Cómo consiguió Minotauro ESDLA

 

 

La versión literaria de El Señor de los Anillos tuvo su propia ración de épica y exigió a los fans de habla hispana una buena dosis de paciencia. Más de veinte años tardaron Bilbo, Frodo y compañía en llegar a España. Y, cuando lo hicieron, fue de la mano de un editor llamado Francisco Porrúa.

Frodo habla español

A principios de los años 70, Francisco Porrúa compatibilizaba la coordinación de una pequeña editorial de literatura fantástica llamada Minotauro, fundada por él mismo, con el cargo de director literario en Sudamericana. Porrúa, con su eterna bufanda de Principito envejecido, practica tozudamente una coquetería que consiste, paradójicamente, en restarse sistemáticamente importancia: fue el editor de Julio Cortázar, del que estaban a punto de deshacerse en la editorial porque su primer libro, Bestiario, había vendido doscientos ejemplares. También fue el editor de Cien años de soledad cuando nadie daba un céntimo por García Márquez. Pero él se empeña en afirmar que no hizo nada, que todo fue azar. Y de igual forma, achacándolo todo a una coincidencia, explica cómo compró los derechos en castellano de El Señor de los Anillos. En el año 1970, en una carta rutinaria sobre Bertrand Russell a Lina Dadlez, responsable de derechos de autor de la editorial Arena (que luego compró HarperCollins), a Porrúa se le ocurrió ponerle una posdata al final, como si nada, diciéndole que cómo era que no se había traducido El señor de los anillos al castellano y que cómo estaba el asunto de los derechos. Porrúa no había leído la obra pero sabía que era un libro de culto en los países anglosajones. Días después llegó la contestación de Inglaterra, donde Dadlez le decía que creía que para los derechos de El señor de los anillos debía hablar con el agente Nicolás Costar de la agencia International Editors. Eran tiempos en los que no había ni correo electrónico ni fax, y las comunicaciones tenían el tempo incierto del trasiego postal, pero la carta llegó en un momento tan preciso que cuando Porrúa llamó a International Editors le dijeron que hacía diez minutos que acababan de recuperar los derechos del libro de Tolkien en castellano, que habían estado durante años en poder de los Muchnik, familia de humanistas y editores que sigue perpetuando el inquieto Mario Muchnik. Los Muchnik habían publicado El Hobbit, pero tuvo escasa repercusión y por problemas económicos nunca pudieron ponerse manos a la obra y editar El señor de los anillos, por lo que se les esfumó el plazo de tenencia de los derechos sin poder sacarlo a la luz. Fue una llamada providencial, porque Porrúa ofreció sobre la marcha 1.500 dólares por los tres volúmenes y se los quedó en el acto. Si hubiera tardado dos horas más, los habría perdido, porque, en cuanto se corrió la voz de que los Muchnik habían dejado los derechos, empezaron a llover llamadas a International Editors solicitando los derechos de traducción. Pero llegaban tarde.

La estrella de Minotauro

De todas formas tardó en salir el libro en castellano. En Sudamericana había otras prioridades y la traducción del libro era muy compleja. En 1973, Porrúa se puso manos a la obra y las dificultades eran tantas que empezó a cartearse con el hijo de Tolkien, Nicholas Tolkien. Su relación epistolar no ha cesado desde entonces, pero, en casi treinta años de intercambiarse todo tipo de consignas, comentarios y complicidades, jamás se han visto en persona. Cuando se le pregunta a Porrúa acerca de este hecho no entiende la pregunta; a él —hombre invisible durante décadas— le parece normal. La situación en Argentina era muy convulsa en los años 70 y el proyecto se fue demorando. Finalmente, Porrúa se vino a España en abril de 1977, trasladó aquí su Minotauro y, junto a Ray Bradbury, Ballard y demás fauna fantástica, cruzaron el Atlántico las pruebas de El señor de los anillos, que se publicó a finales de 1977.

Al principio los diarios y suplementos literarios ignoraron aquel libro fantástico, de género, que era como decir cosa menor. Pero el oxígeno que le negó la crítica presuntamente entendida se lo dio el boca a boca de los lectores hasta convertirlo en un libro de culto que no ha dejado de venderse con una prodigalidad bíblica: una media de 50.000 ejemplares anuales, que a buen seguro han hecho posible que Minotauro pudiera financiar durante estos años la publicación de autores de extraordinaria calidad pero que en España tienen muy poco predicamento, como Angela Carter, Willian Gibson, Brian Aldiss, Arno Schmidt o J.G. Ballard. La proximidad de la versión cinematográfica ha hecho que estalle la locura y en un año han vendido nada menos que un millón de ejemplares entre España y Latinoamérica.

Un título que lleva veinticinco años vendiéndose ininterrumpidamente, que ya conoce una versión catalana publicada por Vicens Vives y que, al girar el milenio, en vez de tomar la jubilación del olvido, multiplica sus ventas: se trata de un misterio que ni el propio Porrúa, que lleva bajo la bufanda cincuenta años de profesión editorial, atina a explicarse.

Y ahora, la editorial Planeta acaba de absorber a Minotauro. Esperemos que sea para bien ...

 

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