el suspiro y el murmullo de las olas sobre las playas de la Tierra Media, y aquel sonido le traspasó el corazón. Junto a él, estaban Merry y Pippin, y no hablaban.

Por fin los tres compañeros dieron media vuelta y se alejaron, sin volver la cabeza, y cabalgaron lentamente rumbo a la Comarca; y no pronunciaron una sola palabra durante todo el viaje de regreso; pero en el largo camino gris, cada uno de ellos se sentía reconfortado por los demás.

Y finalmente cruzaron las lomas y tomaron el Camino del Este; y Pippin y Merry cabalgaron hacia Los Gamos; y ya empezaban a cantar de nuevo mientras se alejaban. Pero Sam tomó el camino de Delagua, y así volvió a casa por la colina, cuando una vez más caía la tarde. Y llegó y adentro ardía una luz amarilla; y la cena estaba pronta, y lo esperaban. Y Rosa lo recibió, y lo instaló en su sillón, y le sentó a la pequeña Elanor en las rodillas.

Sam respiró profundamente.

—Bueno, estoy de vuelta —dijo.


 

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