Tolkien y la subcreación

Aranruth Braulio Fernández Biggs

 

En la famosa caminata nocturna del 19 de septiembre de 1931 por los Jardines del Magdalen College, Tolkien, Hugo Dyson y C.S. Lewis hablaron sobre el mito, su naturaleza y propósitos. Lewis, que creía en Dios, no comprendía aún a Cristo ni el significado de su muerte salvífica. Alcanzaba a captar su "ejemplo" como modelo humano, pero nada más. Su problema era que pedía del Evangelio una claridad de sentido más allá de lo narrado en los mitos (a los que consideraba "mentiras"). La conversación se prolongó hasta las tres de la mañana, hora en que Tolkien regresó a su casa. Lewis permaneció con Dyson hasta el amanecer; y, casi al despedirse, le preguntó si acaso la historia de Cristo era un mito verdadero. Es decir, un mito de similar sustancia narrativa y efectos epopéyicos pero con una gigantesca diferencia: que efectivamente ocurrió. Que era, en suma, verdad.

La respuesta monosilábica de Dyson no se hizo esperar: "Doce días más tarde [Lewis escribió] a su amigo Arthur Greeves: "He pasado de creer en Dios a creer decididamente en Cristo, en el cristianismo. Trataré de explicártelo en otro momento. Mi larga conversación nocturna con Dyson y Tolkien ha tenido mucho que ver con esto"".

La explicación recibida poseía una fuerza singular: sólo elaborando mitos, sólo convirtiéndose en un subcreador que inventa historias, podía aspirar el hombre a recuperar el estado perdido. El intento suponía la posibilidad del error, de una falla en la puntería; pero, a la larga, era un camino seguro a la verdad. Si el "mito cristiano" era verdadero, debía aceptarse de modo insoslayable su postulado central: la encarnación de Dios en la historia. Y puesto que la subcreación es un reflejo necesario de esa única y verdadera Revelación, de no existir ésta, aquélla no sólo era impensable sino imposible. Pero en dicha conversación también había estado presente una idea que permite entender mejor un aspecto de la obra de Tolkien: que "la fantasía creativa se basa en el amargo reconocimiento de que las cosas del mundo son tal cual se muestran bajo el sol; en el reconocimiento de una realidad pero no en la esclavitud a ella" (En "Sobre los cuentos de hadas"). El derrumbe iniciado en 1914 no podía ser sólo un "dato" sobre el que llorar ni fuente de mera rebeldía, como lo había demostrado buena parte del siglo XIX. De cierto modo, urgía el mito como vía a la "recuperación". Y aunque el punto estaba en qué era lo que había que recuperar (y en ello se habían enredado muchos contemporáneos), para Tolkien la fantasía seguía "siendo un derecho humano: creamos a nuestra medida y en forma delegada, porque hemos sido creados; pero no sólo creamos, sino que lo hacemos a imagen y semejanza de un Creador" (del mismo ensayo citado).

 

Mitología para Inglaterra

El deseo de Tolkien de crear una mitología para Inglaterra, aunque basado en una convicción personal alimentada por la filología (básicamente, la ausencia de una narración mítica que expresase a cabalidad el carácter e ideal británico y la insuficiencia que, al respecto, poseía la "materia" preexistente), suponía, como elemento
capital, la consideración y valoración del relato mítico o heroico surgido desde los "orígenes" como herramienta para la configuración del futuro.

Para Tolkien, los cuentos de hadas, verdaderas formas de subcreación, debían contener y reflejar en solución elementos de moral y de verdad (o error) religiosas. En esto, mito y fe no estaban confundidos. Pero aquella contención o reflejo no podía darse de manera explícita: no en la "forma" conocida en el mundo real. Si así ocurría, el mundo secundario tambaleaba perdiendo credibilidad; se acercaba al símbolo y a la alegoría - forma literaria que detestaba- , y dejaba de ser estricta creación "a semejanza" del Creador.

Dice en el ensayo citado: "Probablemente, todo escritor, todo sub-creador que elabora un mundo secundario, una fantasía, desea en cierta medida ser un verdadero creador. O bien tiene la esperanza de estar haciendo uso de la realidad; esperanza de que (si no todos los detalles) la índole típica de ese mundo secundario proceda de la Realidad o fluya hacia ella. Si de verdad consigue una cualidad a la que justamente se le pueda aplicar la definición del diccionario, "consistencia interna de la realidad", es difícil entonces concebir que la haya logrado sin que la obra forme parte de esa realidad. La cualidad específica del "gozo" en una buena fantasía
puede así explicarse como un súbito destello de la verdad o realidad subyacente. No se trata sólo de un "consuelo" para las tristezas de este mundo, sino de una satisfacción y de una respuesta al interrogante: "¿Es eso verdad?". [Mi contestación es]: 'Si habéis creado bien vuestro propio mundo, sí; en ese mundo es verdad'. Eso le basta al artista".

Lo verdadero, en cuanto lo real, puede darse a un nivel lógico o a uno figurativo y de representación. El arte y la literatura, como vías de percepción y comprensión de la realidad, ocurren al segundo nivel. Ahora bien, cuando la figuración literaria se hace a escala "uno a uno" con la realidad primaria, el relato pierde sentido. Simplemente no tiene razón de ser pues resulta mucho más fácil - cabal y efectivo- dar cuenta de la realidad desde y en su nivel lógico. Ésta es la razón del rechazo del Tolkien a la alegoría.
Pero cuando el relato representa la realidad a escala compleja, la cosa cambia; y en dos sentidos. Si un relato con esas características, despojado de sus elementos figurativos, aún mantiene una realidad propia a tal grado consistente y objetiva con la realidad primaria, en cuanto tal y en cuanto al mundo que ha creado es "verdad". Resulta "verdadero". Pero si junto a todo lo anterior el "destello de la verdad" resultante no es sólo - y de manera consistente- una parte de la realidad sino un trazo de su plenitud, es que ha logrado explicarla mejor. Y como ha logrado explicarla mejor resulta más verdadero.

 

El mito por excelencia

Este es, en definitiva, el sentido preciso y el valor del relato mítico, que Tolkien explica muy bien al confrontarlo con aquel que considera el Mito por excelencia - y, por ende, la Verdad por excelencia- : "Me atrevería a decir que al aproximarse desde este ángulo a la Historia del Cristianismo he tenido siempre la impresión - una impresión jubilosa- de que Dios redimió a los hombres, criaturas caídas y a su vez creadoras, en una forma que respondía a éste tanto como a los otros aspectos de su extraña naturaleza.

El Nuevo Testamento ofrece un relato maravilloso, o un relato de género más amplio, que abarca toda la esencia de las historias de fantasía. Contiene muchas maravillas, particularmente artísticas, hermosas y emotivas, 'míticas' en su significado intrínseco y absoluto; y entre esas maravillas está la mayor y más completa
eucatástrofe (De eu, bueno; y katastrofe, derribar) que pueda concebirse. Pero esta historia ha entrado ya en la Historia y en el mundo primario; el deseo y las aspiraciones de la subcreación se han sublimado hasta la plenitud de la Creación.

El nacimiento de Cristo es la eucatástrofe de la historia del Hombre. La Resurrección es la eucatástrofe de la historia de la Encarnación. Una historia que comienza y finaliza en gozo. Posee de manera preeminente la 'consistencia interna de la realidad'. Nunca los hombres han deseado más comprobar que el contenido de una historia resulta cierto, ni hay relato alguno que por sus propios merecimientos tantos escépticos hayan dado por verdadero. Porque su Arte ofrece la índole suprema y convincente del Arte Primario, es decir, de la Creación" (del mismo ensayo antes citado).

En efecto, el anhelo de certeza que encontramos en un relato figurativo descansa en su capacidad de explicar (mostrar, hacer percibir) la realidad de manera mucho más cabal y exacta que el nivel lógico. Pero también en su capacidad de generar gozo, como trazo de la plenitud del único Gozo (para Tolkien, la Redención): en que
una "catástrofe", por ejemplo, no sólo se transforme en una "buena" catástrofe y por lo tanto en felicidad, sino en que - como en el Mito Preeminente- sea su causa.

Tolkien dijo a C.S. Lewis que este Mito Preeminente era verdad. Pero lo dijo con tal extensión que "No es difícil imaginar la singular emoción y el júbilo que llegaríamos a experimentar si descubriésemos que algunos de los más bellos cuentos de hadas son 'primariamente' verdaderos, que su contenido es histórico, sin que tengan por ello que perder la significación mítica y alegórica que poseen. Y no resulta difícil porque a nadie se le pide que intente concebir algo cuyas cualidades se desconocen. El gozo tendría exactamente la misma naturaleza, sino el mismo grado, que el que proporciona el desenlace en un cuento de hadas; con el mismo sabor de la verdad primaria. (Si no, su nombre no sería 'gozo'.) Se va el alma detrás de la Gran Eucatástrofe (o delante de ella). La alegría cristiana, la Gloria, es del mismo tipo; pero elevada y gozosa de modo preeminente, que sería infinito si nuestra capacidad no fuera limitada. Claro que ésta es una historia excelsa. Y cierta.

El arte se ha autentificado. Dios es el Señor, de los ángeles y de los hombres y de los elfos. La Leyenda y la Historia se han encontrado y fusionado" (Del mismo ensayo).

En síntesis: en la creación fantástica, el poder lograr la consistencia interna de la realidad no significa imitarla o copiarla. Desde luego, porque la mera alteración de adjetivos, la configuración de entidades raras o el uso de trucos y combinaciones no lograría su objeto y resultaría pura, simple y engañosa "fantasiosidad". En ella
y a través de ella ­con ella- se busca más bien crear algo nuevo. Es precisamente en tal sentido en que hemos sido hechos a imagen y semejanza de un Creador. Y es lo que explica que el anhelo primigenio de Tolkien de crear una mitología para Inglaterra, construido a partir de estas reflexiones, terminara superándose a sí mismo,
sobrepasándose, y se universalizara.

Pues fue, a la larga, verdadera Fantasía en cuanto verdadero Mito. Como verdadera subcreación que consigue una consistencia interna con la realidad, poseyó aquel destello de la verdad plena, un trazo de su plenitud.