7. De los Silmarils y la inquietud de los Noldor

 


En ese tiempo se hizo la que luego tuvo más renombre entre las obras de los Elfos. Porque Fëanor, llegado a la plenitud de su capacidad, había concebido un nuevo pensamiento, o quizás ocurrió que una sombra de presciencia le había llegado del destino que se acercaba; y se preguntaba cómo la luz de los Árboles, la gloria del Reino Bendecido, podría preservarse de un modo imperecedero. Entonces inició una faena larga y secreta, recurriendo a toda la ciencia y el poder que poseía y sus sutiles habilidades; y al cabo hizo los Silmarils.

Los Silmarils tenían la forma de tres grandes joyas. Pero no hasta el Fin, cuando regrese Fëanor, que pereció antes de que el Sol apareciese, y que se sienta ahora en las Estancias de Espera y no vuelve entre los suyos; no hasta que el Sol transcurra y caiga la Luna, se conocerá la sustancia de que fueron hechos. Tenía la apariencia del cristal de diamante, y sin embargo era más inquebrantable todavía, de modo que ninguna violencia podía dañarla o romperla en el Reino de Arda. No obstante, ese cristal era a los Silmarils lo que es el cuerpo a los Hijos de Ilúvatar: la casa del fuego interior, que está dentro de él y sin embargo también en todas sus partes, y que le da vida. Y el fuego interior de los Silmarils lo hizo Fëanor con la luz mezclada de los Árboles de Valinor, que vive todavía en ellos, aunque los Árboles hace ya mucho que se han marchitado y ya no brillan. Por tanto, aun en la oscuridad de las más profundas arcas los Silmarils resplandecían con luz propia, como las estrellas de Varda; y sin embargo, como si fueran en verdad criaturas vivientes, se regocijaban en la luz y la recibían y la devolvían con matices aún más maravillosos.

Todos los que vivían en Aman sintieron asombro deleite ante la obra de Fëanor. Y Varda consagró los Silmarils, de modo que en adelante ninguna carne mortal, ni manos maculadas, ni nada maligno podría tocarlos sin quemarse y marchitarse; y Mandos predijo que ellos guardaban dentro los destinos de Arda, la tierra, el mar y el aire. El corazón de Fëanor estaba estrechamente apegado a esas cosas que él mismo había hecho.

Entonces Melkor codició los Silmarils, y le bastaba recordar cómo brillaban para que un fuego le royese el corazón. De allí en adelante, inflamado por este deseo, buscó ansiosamente y aún más que antes la manera de destruir a Fëanor y de poner fin a la amistad entre los Valar y los Elfos; pero ocultó estos propósitos con astucia, y ninguna malicia podía verse en el semblante que mostraba. Mucho tiempo trabajó, y lentos al principio y baldíos fueron sus afanes. Pero al que siembra mentiras le llega a la larga el tiempo de la cosecha, y pronto puede echarse a descansar mientras otros recogen y siembran en vez de él. Aun Melkor encontró oídos que lo escucharan, y algunas lenguas que agrandaran lo que habían oído; y sus mentiras pasaron de amigo a amigo como secretos cuyo conocimiento prueba la inteligencia de quien los revela. Amargamente pagaron los Noldor la locura de haberle prestado oídos en los días que siguieron después.

Cuando vio que muchos lo aceptaban, Melkor anduvo con frecuencia entre ellos, y junto con las palabras dulces entretejía otras, con tanta sutileza que muchos de los que las escuchaban creían al recordarlas que eran pensamientos propios. Conjuraba visiones en sus corazones de los poderosos reinos del este que podrían haber gobernado a voluntad; y cundió el rumor de que los Valar habían llevado a los Eldar a Aman por causa de los celos, temiendo que la belleza de los Quendi y la capacidad de creación con que Ilúvatar los había dotado se volvieran excesivas, y que los Valar no fueran capaces de gobernarlos, mientras los Elfos medraban y se extendían por las anchas tierras del mundo.

En esos días, aunque los Valar tenían conocimiento de la próxima llegada de los Hombres, los Elfos nada sabían aún, pues Manwë no la había revelado. Pero Melkor les habló en secreto de los Hombres Mortales, viendo cómo el silencio de los Valar podría torcerse para mal. Poco sabía él de los Hombres, pues inmerso en sus propios pensamientos musicales, apenas había prestado atención al Tercer Tema de Ilúvatar; pero se decía ahora entre los Elfos que Manwë mantenía cautivos a los Hombres, para que al fin llegaran a suplantar a los Elfos en los reinos de la Tierra Media. Porque advertían los Valar que no les sería tan difícil someter a esta raza de corta vida y más débil, arrebatando así a los Elfos el legado que Ilúvatar les reservaba. Poca verdad había en esto y jamás lograron los Valar tener gran dominio de la voluntad de los Hombres; pero muchos de los Noldor creyeron, o creyeron a medias, estas palabras malignas.

Así, pues, antes de que los Valar se dieran cuenta, la paz de Valinor fue envenenada. Los Noldor empezaron a murmurar contra ellos y el orgullo dominó a muchos, que olvidaron cuánto de lo que tenían y conocían era don de los Valar. Fiera ardía la nueva llama del deseo de libertad y de anchos reinos en el corazón ansioso de Fëanor; y Melkor se reía en secreto, porque ese blanco habían tenido sus mentiras por destino: era a Fëanor a quien odiaba sobre todo, codiciando siempre los Silmarils. Pero a éstos no le estaba permitido acercarse, porque aunque Fëanor los llevaba en las grandes fiestas, brillantes sobre la frente, en toda otra ocasión estaban celosamente guardados en las cámaras profundas del tesoro de Tirion. Porque Fëanor empezó a amar los Silmarils con amor codicioso, y los ocultaba a todos excepto a padre y a sus siete hijos; rara vez recordaba ahora é la luz que guardaban no era la luz de él.

Ilustres príncipes fueron Fëanor y Fingolfin, los hijos mayores de Finwë, honrados por todos en Aman; pero ahora se habían vuelto orgullosos y celosos de los derechos y los bienes de cada uno. Entonces Melkor diseminó nuevas mentiras en Eldamar, y a Fëanor le llegó el rumor de que Fingolfin y sus hijos planeaban usurpar el trono de Finwë y el mayorazgo de Fëanor, y suplantarlos con anuencia de los Valar; porque disgustara a los Valar que los Silmarils estuvieran en Tirion y no hubieran sido confiados a ellos. Pero a Fingolfin y a Finarfin les dijo: —¡Cuidaos! Poco amor ha sentido hasta hoy el orgulloso hijo de Míriel por los hijos de Indis. Ahora se ha engrandecido y tiene al padre en un puño. ¡No pasará mucho tiempo antes de que os arroje de Tuna!

Y cuando Melkor vio que estas mentiras ardían como brasas, y que habían despertado el orgullo y la cólera entre los Noldor, les habló de las armas; y en ese tiempo los Noldor empezaron a forjar espadas y hachas y lanzas. También hicieron escudos con los signos de muchas casas y clanes que rivalizaban entre sí; y a éstos sólo los llevaban fuera del reino, y de otras armas no hablaban porque cada cual creía que sólo él había recibido la advertencia. Y Fëanor hizo una fragua secreta de la que ni siquiera Melkor sabía; y allí templó feroces espadas para él y para sus hijos, e hizo altos yelmos con penachos rojos. Amargamente lamentó Mahtan el día en que le enseñó al marido de Nerdanel toda la ciencia de la metalurgia que él había aprendido de Aulë.

Así, con mentiras y malignos rumores y falsos consejos, Melkor incitó a los Noldor a que lucharan; y de esas disputas llegó con el tiempo el fin de los días ilustres de Valinor y la declinación de su antigua gloria. Porque Fëanor empezó ahora a pronunciarse abiertamente contra los Valar, clamando a voces que abandonaría Valinor para volver al mundo de fuera, y que libraría a los Noldor del sojuzgamiento, si ellos estaban dispuestos a seguirlo.

Entonces hubo gran inquietud en Tirion, y Finwë se sintió perturbado; y convocó a todos sus señores a celebrar consejo. Pero Fingolfin corrió al palacio de Finwë y se le puso delante diciendo: —Rey y padre, ¿no refrenarás el orgullo de nuestro hermano, Curufinwë, demasiado bien llamado Espíritu de Fuego? ¿Con qué derecho habla en nombre de todo nuestro pueblo como si fuera el rey? Tú fuiste quien ya hace mucho aconsejó a los Quendi que aceptaran el llamamiento de los Valar a Aman. Tú fuiste quien condujo a los Noldor por el largo camino a través de los peligros de la Tierra Media a la luz de Eldamar. Si no te arrepientes ahora, tienes cuando menos dos hijos que honran tus palabras.

Pero mientras todavía hablaba Fingolfin, entró Fëanor en la cámara, armado de arriba abajo: un alto yelmo en la cabeza, y al costado una poderosa espada. —De modo que es como lo había adivinado —dijo—. Mi medio hermano se me adelanta al encuentro de mi padre en este como en todo otro asunto.— Luego, volviéndose hacia Fingolfin, desenvainó la espada y gritó: —¡Fuera de aquí y ocupa el lugar que te cuadra!

Fingolfin se inclinó ante Finwë y sin decir una palabra, y evitando mirar a Fëanor, abandonó el aposento. Pero Fëanor lo siguió, y lo detuvo a las puertas de la casa del rey; y apoyó la punta de la brillante espada contra el pecho de Fingolfin. —¡Mira, medio hermano! —dijo—. Esto es más afilado que tu lengua. Trata solo una vez mas de usurpar mi sitio y el amor de mi padre y quizá libraré a los Noldor del que ambiciona convertirse en conductor de esclavos.

Muchos escucharon estas palabras, porque la casa de Finwë estaba en la gran plaza bajo la Mindon; pero tampoco esta vez Fingolfin respondió, y avanzando en silencio entre la multitud fue en busca de Finarfin, su hermano.

Ahora bien, a los Valar no se les había escapado por cierto la inquietud de los Noldor, pero la semilla de esta inquietud había sido sembrada en la oscuridad; y, como Fëanor fue quien primero habló en contra de los Valar, éstos creyeron que él era el promotor del descontento, pues tenía reputación de obstinado y arrogante, aunque todos los Noldor eran ahora orgullosos. Y Manwë estaba apenado, pero observó y no dijo palabra alguna. Los Valar habían traído a los Eldar a aquellas tierras sin quitarles la libertad, y eran dueños de morar en ella o de partir; y aunque juzgaran que la partida era una locura, no la impedirían. Pero añora la conducta de Fëanor no podía pasarse en silencio, y los Valar estaban enfadados y afligidos; y Fëanor fue llamado a comparecer ante ellos a las puertas de Valmar, para que respondiera de todas sus palabras y actos. También fueron convocados todos los otros que habían tenido parte en este asunto o algún conocimiento de él; y a Fëanor, de pie ante Mandos en el Anillo del Juicio, se le ordenó que respondiese a todo lo que se le preguntara. Entonces, por fin, la raíz quedó al desnudo, y revelada la malicia de Melkor; y sin demora Tulkas abandonó el consejo para echarle mano y llevarlo de nuevo a juicio. Pero no se consideró que Fëanor no tuviera culpa, porque él había sido el que quebrantara la paz en Valinor y desenvainara la espada contra su pariente; y Mandos le dijo: —Tú hablas de esclavitud. Si esclavitud es en verdad, no puedes escaparte; porque Manwë es Rey de Arda y no sólo de Aman. Y esa acción fue contra la ley, fuera en Aman o no. Por tanto, este juicio se dicta ahora: por doce años abandonarás Tirion, donde se habló de esta amenaza. En ese tiempo reflexiona y recuerda quién y qué eres. Pero al cabo de ese tiempo, este asunto quedará saldado y enderezado, si hay gente que esté dispuesta a liberarte.

Entonces Fingolfin dijo: —Yo liberaré a mi hermano—. Pero Fëanor no dio respuesta alguna allí ante los Valar. En seguida se volvió y abandonó el consejo y partió de Valmar.

Junto con él partieron al destierro sus siete hijos, y al norte de Valinor construyeron una plaza fuerte y cámaras de tesoros; y allí, en Fórmenos, se atesoró un gran número de gemas, y también armas, y los Silmarils fueron guardados en una cámara de hierro. Allí fue también Finwë, el rey, por causa del amor que profesaba a Fëanor; y Fingolfin gobernó a los Noldor en Tirion. Así, las mentiras de Melkor se hicieron verdad en apariencia, aunque Fëanor, con su propia conducta, había sido causa de que esto ocurriese; y la amargura que Melkor había sembrado subsistió, y sobrevivió todavía mucho tiempo entre los hijos de Fingolfin y Fëanor.

Al saber Melkor que sus maquinaciones habían sido descubiertas, se escondió y se trasladó de sitio en sitio como una nube en las colinas, y Tulkas lo buscó en vano. Entonces le pareció al pueblo de Valinor que la luz de los Árboles había menguado, y que la sombra de todas las cosas erguidas se alargaba y se oscurecía.

Se dice que por un tiempo no volvió a verse a Melkor en Valinor ni tampoco se oían rumores acerca de él, hasta que un buen día apareció y habló con Fëanor
ante las puertas de Fórmenos. Fingió amistad con argumentos astutos e insistió en que volviera a pensar en librarse del estorbo de los Valar; y dijo: —Considera la verdad de todo cuanto he dicho y cómo has sido desterrado injustamente. Pero si el corazón de Fëanor es todavía libre y audaz como lo fueron sus palabras en Tirion, lo
ayudaré entonces y lo llevaré lejos de la estrechez de esta tierra. Pues ¿no soy yo también un Vala acaso? Sí, y más todavía que los que moran orgullosos en Valimar; y he sido siempre amigo de los Noldor, el más valiente y capaz de los pueblos de Arda.

Todavía había amargura en el corazón de Fëanor por la humillación sufrida ante Mandos, y miró a Melkor en silencio, preguntándose si aún podía confiar en él y si lo ayudaría a huir. Y Melkor, viendo que Fëanor vacilaba y sabiendo que los Silmarils lo tenían dominado, dijo por último: —He aquí una plaza fuerte y bien guardada; pero no creas que los Silmarils estarán seguros en cualquier cámara que se encuentre en el reino de los Valar.

Pero la astucia de Melkor sobrepasó el blanco; sus palabras llegaron demasiado hondo, y alentaron un ruego más fiero que el que se proponía; y Fëanor miró a Melkor con ojos que ardían a través de una dulce apariencia, y horadaron las nieblas de la mente de Melkor, advirtiendo en ella la feroz codicia que despertaban los Silmarils. Entonces el odio pudo más que el miedo en Fëanor, y maldijo a Melkor y lo arrojó de su lado diciéndole: —¡Vete de mis portales, carne del presidio de Mandos!— Y cerró las puertas de su casa en la cara del más poderoso de los moradores de Eä.

Melkor partió entonces avergonzado, porque él mismo estaba en peligro y no veía llegado aún el momento de la venganza; pero la cólera le había ennegrecido el corazón, y Finwë tuvo mucho miedo y envió de prisa mensajeros a Manwë, en Valmar.

Ahora bien, cuando los mensajeros llegaron de Fórmenos, los Valar estaban reunidos en consejo a las puertas, asustados por la prolongación de las sombras. En seguida Oromë y Tulkas se pusieron en pie de un salto, pero cuando ya se disponían a lanzarse a la carrera, llegaron mensajeros de Eldamar con la nueva de que Melkor había huido a través del Calacirya y que desde la colina de Tuna los Elfos lo habían visto pasar, furioso como una nube de tormenta. Y dijeron que desde allí se había vuelto hacia el norte, porque los Teleri habían visto la sombra de Melkor sobre el puerto, hacia Araman.

Así Melkor abandonó Valinor y por un tiempo los Dos Árboles volvieron a brillar sin sombra, y la tierra se colmó de luz. Pero los Valar quisieron en vano tener nuevas de su enemigo; y como una nube alejada y cada vez más alta, llevada por un lento viento helado, una duda empañaba ahora la alegría de los habitantes de Aman, pues tenían miedo de un daño desconocido que aún podía acaecerles.

 

 

6. De Fëanor y el desencadenamiento de Melkor
Índice
8. Del oscurecimiento de Valinor