Tolkien y la Alabanza

 

 

Pablo J. Ginés
Premio Gandalf (Sociedad Tolkien)

 


«¿Cuál es el propósito de la vida?», le preguntó a Tolkien la joven Camila Unwin, hija de su editor. A sus 77 años, el viejo profesor de Oxford y tejedor de cuentos, no dudó: «Puede decirse que el principal propósito de la vida, para cualquiera de nosotros, es incrementar de acuerdo con nuestra capacidad, el conocimiento de Dios mediante todos los medios de que disponemos y ser movidos por él a la alabanza y la acción de gracias. Hacer como decimos en el Gloria: te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te damos gracias. Y en los momentos de exaltación podemos invocar a todos los seres creados para que se nos unan en el coro hablando en su nombre, como se hace en el Salmo 148 y en El Canto de los Tres Niños en Daniel: Alabad al Señor todas las montañas y las colinas, todos los huertos y los bosques, todas las criaturas que reptan y los pájaros que vuelan ».

   Dice Tom Shippey en «El camino a la Tierra Media» que Tolkien quería salvar literariamente los mitos y héroes paganos, a los que amaba por sus estudios. «Dios es el Señor, de los ángeles, y de los hombres... y de los elfos», escribe Tolkien en su ensayo «Sobre los cuentos de hadas». Este deseo de lograr que todo alabe al Señor lo lleva a entretejer un mundo glorioso, tierno a veces, temible muchas más, pero siempre exaltado, con criaturas que reptan como el dragón Smaug o el infortunado Gollum, pájaros que vuelan, como las Águilas que mezclan el salmo 23 y el 33 cantando sobre Minas Tirith, bosques que se mueven airados y montañas que conspiran, como el frío Caradhras. Todos paganos, y, sin embargo, todos en un cuento que ensalza a los humildes y llena de bienes a los pobres, un Magnificat hecho novela de fantasía. Muchos agradecen a Tolkien su defensa del heroísmo, de la amistad, de la belleza, de la naturaleza. Pero pienso que su obra nos enseña también el antiguo arte de la aclamación, hoy reservado sólo a los estadios de fútbol. Si los Elfos y los bosques cantan a Dios sin conocer su nombre, ¿callaremos nosotros? Laudamus te...

 

 

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