7. Extraños aposentos

 

A la mañana siguiente Bilbo despertó con el sol temprano en los ojos. Se levantó de un salto para mirar la hora y poner la marmita al fuego... y descubrió que no estaba en casa, de ningún modo. Así que se sentó, deseando en vano un baño y un cepillo. No los consiguió, ni té, ni tostadas, ni panceta para el desayuno, sólo cordero frío y conejo. Y en seguida tuvo que prepararse para la inminente partida.

Esta vez se le permitió montar en el lomo de un águila y sostenerse entre las alas. El aire golpeaba y Bilbo cerraba los ojos. Los enanos gritaban despidiéndose y prometiendo devolver el favor al Señor de las Águilas si alguna vez era posible, mientras quince grandes aves partían de la ladera de la montaña. El sol estaba todavía cerca de los lindes orientales. La mañana era fría, y había nieblas en los valles y hondonadas, y sobre los picos y crestas de las colinas. Bilbo abrió un ojo y vio que las aves estaban ya muy arriba y el mundo muy lejos, y que las montañas se empequeñecían atrás. Cerró otra vez los ojos y se aferró con más fuerza.

¡No pellizques! dijo el águila. No tienes por qué asustarte como un conejo, aunque te parezcas bastante a uno. Hace una bonita mañana y el viento sopla apenas. ¿Hay algo más agradable que volar?

A Bilbo le hubiese gustado decir: "Un baño caliente y después, más tarde, un desayuno sobre la hierba"; pero le pareció mejor no decir nada y aflojó un poquito las manos.

Al cabo de un buen rato, las águilas divisaron sin duda el punto al que se dirigían, aun desde aquellas alturas, pues empezaron a volar en círculos, descendiendo en amplias espirales. Bajaron así un tiempo, y al final él hobbit abrió de nuevo los ojos. La tierra estaba mucho más cerca, y debajo había árboles que parecían olmos y robles, y amplias praderas, y un río que lo atravesaba todo. Pero sobresaliendo del terreno, justo en el curso del río que allí serpenteaba, había una gran roca, casi una colina de piedra, como una última avanzada de las montañas distantes, o un enorme peñasco arrojado millas adentro en la llanura por algún gigante entre gigantes.

Las águilas descendían ahora con rapidez una a una sobre la cima de la roca, y dejaban allí a los pasajeros.

¡Buen viaje! gritaron. ¡Donde quiera que vayáis, hasta que los nidos os reciban al final de la jornada! una fórmula de cortesía común entre estas aves.

Que el viento bajo las alas os sostenga allá donde el sol navega y la luna camina respondió Gandalf, que conocía la respuesta correcta.

Y de este modo partieron. Y aunque el Señor de las Águilas llegó a ser Rey de Todos los Pájaros, y tuvo una corona de oro, y los quince lugartenientes llevaron collares de oro (fabricados con el oro de los enanos), Bilbo nunca volvió a verlos, excepto en la batalla de los Cinco Ejércitos, lejos y arriba. Pero como esto ocurre al final de la historia, por ahora no diremos más.

Había un espacio liso en la cima de la colina de piedra y un sendero de gastados escalones que descendían hasta el río; y un vado de piedras grandes y chatas llevaba a la pradera del otro lado. Allí había una cueva pequeña (acogedora y con suelo de guijarros), al pie de los escalones, casi al final del vado pedregoso. El grupo se reunió en la cueva y discutió lo que se iba a hacer.

Siempre quise veros a todos a salvo (si era posible) del otro lado de las montañas dijo el mago, y ahora, gracias al buen gobierno y a la buena suerte, lo he conseguido. En realidad hemos avanzado hacia el este más de lo que yo deseaba, pues al fin y al cabo ésta no es mi aventura. Puedo venir a veros antes que todo concluya, pero mientras tanto he de atender otro asunto urgente.

Los enanos gemían y parecían desolados, y Bilbo lloraba. Habían empezado a Creer que Gandalf los acompañaría durante todo el trayecto y estaría siempre allí para sacarlos de cualquier dificultad. No desapareceré en este mismo instante dijo el mago Puedo daros un día o dos más. Quizá llegue a echaros una mano en este apuro, y yo también necesito una pequeña ayuda. No tenemos comida, ni equipaje, ni poneys que montar; y no sabéis dónde estáis ahora. Yo puedo decíroslo. Estáis todavía algunas millas al norte del sendero que tendríamos que haber tomado, si no hubiésemos cruzado la montaña con tanta prisa. Muy poca gente vive en estos parajes, a menos que hayan venido desde la última vez que estuve aquí abajo, años atrás. Pero conozco a alguien que vive no muy lejos. Ese Alguien talló los escalones en la gran roca, la Carroca creo que la llama. No viene a menudo por aquí, desde luego no durante el día, y no vale la pena esperarlo. A decir verdad, sería muy peligroso. Tenemos que salir y encontrarlo; y si todo va bien en dicho encuentro, creo que partiré y os desearé como las águilas "buen viaje a donde quiera que vayáis".

Le pidieron que no los dejase. Le ofrecieron oro del dragón y plata y joyas, pero el mago no se inmutó. ¡Nos veremos, nos veremos! dijo, y creo que ya me he ganado algo de ese oro del dragón, cuando le echéis mano.

Los enanos dejaron entonces de suplicar. Se sacaron la ropa y se bañaron en el río, que en el vado era poco profundo, claro y pedregoso. Luego de secarse al sol, que ahora caía con fuerza, se sintieron refrescados, aunque todavía doloridos y un poco hambrientos. Pronto cruzaron el vado (cargando con el hobbit), y luego marcharon entre la abundante hierba verde y bajo la hilera, de robles anchos de brazos y los olmos altos.

¿Y por qué se le llama la Carroca? preguntó Bilbo cuando caminaba junto al mago.

La llamó la Carroca, porque carroca es la palabra para ella. Llama carrocas a cosas así, y ésta es la Carroca, pues es la única cerca de su casa y la conoce bien.

¿Quién la llama? ¿Quién la conoce?

Ese Alguien de quien hablé... una gran persona. Tenéis que ser todos muy corteses cuando os presente. Os presentaré muy poco a poco, de dos en dos, creo; y cuidaréis de no molestarlo, o sólo los cielos saben lo que ocurriría. Cuando se enfada puede resultar desagradable, aunque es muy amable si está de buen humor. Sin embargo, os advierto que se enfada con bastante facilidad.

Todos los enanos se juntaron alrededor cuando oyeron que el mago hablaba así con Bilbo. ¿Es a él a quien nos llevas ahora? inquirieron ¿No podrías encontrar a alguien de mejor carácter? ¿No sería mejor que lo explicases un poco más? y así una pregunta tras otra.

¡Sí, sí, por supuesto! ¡No, no podría! Y lo he explicado muy bien respondió el mago, enojado Si necesitáis saber algo más, se llama Beorn.. Es muy fuerte, y un cambia pieles además.

¡Qué! ¿Un peletero? ¿Un hombre que llama a los conejos roedores, cuando no puede hacer pasar las pieles de conejo por pieles de ardilla? preguntó Bilbo.

¡Cielos, no, no, no, no! dijo Gandalf. No seas estúpido, señor Bolsón, si puedes evitarlo, y en nombre de toda maravilla haz el favor de no mencionar la palabra peletero mientras te encuentras en un área de cien millas a la redonda de su casa, ¡ni alfombra, ni capa, ni estola, ni manguito, ni cualquier otra palabra tan funesta! El es un cambia pieles, cambia de piel: unas veces es un enorme oso negro, otras un hombre vigoroso y corpulento de pelo oscuro, con grandes brazos y luenga barba. No puedo deciros mucho más, aunque eso tendría que bastaros. Algunos dicen que es un oso descendiente de los grandes y antiguos osos de las montanas, que vivían allí antes que llegasen los gigantes. Otros dicen que desciende de los primeros hombres que vivieron antes que Smaug o los otros dragones dominasen esta parte del mundo, y antes que los trasgos del Norte viniesen a las colinas. No puedo asegurarlo, pero creo que la última versión es la verdadera. A él no le gustan los interrogatorios.

"De todos modos no está bajo ningún encantamiento que no sea el propio. Vive en un robledal y tiene una gran casa de madera, y como hombre cría ganado y caballos casi tan maravillosos como él mismo. Trabajan para él y le hablan. No se los come; no caza ni come animales salvajes. Cría también colmenas, colmenas de abejas enormes y fieras, y se alimenta principalmente de crema y miel. Como oso viaja a todo lo largo y ancho. Una vez, de noche, lo vi sentado solo sobre la Carroca mirando cómo la luna se hundía detrás de las Montañas Nubladas, y lo oí gruñir en la lengua de los osos: '¡Llegará el día en que perecerán, y entonces volveré!'. Por eso se me ocurre que vino de las montañas.

Bilbo y los enanos tenían ahora bastante en qué pensar y no hicieron más preguntas. Todavía les quedaba mucho camino por delante. Ladera arriba, valle abajo, avanzaban afanosamente. Hacía cada vez más calor. Algunas veces descansaban bajo los árboles, y entonces Bilbo se sentía tan hambriento que no hubiera desdeñado las bellotas, si estuviesen bastante maduras como para haber caído al suelo.

Ya mediaba la tarde cuando entraron en unas extensas zonas de flores, todas de la misma especie, y que crecían juntas, como plantadas. Abundaba el trébol, unas ondulantes parcelas de tréboles rosados y purpúreos, y amplias extensiones de trébol dulce, blanco y pequeño, con olor a miel. Había un zumbido, y un murmullo y un runrún en el aire. Las abejas andaban atareadas de un lado para otro. ¡Y vaya abejas! Bilbo nunca había visto nada parecido.

Si una llegase a picarme se dijo me hincharía hasta el doble de mi tamaño.

Eran más corpulentas que avispones Los zánganos, bastante más grandes que vuestros pulgares, llevaban bandas amarillas que brillaban como oro ardiente en el negro intenso de los cuerpos.

Nos acercamos dijo Gandalf Estamos en los lindes de los campos de abejas.

Al cabo de un rato llegaron a un terreno de robles altos y muy viejos, y luego a un crecido seto de espinos, que no dejaba ver nada, ni era posible atravesar.

Es mejor que esperéis aquí dijo el mago a los enanos, y cuando grite o silbe, seguidme, pues ya veréis el camino que tomo, pero venid sólo en parejas, tenedlo en cuenta, unos cinco minutos entre cada pareja. Bombur es mas grueso y valdrá por dos mejor que venga solo y último. ¡Vamos, señor Bolsón! Hay una cancela por aquí cerca en alguna parte. Y con eso se fue caminando a lo largo del seto, llevando consigo al hobbit aterrorizado.

Pronto llegaron a una cancela de madera, alta y ancha, y desde allí, a lo lejos, podían ver jardines y un grupo de edificios de madera, algunos con techo de paja y paredes de leños informes: graneros, establos y una casa grande y de techo bajo, todo de madera. Dentro, al fondo del gran seto, había hileras e hileras de colmenas con cubiertas acampanadas de paja. El ruido de las abejas gigantes que volaban de un lado a otro y pululaban dentro y fuera, colmaba el aire.

El mago y el hobbit empujaron la cancela pesada y crujiente, y descendieron por un sendero ancho hacia la casa. Algunos caballos muy lustrosos y bien almohazados trotaban pradera arriba y los observaban con expresión inteligente; después fueron al galope hacia los edificios.

Han ido a comunicarle la llegada de forasteros dijo Gandalf.

Pronto entraron en un patio, tres de cuyas paredes estaban formadas por la casa de madera y las dos largas alas. En medio había un grueso tronco de roble, con muchas ramas desmochadas al lado. Cerca, de pie, los esperaba un hombre enorme de barba espesa y pelinegro, con brazos y piernas desnudos, de músculos abultados. Vestía una túnica de lana que le caía hasta las rodillas, y se apoyaba en una gran hacha. Los caballos pegaban los morros al hombro del gigante.

¡Uf! ¡Aquí están! dijo a los caballos. No parecen peligrosos. ¡Podéis iros! Rió con una risa atronadora, bajó el hacha, y se adelantó. ¿Quiénes sois y qué queréis? preguntó malhumorado, de pie delante de ellos y encumbrándose por encima de Gandalf. En cuanto a Bilbo, bien podía haber trotado por entre las piernas del hombre sin necesitar agachar la cabeza para no rozar el borde de la túnica marrón.

Soy Gandalf dijo el mago.

Nunca he oído hablar de él gruñó el hombre, Y ¿qué es este pequeñajo? dijo, y se inclinó y miró al hobbit frunciendo las cejas negras y espesas.

Este es el señor Bolsón, un hobbit de buena familia y reputación impecable dijo Gandalf. Bilbo hizo una reverencia. No tenía sombrero que quitarse y se sentía molesto pensando que le faltaban algunos botones Yo soy un mago continuó Gandalf He oído hablar de ti, aunque tú no de mí; pero quizá algo sepas de mi buen primo Radagast que vive cerca de la frontera meridional del Bosque Negro.

Sí; no es un mal hombre, tal como andan hoy los magos, creo. Solía verlo con bastante frecuencia dijo Beorn Bien, ahora sé quién eres, o quién dices que eres. ¿Qué deseas?

Para serte sincero, hemos perdido el equipaje y casi el camino, y necesitamos ayuda, o al menos consejo. Diría que hemos pasado un rato bastante malo con los trasgos, allá en las montañas.

¿Trasgos? dijo el hombrón menos malhumorado Ajá, ¿así que habéis tenido problemas con ellos? ¿Para qué os acercasteis a esos trasgos?

No pretendíamos hacerlo. Nos sorprendieron de noche en un paso por el que teníamos que cruzar. Estábamos saliendo de los territorios del Oeste, y llegando aquí.., es una larga historia.

Entonces será mejor que entréis y me contéis algo de eso, si no os lleva todo el día dijo el hombre, volviéndose hacia una puerta oscura que daba al patio y al interior de la casa.

Siguiéndolo, se encontraron en una sala espaciosa con una chimenea en el medio. Aunque era verano había troncos quemándose, y el humo se elevaba hasta las vigas ennegrecidas y salía a través de una abertura en el techo. Cruzaron esta sala mortecina, sólo iluminada por el fuego y el orificio de arriba, y entraron por Otra puerta más pequeña en una especie de veranda sostenida por unos postes de madera que eran simples troncos de árbol. Estaba orientada al sur, y todavía se sentía el calor y la luz del sol poniente que se deslizaba dentro y caía en destellos dorados sobre el jardín florecido, que llegaba al pie de los escalones.

Allí se sentaron en bancos de madera mientras Gandalf comenzaba la historia. Bilbo balanceaba las piernas colgantes y contemplaba las flores del jardín, preguntándose qué nombres tendrían; nunca había visto antes ni la mitad de ellas.

Venía yo por las montañas con un amigo o dos... dijo el mago.

¿O dos? Sólo puedo ver uno, y en verdad bastante pequeño dijo Beorn.

Bien, para serte sincero, no quería molestarte con todos nosotros hasta averiguar si estabas ocupado. Haré una llamada, si me permites.

¡Vamos, llama!

De modo que Gandalf dio un largo y penetrante silbido, y al momento aparecieron Thorin y Dori rodeando la casa por el sendero del jardín. Al llegar saludaron con una reverencia.

¡uno o tres querías decir, ya veo! dijo Beorn, pero estos no son hobbits, ¡son enanos!

¡Thorin Escudo de Roble a vuestro servicio! ¡Dori a vuestro servicio! dijeron los dos enanos volviendo a hacer grandes reverencias.

No necesito vuestro servicio, gracias dijo Beorn, pero espero que vosotros necesitéis el mío. No soy muy aficionado a los enanos; pero si en verdad eres Thorin (hijo de Thrain, hijo de Thror, creo), y que tu compañero es respetable, y que sois enemigos de los trasgos y que no habéis venido a mis tierras con fines malvados... por cierto, ¿a qué habéis venido?

Están en camino para visitar la tierra de sus padres, allá al Este, cruzando el Bosque Negro explico Gandalf, y sólo por mero accidente nos encontramos aquí, en tus tierras. Atravesábamos el Desfiladero Alto que podría habernos llevado al camino del sur, cuando fuimos atacados por unos trasgos malvados... como estaba a punto de decirte.

¡Sigue contando entonces! dijo Beorn, que nunca era muy cortés.

Hubo una terrible tormenta; los gigantes de piedra estaban fuera lanzando rocas, y al final del desfiladero nos refugiamos en una cueva, el hobbit, yo y varios de nuestros compañeros...

¿Llamas varios a dos?

Bien, no. En realidad había más de dos,

¿Dónde están? ¿Muertos, devorados, de vuelta en casa?

Bien, no. Parece que no vinieron todos cuando silbé. Tímidos, supongo. Ves, me temo que seamos demasiados para hacerte perder el tiempo.

Vamos, ¡silba otra vez! Parece que reuniré aquí todo un grupo, y uno o dos no hacen mucha diferencia refunfuñó Beorn.

Gandalf silbó de nuevo; pero Nori y Ori estaban allí antes de que hubiese dejado de llamar, porque, si lo recordáis, Gandalf les había dicho que viniesen por parejas de cinco en cinco minutos.

Hola dijo Beorn. Vinisteis muy rápidos. ¿Dónde estabais escondidos? Acercaos, muñecos de resorte.

Nori a vuestro servicio, Ori a... empezaron a decir los enanos, pero Beorn los interrumpió.

¡Gracias! Cuando necesite vuestra ayuda, os la pediré. Sentaos, y sigamos con la historia o será hora de cenar antes que acabe.

Tan pronto como estuvimos dormidos continuó Gandalf, una grieta se abrió en el fondo de la caverna; unos trasgos saltaron y capturaron al hobbit, a los enanos y nuestra recua de poneys...

¿Recua de poneys? ¿Qué erais... un circo ambulante? ¿O transportabais montones de mercancías? ¿O siempre llamáis recua a seis?

¡Oh, no! En realidad había más de seis poneys, pues éramos más de seis... y bien ¡aquí hay dos más!

Justo en ese momento aparecieron Balin y Dwalin, y se inclinaron tanto que barrieron con las barbas el piso de piedra. El hombrón frunció el ceño al principio, pero los enanos se esforzaron en parecer terriblemente corteses, y siguieron moviendo la cabeza, inclinándose, haciendo reverencias y agitando los capuchones delante de las rodillas (al auténtico estilo enano) hasta que Beorn no pudo más y estalló en una risa sofocada: ¡parecían tan cómicos!

Recua, era lo correcto dijo Una fabulosa recua de cómicos. Entrad mis alegres hombrecitos, ¿y cuáles son vuestros nombres? No necesito que me sirváis ahora mismo, sólo vuestros nombres. ¡Sentaos de una vez y dejad de menearos!

Balin y Dwalin dijeron, no atreviéndose a mostrarse ofendidos, y se sentaron dejándose caer pesadamente al suelo, un tanto estupefactos.

¡Ahora continuemos! dijo Beorn a Gandalf.

¿Dónde estaba? Ah sí... A mí no me atraparon, Maté un trasgo o dos con un relámpago...

¡Bien! gruñó Beorn De algo vale ser mago entonces.

..y me deslicé por la grieta antes que se cerrase. Seguí bajando hasta la sala principal, que estaba atestada de trasgos. El Gran Trasgo se encontraba allí con treinta o cuarenta guardias. Pensé para mí que aunque no estuviesen encadenados todos juntos, ¿qué podía hacer una docena contra toda una multitud?

¡Una docena! Nunca había oído que ocho es una docena. ¿O es que todavía tienes más muñecos de resorte que no han salido de sus cajas?

Bien, sí, me parece que hay una pareja más por aquí cerca... Fíli y Kili, creo dijo Gandalf cuando estos aparecieron sonriendo y haciendo reverencias.

¡Es suficiente! dijo Beorn ¡Sentaos y estaos quietos! ¡Prosigue, Gandalf!

Gandalf siguió con su historia, hasta que llegó a la pelea en la oscuridad, el descubrimiento de la puerta más baja y el pánico que sintieron todos al advertir que el señor Bilbo Bolsón no estaba con ellos. Nos contamos y vimos que no había allí ningún hobbit. ¡Sólo quedábamos catorce!

¡Catorce! Esta es la primera vez que si a diez le quitas uno quedan catorce. Quieres decir nueve, o aún no me has dicho todos los nombres de tu grupo.

Bien, desde luego todavía no has visto a Óin y a

Glóin. ¡Y mira! Aquí están. Espero que los perdonarás por molestarte.

¡Oh, deja que vengan todos! ¡Daos prisa! Acercaos vosotros dos y sentaos. Pero mira, Gandalf, aun ahora estáis sólo tú y los enanos y el hobbit que se había perdido. Eso suma sólo once (más uno perdido), no catorce, a menos que los magos no cuenten como los demás. Pero ahora, por favor, sigue con la historia. Beorn trató de disimularlo, pero en verdad la historia había empezado a interesarle, pues en otros tiempos había conocido esa parte de las montañas que Gandalf describía ahora. Movió la cabeza y gruñó cuando oyó hablar de la reaparición del hobbit, de cómo tuvieron que gatear por el sendero de piedra y del círculo de lobos entre los árboles.

Cuando Gandalf contó cómo treparon a los árboles con todos los lobos debajo, Beorn se levantó, dio unas zancadas y murmuró: ¡Ojalá hubiese estado allí! ¡Les hubiese dado algo más que fuegos artificiales!

Bien dijo Gandalf, muy contento al ver que su historia estaba causando buena impresión, hice todo lo que pude. Allí estábamos, con los lobos volviéndose locos debajo de nosotros, y el bosque empezando a arder por todas partes, cuando bajaron los trasgos de las colinas y nos descubrieron. Daban alaridos de placer y cantaban canciones burlándose de nosotros. Quince pájaros en cinco abetos...

¡Cielos! gruñó Beorn No me vengáis ahora con que los trasgos no pueden contar. Pueden. Doce no son quince, y ellos lo saben.

Y yo también. Estaban además Bifur y Bofur. No me he aventurado a presentarlos antes, pero aquí los tienes.

Adentro pasaron Bifur y Bofur. ¡Y yo! gritó el gordo Bombur jadeando detrás, enfadado por haber quedado último. Se negó a esperar cinco minutos, y había venido detrás de los otros dos.

Bien, ahora aquí están, los quince; y ya que los trasgos saben contar, imagino que eso es todo lo que había allí arriba en los árboles. Ahora quizá podamos acabar la historia sin más interrupciones. El señor Bolsón comprendió entonces qué astuto había sido Gandalf. Las interrupciones habían conseguido que Beorn se interesase más en la historia, y esto había impedido que expulsase en seguida a los enanos como mendigos sospechosos. Nunca invitaba gente a su casa, si podía evitarlo. Tenía muy pocos amigos y vivían bastante lejos; y nunca invitaba a más de dos a la vez. ¡Y ahora tenía quince extraños sentados en el porche!

Cuando el mago concluía su relato, y mientras contaba el rescate de las águilas y de cómo los habían llevado a la Carroca, el sol ya se ocultaba detrás de las Montañas Nubladas y las sombras se alargaban en el jardín de Beorn.

Un relato muy bueno dijo El mejor que he oído desde hace mucho tiempo. Si todos los pordioseros pudiesen contar uno tan bueno, llegaría a parecerles más amable. Es posible, claro, que lo hayáis inventado todo, pero aun así merecéis una cena por la historia. ¡Vamos a comer algo!

¡Sí, por favor! exclamaron todos juntos ¡Muchas gracias!

La sala era (ahora) bastante oscura. Beorn batió las manos, y entraron trotando cuatro hermosos poneys blancos y varios perros grandes de cuerpo largo y pelambre gris. Beorn les dijo algo en una lengua extraña, que parecía sonidos de animales transformados en conversación. Volvieron a salir y pronto regresaron con antorchas en la boca, y en seguida las encendieron en el fuego y las colgaron en los soportes de los pilares, cerca de la chimenea central. Los perros podían sostenerse a voluntad sobre los cuartos traseros, y transportaban cosas con las patas delanteras. Con gran diligencia sacaban tablas y caballetes de las paredes laterales y las amontonaban cerca del fuego.

Luego se oyó un ¡beee!, y entraron unas ovejas blancas como la nieve precedidas por un carnero negro corno el carbón. Una llevaba un paño bordado en los bordes con figuras de animales; otras sostenían sobre los lomos bandejas con cuencos, fuentes, cuchillos y cucharas de madera, que los perros cogían y dejaban rápidamente sobre las mesas de caballete. Estas eran muy bajas, tanto que Bilbo podía sentarse con comodidad. Junto a él, un poney empujaba dos bancos dé asientos bajos y corredizos, con patas pequeñas, gruesas y cortas, para Gandalf y Thorin, mientras que al otro extremo ponían la gran silla negra de Beorn, del mismo estilo (en la que se sentaba con las enormes piernas estiradas bajo la mesa). Estas eran todas las sillas que tenía en la sala, y quizá tan bajas como las mesas para conveniencia de los maravillosos animales que le servían. ¿En dónde se sentaban los demás? No los había olvidado. Los otros poneys entraron haciendo rodar unas secciones cónicas de troncos alisadas y pulidas, y bajas aun para Bilbo; y muy pronto todos estuvieron sentados a la mesa de Beorn. La sala no había visto una reunión semejante desde hacía muchos años.

Allí merendaron, o cenaron, como no lo habían hecho desde que dejaron la Ultima Morada en el Oeste y dijeron adiós a Elrond. La luz de las antorchas y el fuego titilaban alrededor, y sobre la mesa había dos velas altas de cera roja de abeja. Todo el tiempo mientras comían, Beorn, con una voz profunda y atronadora, contaba historias de las tierras salvajes de aquel lado de la montaña, y especialmente del oscuro y peligroso

bosque que se extendía ante ellos de norte a sur, a un día de cabalgata. Por no hablar del Este, el terrible bosque denominado el Bosque Negro.

Los enanos escuchaban y se mesaban las barbas, pues pronto tendrían que aventurarse en ese bosque, y después de las montanas el bosque era el peor de los peligros, antes de llegar a la fortaleza del dragón. Cuando la cena terminó, se pusieron a contar historias de su propia cosecha, pero Beorn parecía bastante amodorra do y no ponía mucha atención. Hablaban sobre todo de oro, plata y joyas, y de trabajos de orfebrería, y a Beorn no le interesaban esas cosas: no había nada ni de oro ni de plata en la sala, y pocos objetos, excepto los cuchillos, eran de metal.

Estuvieron largo rato de sobremesa bebiendo hidromiel en cuencos de madera. Fuera se extendía la noche oscura. Los fuegos en medio de la sala eran alimentados con nuevos leños; las antorchas se apagaron, y se sentaron tranquilos a la luz de las llamas danzantes, con los pilares de la casa altos a sus espaldas, y oscuros, como copas de árboles, en la parte superior. Fuese magia o no, a Bilbo le pareció oír un sonido como de viento sobre las ramas, que golpeaban el techo, y el ulular de unos búhos. Al poco rato empezó a cabecear, y las voces parecían venir de muy lejos, hasta que despertó con un sobresalto.

La gran puerta había rechinado y en seguida se cerró de golpe. Beorn había salido. Los enanos estaban aún sentados en el suelo, alrededor del fuego, con las piernas cruzadas. De pronto se pusieron a cantar. Algunos de los versos eran como estos, aunque hubo muchos y el canto siguió durante largo rato.

 

El viento soplaba en el brezal agostado,

pero no se movía una hoja en el bosque;

criaturas oscuras reptaban en silencio,

y allí estaban las sombras día y noche.

 

El viento bajaba, de las montañas frías,

y como una marea rugía y rodaba,

la rama crujía, el bosque gemía

y allí se amontonaba la hojarasca..

 

El viento resoplaba viniendo del oeste,

y todo movimiento termino en la floresta,

pero ásperas y roncas cruzando los pantanos,

las voces sibilantes al fin se liberaron.

 

Las hierbas sisearon con las flores dobladas;

los juncos golpetearon. Los vientos avanzaban

sobre un estanque trémulo bajo cielos helados,

rasgando y dispersando las nubes rápidas.

 

Pasando por encima del cubil del Dragón,

dejó atrás la Montaña solitaria y desnuda;

había allí unas piedras oscuras y compactas,

y en el aire flotaba una bruma.

 

El mundo abandonó y se elevo volando

sobre una noche amplia de mareas.

La luna navego sobre los vientos

y avivó el resplandor de las estrellas.

 

Bilbo cabeceó de nuevo. De pronto, Gandalf se puso de pie.

Es hora de dormir dijo, para nosotros, aunque no creo que para Beorn. En esta sala podemos descansar seguros, pero os aconsejo que no olvidéis lo que Beorn dijo antes de irse: no os paseéis por afuera hasta que el sol esté alto, pues sería peligroso.

Bilbo descubrió que habían puesto unas camas a un lado de la sala, sobre una especie de plataforma entre los pilares y la pared exterior. Para él había un pequeño edredón de paja y unas mantas de lana. Se metió entre las mantas muy complacido, como si se tratara de un día de verano. El fuego ardía bajo cuando al fin se durmió. Sin embargo, despertó por la noche: el fuego era ahora sólo unas pocas ascuas; los enanos y Gandalf respiraban tranquilos, y parecía que dormían; la luna alta proyectaba en el suelo una luz blanquecina. que entraba por el agujero del tejado. Se oyó un gruñido fuera, y el ruido de un animal que se restregaba contra la puerta. Bilbo se preguntaba qué sería, y si podría ser Beorn en forma encantada, y si entraría como un oso para matarlos. Se hundió bajo las mantas y escondió la cabeza, y de nuevo se quedó dormido, aun a pesar de todos sus miedos.

Era ya avanzada la mañana cuando despertó. Uno de los enanos se había caído encima de él en las sombras, y había rodado desde la plataforma al suelo con un fuerte topetazo. Era Bofur, quien se quejaba cuando Bilbo abrió los ojos.

Levántate, gandul le dijo Bofur, o no habrá ningún desayuno para ti. Bilbo se puso en pie de un salto.

¡Desayuno! gritó ¿Dónde está el desayuno?

La mayor parte dentro de nosotros respondieron los otros enanos que se paseaban por la sala, y el resto en la veranda. Hemos estado buscando a Beorn desde que amaneció, pero no hay señales de él por ninguna parte, aunque encontramos el desayuno servido tan pronto como salimos.

¿Dónde está Gandalf? preguntó Bilbo partiendo a toda prisa en busca de algo que comer.

Bien le dijeron, fuera quizá, por algún lado.

Pero Bilbo no vio rastro del mago en todo el día hasta entrada la tarde. Poco antes de la puesta del sol, Gandalf entró en la sala, donde el hobbit y los enanos, atendidos por los magníficos animales de Beorn, se encontraban cenando, como habían estado haciendo a lo largo del día. De Beorn no habían visto ni sabido nada desde la noche anterior, y empezaban a inquietarse.

¿Dónde esta nuestro anfitrión, y dónde has pasado el día? gritaron todos.

¡Una pregunta por vez, y no hasta después de haber comido! No he probado bocado desde el desayuno.

Al fin Gandalf apartó el plato y la jarra (se había comido dos hogazas de pan enteras, con abundancia de mantequilla, miel y crema cuajada, y había bebido por lo menos un cuarto de galón de hidromiel) y sacó la pipa. Primero responderé a la segunda pregunta dijo: pero ¡caramba! ¡Este es un sitio estupendo para echar anillos de humo! Y durante un buen rato no pudieron sacarle nada más, ocupado como estaba en lanzar anillos de humo, que desaparecían entre los pilares de la sala, cambiando las formas y los colores, y haciéndolos salir por el agujero del tejado. Desde fuera estos anillos tenían que parecer muy extraños, deslizándose en el aire uno tras otro, verdes, azules, rojos, plateados, amarillos, blancos, grandes, pequeños, los pequeños metiéndose entre los grandes y formando así figuras en forma de ocho, y perdiéndose en la distancia como bandadas de pájaros.

Estuve siguiendo huellas de oso dijo por fin Una reunión regular de osos tiene que haberse celebrado ahí fuera durante la noche. Pronto me di cuenta de que las huellas no podía ser todas de Beorn; había demasiadas, y de diferentes tamaños. Me atrevería a decir que eran osos pequeños, osos grandes, osos normales y enormes osos gigantes, todos danzando fuera, desde el anochecer hasta casi el amanecer. Vinieron de todas direcciones, excepto del lado oeste, más allá del río, de las Montañas. Hacia allí sólo iba un rastro de pisadas... ninguna venia, todas se alejaban desde aquí. Las seguí hasta la Carroca. Luego desaparecieron en el río, que era demasiado profundo y caudaloso para intentar cruzarlo. Es bastante fácil, como recordaréis, ir desde esta orilla hasta la Carroca por el vado, pero al otro lado hay un precipicio donde el agua desciende en remolinos. Tuve que andar millas antes de encontrar un lugar donde el río fuese bastante ancho y poco profundo como para poder vadearlo y nadar, y después millas atrás, otra vez buscando las huellas. Para cuando llegué, era ya demasiado tarde para seguirlas. Iban directa mente hacia los pinares al este de las Montañas Nubladas, donde anteanoche tuvimos un grato encuentro con los wargos. Y ahora creo que he respondido además a vuestra primera pregunta concluyó Gandalf, y se sentó largo rato en silencio.

Bilbo pensó que sabía lo que el mago quería decir.

¿Qué haremos gritó si atrae hasta aquí a todos los wargos y trasgos? ¡Nos atraparán a todos y nos matarán! Creí que habías dicho que no era amigo de ellos.

Sí, lo dije, ¡Y no seas estúpido! Sería mejor que te fueses a la cama. Se te ha embotado el juicio.

El hobbit se quedó bastante aplastado, y como no parecía haber otra cosa que hacer, se fue realmente a la cama; mientras los enanos seguían cantando se durmió otra vez, devanándose todavía la cabecita a propósito de Beorn, hasta que soñó con cientos de osos negros que danzaban en círculos lentos y graves, fuera en el patio a la luz de la luna. Entonces despertó, cuando todo el mundo estaba dormido, y oyó los mismos rasguños, gangueos, pisadas y gruñidos de antes.

A la mañana siguiente, el propio Beorn los despertó a todos. Así que todavía seguís aquí dijo. Alzó al hobbit y se rió. Por lo que veo aún no te han devorado los wargos y los trasgos o los malvados osos y apretó el dedo contra el chaleco del señor Bolsón sin ninguna cortesía. El conejito se está poniendo otra vez de lo más relleno y saludable con la ayuda de pan y miel.

Rió entre dientes. ¡Ven y toma algo más!

Así que todos se fueron a desayunar. Beorn parecía cambiado y bien dispuesto; y en verdad estaba de muy buen humor e hizo que todos se rieran con sus divertidas historias; no tuvieron que preguntarse por mucho tiempo dónde había estado o por qué era tan amable con ellos, pues él mismo lo explicó. Había ido al otro lado del río adentrándose en las montañas de lo cual podéis deducir que podía trasladarse a gran velocidad, en forma de oso, desde luego. Al fin llega al claro quemado de los lobos, y así descubrió que esa parte de la historia era cierta; pero aún encontró algo más: había capturado a un wargo y a un trasgo que vagaban por el bosque, y les había sacado algunas noticias: las patrullas de los wargos buscaban aún a los enanos junto con los trasgos horriblemente enfadados a causa de la muerte del Gran Trasgo, y porque le habían quema do la nariz al jefe lobo y el fuego del mago había dado muerte a muchos de los principales sirvientes. Todo esto se lo dijeron cuando los obligó a hablar, pero adivinó que se tramaba algo todavía peor, y que el grueso del ejército de los trasgos y los lobos podía irrumpir pronto en las tierras ensombrecidas por las montañas, en busca de los enanos, o tomar venganza sobre los hombres y criaturas que allí vivían y que quizá estaban encubriéndolos.

Era una buena historia la vuestra dijo Beorn, pero ahora que sé que es cierta, me gusta todavía más, Tenéis que perdonarme por no haberos creído. Si vivieseis cerca de los lindes del Bosque Negro, no creeríais a nadie que no conocieseis tan bien como vuestro propio hermano, o mejor. Como veis sólo puedo deciros que me he dado prisa en regresar para ver si estabais a salvo y ofreceros mi ayuda. Tendré en mejor opinión a los enanos después de este asunto. ¡Dieron muerte al Gran Trasgo, dieron muerte al Gran Trasgo! se rió ferozmente entre dientes.

¿Qué habéis hecho con el trasgo y con el wargo? preguntó Bilbo de repente.

¡Venid y lo veréis! dijo Beorn y dieron la vuelta a la casa. Una cabeza de trasgo asomaba empalada detrás de la cancela, y un poco más allá se veía una piel de wargo clavada en un árbol. Beorn era un enemigo feroz. Pero ahora era amigo de ellos, y Gandalf creyó conveniente contarle la historia completa y la razón del viajé, para obtener así toda la ayuda posible.

Esto fue lo que Beorn les prometió. Les conseguiría poneys, para cada uno, y a Gandalf un caballo, para el viaje hasta el bosque, y les daría comida suficiente para varias semanas si la administraban con cuidado; y luego puso todo en paquetes fáciles de llevar: nueces, harina, tarros de frutos secos herméticamente cerrados y potes de barro rojo llenos de miel, y bizcochos horneados dos veces para que se conservasen bien mucho tiempo; un poco de estos bizcochos bastaba para una larga jornada. La receta era uno de sus secretos, pero tenían miel, como casi todas las comidas de Beorn, y un sabor agradable, aunque dejaban la boca bastante seca. Dijo que necesitarían llevar agua por aquel lado del bosque, pues había arroyos y manantiales a todo lo largo del camino. Pero el camino que cruza el Bosque Negro es oscuro, peligroso y arduo dijo. No es fácil encontrar agua allá, ni comida. No es todavía tiempo de nueces (aunque en realidad quizá ya haya pasado cuando lleguéis al otro extremo), y las nueces son lo único que se puede comer en esos sitios; las cosas silvestres son allí oscuras, extrañas y salvajes. Os daré odres para el agua, y algunos arcos y flechas. Pero no creo que haya nada en el Bosque Negro que sea bueno para comer o beber. Sé que hay un arroyo, negro y caudaloso, que cruza el sendero. No bebáis ni os bañéis en él, pues he oído decir que produce encantamientos, somnolencia y pérdida de la memoria. Y entre las tenebrosas sombras del lugar no me parece que podáis cazar algo que sea comestible o no comestible, sin extraviaros. Esto tenéis que evitarlo en cualquier circunstancia.

"No tengo otro consejo para vosotros. Más allá del linde del bosque, no puedo ayudaros mucho; tendréis que depender de la suerte, de vuestro valor y de la comida que os doy. He de pediros que en la cancela de! bosque me mandéis de vuelta al caballo y los poneys. Pero os deseo que podáis marchar de prisa, y mi casa estará abierta siempre para vosotros sí alguna vez volvéis por este camino.

Le dieron las gracias, por supuesto, con muchas reverencias y movimientos de los capuchones, y con muchos;A vuestro servicio, ¡oh amo de los amplios salones de madera! Pero las graves palabras de Beorn los habían desanimado, y todos sintieron que la aventura era mucho más peligrosa de lo que habían pensado antes, ya que de cualquier modo, aunque pasasen todos los peligros del camino, el dragón estaría esperando al final.

Toda la mañana estuvieron ocupados con los preparativos. Poco antes del mediodía comieron con Beorn por última vez, y después del almuerzo montaron en los caballos que él les prestó, y despidiéndose una y mil veces, cabalgaron a buen trote dejando atrás la cancela,

Tan pronto como se alejaron de los setos altos al este de las tierras cercadas, se encaminaron al norte y luego al noroeste. Siguiendo el consejo de Beorn no marcharon hacia el camino principal del bosque, al sur de aquellas tierras. Si hubiesen ido por el desfiladero, una senda los habría llevado hasta un arroyo que bajaba de las montañas y se unía al Río Grande, algunas millas al sur de la Carroca. En ese lugar había un vado profundo que podrían haber cruzado, si hubiesen tenido los poneys, y más allá otra senda llevaba a los bordes del bosque y a la entrada del antiguo camino de la floresta. Pero Beorn les había advertido que aquel camino era ahora frecuentado por los trasgos, mientras que el verdadero camino del bosque, según había oído decir, estaba cubierto de maleza y abandonado por el extremo oriental, y llevaba además a pantanos impenetrables, donde los senderos se habían perdido hacia tiempo. El paso por el este siempre había quedado demasiado al sur de la Montaña Solitaria, y desde allí, cuando alcanzaran el otro lado, les hubiera esperado aún una marcha larga y dificultosa hacia el norte. Al norte de la Carroca, los lindes del Bosque Negro estaban más cerca de las orillas del Río Grande, y aunque las montañas se alzaban no muy lejos, Beorn les aconsejó tomar este camino, pues a unos pocos días de cabalgata al norte de la Carroca había un sendero poco conocido que atravesaba el Bosque Negro y llevaba casi directamente a la Montaña Solitaria.

Los trasgos había dicho Beorn, no se atreverán a cruzar el Río Grande en unas cien millas al norte de la Carroca, ni tampoco a acercarse a mi casa; ¡está bien protegida por las noches! Pero yo cabalgaría de prisa, porque si ellos emprenden esa aventura, pronto cruzarán el río por el sur y recorrerán todo el linde del bosque con el fin de cortaros el paso, y los wargos corren más que los poneys. En verdad estaríais a salvo yendo hacia el norte, aunque parezca que así volvéis a las fortalezas; pues eso sería lo que ellos menos esperarían, y tendrían que cabalgar mucho más para alcanzaros. ¡Partid ahora tan rápido como podáis!

Eso era por lo que cabalgaban en silencio, galopando por donde el terreno estaba cubierto de hierba y era llano, con las tenebrosas montañas a la izquierda, y a lo lejos la línea del río con árboles cada vez más próximos. El sol acababa de girar hacia el oeste cuando partieron, y hasta el atardecer cayó en rayos dorados sobre la tierra de alrededor. Era difícil pensar que unos trasgos los perseguían, y cuando hubo muchas millas entre ellos y la casa de Beorn, se pusieron a charlar y a cantar otra vez, y así olvidaron el oscuro sendero del bosque que tenían delante. Pero al atardecer, cuando cayeron las sombras y los picos de las montañas resplandecieron a la luz del sol poniente, acamparon y montaron guardia, y la mayoría durmió inquieta, con sueños en los que se oían aullidos de lobos que cazaban y alaridos de trasgos.

Con todo, la mañana siguiente amaneció otra vez clara y hermosa. Había una neblina blanca y otoñal sobre el suelo, y el aire era helado, pero pronto el sol rojizo se levantó por el este y las neblinas desapareció ron, y cuando las sombras eran todavía largas, reemprendieron la marcha. Así que cabalgaron durante dos días más, y en todo este tiempo no vieron nada excepto hierba, flores, pájaros, y árboles diseminados, y de vez en cuando pequeñas manadas de venados rojos que pacían o estaban echados a la sombra. Alguna vez Bilbo vio cuernos de ciervos que asomaban por entre la larga hierba, y al principio creyó que eran ramas de árboles muertas. En la tercera tarde estaban decididos a marchar durante horas, pues Beorn les había dicho que tenían que alcanzar la entrada del bosque temprano al cuarto día, y cabalgaron bastante tiempo después del anochecer, bajo la luna. Cuando la luz iba desvaneciéndose, Bilbo pensó que a lo lejos, a la derecha o a la izquierda, veía la ensombrecida figura de un gran oso que marchaba en la misma dirección. Pero si se atrevía a mencionárselo a Gandalf, el mago sólo decía: ¡Silencio! Haz como si no lo vieses.

Al día siguiente partieron antes del amanecer, aunque la noche había sido corta. Tan pronto como se hizo de día pudieron ver el bosque, y parecía que viniese a reunirse con ellos, o que los esperara como un muro negro y amenazador. El terreno empezó a ascender, y el hobbit se dijo que un silencio distinto pesaba ahora sobre ellos. Los pájaros apenas cantaban. No había venados, ni siquiera los conejos se dejaban ver. Por la tarde habían alcanzado los límites del Bosque Negro, y descansaron casi bajo las ramas enormes que colgaban de los primeros árboles. Los troncos eran nudosos, las ramas retorcidas, las hojas oscuras y largas. La hiedra crecía sobre ellos y se arrastraba por el suelo.

¡Bien, aquí tenemos el Bosque Negro! dijo Gandalf. El bosque más grande del mundo septentrional.

Espero que os agrade. Ahora tenéis que enviar de vuelta estos poneys excelentes que os han prestado.

Los enanos quisieron quejarse, pero el mago les dijo que eran unos tontos. Beorn no está tan lejos como vosotros pensáis, y de cualquier modo será mucho mejor que mantengáis vuestras promesas, pues él es un mal enemigo. Los ojos del señor Bolsón son más penetrantes que los vuestros, si no habéis visto de noche en la oscuridad un gran oso que caminaba a la par con nosotros, o se sentaba lejos a la luz de la luna, observando nuestro campamento. No sólo para guiaros y protegeros, sino también para vigilar los poneys. Beorn puede ser amigo vuestro, pero ama a sus animales como si fueran sus propios hijos. No tenéis idea de la amabilidad que ha demostrado permitiendo que unos enanos los monten, sobre todo en un trayecto tan largo y fatigoso, ni de lo que sucedería si intentaseis meterlos en el bosque.

¿Y qué hay del caballo? dijo Thorin. No dices nada sobre devolverlo.

No digo nada porque no voy a devolverlo.

¿Y qué pasa con tú promesa?

 

Déjala de mi cuenta. No devolveré el caballo, cabalgaré en él. Entonces supieron que Gandalf iba a dejarlos en los mismísimos lindes del Bosque Negro, y se sintieron desesperados, Pero nada de lo que dijesen lo haría cambiar de idea.

 

Todo esto lo hemos tratado ya antes, cuando hicimos un alto en la Carroca dijo. No vale la pena discutir. Como ya he dicho, tengo un asunto que resolver, lejos al sur; y no puedo perder tiempo con todos vosotros. Quizá volvamos a encontrarnos antes de que esto se acabe, y puede que no. Eso sólo depende de vuestra suerte, coraje, y buen juicio; envío al señor Bolsón con vosotros, ya os he dicho que vale mas de lo que creéis y pronto tendréis la prueba. De modo que alegra esa cara, Bilbo, y no te muestres tan taciturno. ¡Alegraos Thorin y compañía! Al fin y al cabo, es vuestra expedición. ¡Pensad en el tesoro que os espera al final, y olvidaos del bosque y del dragón, por lo menos hasta mañana por la mañana!

 

Cuando el mañana por la mañana llegó, Gandalf seguía diciendo lo mismo. Así que ahora nada quedaba por hacer excepto llenar los odres en un arroyo claro que encontraron a la entrada del bosque, y descargar los poneys. Distribuyeron los bultos con la mayor equidad posible, aunque Bilbo pensó que su lote era demasiado pesado, y no le hacía ninguna gracia la idea de recorrer a pie millas y millas con todo aquello a sus espaldas.

 

¡No te preocupes! le dijo Thorin. Todo se aligerará muy pronto. Antes de que nos demos cuenta, estaremos deseando que nuestros fardos sean más pesados, cuando la comida empiece a escasear.

 

Entonces por fin dijeron adiós a los poneys y les pusieron las cabezas apuntando a la casa de Beorn. Los animales se marcharon trotando, y parecían muy contentos de volver las colas hacia las sombras del Bosque Negro. Mientras se alejaban, Bilbo hubiera jurado haber visto algo parecido a un oso que salía de entre las sombras de los árboles e iba tras ellos arrastrando los pies.

 

Gandalf se despidió también. Bilbo se sentó en el suelo sintiéndose muy desgraciado y deseando quedarse con el mago, montado a la grupa de la alta cabalgadura. Acababa de adentrarse en el bosque justo después del desayuno (por cierto bastante frugal), y todo estaba allí tan oscuro en plena mañana como durante la noche, y muy en secreto se dijo a sí mismo: "Parece como si algo esperara y vigilara".

 

Adiós dijo Gandalf a Thorin ¡Y adiós a todos vosotros, adiós! Ahora seguid todo recto a través del bosque. ¡No abandonéis el sendero! Si lo hacéis, hay una posibilidad entre mil de que volváis a encontrarlo, y nunca saldréis del Bosque Negro, y entonces es seguro que ni yo ni nadie volverá a veros jamás.

 

¿Pero es realmente necesario que lo atravesemos?

 

gimoteó el hobbit.

 

¡Sí, así es! dijo el mago Si queréis llegar al otro lado. Tenéis que cruzarlo o abandonar toda búsqueda. Y no permitiré que retrocedas ahora, señor Bolsón. Me avergüenza que se te haya ocurrido. Eres tú quien desde ahora tendrá que cuidar a estos enanos en mi lugar.

 

Gandalf rió.

 

¡No! ¡No! dijo Bilbo Yo no quería decir eso. Pregunto si no hay algún otro camino bordeándolo.

 

Hay, si lo que deseas es desviarte doscientas millas o más al norte, y cuatrocientas al sur. Pero ni siquiera entonces encontrarías un sendero seguro. No hay senderos seguros en esta parte del mundo. Recuerda que estás ahora en las fronteras de las tierras salvajes, expuesto a todo, donde quiera que vayas. Antes de que pudieras bordear el Bosque Negro por el norte, te encontrarías justo entre las laderas de las Montanas Grises, plagadas de trasgos, bobotrasgos y orcos de la peor especie. Antes que pudieras bordearlo por el sur, té encontrarías en el país del Nigromante; y ni siquiera tú, Bilbo, necesitas que te cuente historias del hechicero negro. ¡No os aconsejo que os acerquéis a los lugares dominados por esa torre sombría! Manteneos en el sendero del bosque, conservad vuestro ánimo, esperad siempre lo mejor y con una tremenda porción de suerte puede que un día salgáis y encontréis los Pantanos Largos justo debajo; y más allá, elevándose en el este, la Montaña Solitaria donde habita el querido viejo Smaug, aunque confío que no os esté esperando.

 

Muy consolador de tu parte, puedes estar seguro gruñó Thorin. ¡Adiós! ¡Si no vienes con nosotros es mejor que te largues sin una palabra más!

 

¡Adiós entonces, esta vez de verdad adiós! dijo Gandalf, y dando media vuelta, cabalgó hacia el oeste.

 

Pero no pudo resistir la tentación de ser el último en decir algo, y cuando aún podían oírlo, se volvió y llamó poniendo las manos a los lados de la boca. Oyeron la voz débilmente: ¡Adiós! Sed buenos, cuidaros, ¡y no abandonéis el sendero!

 

Luego se alejó al galope y pronto se perdió en la distancia. ¡Oh, adiós y vete de una vez! farfullaron los enanos, todos de lo más enfadados, realmente abrumados de consternación. Ahora empezaba la parte más peligrosa del viaje. Cada uno cargaba con un fardo pesado y el odre de agua que le correspondía, y dejando detrás la luz que se extendía sobre los campos, penetraron en la floresta.