De los Anillos del Poder y la Tercera Edad


Con lo que estos relatos llegan a su fin.

 


Desde tiempos remotos fue Sauron el Maia, a quien los Sindar en Beleriand llamaron Gorthaur. En el principio de Arda, Melkor lo sedujo ganándolo como aliado, y llegó a convertirse en el más grande y el más seguro de los servidores del Enemigo, y en el más peligroso, porque podía asumir distintas formas, y durante mucho tiempo, si así lo quería, podía parecer hermoso y noble, de modo que era capaz de engañar a todos, salvo a los más precavidos.

Cuando Thangorodrim fue destruida y Morgoth vencido, Sauron se atavió otra vez con lucidos colores, prometió obediencia a Eönwë, el Heraldo de Manwë, y abjuró de todo el mal que había hecho. Y dicen algunos que en un principio no lo hizo con falsedad, y que en verdad estaba arrepentido, aunque sólo por miedo, perturbado por la caída de Morgoth y la gran cólera de los Señores del Occidente. Pero Eönwë no tenía poder para perdonar a quienes eran sus pares, y mandó a Sauron que volviera a Aman para ser allí juzgado por Manwë. Entonces Sauron se avergonzó, y no quería regresar humillado, y aceptar quizá de los Valar una sentencia de larga servidumbre, como prueba de buena fe; porque había tenido mucho poder bajo Morgoth. Por tanto, cuando Eönwë partió, él se escondió en la Tierra Media; y recayó en el mal, porque las ligaduras con que Morgoth lo había atado eran muy fuertes.

Durante la Gran Batalla y los tumultos de la caída de Thangorodrim hubo en la tierra fuertes convulsiones, y Beleriand quedó quebrantada y yerma; y en el norte y en el oeste muchas tierras se hundieron bajo las aguas del Gran Mar. En el este, en Ossiriand, los muros de Ered Luin se quebraron, y una gran hendidura se abrió hacia el sur, y el mar penetró y formó un golfo. Sobre ese golfo se precipitaba el río Lhún por un nuevo curso, y por tanto se lo llamó el Golfo de Lhún. Tiempo atrás ese país había sido llamado Lindon por los Noldor, y este nombre tuvo en adelante; y muchos de los Eldar vivían allí todavía, demorándose, sin deseos de abandonar Beleriand, donde durante tanto tiempo habían luchado y trabajado. Gilgalad hijo de Fingon, era el rey, y con él estaba Elrond el Medio Elfo, hijo de Eärendil el Marinero y hermano de Elros, primer Rey de Númenor.

En las costas del Golfo de Lhún los Elfos construyeron puertos, y los llamaron Mithlond; y eran muy protegidos, y allí había muchos barcos. Desde los Puertos Grises los Eldar se hacían de vez en cuando a la mar, huyendo de la oscuridad de los días de la Tierra; porque por gracia de los Valar, los Primeros Nacidos aun podían seguir el Camino Recto y regresar, si así lo querían, junto con los hermanos de Eressëa y Valinor más allá de los mares circundantes.

Otros Eldar hubo que por aquel tiempo cruzaron las montañas de Ered Luin y penetraron en las tierras interiores. Muchos de ellos eran Teleri, sobrevivientes de Doriath y Ossiriand; y establecieron reinos entre los Elfos de la Floresta en bosques y montañas, lejos del mar, por el que no obstante siempre sintieron mucha nostalgia. Sólo en Eregion, que los Hombres llamaron Hoílin, tuvieron los Elfos de raza Noldorin un reino perdurable, más allá de las Ered Luin. Eregion estaba cerca de las grandes mansiones de los Enanos, que se llamaban Khazad—dúm, pero los Elfos las llamaron Hadhodrond, y después Moría. Desde Ost—in—Edhil, la ciudad de los Elfos, la ruta iba hacia el portal occidental de Khazad—düm, porque hubo amistad entre Elfos y Enanos, tal como no se conoció otra igual, para enriquecimiento de ambos pueblos. En Eregion, los artífices de los Gwaith—i—Míroain, el Pueblo de los Orfebres, sobrepasaban en habilidad a todos cuantos hubiera habido, excepto a Fëanor; y en verdad el más hábil era Celebrimbor hijo de Curufin, que se separó de su padre y se quedó en Nargothrond cuando Celegorm y Curufin fueron expulsados, como se narra en el Quenta Silmarillion.

En otros lugares de la Tierra Media hubo paz por muchos años; no obstante, las tierras eran casi todas salvajes y desoladas, salvo el sitio al que llegó el pueblo de Beleriand. Numerosos Elfos moraron allí por cierto, como habían morado durante incontables años, errando libremente por las vastas tierras lejos del mar; pero eran Avari, que conocían los hechos de Beleriand sólo como rumores, y Valinor sólo como un nombre distante. Y en el sur y en el este lejano los Hombres se multiplicaron; y la mayor parte de ellos se inclinó al mal, pues Sauron trabajaba ahora.

Al ver la desolación del mundo, Sauron se dijo que los Valar, después de haber derrocado a Morgoth, habían olvidado otra vez la Tierra Media; y su orgullo creció de prisa. Miraba con odio a los Eldar, y temía a los hombres de Númenor que volvían a veces en sus barcos a las costas de la Tierra Media; pero por mucho tiempo disimuló sus pensamientos y ocultó los oscuros designios que estaba tramando.

De todos los pueblos de la Tierra, el más fácil de gobernar le pareció el de los Hombres; pero durante mucho tiempo trató de persuadir a los Elfos para que lo sirviesen, pues sabía que los Primeros Nacidos eran los que tenían mayor poder; y fue de un lado a otro entre ellos, y tenía el aspecto de alguien Que es a la vez hermoso y sabio. Sólo a Lindon no fue, porque Gil-galad y Elrond dudaban de él y de su hermoso aspecto, y aunque no sabían bien quién era, no quisieron admitirlo en el país. Pero en otros sitios los Elfos lo recibieron de buen grado, y pocos de entre ellos escucharon a los mensajeros que llegaban de Lindon y les aconsejaban precaución; porque Sauron se dio a sí mismo el nombre de Annatar, el Señor de los Dones, y ellos recibieron en un principio múltiples beneficios de su amistad. Y él les decía: —¡Ay de la debilidad de los grandes! Porque poderoso rey es Gil-galad, y sabio en toda ciencia es el joven Elrond, y no obstante no me ayudan en mis trabajos. ¿Es posible que no quieran ver que otras tierras sean tan benditas como las suyas? Pero ¿por qué la Tierra Media ha de seguir siendo desolada y oscura cuando los Elfos podrían volverla tan hermosa como Eressëa, más aún, como Valinor? Y como no habéis vuelto allí, como podríais haberlo hecho, veo que amáis a la Tierra Media como yo la amo. ¿No es pues nuestra misión trabajar juntos para enriquecerla, y para elevar a todos los linajes élficos que yerran aquí ignorantes a esa cima de poder y conocimiento a que han llegado los de más allá del Mar?

Era en Eregion donde los consejos de Sauron se recibían con mayor complacencia, porque en esa tierra los Noldor deseaban acrecentar cada vez más la ingeniosidad y la sutileza de sus obras. Además no tenían paz en el corazón desde que se negaran a volver al Occidente, y a la vez querían permanecer en la Tierra Media, a la que amaban en verdad, y gozar de la beatitud de los que habían partido. Por tanto escucharon a Sauron, y aprendieron de él muchas cosas, pues tenía grandes conocimientos. En aquellos días los herreros de Ost—in—Edhil superaron todo cuanto habían hecho antes; y al cabo de un tiempo hicieron los Anillos del Poder. Pero Sauron guiaba estos trabajos, y estaba enterado de todo cuanto hacían; porque lo que deseaba era someter a los Elfos y tenerlos bajo vigilancia.

Ahora bien, los Elfos hicieron muchos anillos, pero Sauron hizo en secreto un Anillo Único, para gobernar a todos los otros, cuyos poderes estarían atados a él, sujetos por completo a él, y durarían mientras él durase. Y gran parte de la fuerza y la voluntad de Sauron pasó a ese Anillo Único; porque el poder de los anillos élficos era muy grande, y el del que habría de gobernarlos tendría por fuerza que ser aún más poderoso; y Sauron lo forjó en la Montaña de Fuego en la Tierra de la Sombra. Y mientras llevaba el Anillo Único, era capaz de ver todo lo que se hacía por medio de los anillos menores, y podía leer y gobernar los pensamientos mismos de quienes los llevaban.

Pero no era tan fácil atrapar a los Elfos. No bien Sauron se puso el Anillo Único en el dedo, se dieron cuenta; y supieron quién era, y que quería adueñarse de todos ellos y de todo cuanto hiciesen. Entonces, con enfado y temor, se quitaron los anillos. Pero él, al ver que lo habían descubierto, y que los Elfos no habían sido engañados, sintió gran cólera, y los enfrentó exigiéndoles que le entregaran todos los anillos, pues los herreros Elfos no podrían haberlos forjado sin la ciencia y el consejo con que él los había asistido. Pero los Elfos huyeron de él; así salvaron tres de los anillos, y se los llevaron, y los ocultaron.

Ahora bien, eran esos Tres los últimos que se habían hecho, y los que tenían más grande poder. Narya, Nenya y Vilya se llamaban, los Anillos del Fuego, y del Agua, y del Aire, que tenían engarzados un rubí y un diamante y un zafiro; y eran de todos los anillos élficos los que Sauron más deseaba, pues quienes los poseyeran podrían evitar el deterioro f demorar la fatiga del mundo. Pero Sauron nunca ios encontró porque fueron dados a los Sabios, que los ocultaron y nunca más se los pusieron a la luz, en tanto Sauron tuviera el Anillo Regente. De ese modo los Tres permanecieron incólumes, pues habían sido forjados por Celebrimbor tan sólo, y la mano de Sauron no los había tocado; no obstante también estaban sometidos al Único.

Desde esos días siempre hubo guerra entre Sauron y los Elfos; y Eregion fue arruinada, y Celebrimbor muerto, y las puertas de Moría se cerraron. En ese tiempo la fortaleza y refugio de Imladris, que los Hombres llamaron Rivendel, fue encontrado por Elrond Medio Elfo; y resistió largo tiempo. Pero Sauron recogió todos los Anillos del Poder que quedaban, y los repartió entre los otros pueblos de la Tierra Media, con la esperanza de tener así sometidos a todos los que desearan contar con un poder secreto, fuera de los alcances de su propia especie. Siete anillos dio a los Enanos; pero a los Hombres les dio nueve; porque los Hombres en esto, como en otros asuntos, demostraron ser los más dispuestos a someterse. Y todos los anillos que Sauron gobernaba, los pervertía, con bastante facilidad pues él mismo había contribuido a hacerlos, y estaban malditos, y traicionaron al final a todos quienes los llevaban. Los Enanos demostraron ser firmes y nada dóciles; no soportan de buen grado el dominio de los demás, y es difícil saber lo que en verdad piensan, y tampoco es fácil inclinarlos a las sombras. Sólo llevaban los anillos para la adquisición de riquezas; pero la ira y una abrumadora codicia de oro les encendió los corazones, mal del que luego Sauron obtuvo gran beneficio. Se dice que el principio de cada uno de los Siete Tesoros de los reyes Enanos de antaño fue un anillo de oro; pero todos esos tesoros hace ya mucho que fueron saqueados, y los dragones los devoraron, y de los Siete Anillos algunos fueron consumidos por el fuego y otros recuperados por Sauron.

Fue más fácil engañar a los Hombres. Los que llevaron los Nueve Anillos alcanzaron gran poder en su época: reyes, hechiceros y guerreros de antaño. Ganaron riqueza y gloria, aunque sólo daño resultó. Parecía que para ellos la vida no tenía término, pero se les hacía insoportable. Podían andar, si así lo querían, sin que nadie de este mundo bajo el sol llegara a descubrirlos, y podían ver cosas en mundos invisibles para los Hombres mortales; pero con no poca frecuencia veían sólo los fantasmas y las ilusiones que Sauron les imponía. Y tarde o temprano, de acuerdo con la fortaleza original de cada uno y con la buena o mala voluntad que habían tenido desde un principio, iban cayendo bajo el dominio del anillo que llevaban, y bajo la servidumbre del Único, que era propiedad de Sauron. Y se volvieron para siempre invisibles, salvo para el que llevaba el Anillo Regente, y entraron en el reino de las sombras. Eran ellos los Nazgúl, los Espectros del Anillo, los más terribles servidores del Enemigo; la oscuridad andaba con ellos, y clamaban con las voces de la muerte. Ahora bien, la codicia y el orgullo de Sauron crecieron, hasta que no tuvieron límites, y decidió convertirse en el amo de todas las cosas de la Tierra Media, y destruir a los Elfos, y maquinar, si le era posible, el derrumbe de Númenor. No toleraba libertad ni rivalidad alguna, y se designó a sí mismo Señor de la Tierra. Una máscara podía llevar todavía, con el fin de engañar los ojos de los Hombres, si así lo deseaba, que lo hada parecer sabio y hermoso. Pero prefería dominar por la fuerza y el miedo, si se lo permitían, y los que advirtieron cómo su sombra se extendía sobre el mundo lo llamaron el Señor Oscuro, y le dieron el nombre de Enemigo; y Sauron dominó otra vez a todas las criaturas malignas de los días de Morgoth que aún quedaban sobre la tierra o debajo de ella, y los Orcos le obedecían, y se multiplicaron como moscas. Así empezaron los Años Oscuros, que los Elfos llaman los Días de la Huida. En ese tiempo muchos Elfos de la Tierra Media huyeron a Lindon, y desde allí se fueron por el mar para no volver más; y muchos fueron destruidos por Sauron y sus servidores. Pero en Lindon, Gil-galad se mantenía firme, y Sauron no se atrevía aún a cruzar las Montañas de Ered Luin y atacar los Puertos; y Gil-galad recibía ayuda de los Númenóreanos. En todo otro sitio reinaba Sauron, y los que querían librarse de él se refugiaban en la fortaleza de bosques y montañas, y el miedo los perseguía de continuo. En el este y el sur Sauron dominaba a casi todos los Hombres, que se volvieron fuertes por aquellos días y levantaron muchas ciudades y muros de piedra, y eran numerosos y feroces en la guerra y estaban armados de hierro. Para ellos Sauron era rey y dios; y le tenían mucho miedo, porque él ponía a su casa un cerco de llamas.

No obstante, la arremetida de Sauron contra las tierras del oeste conoció por fin un impedimento. Porque como se cuenta en la Akallabêth, fue desafiado por el poder de Númenor. Tan grandes eran el poderío y el esplendor de los Númenóreanos en el mediodía del reino, que los sirvientes de Sauron no podían resistírseles, y con la esperanza de ganar por la astucia lo que no podía ganar por la fuerza, abandonó un tiempo la Tierra Media, y fue a Númenor como rehén de Tar—Calion el Rey. Y allí habitó, hasta que por fin corrompió mediante argucias los corazones de la mayor parte del pueblo, y los hizo librar una guerra contra los Valar, y así maquinó la ruina que durante tanto tiempo había deseado. Pero esa ruina fue más terrible de lo previsto por Sauron, porque había olvidado el poder de los Señores del Occidente cuando montaban en cólera. El mundo fue destruido y tragada la tierra, y los mares se alzaron, y el mismo Sauron se hundió en el abismo. Pero luego su espíritu subió y volvió volando a la Tierra Media, como un viento negro en busca de morada. Allí descubrió que el poder de Gil-galad había crecido en los años de ausencia, y se había extendido ahora por vastas regiones del norte y el oeste, y llegaba más allá de las Montañas Nubladas y el Gran Río, aun hasta los bordes del Gran Bosque Verde, y se acercaba a los sitios en los que otrora se había sentido seguro. Entonces Sauron se retiró a la fortaleza en la Tierra Negra, y pensó en la guerra.

En aquel tiempo los Númenóreanos que se salvaron de la destrucción huyeron hacia el este, como se cuenta en la Akallabêth. Los principales de ellos eran Elendil el Alto y sus hijos, Isildur y Anárion. Aunque parientes del rey, como descendientes de Elros, no quisieron escuchar a Sauron, y se habían negado a combatir contra los Señores del Oeste. Tripulando los barcos con todos los que se habían mantenido fieles, abandonaron la tierra de Númenor antes de que la ganara la ruina. Eran hombres poderosos, y las naves resistentes y altas, pero las tempestades los alcanzaron j unas montañas de agua los levantaron hasta las mismas nubes, y descendieron sobre la Tierra Media como pájaros de tormenta.

Elendil fue arrojado por las olas a la tierra de Lindon, y tuvo la amistad dé Gil-galad. Desde allí cruzó el Río Lhün, y más allá de Ered Luin estableció el reino, y el pueblo habitó en distintos lugares de Eriador en torno a los cursos del Lhün y el Baranduin; pero la ciudad principal se encontraba en Annúminas, junto a las aguas del Lago Nenuial. En Fornost, en los Bajos Septentrionales, también vivían los Númenóreanos, y en Cardolan, y en las colinas de Rhudaur; y levantaron torres sobre Emyn Beraid y sobre Amon Súl; y en esos sitios quedan muchos montículos y obras en ruinas, pero las torres de Emyn Beraid todavía miran al mar.

Isildur y Anárion fueron transportados hacia el sur, y por último navegaron río arriba por el Gran Anduin, que fluye desde Rhovanion hacia el Mar Occidental y desemboca en la Bahía de Belfalas, y establecieron un reino en esas tierras que se llamaron después Gondor, mientras que el Reino Septentrional se llamó Arnor. Mucho antes, en los días de poder, los marineros de Númenor habían establecido un puerto y fortalezas a los lados de las desembocaduras del Anduin, a pesar de que la Tierra Negra de Sauron no estaba lejos hacia el este. En días posteriores, sólo llegaban a ese puerto los Fieles de Númenor, y por tanto muchos de los habitantes de las costas de esa región eran parientes directos o indirectos de los Amigos de los Elfos y del pueblo de Elendil, y dieron la Bienvenida a sus hijos. La principal ciudad del reino austral era Osgiliath, a través de la cual fluía el Río Grande; y los Númenóreanos levantaron allí un gran puente sobre el que había torres y casas de piedra de admirable aspecto, y altas naves venían del mar a los muelles de la ciudad. Otras fortalezas construyeron también sobre ambas márgenes: Minas Ithil, la Torre de la Luna Naciente, al este, sobre un risco de las Montañas de la Sombra, como amenaza a Mordor; y hacia el oeste, Minas Anor, la Torre del Sol Poniente, al pie del Monte Mindolluin, como escudo contra los nombres salvajes de los valles. En Minas Ithil se alzaba la casa de Isildur, y en Minas Anor la casa de Anárion, pero compartían entre ambos el reino, y sus tronos estaban juntos en el Gran Recinto de Osgiliath. Esas eran las principales moradas de los Númenóreanos en Góndor, pero otras obras maravillosas y fuertes construyeron en la tierra durante los días de poder, en las Argonath, y en Aglarond, y en Erech; y en el círculo de Angrenost, que los Hombres llamaron Isengard, levantaron el Pináculo de Orthanc de piedra inquebrantable.

Muchos tesoros y reliquias de gran virtud y maravilla trajeron los Exiliados de Númenor; y de éstos los más renombrados eran las Siete Piedras y el Árbol Blanco. El Árbol Blanco había nacido de un fruto de Nimloth el Bello que crecía en los patios del Rey de Armenelos, en Númenor, antes de que Sauron lo abrasara; y Nimloth a su vez descendía del Árbol de Tirion, que parecía una imagen del Mayor de los Árboles, el Blanco Telperion, que hizo crecer Yavanna en la tierra de los Valar. El Árbol, recuerdo de los Eldar y de la luz de Valinor, se plantó en Minas Ithil ante la casa de Isildur, pues él había sido quien salvara el fruto de la destrucción; pero las Piedras se dividieron.

Tres tomó Elendil, y dos cada uno de sus hijos. Las de Elendil fueron guardadas en torres sobre Emyn Beraid, y sobre Amon Sül y en la ciudad de Annúminas. Pero las de los hijos estaban en Minas Ithil y Minas Anor, y en Orthanc y en Osgiliath. Ahora bien, estas piedras tenían una virtud: quien las mirara vería en ellas la imagen de cosas distantes, fuera en el espacio o en el tiempo. Casi siempre revelaban sólo cosas afines a otra Piedra emparentada, porque las Piedras se llamaban entre sí; pero quienes eran fuertes de voluntad y de mente podían aprender a mirar a dónde quisieran. De este modo los Númenóreanos llegaban a conocer muchas cosas que el Enemigo pretendía ocultar, y poco escapó a esta vigilancia durante el tiempo en que tuvieron gran poder.

Se dice que las torres de Emyn Beraid no fueron construidas en verdad por los Exiliados de Númenor, sino que las levantó Gil-galad para su amigo Elendil; y la Piedra Vidente de Emyl Beraid estaba guardada en Elostirion, la más alta de las torres. Allí se recuperaba Elendil, y desde allí solía contemplar los mares que separaban las tierras cuando lo asaltaba la nostalgia del exilio; y se cree que de este modo a veces alcanzaba a ver la Torre de Avallónë sobre Eressëa, donde el Maestro de la Piedra habitaba y habita todavía. Estas piedras eran un regalo de los Eldar a Amandil, padre de Elendil, para consuelo de los Fieles de Númenor en los días de oscuridad, cuando los Elfos no podían ir ya a esa tierra bajo la sombra de Sauron. Se llamaban las Palantiri, las que vigilan desde lejos; pero todas las que habían sido llevadas a la Tierra Media hacía ya mucho que estaban perdidas.

De este modo los Exiliados de Númenor establecieron sus reinos en Arnor y en Góndor; pero antes de que hubieran transcurrido muchos años se hizo evidente que el Enemigo, Sauron, también había regresado. Había venido en secreto, como se dijo, a su viejo reino de Mordor, más allá de Ephel Dúath, las Montañas de la Sombra, y ese país limitaba con Góndor al este. Allí, sobre el valle de Gorgoroth se levantó su fortaleza, vasta y resistente, Barad-dûr, la Torre Oscura; y había una montaña llameante en esa tierra que los Elfos llamaban Orodruin. En verdad, por esa razón Sauron había instalado allí su morada desde hacía mucho tiempo; porque el fuego que manaba allí desde el corazón de la tierra lo utilizaba para brujerías y forjas; y en medio de la Tierra de Mordor había hecho el Anillo Regente. Allí meditó en la oscuridad, hasta que se hubo dado a sí mismo una forma nueva; ya que había perdido para siempre el hermoso semblante, cuando fuera arrojado al abismo en el hundimiento de Númenor. Tomó otra vez el Gran Anillo y se hizo más poderoso; y pocos había aún entre los grandes de los Elfos y de los Hombres que pudieran soportar la Mirada de Sauron.

Ahora bien, Sauron preparaba la guerra contra los Eldar y los Hombres de Oestesnesse y los fuegos de la Montaña despertaron otra vez. Fue así que al ver el humo de Orodruin desde lejos y entender que Sauron había regresado, los Númenóreanos le pusieron a la Montaña un nuevo nombre, Amon Amarth, el Monte del Destino. Y Sauron reunió una gran fuerza de servidores venidos del este y del sur; y entre ellos no pocos eran de la raza de Númenor. Porque en los días de la estadía de Sauron en esa tierra, el corazón de casi todo ese pueblo se volcó a la oscuridad. Así ocurría que muchos de los que navegaron hacia el este en ese tiempo y levantaron fortalezas y viviendas en las costas estaban ya sometidos a la voluntad de Sauron, y lo servían de buen grado en la Tierra Media. Pero por causa del poder de Gil-galad, estos renegados, señores a la vez poderosos y malignos, moraron casi todos lejos al sur; dos había, sin embargo, Herumor y Fuinur, que crecieron en poder entre los Haradrim, un pueblo grande y cruel que habitó en las amplias tierras al sur de Mordor más allá de las desembocaduras del Anduin.

Por lo tanto, cuando Sauron vio la oportunidad, avanzó con una gran fuerza contra el nuevo Reino de Góndor, y tomó Minas Ithil, y destruyó el Árbol Blanco de Isildur que allí crecía. Pero Isildur escapó, y llevando consigo un vástago del Árbol fue por barco río abajo, con su esposa y sus hijos, y navegaron desde las desembocaduras del Anduin en busca de Elendil. Entretanto, Anárion resistió en Osgiliath contra el Enemigo y lo rechazó hacia las montañas; pero Sauron volvió a reunir sus fuerzas, y Anárion supo que al menos que le llegara ayuda, el reino no podría resistir mucho tiempo.

Ahora bien, Elendil y Gil-galad buscaron mutuo consejo, porque percibían que Sauron se volvería demasiado fuerte, y que vencería a todos sus enemigos uno por uno si no se unían todos contra él. De este modo se hizo la Liga que se llamó la Ultima Alianza, y marcharon hacia el este a la Tierra Media reuniendo una gran hueste de Elfos y de Hombres; e hicieron alto por un tiempo en Imladris. Se dice que el ejército allí reunido era más gallardo y más espléndido en armas que ningún otro visto desde entonces en la Tierra Media, y el más numeroso desde que el ejército de los Valar avanzara sobre Thangorodrim.

Desde Imladris cruzaron los pasos de las Montañas Nubladas, y fueron río abajo por el Anduin, y así llegaron al fin sobre las huestes de Sauron en Dagorlad, la Llanura de la Batalla, que se extiende por delante de las puertas de la Tierra Negra. Todas las criaturas vivientes se dividieron ese día, y algunas de la misma especie, aun bestias y aves, estaban en uno y en otro bando; excepto los Elfos. Sólo ellos no estaba divididos y seguían a Gil-galad. De los Enanos, pocos eran los que luchaban también en los dos bandos; pero el clan de Durin de Moría luchaba contra Sauron.

El ejército de Gil-galad y Elendil obtuvo la victoria, porque el poder de los Elfos era grande todavía en ese entonces, y los Númenóreanos eran fuertes y altos, y terribles en la cólera. A Aeglos, la espada de Gil-galad, nadie podía resistirse; y la espada de Elendil estremecía de miedo a Orcos y Hombres, porque resplandecía a la luz del sol y de la luna, y se llamaba Narsil.

Entonces Gil-galad y Elendil entraron en Mordor y rodearon la fortaleza de Sauron; y la sitiaron durante siete años, y sufrieron dolorosas pérdidas por el fuego, los dardos y las saetas del Enemigo; y Sauron se resistía acosándolos. Allí, en el valle de Gorgoroth, Anárion hijo de Elendil fue muerto, y también otros muchos. Pero por último el sitio fue tan riguroso, que el mismo Sauron salió; y luchó con Gil-galad y Elendil, y los mató a ambos, y cuando Elendil cayó la espada se le quebró bajo el cuerpo. Pero Sauron también fue derribado, y con la empuñadura desprendida dé Narsil, Isildur cortó el Anillo de la mano de Sauron, y lo tomó. Entonces Sauron quedó vencido por el momento; y abandonó el cuerpo, y su espíritu huyó a espacios distantes y se escondió en sitios baldíos; y durante largos años no volvió a tener forma visible.

Así empezó la Tercera Edad del Mundo, después de los Días Antiguos y los Años Oscuros; y había todavía esperanza en aquel tiempo y el recuerdo de la alegría, y el Árbol Blanco de los Eldar floreció muchos años en los patios de los Reyes de los Hombres, porque el vástago que había salvado, Isildur lo plantó en la ciudadela de Anor en memoria de su hermano antes de abandonar Gondor. Los servidores de Sauron fueron derrotados y dispersados, pero no del todo destruidos; y aunque muchos Hombres se apartaron del mal y se convirtieron en súbditos de los herederos de Elendil, muchos más recordaban a Sauron en sus corazones y odiaban los reinos del Occidente. La Torre Oscura fue derrumbada, pero sus cimientos perduraron, y no se olvidó. Los Númenóreanos montaron guardia por cierto, junto a la tierra de Mordor, pero nadie se atrevió a morar allí por causa del terror del recuerdo de Sauron, y de la Montaña de Fuego que se levantaba cerca de Barad-dûr; y las cenizas cubrían el valle de Gorgoroth. Muchos de los Elfos y muchos de los Númenóreanos y de los Hombres que eran aliados habían perecido en la Batalla y en el Sitio; y Elendil el Alto y Gil-galad el Rey Supremo ya no existían. Nunca otra vez se reunió un ejército semejante, ni hubo alianza semejante entre Elfos y Hombres; porque después de los días de Elendil ambos linajes se separaron.

Nadie supo más del Anillo Regente en esa época, ni siquiera los Sabios; no obstante no fue deshecho. Porque Isildur no lo cedió a Elrond ni a Círdan que estaban junto a él. Le aconsejaron arrojarlo al fuego de Orodruin en las cercanías, donde había sido forjado, para que pereciera y el poder de Sauron quedara disminuido por siempre, y no fuera sino una sombra de malicia en el desierto. Pero Isildur rechazó este consejo diciendo: —Esto lo conservaré como indemnización por la muerte de mi padre y por la de mi hermano. ¿No fui yo el que asestó al Enemigo el golpe de muerte?— Y contemplando el Anillo que tenía en la mano le pareció sumamente hermoso, y no toleró que se lo destruyera. Por tanto, con él volvió primero a Minas Anor, y allí plantó el Árbol Blanco en memoria de su hermano Anárion. Pero no tardó en partir, y después de haberle dado consejo a Meneldil, el hijo de su hermano, y encomendarle el Reino del Sur, se llevó el Anillo para que fuera heredad de su casa, y se marchó de Gondor hacia el norte por el camino por donde Elendil había venido; y abandonó el Remo del Sur, porque se proponía hacerse cargo del reino de su padre en Eriador, lejos de la sombra de la Tierra Negra.

Pero Isildur fue abrumado por una hueste de Orcos que acechaba en las Montañas Nubladas; y sin que el lo notara, descendieron sobre el campamento entre el Bosque Verde y el Río Grande, cerca de Loeg Ningloron, los Campos Glaudos, porque era descuidado y no había montado guardia alguna creyendo derrotados a todos los enemigos. Allí casi todos los suyos recibieron muerte, y entre ellos sus tres hijos mayores, Elendur, Aratan y Ciryon; pero cuando partiera para la guerra había dejado en Imladris a su esposa y a su hijo menor, Valandil. Isildur escapó en cambio por mediación del Anillo, porque cuando se lo ponía se volvía invisible a todas las miradas; pero los Orcos le dieron caza por el olfato y el rastro hasta que llegó al río y se zambulló en él. Allí el Anillo lo traicionó y vengó a su hacedor, porque se le deslizó del dedo mientras nadaba, y se perdió en el agua. Entonces los Orcos lo vieron mientras se esforzaba en la corriente, y le dispararon muchas flechas y ése fue el fin. Sólo tres de los suyos volvieron por encima de las montañas después de mucho errar de un lado a otro; y de ellos uno era Ohtar, el escudero, a cuyo cuidado había puesto Isildur los fragmentos de la espada de Elendil.

De este modo llegó Narsil a manos de Valandil, heredero de Isildur, en Imladris; pero la hoja estaba quebrada y su brillo se había extinguido, y no se la volvió a forjar. Y el Señor Elrond anunció que no se lo haría en tanto no se reencontrara el Anillo Regente y Sauron volviera; pero la esperanza de Elfos y Hombres era que estas cosas no ocurrieran nunca.

Valandil habitó en Annúminas, pero su pueblo había disminuido, y de los Númenóreanos y de los Hombres quedaban muy pocos como para poblar la tierra o mantener todos los lugares que Elendil había edificado; muchos habían caído en Dargolad, y en Mordor, y en los Campos Glaudos. Y sucedió al cabo de los días de Eärendur, el séptimo rey que siguió a Valandil, que los Hombres del Occidente, los Dúnedain del Norte, se dividieron en mezquinos reinos y señoríos, y sus enemigos los devoraron uno por uno. Siguieron menguando con los años, hasta que pasó su gloria dejando tan sólo montículos verdes en la hierba. Por fin nada quedó de ellos salvo un pueblo extraño que erraba secretamente por tierras deshabitadas, y los demás Hombres nada sabían de dónde moraban ni del propósito de esas idas y venidas, y salvo en Imladris, en la casa de Elrond, el linaje quedó olvidado. Pero los herederos de Isildur, durante muchas vidas de Hombres, siguieron atesorando los fragmentos de la espada; y la línea de padre a hijo nunca se quebró.

En el sur, Gondor perduró, y durante un tiempo creció en esplendor, hasta que la riqueza y majestad del reino hizo recordar a Númenor antes de la caída. Altas torres levantó el pueblo de Góndor, y fortalezas, y puertos de muchos barcos; y la Corona Alada de los Reyes de los Hombres fue reverenciada por gentes de muchas tierras, y de muchas lenguas. Porque durante largos años creció el Árbol Blanco ante la casa del rey en Minas Anor, descendiente de aquel árbol que Isildur rescatara de las profundidades del mar, de Númenor; y la simiente anterior provenía de Avallónë, y la más anterior de Valinor, en el Día que precedió a los días, cuando el mundo era joven.

Sin embargo, al final, con el desgaste de los rápidos años de la Tierra Media, Góndor decayó, y el linaje de Meneldil hijo de Anárion se interrumpió. Porque la
sangre de los Númenóreanos se mezcló demasiado con la de otros hombres, y perdieron poder y sabiduría, y tuvieron una vida mas breve, y no vigilaron a Mordor como antes. Y en los días de Telemnar, el vigesimotercero del linaje de Meneldil, una peste llegó desde el oriente en vientos oscuros, y atacó al rey y a sus hijos, y perecieron muchos del pueblo de Góndor. Entonces los fuertes de las fronteras de Mordor quedaron abandonados, y Minas Ithil se vació de gente; y el mal penetró otra vez en secreto en la Tierra Negra, y las cenizas de Gorgoroth se movieron como si soplara un viento frío, pues allí se agolpaban unas formas oscuras. Se dice que éstas eran en verdad los Ulairi, que Sauron llamaba los Nazgúl, los Nueve Espectros del Anillo que durante mucho tiempo habían permanecido ocultos, pero que retornaban ahora para preparar el camino del Amo, que había empezado a crecer otra vez.

Y en días de Eärnil asestaron el primer golpe, y vinieron durante la noche de Mordor por los pasos de las Montañas de la Sombra, y moraron en Minas Ithil; y lo convirtieron en un lugar tan espantoso, que nadie se atrevía a mirarlo. En adelante se llamó Minas Morgul, la Torre de la Hechicería; y Minas estaba siempre en guerra con Minas Anor, en el oeste. Entonces Osgiliath, que con la decadencia de su gente hada ya mucho que estaba desierta, se convirtió en lugar de ruinas y fantasmas. Pero Minas Anor resistió, y recibió un nuevo nombre: Minas Tirith, la Torre de la Guardia; porque allí los reyes hicieron construir en la ciudadela una torre blanca, muy alta y muy hermosa, cuya mirada abarcaba muchas tierras. Era orgullosa aún y fuerte esa ciudad, y en ella el Árbol Blanco floreció todavía un tiempo ante la casa de los reyes; y allí el resto de los Númenóreanos aún defendía eí pasaje del Río contra los Terrores de Minas Morgul, y contra todos los Enemigos del Oeste, Orcos y monstruos, y Hombres malvados; y de ese modo las tierras a espaldas de ellos, al oeste del Anduin, quedaron protegidas de la guerra y la destrucción.

Al cabo de los días de Eärnur hijo de Eärnil, y último Rey de Góndor, Minas Tirith aún se mantenía en pie. Eärnur fue quien cabalgó solo hasta las puertas de Minas Morgul para contestar al desafío del Señor de Morgul; y se enfrentó con él en singular combate, pero fue traicionado por los Nazgúl y llevado vivo a la ciudad del tormento, y ningún hombre lo vio otra vez. Ahora bien, Eärnur no dejó heredero, pero cuando la línea de los reyes se extinguió, los Mayordomos de la casa de Mardil el Fiel gobernaron la ciudad y el reino, cada vez más menguado; y los Rohirrim, los Jinetes del Norte, llegaron y moraron en la verde tierra de Rohan que se llamó antes Calenardhon y fue parte del Reino de Góndor; y los Rohirrim ayudaron a los Señores de la Ciudad en la guerra. Y al norte, más allá de los Saltos del Rauros y las Puertas de Argonath, había todavía otras defensas, poderes más antiguos de los que poco sabían los Hombres, y que las criaturas malignas no se atrevían a molestar, mientras el Señor Oscuro, Sauron, no volviera, madurado el momento. Y hasta que ese momento no llegó, los Nazgúl nunca cruzaron otra vez el Río en los días de Eärnil, ni salieron de la ciudad como Hombres visibles.

Durante todos los días de la Tercera Edad, después de la caída de Gil-galad, el Señor Elrond vivió en Imladris, y reunió allí a muchos Elfos, y otras criaturas sabias y poderosas entre todos los linajes de la Tierra Media, y preservó al cabo de muchas vidas de Hombres el recuerdo de todo lo que había sido hermoso; y la casa de Elrond fue refugio para fatigados y oprimidos, y tesoro de preciosos consejos y sabiduría. En esa casa se albergaron los Herederos de Isildur, en la infancia y la vejez, pues estaban emparentados por la sangre con el mismo Elrond, y también porque él sabía que a uno de su linaje le estaba asignado una parte principal en los últimos hechos de esa Edad. Y en tanto ese momento no llegara, los fragmentos de la espada de Elendil se encomendaron al cuidado de Elrond, cuando en días oscuros los Dúnedain se convirtieron en un pueblo errante.

En Eriador, Imladris era la más importante morada de los Altos Elfos; pero en los Puertos Grises de Lindon moraba también un resto del pueblo de Gil-galad el Rey de los Elfos. A veces erraban por tierras de Eriador, pero la mayoría vivía cerca de las costas del mar, y construían y cuidaban las naves élficas en que los Primeros Nacidos se hadan a la mar rumbo al más extremo Occidente, fatigados del mundo. Círdan el Carpintero de Barcos era el Señor de los Puertos y muy poderoso entre los Sabios.

De los Tres Anillos que los Elfos habían preservado sin mancha nada se decía por cierto entre los Sabios, y aun pocos de los Eldar conocían el sitio en que se guardaban ocultos. No obstante, después de la caída de Sauron, el poder de los Tres Anillos continuaba obrando, y donde ellos estaban, estaba también la alegría, y los dolores del tiempo no mancillaban ninguna cosa. Así ocurrió que antes de que la Tercera Edad concluyera, los Elfos advirtieron que el Anillo de Zafiro estaba con Elrond, en el hermoso valle de Rivendel, pues sobre su casa las estrellas del cielo eran más brillantes; mientras que el Anillo de Diamante estaba en la Tierra de Lorien, donde vivía la Dama Galadriel. Aunque Reina de los Elfos del Bosque, y esposa de Celeborn de Doriath, Galadriel pertenecía a los Noldor, y recordaba al Día anterior a los días en Valinor, y era la más poderosa y la más bella de los Elfos que habían quedado en la Tierra Media. Pero el Anillo Rojo permaneció oculto hasta el final, y nadie, salvo Elrond y Galadriel y Círdan, sabía a quién había sido encomendado.

Fue así que en dos dominios la beatitud y la belleza de los Elfos permanecieron intactas mientras duró esa Edad: en Imladris y en Lothlórien, la tierra escondida entre el Celebrant y el Anduin, donde los árboles daban flores de oro, y adonde no se atrevían a entrar los Orcos y las criaturas malignas. No obstante muchas voces de entre los Elfos predecían que si Sauron volviera, o bien encontraría el Anillo Regente perdido, o bien sus enemigos lo descubrirían y lo destruirían; pero en ambos casos terminaría el poder de los Tres, y todas las cosas mantenidas por él tendrían que marchitarse: de ese modo llegaría el crepúsculo de los Elfos y empezaría el Dominio de los Hombres.

Y así en verdad ha sucedido: el Único y los Siete y los Nueve fueron destruidos; y los Tres desaparecieron, y con ellos terminó la Tercera Edad, y concluyen las Historias de los Eldar en la Tierra Media. Esos fueron los Años que se Apagaban, y el invierno del último florecimiento de los Elfos al este del Mar. En ese tiempo los Noldor andaban todavía en las Tierras de Aquende, los más aguerridos y hermosos de entre los hijos del mundo, y los oídos mortales todavía escuchaban lo que decían. Muchas cosas bellas y maravillosas había aún en la tierra en aquel tiempo, y también muchas cosas malignas y horribles: Orcos, y trasgos, y dragones, y bestias salvajes, y extrañas criaturas de los bosques, viejas y sabias, cuyos nombres se han olvidado; los Enanos trabajaban aún en las montañas, y labraban con paciente artesanía obras de metal y de piedra que hoy nadie puede igualar. Pero el Dominio de los Hombres se preparaba, y todas las cosas estaban cambiando, hasta que el Señor Oscuro despertó otra vez en el Bosque Negro.

Ahora bien, antaño el nombre del bosque era el Gran Bosque Verde, y sus amplios espacios y senderos eran frecuentados por bestias y pájaros de espléndido canto; y allí estaba el reino del Rey Thranduil bajo el roble y la haya. Pero al cabo de muchos años, cuando hubo transcurrido casi un tercio de esa edad, una oscuridad invadió lentamente el bosque desde el sur, y el miedo echó a andar por claros umbríos; las bestias salvajes cazaron allí y unas criaturas malignas y crueles tendieron sus trampas.

Entonces el nombre del bosque cambió y se llamó Bosque Negro, pues la noche era allí profunda, y pocos osaban atravesarlo, salvo sólo por el norte, donde el pueblo de Thranduil aún mantenía el mal a raya. De dónde venía pocos podían decirlo, y pasó mucho tiempo antes que los Sabios lo descubrieran. Era la sombra de Sauron y el signo de su retorno. Porque al venir de los yermos del Este, escogió corno morada el sur del bosque, y lentamente creció y cobró forma otra vez; en una colina oscura levantó su vivienda, y allí obró su hechicería, y todos temieron al Hechicero de Dol Guldur, y sin embargo no sabían todavía al principio cuan grande era el peligro.

Mientras aún las primeras sombras empezaban a invadir el Bosque Negro, en el oeste de la Tierra Media aparecieron los Istari, a quienes los Hombres llamaron los Magos. Nadie sabía en aquel tiempo de dónde eran, salvo Círdan de los Puertos, y sólo a Elrond y a Galadriel se les reveló que venían de allende el Mar. Pero luego se dijo entre los Elfos que eran mensajeros enviados por los Señores del Occidente para contrarrestar el poder de Sauron, si éste despertaba de nuevo, y para incitar a los Elfos y a los Hombres y a todas las criaturas vivientes de buena voluntad a que emprendiesen valerosas hazañas. Tenían aspecto de Hombres, viejos pero vigorosos, y cambiaban poco con los años, y sólo envejecían lentamente, aunque llevaban la carga de muchas preocupaciones; y eran de gran sabiduría y poderosos de mente y manos. Durante mucho tiempo viajaron a lo largo y a lo ancho entre los Elfos y los Hombres, y conversaban también con las bestias y los pájaros; y los pueblos de la Tierra Media les dieron muchos nombres, pues ellos no revelaron cómo se llamaban en verdad. Los principales de ellos fueron los que los Elfos llamaron Mithrandir y Curunír, pero los Hombres del Norte los llamaron Gandalf y Saruman. De éstos Curunír era el mayor y el que llegó primero, y después de él llegaron Mithrandir y Radagast, y otros de los Istari que fueron al este de la Tierra Media, y no están incluidos en estas historias. Radagast fue amigo de todas las bestias y todos los pájaros; pero Curunír anduvo sobre todo entre los Hombres, y era sutil de palabra, y hábil en obras de herrería. Mithrandir era quien tenía más íntimo trato con Elrond y los Elfos. Erraba muy lejos por el norte y por el oeste, y nunca en tierra alguna tuvo morada duradera; pero Curunír viajó hacia el este, y cuando regresó vivió en Orthanc en el Anillo de Isengard, que construyeron los Númenóreanos en los días de poder.

Siempre el más vigilante fue Mithrandir, y él era quien más sospechaba de la oscuridad del Bosque Negro, porque aunque muchos creían que era obra de los Espectros del Anillo, él temía en verdad que fuera el primer atisbo de la sombra de Sauron que regresaba; y marchó a Dol Guldur, y el Hechicero huyó de él; y hubo una paz cautelosa durante un largo tiempo. Pero al fin regresó la Sombra, creciendo en poder; y en ese tiempo se celebró por primera vez el Concilio de los Sabios, llamado luego el Concilio Blanco, y en él estaban Elrond, y Galadriel, y Círdan, y otros señores de los Eldar, y también Mithrandir y Curunír. Y Curunír (que era Saruman el Blanco) fue escogido como jefe, pues era quien más había estudiado las estratagemas de Sauron en otros tiempos. Galadriel había deseado en verdad que Mithrandir fuera la cabeza del Concilio, y Saruman se lo reprochó, pues su orgullo y su deseo de dominio eran ahora grandes; pero Mithrandir rehusó el cargo, pues no quería pactos ni trabas excepto con aquellos que lo habían enviado, y no habitaba en sitio alguno ni se sometía a convocatorias. Y Saruman se puso a estudiar la ciencia de los Anillos del Poder, cómo habían sido hechos, y qué les había ocurrido.

Ahora bien, la Sombra se hacía cada vez más grande, y los corazones de Elrond y Mithrandir se oscurecieron. Por tanto, en una ocasión, Mithrandir fue de nuevo con gran peligro a Dol Guldur y a los abismos del Hechicero, y descubrió la verdad y escapó. Y volviendo ante Elrond. dijo:

—Ciertas, ay, son nuestras sospechas. Este no es uno de los Ulairi, como muchos lo creyeron largo tiempo. Es el mismo Sauron que otra vez ha cobrado forma y crece ahora de prisa; y está juntando otra vez todos los Anillos; y busca siempre noticias acerca del Único y de los Herederos de Isildur, si viven aún sobre la tierra.

Y Elrond contestó: —En la hora en que Isildur tomó el Anillo y no quiso cederlo, se obró este hado, que Sauron volvería.

—No obstante, el Único se perdió —dijo Mithrandir—, y mientras no se encuentre, podemos dominar al Enemigo, si unimos nuestras fuerzas y no nos demoramos demasiado.

Entonces se convocó el Concilio Blanco; y allí Mithrandir los instó a rápidos procederes, pero Curunír se opuso, y aconsejó esperar y vigilar.

—Porque no creo —dijo— que volvamos a encontrar el Único en la Tierra Media. Cayó en el Anduin, y pienso que habrá sido arrastrado al Mar hace ya tiempo.

Allí quedará hasta el fin, cuando todo este mundo se haya roto y los abismos se vacíen.

Por tanto nada se hizo en esa ocasión, aunque había recelo en el corazón de Elrond, quien le dijo a Mithrandir: —No obstante presagio que el Único llegará a encontrarse, y habrá guerra otra vez, y en esa guerra esta Edad llegará a término. Concluirá, por cierto, en una segunda oscuridad, a menos que una extraña ocasión
nos libere, que mis ojos no pueden ver.

—Muchas son las extrañas ocasiones del mundo —dijo Mithrandir— y el socorro a menudo llega de manos de los débiles, cuando los Sabios fracasan.

Ocurrió entonces que los Sabios se sintieron perturbados, pero ninguno leyó entonces en los negros pensamientos de Curunír, ni nadie supo que era ya un traidor: pues deseaba que él y no otro fuese quien encontrara el Anillo, y así podría ponérselo y doblegar a todo el mundo a voluntad. Durante demasiado tiempo había estudiado los pasos de Sauron con la esperanza de derrotarlo, y ahora le tenía más envidia como rival que odio por lo que había hecho. Y creía que el Anillo, que pertenecía a Sauron, buscaría a su amo cuando éste reapareciese; pero si volvían a expulsarlo, entonces el Anillo permanecería oculto. Por tanto estaba dispuesto a jugar con el peligro y dejar tranquilo a Sauron por un tiempo, pues esperaba prevalecer mediante artilugios, tanto sobre la gente amiga como sobre el Enemigo, cuando el Anillo apareciera.

Montó una guardia en los Campos Glaudos, pero pronto descubrió que los sirvientes de Dol Guidur registraban todos los caminos del Río en esa región. Entonces advirtió que también Sauron estaba enterado de cómo había muerto Isildur, y tuvo miedo, y se retiró a Isengard y la fortificó; y se enfrascó cada vez más profundamente en la ciencia de los Anillos del Poder y en el arte de la forja. Pero no dijo nada de esto en el Concilio, esperando ser el primero en oír nuevas del Anillo. Reunió a todo un ejército de espías, y muchos de entre ellos eran pájaros; porque Radagast no adivinó la traición de Curunír, y lo ayudó creyendo que estaban vigilando al Enemigo.

Pero la sombra del Bosque Negro era cada día más profunda, y unas criaturas malignas concurrieron a Dol Guidur desde todos los lugares oscuros del mundo; y se unieron nuevamente bajo una sola voluntad, y volvieron su malicia contra los Elfos y los sobrevivientes de Númenor. Pero al fin el Concilio fue de nuevo convocado, y se debatió mucho la ciencia de los Anillos; pero Mithrandir le habló al Concilio diciendo:

—No es necesario que encontremos el Anillo, porque mientras permanezca en la tierra y no se deshaga, tendrá siempre poder; y Sauron crecerá y confiará. El poder de los Elfos y de los Amigos de los Elfos es menor ahora de lo que fue. Sauron será pronto demasiado fuerte para nosotros, aun sin el Gran Anillo; porque gobierna los Nueve, y de los Siete ya ha recuperado tres. Tenemos que atacar.

A esto asintió ahora Curunír, deseando que Sauron fuera arrojado de Dol Guidur, que estaba cerca del Río, y no tuviera oportunidad de continuar la busca. Así dio por última vez ayuda al Concilio, y las fuerzas se unieron; y atacaron Dol Guidur, y expulsaron a Sauron de su baluarte, y durante un corto tiempo el Bosque Negro volvió a ser como antaño.

Pero el golpe que asestaron llegó demasiado tarde. Porque el Señor Oscuro lo había previsto, y él estaba esperándolo desde hacía mucho, y los Ulairi, los Nueve Sirvientes, habían ido delante de él para prepararle el camino. Por tanto la huida fue sólo un engaño, y Sauron pronto volvió, y antes de que los Sabios pudieran prevenirlo, se instaló en su reino de Mordor, y levantó una vez más las torres oscuras de Barad-dûr. Y en ese año se convocó el Concilio Blanco una última vez, y Curunír se retiró a Isengard, y no recibió otro consejo que el suyo propio.

Los Orcos estaban reuniéndose; y lejos al este y al sur los pueblos salvajes se armaban. Entonces en medio del miedo creciente y los rumores de guerra, el presagio de Elrond se cumplió, y el Anillo Único fue encontrado en verdad, en una ocasión más extraña todavía que la prevista por Mithrandir; y permaneció oculto de Curunír y de Sauron. Porque había sido recogido del Anduin mucho antes que ellos los buscaran; y lo había encontrado un pequeño pescador que vivía en una aldea junto al Río, antes de la caída de los Reyes de Góndor; y quien lo encontró lo llevó fuera a un oscuro escondrijo bajo las raíces de las montañas, a donde nadie podía ir a buscarlo. Allí quedó hasta que en el año del ataque a Dol Guldur fue nuevamente encontrado por un viajero que huía perseguido por los Orcos a las profundidades de la tierra, y pasó a un país distante, a la tierra de los Periannath, la Gente Pequeña, los Medianos, que habitaban al oeste de Eriador. Y antes de ese día poco habían interesado a los Elfos y a los Hombres, y en los consejos de Sauron o de los Sabios nadie excepto Mithrandir los había tenido en cuenta.

Ahora bien, por fortuna y porque él estaba atento, Mithrandir fue el primero en tener noticias del Anillo, antes que Sauron se enterase; no obstante, se sintió afligido e inquieto. Porque muy grande era el poder maligno de esa cosa como para que la tuviera alguno de los Sabios, a no ser que como Curunír deseara convertirse en un tirano y en otro señor oscuro; pero no era posible ocultárselo por siempre a Sauron, ni deshacerlo mediante las artes de los Elfos. De modo que con ayuda de los Dúnedain del Norte Mithrandir hizo vigilar la tierra de los Periannath, y aguardó la ocasión oportuna. Pero Sauron tenía muchas orejas, y no tardó en oír el rumor del Anillo Único, que deseaba por encima de todas las cosas, y envió a los Nazgúl a que lo buscaran. Entonces estalló la guerra, y en la batalla con Sauron la Tercera Edad acabó como había empezado.

Pero quienes vieron lo que se hizo en aquel tiempo, hazañas heroicas y asombrosas, han contado en otro sitio la historia de la Guerra del Anillo, y cómo terminó no sólo con una victoria imprevista, sino también con dolor, desde mucho antes presagiado. Dígase aquí que en aquellos días el Heredero de Isildur se levantó en el Norte, y tomó los fragmentos de la espada de Elendil, y en Imladris volvieron a forjarse; y el Heredero fue a la guerra, un gran capitán de Hombres. Era Aragorn hijo de Arathorn, el trigesimonoveno heredero en línea directa de Isildur, y sin embargo más semejante a Elendil que ninguno antes de él. Hubo batalla en Rohan, y Curunír el traidor fue derribado, e Isengard quebrantada; y delante de la Ciudad de Góndor se libró una gran contienda, y el Señor de Morgul, Capitán de Sauron, entró allí en la oscuridad; y el Heredero de Isildur condujo al ejército del Oeste hasta las Puertas Negras de Mordor.

En esa última batalla estaban Mithrandir, y los hijos de Elrond, y el Rey de Rohan, y los señores de Góndor, y el Heredero de Isildur con los Dúnedain del Norte. Allí por fin enfrentaron la muerte y la derrota, y todo valor resultó vano; porque Sauron era demasiado fuerte. No obstante, en esa hora se puso a prueba lo que Mithrandir había dicho, y la ayuda llegó de manos de los débiles cuando los Sabios fracasaron. Porque, como se oyó en muchos cantos desde entonces, fueron los Periannath, la Gente Pequeña, los habitantes de las laderas y los prados, quienes trajeron la liberación.

Porque Frodo el Mediano, se dice, portó la carga a pedido de Mithrandir, y con un solo sirviente atravesó peligros y oscuridad, y a pesar de Sauron llegó por ultimo al Monte del Destino; y allí arrojó el Gran Anillo de Poder al Fuego en que había sido forjado, y así por fin fue deshecho, y el mal que tenía se consumió.

Entonces cayó Sauron, y fue derrotado por completo, y se desvaneció como una sombra de malicia; V las torres de Barad-dûr se derrumbaron en escombros, y al rumor de esta caída muchas tierras temblaron. Así llegó otra vez la paz, y una nueva Primavera despertó en el mundo; y el Heredero de Isildur fue coronado Rey de Góndor y de Arnor, y el poder de los Dúnedain fue acrecentado y su gloria renovada. En los patios de Minas Anor el Árbol Blanco floreció otra vez, pues Mithrandir encontró un vástago en las nieves del Mindolluin, que se alzaba alto y blanco por sobre la Ciudad de Góndor; y mientras creció allí los Días Antiguos no fueron del todo olvidados en el corazón de los reyes.

Ahora bien, casi todas estas cosas se lograron por el consejo y la vigilancia de Mithrandir, y en los últimos pocos días se reveló como señor de gran veneración, y vestido de blanco cabalgó a la batalla; pero hasta que el momento de partir llegó también para él, nadie supo que durante mucho tiempo había guardado el Anillo Rojo del Fuego. En un principio ese Anillo había sido confiado a Círdan, Señor de los Puertos; pero lo cedió a Mithrandir, porque sabía de dónde venía, y a dónde retornaría.

—Toma ahora este Anillo —le dijo—, porque trabajos y cuidados te pasarán, pero él te apoyará en todo y te defenderá de la fatiga. Porque éste es el Anillo del Fuego, y quizá con él puedas reanimar los corazones, y procurarles el valor de antaño en un mundo que se enfría. En cuanto a mí, mi corazón está con el Mar, y viviré junto a las costas grises guardando los Puertos hasta que parta el último barco. Entonces te esperaré.

Blanco era ese barco, y mucho tardaron en construirlo, y mucho esperó el fin del que Círdan había hablado. Pero cuando todas estas cosas fueron hechas, y el Heredero de Isildur recibió el señorío de los Hombres y el dominio del Oeste, fue obvio entonces que el poder de los Tres Anillos también había terminado, y el mundo se volvió viejo y gris para los Primeros Nacidos. En ese tiempo los últimos Nolldor se hicieron a la mar desde los Puertos y abandonaron la Tierra Media para siempre. Y últimos de todos, los Guardianes efe los Tres Anillos partieron también, y el Señor Elrond tomó el barco que Círdan había preparado. En el crepúsculo del otoño partió de Mithlond, hasta que los mares del Mundo curvo cayeron por debajo de él, y los vientos del cielo redondo no lo perturbaron más, y llevado sobre los altos aires por encima de las nieblas del mundo fue hacia el Antiguo Occidente, y el fin llegó para los Eldar de la historia y de los cantos.

 

FIN

 

 

Akallabêth
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