13. Del retorno de los Noldor

 

 


Se ha dicho que Fëanor y sus hijos fueron los primeros de los Exiliados en llegar a la Tierra Media, y desembarcaron en el yermo de Lammoth, el Gran Eco, en las costas extremas del Estuario de Drengist. Y al poner pie los Noldor en la playa, sus gritos chocaron con las colinas y se multiplicaron, de modo que un clamor de incontables voces poderosas llegó a todas las costas del norte; y el ruido del incendio de las naves en Losgar se trasladó por los vientos del mar como el tumulto de una cólera terrible, y a lo lejos, todos los que oyeron el sonido, quedaron azorados.

Ahora bien, no sólo Fingolfin, a quien Fëanor había abandonado en Araman, vio las llamas de ese incendio, sino también los Orcos y los vigías de Morgoth. No hay cuento que diga lo que pensó Morgoth en lo íntimo de su corazón ante la nueva de que Fëanor, su más amargo enemigo, había traído consigo un ejército del oeste. Puede que no le temiera demasiado, porque no había probado todavía las espadas de los Noldor; y pronto se vio que intentaría rechazarlos y devolverlos al mar.

Bajo las frías estrellas, antes de que se levantara la Luna, las huestes de Fëanor avanzaron a lo largo del prolongado Estuario de Drengist, que horadaba las Colinas del Eco de Ered Lórmn, y pasaron así de las costas a la gran tierra de Hithlum; y llegaron por fin al gran lago de Mithrim, y acamparon en el lugar que tiene este mismo nombre, alzando las tiendas en la orilla septentrional. Pero el ejército de Morgoth, alborotado por el tumulto de Lammoth y la luz del incendio de Losgar, avanzó por los pasos de Ered Wethrin, las Montañas de la Sombra, y atacó de súbito a Fëanor, antes de que el campamento estuviese del todo levantado y defendido; y allí, en los campos grises de Mithrim, se libró la Segunda Batalla de las Guerras de Beleriand. Dagor—nuin—Giliath se la llamó, la Batalla bajo las Estrellas, porque la Luna no se había elevado todavía; y fue muy afamada en los cantos. Los Noldor, aunque excedidos en número y sorprendidos de improviso, no tardaron en imponerse, pues la luz de Aman no se les había nublado todavía en los ojos, y eran fuertes y rápidos, furiosos si los arrebataba la cólera, y de espadas largas y terribles. Los Orcos huyeron delante de ellos, y fueron expulsados de Mithrim en medio de una gran matanza y perseguidos por sobre las Montañas de la Sombra hasta la gran llanura de Ard-galen, al norte de Dorthonion. Allí los ejércitos de Morgoth, que habían avanzado hacia el sur al Valle del Sirion y sitiado a Círdan en los Puertos de las Falas, acudieron a ayudarlos, y quedaron atrapados en la ruina de los Orcos. Porque Celegorm hijo de Fëanor, advirtiendo que habían llegado, los atacó de flanco con una parte de las huestes élficas, y bajando sobre ellos desde las colinas próximas a Eithel Sirion, los empujó hasta el Marjal de Serech. Malas por cierto fueron las nuevas que por fin llegaron a Angband, y Morgoth se sintió consternado. Diez días duró esa batalla, y de todas las huestes que había destinado a la conquista de Beleriand sólo regresó un puñado de sobrevivientes.

No obstante, había razones para que sintiera una gran alegría, pero él no las conoció hasta después de un tiempo. Porque Fëanor, arrastrado por la fuña, no quiso detenerse, .y se precipitó detrás del resto de los Orcos, pensando así llegar hasta el mismo Morgoth; y rió fuerte mientras esgrimía la espada, contento por haber desafiado la cólera de los Valar y los males del camino y por ver llegada al fin la hora de la venganza. Nada sabía de Angband ni de la gran fuerza defensiva que tan de prisa había preparado Morgoth; pero aun cuando lo hubiera sabido, no habría cambiado de planes, pues estaba predestinado, consumido por la llama de su propia cólera. Así fue que se adelantó demasiado a la vanguardia.

Ahora bien, llegó el rumor al campamento en Hithlum de la marcha de Fingolfin y de sus seguidores, que habían cruzado el Hielo Crujiente; y todo el mundo estaba entonces asombrado por la llegada de la Luna. Pero cuando las huestes de Fingolfin entraron en Mithrim, el Sol se levantó flameante en el oeste; y Fingolfin desplegó los estandartes azules y plateados, e hizo sonar los cuernos, y las flores se abrieron delante de él mientras marchaba, y las edades de las estrellas habían concluido. Ante la elevación de la gran luz, los siervos de Morgoth huyeron a Angband, y Fingolfin avanzó libremente a través de la fortaleza de Dor Daedeloth mientras el enemigo se escondía bajo tierra. Entonces los Elfos golpearon las puertas de Angband y el reto de las trompetas sacudió las torres de Thangorodrim; y Maedhros las oyó en medio de su tormento y gritó con fuerza, pero la voz se le perdió entre los ecos de la montaña. Pero Fingolfin, de otro temperamento que Fëanor, y cansado de los engaños de Morgoth, se retiró de Dor Daedeloth y volvió hacia Mithrim, porque había oído nuevas de que allí encontraría a los hijos de Fëanor, y deseaba también tener por escudo las Montañas de la Sombra mientras sus gentes descansaban y se fortalecían; porque había comprobado el poder de Angband, y pensaba que no caería sólo con el sonido de las trompetas. Por lo tanto, al llegar al fin a Hithlum, levantó su primer campamento y morada junto a las orillas septentrionales del Lago Mithrim. No había amor por la Casa de Fëanor en el corazón de los que seguían a Fingolfin, pues grande había sido la agonía de los que soportaron el cruce del Hielo, y Fingolfin consideraba a los hijos cómplices del padre. Era posible entonces que las huestes se enfrentaran; pero aunque habían tenido graves pérdidas a lo largo del camino, el pueblo de Fingolfin y de Finrod hijo de Finarfin, era aún más numeroso que los seguidores de Fëanor, y éstos ahora se retiraron mudándose a las orillas australes; y el lago se extendía entre ellos. Mucha de la gente de Fëanor se había arrepentido en verdad del incendio de Losgar, y estaban asombrados por el valor con que los amigos abandonados habían cruzado el Hielo del Norte; y les habrían dado la bienvenida, pero callaron por vergüenza.

Así, a causa de la maldición que pesaba sobre ellos, los Noldor nada hicieron mientras Morgoth vacilaba, y el miedo a la luz era nuevo y fuerte entre los Orcos. Pero Morgoth salió al fin de su ensimismamiento, y rió al descubrir que sus enemigos estaban divididos. Y en los abismos de Angband ordenó que se hiciesen grandes humos y vapores, y éstos salieron por los picos hediondos de las Montañas de Hierro, y alcanzaron a verse en Mithrim, manchando los aires brillantes de las primeras mañanas del mundo. Un viento vino del este y los llevó sobre Mithrim oscureciendo el nuevo Sol; y descendieron, y serpentearon por los campos y las hondonadas, y se tendieron sobre las aguas de Mithrim, lóbregos y ponzoñosos.

Entonces Fingon el Valiente, hijo de Fingolfin, resolvió poner remedio a la querella que dividía a los Noldor antes de que el Enemigo estuviera pronto para la guerra; porque la tierra temblaba en el norte con el trueno de las herrerías subterráneas de Morgoth. Tiempo atrás, en la beatitud de Valinor, antes de que Melkor fuera desencadenado, o las mentiras los separaran, Fingon había tenido una estrecha amistad con Maedhros; y aunque no sabía aún que Maedhros no había olvidado el incendio de las naves, el recuerdo de la vieja amistad le atormentaba el corazón. Entonces hizo algo que siempre se recordaría entre las hazañas de los príncipes de los Noldor: solo y sin pedirle consejo a nadie se lanzó al encuentro de Maedhros; y ayudado por la oscuridad que el mismo Morgoth había extendido alrededor, llegó invisible a la fortaleza del Enemigo. Trepó muy arriba hasta las salientes de Thangorodrim, y con templó desesperado la desolación de la tierra; pero no encontró paso ni hendidura por la que pudiera entrar en la fortaleza de Morgoth. Entonces, desafiando a los Orcos, que acobardados todavía se ocultaban en las oscuras bóvedas subterráneas, tomó el arpa y cantó un canto de Valinor compuesto antaño por los Noldor, antes de que hubiera rencor entre los hijos de Finwë; y la voz de Fingon resonó en las hondonadas luctuosas que hasta ese momento nada habían escuchado, excepto gritos de miedo y de dolor.

Así encontró Fingon lo que buscaba. Porque de pronto, por encima de él, lejana y débil, una voz se unió a la canción, y respondió con una llamada. Era Maedhros que cantaba en medio del tormento. Pero Fingon trepó hasta el pie del precipicio desde el que colgaba el hijo de Fëanor y no pudo seguir adelante; y lloró cuando vio la crueldad del ardid de Morgoth. Entonces Maedhros, sumido en una angustia sin esperanza, rogó a Fingon que le disparara con el arco; y Fingon sacó una flecha y tendió el arco. Y al ver que no había esperanza mejor, clamó a Manwë diciendo: —¡Oh, Rey, a quien todos los pájaros son caros, apresura ahora esta lanza emplumada y muestra alguna piedad por los Noldor!

El ruego de Fingon obtuvo pronta respuesta. Porque Manwë, para quien todas las aves son caras y a quien éstas traen nuevas hasta Taniquetil desde la Tierra Media, había enviado a la raza de las Águilas con la orden de habitar en los riscos del norte y vigilar a Morgoth; pues Manwë aún sentía piedad por los Elfos exiliados. Y las águilas llevaban nuevas de gran parte de lo que acontecía entonces a los tristes oídos de Manwë. Ahora, mientras Fingon tendía todavía el arco, desde los aires altos descendió Thorondor, Rey de las Águilas, la más poderosa de cuantas aves haya habido, con alas de una envergadura de treinta brazas; y deteniendo la mano de Fingon, subió volando con él y lo transportó hasta el muro de piedra donde colgaba Maedhros. Pero Fingon no pudo aflojar la banda forjada en el infierno que sujetaba la muñeca, ni romperla, ni desprenderla de la roca. Por tanto, una vez más, adolorido, Maedhros le rogó que le diera muerte; pero Fingon le cortó la mano por sobre la muñeca, y Thorondor los llevó a ambos de regreso a Mithrim.

Allí Maedhros curó con el tiempo, pues fuerte ardía en él el fuego de la vida, y conservaba el vigor del mundo antiguo, como todos los que se habían criado en Valinor. El cuerpo se le recuperó del tormento y cobró nuevas fuerzas, pero en el corazón le quedaba la sombra de un dolor; y vivió para esgrimir la espada con la mano izquierda más mortal—mente todavía que antes con la mano derecha. Por esta hazaña Fingon ganó gran renombre, y todos los Noldor lo alabaron; y el odio entre las casas de Fingolfin y Fëanor se mitigó. Porque Maedhros pidió que lo perdonasen por la deserción en Araman; y abandonó sus pretensiones al trono de los Noldor diciendo a Fingolfin: —Si ya no hay ofensa entre nosotros, el reinado te corresponde con justicia a ti, ahora el mayor de la casa de Finwë, y en modo alguno el menos sabio—. Pero con esto no todos los hermanos estuvieron realmente de acuerdo.

Por tanto, como predijo Mandos, la Casa de Fëanor recibió el nombre de los Desposeídos, porque el dominio soberano pasó de ella, la del mayorazgo, a la casa de Fingolfin, tanto en Elendë como en Beleriand, y también por causa de la pérdida de los Silmarils. Pero los Noldor, unidos otra vez, pusieron unos centinelas en los confines de Dor Daedeloth, y Angband fue bloqueada desde el oeste, el sur y el este; y enviaron mensajeros lejos y alrededor a explorar los países de Beleriand, y a tratar con los pueblos que allí vivían.

Ahora bien, el Rey Thingol no dio la bienvenida de todo corazón a tantos poderosos príncipes llegados del oeste, que buscaban nuevos dominios; ni abrió el reino ni quitó la cerca encantada, pues iluminado por la sabiduría de Melian, no confiaba en que la quietud de Morgoth durase mucho. De todos los príncipes de los Noldor, sólo a los de la casa de Finarfin admitió dentro de los confines de Doriath; pues podían proclamar un estrecho parentesco con el mismo Rey Thingol; la madre era Eärwen de Alqualondë, hija de Olwë.

Angrod hijo de Finarfin fue el primero de los Exiliados en llegar a Menegroth como mensajero de su hermano Finrod, y habló largo tiempo con el rey de los hechos de los Noldor en el norte, y de su numero, y del ordenamiento de sus fuerzas; pero por ser veraz y de sabio corazón y por creer perdonadas ahora todas las ofensas, no dijo una palabra de la Matanza de los Hermanos, ni de cómo se habían exiliado los Noldor, ni del Juramento de Fëanor. El Rey Thingol escuchó las palabras de Angrod; y antes de que partiera, le dijo: —Así dirás por mí a los que te enviaron. Se permite a los Noldor morar en Hithlum, y en las tierras altas de Dorthonion, y en las tierras al este de Doriath desiertas y silvestres; pero en otras partes hay muchos de los míos y no quiero que se les quite la libertad, y aún menos que se los expulse de sus hogares. Mirad, pues, cómo os conducís los príncipes del oeste; porque yo soy el Señor de Beleriand y todos los que intenten morar allí oirán de mí. A Doriath nadie entrará, ni habitará en ella, salvo los que yo llame como huéspedes o los que recurran a mí en extrema necesidad.

Entonces los señores de los Noldor se reunieron en consejo en Mithrim, y Angrod vino de Doriath con el mensaje del Rey Thingol. A los Noldor les pareció un frío saludo de bienvenida, y los hijos de Fëanor se enfadaron al escucharlo; pero Maedhros rió, diciendo: —Rey es quien puede cuidar de lo suyo; de otro modo vano resulta el título. Thingol sólo nos cede las tierras donde no tiene ningún poder. En verdad hoy sólo remaría en Doriath, si no fuera por la llegada de los Noldor. Que reine en Doriath entonces, y se contente con tener a los hijos de Finwë por vecinos y no los Orcos de Morgoth. En otra parte será como a nosotros nos parezca bien.

Pero Caranthir, que no amaba a los hijos de Finarfin y era el más duro de los hermanos y el que se enojaba más pronto, vociferó: —¡Y aún más! ¡Que los hijos de Finarfin no corran de aquí para allá con sus cuentos ante ese Elfo Oscuro de las cavernas! ¿Quién los nombró nuestros portavoces para tratar con él? Y aunque de hecho lleguen a Beleriand, que no olviden tan de prisa que tienen como padre a un señor de los Noldor, aunque la madre sea de otra estirpe.

Entonces Angrod montó en cólera y abandonó el consejo. Maedhros reprendió por cierto a Caranthir; pero la mayor parte de los Noldor de ambas facciones sintieron que estas palabras les perturbaban el corazón, pues tenían el ánimo salvaje de los hijos de Fëanor, siempre dispuestos a estallar en palabras duras o en violencia. Pero Maedhros apaciguó a sus hermanos y éstos abandonaron el consejo, y poco después se marcharon de Mithrim y marcharon hacia el este más allá del Aros, a las extensas tierras en torno a la Colina de Himring. Esa región fue llamada en adelante la Frontera de Maedhros; porque al norte había escasas defensas de río o colina contra los ataques de Angband. Allí Maedhros y sus hermanos montaron guardia con todos los que quisieran unirse a ellos, y tuvieron poco trato con la gente de su propio linaje en el oeste, salvo en caso de necesidad. Se dice que en verdad fue el mismo Maedhros quien concibió este plan con el fin de disminuir las oportunidades de disputa y porque deseaba con fervor que el principal riesgo de ataque recayera sobre él mismo; y por su parte se mantuvo en términos amistosos con las casas de Fingolfin y Finarfin, e iba a ellos en ocasiones para discutir algún asunto común. No obstante, también estaba obligado por el juramento, aunque durante un tiempo éste pareció dormido.

Por ese entonces la gente de Caranthir había penetrado profundamente hacia el este, más allá de las aguas superiores del Gelion en torno al Lago Helevorn bajo el Monte Rerir, y hacia el sur; y treparon a las alturas de Ered Luin y miraron hacia el este con asombro, porque amplios y salvajes les parecieron los terrenos de la Tierra Media. Y así fue cómo la gente de Caranthir llegó a encontrarse con los Enanos, que después de la matanza de Morgoth y la llegada de los Noldor habían dejado de traficar con Beleriand. Pero aunque ambos pueblos amaban la habilidad manual y todos deseaban aprender, no hubo gran amor entre ellos; porque los Enanos eran reservados y rápidos para la ofensa, y Caranthir era altivo, y apenas ocultaba su desprecio por la fealdad de los Naugrim, y la gente imitaba al señor. No obstante, como ambos pueblos temían y odiaban a Morgoth, celebraron una alianza, y se beneficiaron sobremanera con ella; porque los Naugrim conocían muchos secretos de artesanía por entonces, de modo que los herreros y los albañiles de Nogrod y Belegost alcanzaron gran renombre entre los suyos, y cuando los Enanos empezaron a viajar otra vez a Beleriand, todo el tráfico de las minas pasaba primero por las manos de Caranthir, y grandes fueron las riquezas que así obtuvo.

Cuando veinte años del Sol hubieron pasado, Fingolfin, Rey de los Noldor, celebró una gran fiesta; y fue en primavera cerca de los Estanques de Ivrin, donde nacía el Río Narog, pues allí las tierras eran verdes y hermosas al pie de las Montañas de la Sombra que los escudaban del norte. La alegría de esa fiesta se recordó mucho tiempo en los posteriores días de dolor; y se la llamó Mereth Aderthad, la Fiesta de la Reunión. A ella asistieron muchos capitanes y gente de Fingolfin y Finrod; y los hijos de Fëanor Maedhros y Maglor con guerreros de la Frontera Oriental; y también asistieron muchos Elfos Grises, gente errante de los bosques de Beleriand y de los Puertos, con Círdan, su señor. Hasta asistieron Elfos Verdes de Ossiriand, la Tierra de los Siete Ríos, que se extendía muy lejos, bajo los muros de las Montañas Azules; pero de Doriath sólo vinieron dos mensajeros, Mablung y Daeron, portadores de los saludos del rey.

En Mereth Aderthad se celebraron de buen grado múltiples consejos, y se oyeron juramentos de alianza y amistad; y se dice que en esta fiesta la gente habló sobre todo la lengua de los Elfos Grises, aun los mismos Noldor, pues aprendieron de prisa el idioma de Beleriand; en cambio los Sindar eran lentos en dominar la lengua de Valinor. El corazón de los Noldor estaba henchido y lleno de esperanzas, y a muchos de entre ellos les pareció que las palabras de Fëanor tenían ahora justificación, cuando les aconsejó buscar libertad y hermosos reinos en la Tierra Media; y en verdad siguieron luego largos años de paz, mientras un cerco de espadas defendía Beleriand de la maldad de Morgoth, que ya no tenía poder sino dentro de sus propias estancias. En aquellos días había alegría bajo el nuevo Sol y la nueva Luna, y toda la tierra estaba complacida; pero la Sombra aún meditaba en el norte.

Y cuando otra vez hubieron transcurrido treinta años, Turgon hijo de Fingolfin abandonó Nevrast donde moraba y fue a la isla de Tol Sirion en busca de Finrod, su amigo, y juntos viajaron hacia el sur a lo largo del río, cansados de las montañas septentrionales; y mientras viajaban, la noche descendió sobre ellos más allá de las Lagunas del Crepúsculo cerca de las aguas del Sirion, y descansaron a sus orillas bajo las estrellas del verano. Pero Ulmo llegó hasta ellos río arriba y los sumió en un sueño profundo y en pesados ensueños; y la perturbación de los ensueños continuó después que despertaron, pero ninguno le dijo nada al otro, porque el recuerdo era confuso, y cada cual creía que Ulmo le había enviado un mensaje sólo a él. Pero la inquietud los ganó en adelante, y la duda de lo que pudiera acaecer, y con frecuencia erraron solos por tierras nunca holladas, buscando a lo lejos y a lo ancho sitios de escondida fortaleza; porque los dos se sentían llamados a prepararse para un día aciago, y a planear una retirada, temiendo que Morgoth irrumpiera desde Angband y destruyera los ejércitos del norte.

Ahora bien, en una ocasión Finrod y Galadriel, su hermana, eran huéspedes de Thingol, del mismo linaje, y rey en Doriath. Estaba entonces Finrod colmado de asombro ante la fuerza y la majestad de Menegroth: los tesoros y los armamentos y los recintos de piedra de múltiples pilares; y quiso en su corazón construir amplios recintos con portales siempre guardados, en algún sitio profundo y secreto bajo las colinas. Por tanto, le abrió su corazón a Thingol, confiándole sus sueños; y Thingol le habló de la profunda garganta del Río Narog, y de las cavernas bajo el Alto Narog en la empinada orilla occidental, y cuando Finrod partió, le procuró unos guías que lo conducirían hasta el sitio que pocos conocían aún. Así llegó Finrod a las Cavernas del Narog, y empezó a construir allí profundos recintos y armerías de acuerdo con el modelo de las mansiones de Menegroth. En esa tarea Finrod tuvo la ayuda de los Enanos de las Montañas Azules; y éstos recibieron una buena recompensa, pues Finrod había traído consigo más tesoros de Tirion que ninguno de los príncipes de los Noldor. Y en ese tiempo se labró para él el Nauglamír, el Collar de los Enanos, la obra más renombrada de las que hicieron en los Días Antiguos. Era una cadena de oro con un engarce de innumerables gemas de Valinor; pero tenia un poder que la volvía tan ligera como una hebra de lino, para quien la llevaba encima, y cualquier cuello sobre el que se cerrara tenía siempre gracia y encanto.

Allí, en Nargothrond, Finrod hizo su morada junto con muchos de los suyos, y recibió en la lengua de los Enanos el nombre de Felagund, Desbastador de Cavernas; y ese nombre llevó en adelante hasta el fin. Pero Finrod Felagund no fue el primero en habitar en las cavernas junto al Río Narog.

Galadriel, su hermana, no fue con él a Nargothrond, porque en Doriath vivía Celeborn, pariente de Thingol, y un gran amor los unía. Fue así que permaneció en el Reino Escondido y vivió con Metan, y de ella aprendió la ciencia y la sabiduría de la Tierra Media.

Pero Turgon recordó la ciudad levantada sobre una colina, Tirion la bella con su torre y su árbol, y no encontró lo que buscaba, de modo que regresó a Nevrast y se quedó en paz en Vinyamar junto a las orillas del mar. Y al año siguiente Ulmo mismo se le apareció y le ordenó que fuera otra vez solo al Valle del Sirion; y Turgon fue, y con la guía de Ulmo descubrió el valle escondido de Tumladen en las Montañas Circundantes, en medio de lo que era una colina de piedra. De esto no habló con nadie entonces, y regresó una vez más a Nevrast, y allí en reuniones secretas empezó a planear la ciudad de acuerdo con el modelo de Tirion sobre Tuna, por la que su corazón sentía nostalgia en el exilio.

Ahora bien, Morgoth, al que sus espías comunicaron que los señores de los Noldor andaban errantes sin pensar en la guerra, decidió poner a prueba la fortaleza y la vigilancia del enemigo. Una vez más, sin advertencia previa, recurrió a sus poderes, y de pronto hubo terremotos en el norte, y salió fuego de fisuras abiertas en la tierra, y las Montañas de Hierro vomitaron llamaradas; y los Orcos pulularon en la llanura de Ard-galen. Desde allí descendieron por el Paso del Sirion al oeste, y al este irrumpieron en la tierra de Maglor, por la hondonada que corre entre las colinas de Maedhros y los macizos de las Montañas Azules. Pero Fingolfin y Maedhros no dormían, y mientras otros perseguían a los Orcos dispersos que erraban por Beleriand haciendo gran daño, ellos se precipitaron desde ambos flancos sobre el ejército principal que atacaba entonces a Dorthonion; y derrotaron a los siervos de Morgoth, y yendo tras ellos por Ard-galen los destruyeron por completo, hasta el último y el menor, a la vista de los portales de Angband. Esa fue la tercera gran batalla de las Guerras de Beleriand, y se la llamó Dagor Aglareb, la Batalla Gloriosa.

Fue una victoria, pero también una advertencia; y los príncipes la tuvieron en cuenta, y fortalecieron la alianza y pusieron más centinelas, e iniciaron el Sitio de Angband, que duró casi cuatrocientos años del Sol. Por largo tiempo, después de la Dagor Aglareb, ninguno de los siervos de Morgoth se aventuró fuera de los portales, pues temían a los señores de los Noldor; y Fingolfin se jactó de que si no mediaba traición entre ellos mismos, Morgoth nunca quebrantaría otra vez la alianza de los Eldar ni los sorprendería inadvertidos. Pero los Noldor no pudieron apoderarse de Angband, ni recuperar los Silmarils; y la guerra nunca cesó por completo en todos esos años del Sitio, pues Morgoth concebía nuevos males, y de vez en cuando poma a prueba a los sitiadores. Tampoco era posible mantener la fortaleza de Morgoth rodeada por completo; porque las Montañas de Hierro, en cuyas enormes laderas curvas se alzaban las torres de Thangorodrim, la defendían por ambos lados y eran impenetrables para los Noldor a causa del hielo y la nieve. Por tanto, en la retaguardia y en el norte Morgoth no tenía enemigos, y por ese camino los espías salían a veces y llegaban por múltiples desvíos a Beleriand. Y deseando por sobre todo sembrar el miedo y la desunión entre los Eldar, ordenaba a los Orcos que atraparan vivo a cualquiera de ellos y lo llevaran encadenado a Angband; y a algunos el terror de los ojos de Morgoth les intimidaba de tal manera que no necesitaban cadenas, y andaban siempre atemorizados y dóciles. De este modo se enteró Morgoth de mucho de lo sucedido a partir de la rebelión de Fëanor, y se regocijó viendo allí la semilla de muchas disensiones entre los Eldar.

Cuando casi cien años habían transcurrido desde la Dagor Aglareb, Morgoth intentó sorprender a Fingolfin (porque tenía conocimiento de la vigilancia de Maedhros); y envió un ejército al norte blanco, y las tropas se volvieron hacia el oeste, y luego hacia el sur, y llegaron a las costas del Estuario de Drengist por la ruta que Fingolfin había seguido desde el Hielo Crujiente. De ese modo penetrarían en el reino de Hithlum desde el oeste; pero fueron descubiertos a tiempo y Fingon cayó sobre ellos entre las colinas, en el nacimiento del Estuario, y la mayor parte de los Orcos fueron arrojados al mar. No se la llamó una gran batalla, pues la tropa de los Orcos había sido poco numerosa, y sólo una parte del pueblo de Hithlum luchó allí. Pero luego hubo paz durante muchos años, y Angband no atacó nunca abiertamente, porque advertía Morgoth que los Orcos no eran rivales para los Noldor; y buscó en su corazón nuevo consejo.

Una vez más, al cabo de cien años, Glaurung, el primero de entre los Urulóki, los dragones de fuego del norte, salió una noche por las puertas de Angband. Era joven y aún no se había desarrollado del todo, porque larga y lenta es la vida de los dragones, pero los Elfos huyeron acobardados hacia Ered Wethrin y Dorthonion, y él corrompió los campos de Ard-galen. Entonces, Fingon, príncipe de Hithlum, cabalgó hasta el dragón junto con arqueros montados y lo rodeó con un anillo de rápidos jinetes; y Glaurung no pudo soportar los dardos, pues era aún débil de armadura, y huyó de vuelta a Angband y no volvió a salir de allí en mucho tiempo. Fingon ganó grandes alabanzas y los Noldor se regocijaron; porque pocos entendieron el significado y la amenaza de esta nueva criatura. Pero a Morgoth le disgustaba que Glaurung se hubiera manifestado—demasiado pronto; y a su derrota siguió la Larga Paz de casi doscientos años. En todo ese tiempo sólo hubo refriegas en las fronteras, y toda Beleriand prosperó y se enriqueció. Detrás de la guardia de los ejércitos los Noldor levantaron torres y edificios, y muchas otras cosas hermosas hicieron en aquel entonces, y poemas e historias y libros de sabiduría. En muchos sitios de la tierra los Noldor y los Sindar se fundieron en un solo pueblo y hablaron la misma lengua; pero esta diferencia siguió habiendo entre ellos: los Noldor eran más poderosos de mente y cuerpo, y más grandes guerreros y más sabios, y edificaban con piedra y amaban las pendientes de las colinas y las tierras abiertas, pero los Sindar tenían una voz más hermosa, y eran más hábiles en la música, exceptuando a Maglor hijo de Fëanor; y amaban los bosques y las orillas de los ríos; y algunos de los Elfos Grises erraban aún sin morada fija por sitios remotos, e iban siempre cantando.

 

 

 

12. De los hombres
Índice
14. De Beleriand y sus reinos