Historia de 5 elfos
Escrito por: Alejandro
Lillo Lloria.
Contactos: al010650@alumail.uji.es
PERSONAJES
Swintila Elfo Silvano
Witigis Elfo Silvano
Ulfilas Elfo Sindar
Thuidimer Enano
Authari Beórnida
PROLOGO
En unas cavernas excavadas bajo tierra
llamadas las Estancias del Rey Elfo, vivía Ulfilas, un elfo de los
bosques. Todos los días hacía largas incursiones al Bosque Negro,
pese a que su padre le regañaba, dada su juventud (en la escala
élfica). En sus salidas iba con Swintila y Witigis, también
elfos, pero que vivían en casas en lo alto de los árboles. Recorrían
el Bosque sigilosamente, buscando guaridas de arañas, arroyos desconocidos
o lugares donde acampar sin ser molestados. Eran jóvenes y con ganas
de aventura, de realizar hazañas contadas en viejas historias, como
la Batalla de los Cinco Ejércitos. Con el tiempo se convirtieron en
el grupo que más conocía los lugares mas alejados de las Aradhryand
(así es como llaman los elfos a las Estancias), y eran los únicos
que tenían el valor (o la imprudencia) de ir más allá
de los lugares guardados por los guardabosques elfos.
Pese su valor y capacidad, sólo les encomendaban tareas pequeñas,
como buscar materias primas del bosque, cazar, o montar guardia dentro de
las Estancias. Pero un día, cuando el invierno estaba en pleno apogeo,
les mandaron a Celebannon a buscar cajas con clavos ya que no podían
mandar a ningún animal por el frío que azotaba el bosque.
Ellos pensaron que iba a ser un trabajo más como cualquier otro
de los que hacían todos los días, y salieron montando sus caballos
con la comida necesaria para ir a Celebannon y sin armas, excepto sus espadas.
LIBRO 1
CAPITULO 1
Realizaron un viaje por el borde
del Taurduin, el río que pasa por la orilla de las Aradhryand, por
lo que no tuvieron imprevistos. Una horas después llegaron a Celebannon,
la pequeña población élfica que utilizan para proveer
de bienes a las Aradhryand. Celebannon es una pequeña aldea construida
con casas de paja, pero con elegancia y con la comodidad típica de
cualquier construcción élfica. Casi todas las mercancías
que pasan por los ríos Annen, Celduin y el Carnen suelen converger en este
pequeño poblado, convirtiéndolo en un importante centro de comercio,
a pesar de su escasa extensión.
Una vez allí fueron al centro comercial, un edificio circular
relativamente grande. Las paredes son móviles, de manera que gran parte
de su circunferencia puede dejarse al descubierto en los días de buen
tiempo. Es el mercado para los habitantes de Celebannon y también lugar
de comercio para los viajeros. Dado que ese día no era uno de esos
de buen tiempo, tuvieron que entrar dentro para poder hablar con el tendero.
Allí se encontraron con muchos comerciantes que pujaban por sus mercancías
mientras intentaban protegerse de la lluvia. Poco a poco fueron abriéndose
paso por los distintos departamentos hasta encontrar el que buscaban. Preguntaron
por los clavos, y les respondieron que no tenían, que hacía
tiempo que no recibían y que se estaban empezando a resentir por ello.
El tendero que les atendía les dijo que fueran a los almacenes, pero
que seguramente no tendrían.
Después de darle las gracias fueron a uno de los almacenes, y
después a otro, y a otro, pero ninguno tenía lo que buscaban.
El dueño del último les llamó y les dijo que fueran a
Esgaroth, que allí tendrían. Sabiendo que tendrían que
ir hasta la Ciudad del Lago se dirigieron a la Posada Dindraug, la única
del pueblo, descansaron y comieron alguna cosa, para estar descansados el
día siguiente. Nunca habían ido a Esgaroth, por lo que estaban
contentos, y les estaba empezando a gustar este trabajo. Además a Ulfilas
se le estaba empezando a ocurrir que podrían irse de aventuras y no
volver a casa, pero sólo se le había pasado por la cabeza una
vez, aunque no sería la última.
Al día siguiente fueron a un almacén, cambiaron sus caballos
por una balsa pasa ir hasta Esgaroth, y compraron la comida suficiente. Bajaron
por el río junto con unos barriles enviados por el Rey Elfo al gobernador
de Esgaroth, seguramente trabajos de madera, o arcos , ropas finas, etc, que
son las principales exportaciones de los Elfos del Bosque, y que cambian por
productos como el vino (uno de los placeres favoritos del Rey Elfo), metales,
lana y todo tipo de cosas que no se pueden conseguir en el bosque. Más
adelante descubrieron que no era un cargamento de los elfos, sino que pertenecía
a los beijabar, puesto que los barriles tenían miel, un producto típico
de exportación de los beijabar.
Después de recorrer aproximadamente 50 Km. en barca, llegaron
empapados a la orilla del Lago Largo, donde cambiaron nuevamente la barca
por caballos a un comerciante de la costa. Para ir hasta la ciudad cogieron
el primer trasbordador, grandes barcos de bajo calado que se utilizan para
llevar a gente y mercancía desde la ciudad a la costa, si no se quiere
ir por el puente, cosa que mucha gente prefiere evitar por la aglomeración
de personas y animales que en él se produce. Una vez allí pagaron
una moneda de cobre por una habitación en una posada, cuyo cartel rezaba
"Erannun". Éste era un pequeño edificio de una sola planta,
con una taberna adosada al mismo. Como acababa de amanecer fueron a dar una
vuelta por la ciudad.
Se quedaron deslumbrados por la cantidad de gente que poblaba las calles
de Esgaroth. No les entraba en la cabeza, acostumbrados como estaban al espacio
y tranquilidad de las Estancias, como tantas personas podían convivir
día a día entre tanta multitud, sin volverse locos.
Visitaron varias tiendas de comida, hierbas, joyerías, e infinidad
de tiendas de diversos menesteres que existían en Esgaroth. Por el
camino Ulfilas contó su idea a sus amigos, y entre todos empezaron
a pensar sobre irse de aventuras, y no volver a las Estancias. Podía
resultar bastante fácil, ya que en esta ciudad podían encontrar
a alguien que llevase la mercancía que buscaban a las Estancias, adquirir
lo que necesitaban para ir de aventuras y de esa manera ganarse la vida. Volvieron
a la posada y tumbados en su habitación pensaron cómo lo harían
y que necesitarían para empezar a hacer trabajos. Después de
horas de discusión bajaron a la sala de abajo y preguntaron al dueño
de la posada, un hombre llamado Kynoden, si conocía a alguien que necesitase
gente para hacer trabajos. Precisamente habían ido a hospedarse a la
mayor fuente de contrabando de toda la ciudad, y el dueño de la posada
les dijo que él buscaba gente para trabajar. Después de pensarlo
entre todos un rato, decidieron rechazar la oferta del posadero, puesto que
lo que éste les ofrecía era trabajo, no aventuras. Dieron las
gracias amablemente al posadero y marcharon, sin darse cuenta ninguno que
un hombre les observaba fijamente.
-Podrían servirnos -dijo el hombre saliendo de la oscuridad cuando
los tres elfos se fueron-. Parecen muy inocentes.
-Tal vez -respondió Kynoden-. Pero no podemos fiarnos de los elfos.
Dicen que son muy astutos.
-Sí, pero tres elfos solos en Esgaroth levantarán muchas sospechas.
Son justo lo que buscamos.
-Puede. Ya hablaremos de ello todos más tarde -y Kynoden desapareció
por una pequeña puerta oculta al público-.
Dos calles más lejos, mientras
veían como un astrólogo intentaba sin mucho éxito camelar
a su audiencia, un chico muy gordo y otro alto muy tapado les llamaron disimuladamente.
-Eh, Ulfilas, ¿nos llaman a nosotros? -preguntó Witigis-.
-Creo que sí. Voy a ver. Tú quédate aquí,
Swin.
-Bien. Estad alerta.
Se acercaron a los dos extraños y les preguntaron qué
querían de ellos.
-Antes, en la Erannun -respondió el pequeño- hemos oído
que buscáis aventuras.
-Pues sí, ¿y qué?
-Mi compañero y yo querríamos unirnos a vosotros.
-¿Vosotros?, pero, pero ¡si no eres mas que un crío!
-respondió Witigis riendo-
-¡Un crío!, ¡un crío yo!. ¡Ahora verá
este elfo de mierda lo que es verdad! -exclamó el enano mientras se
llevaba la mano al hacha, pero la rápida reacción de su silencioso
compañero evitó un grave acontecimiento-
-Vamos a la calle de atrás, ¡rápido!
Ulfilas llamó a Swintila y los tres elfos siguieron a los dos
extraños, mientras la gente volvía a sus cosas y olvidaba lo
sucedido.
Les siguieron hasta el borde de la ciudad, donde se encuentran muelles
y atracaderos. Allí el alto seguía hablando con su compañero,
seguramente tranquilizándole, y de pronto se giró, y quitándose
la capucha comenzó a hablarles.
-Antes que nada, me llamo Authari, y mi compañero Thuidimer.
Como ahora podéis ver, no es un crío sino un enano. Como él
os a contado, os hemos oído en la posada y querríamos unirnos
a vosotros. Bien, ¿qué decís?
-Bien, esto si que es una sorpresa. Un beórnida y un enano en
Esgaroth. Son tiempos extraños -habló Swintila extrañado,
desde la parte de atrás del grupo-.
-Bueno, no teníamos pensado buscar a compañeros pero…
por mí, a mí no me importa, ¿y a ti, Witigis?
-Bueno, pues, bien, yo también estoy de acuerdo. Tú también,
¿verdad Swintila?
-Sin problemas -afirmó el mago- Nunca viene mal la ayuda. Bueno,
parece que ya somos cinco.
-Muchas gracias, sabía que nos aceptaríais -respondió
Authari-. Hacía tiempo que buscábamos gente como vosotros, pero
no son tiempos de aventura. La gente vive demasiado preocupada con sus trabajos
y con sus ganancias para ir de vez en cuando a vivir la vida por el bosque.
-¿Por qué no os alistasteis en el ejército de la
ciudad? -preguntó Witigis-. Por la pinta que tenéis, seguro
que os hubieran aceptado.
-No creas. No es tan fácil como parece. Bien es verdad que buscan
gente que reclutar para defender las fronteras, así como los pasos
comerciales, pero un beórnida no creo que fuera bien recibido en la
guarnición de la ciudad; y un enano…
-Tiene razón -le respaldó Swintila-. He oído que los capitanes
de Esgaroth están cerrando filas en cuestiones de ejército, y que para
entrar hay que tener unas características especiales. Una de ellas,
la raza, y la condición social.
-¡Pero si lo que quieren es gente para defenderse! ¿Por
qué impiden su entrada?
-Ahhh… Pregúntaselo al gobernador de la ciudad. Tal vez él te
pueda responder.
-Ey! Basta de charla inútil. Vamos a volver a la Erannun a tomar
algo de beber y que nos cuenten su historia.
-Y vosotros la vuestra -respondió Thuidimer a Ulfilas-.
-Faltaría más.
Dos calles más abajo, en una calle central llena con tenderetes
de múltiples colores con todo tipo de mercancías en los portales
de las casas. Vieron el cartel de una jarra enorme de cerveza, colgada de
una espada oxidada. "La Jarra y la Espada", rezaba el cartel de la puerta.
-¿Que os parece este lugar? No tiene mala pinta. ¿Quién
sabe, igual buscan gente para tener aventuras -Witigis era fácilmente
impresionable, y allá donde veía una espada se alteraba
y quería entrar a mirar-.
-De acuerdo, no tiene mala pinta -respondió Ulfilas-.
-Os recomendaría que si vais solos por ahí tengáis
cuidado con los lugares que frecuentáis. Nosotros hemos tenido problemas
con algunos lugareños a los cuales los beórnidas les parecemos
gente salvaje, y a los enanos no les tienen ningún cariño.
-Yo creo que los salvajes son ellos -la voz oscura de Swintila alteraba
a veces al grupo. Hacía años que Witigis y Ulfilas vivían
con el mago, pero esto no evitaba que su oscura y profunda voz les alterara
cuando hacía sus comentarios desde la retaguardia del grupo, donde
siempre se colocaba-.
Nadie le replicó.
La posada era una vieja vivienda reestructurada con unas pocas mesas y una larga barra dónde servir a los sedientos pescadores. Una escalera a un lado daba fe de la existencia de un segundo piso, dónde posiblemente se encontraban las habitaciones y los reservados. Se acercaron a la abarrotada barra y pidieron algo para beber. Por suerte para ellos, nadie parecía extrañado de ver a elfos. Temían que las palabras que el beórnida les había dicho se hicieran realidad en la taberna, y tuvieran problemas.
Cuando tres viejos hombres dejaron
libre una de las cuatro mesas que había en la sala, se sentaron y comenzaron
a hablar.
-Bueno pues, creo nos toca a nosotros comenzar nuestra historia, ¿no?
Somos los invitados del grupo -Authari era siempre el que llevaba la voz cantante,
aunque a veces parecía una persona callada y misteriosa-. Creo que
todo comenzó cuando me encontré con Thuidimer. Yo estaba cerca
de la Carroca, al borde del Anduin, cuando oí gritar a varias personas.
Rápidamente corrí hacia la orilla, desde donde me llegaban las
voces, y vi a cuatro enanos que intentaban cruzar el río con sus pequeños
caballos. Éstos se habían encabritado, y dos de ellos ya estaban
siendo arrastrados por la corriente. Intenté llegar hasta ellos, pero
el caudal del río era demasiado fuerte y me fue imposible llegar.
-Fue una idiotez intentar cruzar el río -retomó la historia Thuidimer-.
Era un mal día, los hielos del norte se estaban deshelando, y el caudal
del río era cada vez mayor, pero ellos se empeñaron en pasar.
-¿Quiénes eran ellos? -le cortó Witigis-.
-Mi anciano padre, Thoran hijo de Thumer, y mis tres hermanos mayores:
Théor, Dhener y Munil. Creían que podrían con el Anduin,
y el Anduin les dio su merecido. Entonces me tacharon de cobarde, por quedarme
en la orilla, pero yo estoy ahora aquí, contándoos esta historia, y
ellos están ahora reunidos con Aüle.
-La actitud de Thuidimer fue la más sensata -el enano había
quedado sumiso en su pensamientos, y el beórnida retomó las
riendas de la historia-. Como él ha dicho, era ya entrada la primavera,
y los hielos del norte ya hacía días que estaban bajando por
el gran río. Debieron haber buscado algún paso artificial, y no haberse
arriesgado por esa parte. Fue una gran desgracia.
>>Viendo que a los cuatro que eran arrastrados por la corriente no los
podía salvar, convencí Thuidimer para que se quedara quieto
y no fuera tras ellos, o perdería también la vida. Le guié
por la costa hasta una zona donde la profundidad disminuye mucho, y casi se
puede pasar a pie. Allí atravesó el río que había costado
la vida a su padre y hermanos. Thuidimer estuvo aún unos días
viviendo conmigo mientras descansaba del trauma y decidía que iba a
hacer. Perdida su familia, no tenía razón de ser volver a las
Colinas de Hierro. Intenté convencerle para que se quedara a vivir
conmigo en la Carroca, pero su instinto de enano era aún demasiado fuerte…
-Y aún lo es -Thuidimer saltó a las palabras del beórnida-.
-Por supuesto, nunca lo he dudado. Pero por aquel entonces tu espíritu
hubiera sido incapaz de convivir con nosotros al borde del Anduin, y menos
aún de juntarse con tres elfos.
-En eso tienes razón. Todos estos años de vagabundeo me
han servido para abrir mi mente hacia otras gentes y otras costumbres. Por
desgracia para nosotros, somos un pueblo que ha sufrido demasiado de otras
personas, y esto nos impide olvidar las viejas rencillas.
-Y, esto, perdona que te corte, pero ¿qué hiciste todos
los años que estuviste vagabundeando? ¿Fuiste solo por ahí?
-No Ulfilas, no. En verdad hay épocas de esos años de
las cuales no me acuerdo; pero bueno, la mayoría del tiempo estuve
como ahora, buscando aventuras. Ya sabéis, poniendo en peligro mi vida.
A pesar de lo normal en un enano, había perdido bastante el sentido
de mi existencia. No me importaba vivir. Participé en varias compañías
mercenarias, así como en varias incursiones de los hombres contra los
orcos de Norte. Esto me sirvió para aprender mucho sobre cómo
defenderme y sobrevivir sólo en el campo. Era muy diferente a vivir
tranquilamente en una ciudad de piedra. Los enanos estamos hechos de materia
robusta, pero la vida sedentaria puede carcomer nuestros cimientos, y si no
los riegas de vez en cuando, se te pueden pudrir y perder para siempre.
>>Años después, cuando ya me había calmado, decidí
volver a la Carroca. Para mí el Anduin era como algo prohibido. Sólo
acercarme a cincuenta kilómetros me daba pánico. Pero entonces,
me miré a mí mismo, me reí de que siguiera vivo con todo
lo que había hecho, y decidí visitar a Authari. Deseaba ver
de nuevo a aquel que había salvado mi vida. Algo sí que no había
cambiado en mí; había convivido con muchas gentes que cuatro
años antes hubiera repudiado, había cambiado muchas cosas en
mi vida, pero eso sí, si tenía una cuenta pendiente con alguien,
esa era con Authari. Le debía la vida, y eso un enano no lo olvida
jamás.
-Cuando Thuidimer se reunió conmigo, decidí dejar el hogar
y vivir en el bosque. Deseaba endurecerme, descubrir que había fuera
de los territorios de los beijabar, y ver si era capaz de sobrevivir allí
fuera, o si mi lugar se encontraba al mando de un grupo de ganado en las praderas
del Anduin. Pasamos varios años en el bosque, unas veces más
arriba, otras más abajo. Entablamos buenas relaciones con los hombres
del bosque, y acudíamos a ellos cuando necesitábamos algo, a cambio
de algún servicio peligroso. Siempre había algún trabajo
que alguien no quería hacer, y ése era el que hacíamos
nosotros. Llegamos a conocer bastante bien era zona del bosque. Pero nos cansamos,
y decidimos venir hacia aquí. Pensábamos que las cosas por aquí
serían parecidas, pero pronto descubrimos que aquí la vida era
muy diferente. La Gran Plaga había sido muy fuerte aquí, y el
resurgir de la ciudad era muy duro. Nadie daba nada a quién no fuera
conocido, y menos si ese alguien iba con un enano.
>>Y esa es nuestra historia. El último año lo hemos pasado
trabajando para Kynoden, en la Erannun. Llevamos contrabando de donde él
dice a donde él nos dice, y nos paga bastante bien. Pero ahora queremos
dedicarnos a aquello que nos gusta.
El silencio se apropió de la mesa durante unos largos segundos.
Las jarras de hidromiel ya se estaban empezando a acumular encima de la oscura
tabla, y eran ya los únicos que poblaban la taberna. El oriundo dueño
fregaba con el delantal unas jarras de barro, intentando disimular que escuchaba
la historia, mientras de la pelirroja camarera se hacía las uñas
sentada en una cuña de cerveza.
-Uou, vaya historia -Witigis fue el primero en romper el silencio-.
Es impresionante. Después de esto la nuestra se va a quedar ridículo.
-Veámoslo -le alentó Thuidimer-.
-¿Yo? No, yo no. Cuéntala tu Ulfilas, que tú la mejoraras
bastante. Si la cuento yo parecerá más ridícula todavía.
-Bueno, si así lo prefieres, la contaré yo. ¿No
te importa Swin?
-¿A mí? No, que va.
Swintila llevaba todo el rato con la misma expresión seria en
la cara. Ni un sólo momento se había inmutado. Sus dos amigos
comenzaban a preocuparse por él, y con una mirada vieron cómo
los otros dos también pensaban lo mismo, y eso que no lo conocían.
Swin siempre había sido un amigo alegre, incluso cuando se dedicaba
a la magia. Toda su vida había sido una sucesión de alegrías.
No era nada raro verle con una sonrisa esbozada en sus rostro, pero hacía
ya un par de días que esta común sonrisa no aparecía
por ningún lado, y era preocupante.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Apartando esto de su cabeza, Ulfilas comenzó a relatar lo mejor
que pudo aquello que les había sucedido desde su salida de las Estancias.
Dado que tenía mucho menos que contar, acabó mucho antes que
los otros dos.
-Y aquí estamos ahora -Ulfilas había tardado poco en contar
su travesía desde las Estancias-. Para nosotros la aventura comienza
ahora, no como ocurre con vosotros. Estamos mucho menos rodados. Temo que
seamos un tanto torpes al principio en nuestras actuaciones, por la falta
de experiencia.
-Gente que conozca tan bien como vosotros el Bosque Viejo dudo que sean
unos inexpertos. Yo casi diría que sois vosotros los que estáis
en mejores condiciones -Authari había quedado impresionado con su conocimiento
del bosque. Se veía a si mismo como un gran conocedor de todos los
caminos y peligros que se le ofrecían a uno allí dentro, pero
Ulfilas le había demostrado que no era más que un principiante-.
-Parece que nuestra experiencia viene de las mismas fuentes. Esto puede
que ayude a unirnos como grupo, pues nuestras formas de actuar no deberían
diferir mucho -A Ulfilas también le había impresionado antes
que un enano pudiera vivir tanto tiempo dentro del bosque. Pensaba que sólo
los elfos eran capaces de esa prolongada existencia-. El Gran Bosque es un
gran maestro del arte de la vida.
-Y de la supervivencia -añadió Thuidimer-.
-Genial pues. Ahora que nos conocemos, ¿qué os parece
si tomamos algo? -Todos se quedaron mirando a Witigis con cara de extrañeza.
Llevaba él sólo tres jarras encima de la mesa-
-Sí claro, y así nos caemos ya redondos a la cama. Olvidas
que nuestro estómago no es tan grande como el tuyo -Swintila aborrecía
la bebida, pues en parte esta imposibilitaba el buen hacer de la magia-. Algunas
veces más parece que sean un enorme humano antes que un elfo. Manwë
salve tu estómago de una úlcera del tamaño de una moneda
de oro.
-Swin tiene razón, Witigis. Deberíamos pagar e irnos a
la posada. El sol está empezando a caer, y no me gustaría pasear
por estas calles a oscuras. No traen muy buenas intenciones.
Una vez se pusieron en marcha hacia la Erannun, Witigis se separó
unos metros con Thuidimer y le pidió respetuosamente disculpas.
-Eh, Thuidimer, siento lo que te dije, pero es que tan tapado, y estando
aquí en Esgaroth, te confundí con un niño.
-Tranquilo, ya lo he olvidado. Pero la próxima vez yo iría
con más cuidado. Agradécele a Authari que me haya parado, si
no mi hacha podría estar ahora en tu cabeza.
-Te creo, te creo. Seguro que iré con más cuidado, sobretodo
cuando vea a un enano.
Y los dos amigos rieron a gusto ahora, después de haber aclarado
el malentendido.
Prosiguieron el camino por las ya casi oscuras calles, cuando al cabo
de un rato Witigis se dio cuenta de que alguien les estaba siguiendo.
CAPITULO 2
Doblaron la esquina, esperaron
a que el hombre pasase y cuando apareció, Authari lo agarró
y lo inmovilizó.
-¿Por qué nos sigues? -Preguntó Ulfilas-.
-En la Erannun, os oí pedir trabajo. Soltadme por favor, que
voy desarmado, no os puedo hacer nada.
-No me fío Ulfilas -le susurró Authari-. Es demasiado delgado,
igual es un mago.
-No es mago -respondió Swintila-. Eso te lo puedo asegurar.
-Entonces de acuerdo -Ulfilas hizo un gesto al beórnida para
que le soltara-. A ver, explícanos tu historia.
Authari le soltó y mientras el hombre se arreglaba y recuperaba,
el grupo observó la extraña vestimenta del hombre, que iluminado
por los escasos rayos del sol existentes daba una imagen de pobreza y malas
costumbres. Parecía un pescador cualquiera que va vagabundeando por
los puertos buscando trabajo.
-Necesito gente para encontrar a mi familia. Si aceptáis, yo
iré con vosotros y os guiaré hasta donde los tienen apresados
-les dijo el extraño hombre-.
-¿Y qué conseguiremos si rescatamos tu familia? -preguntó
Witigis, al que no le gustaba nada la pinta ni las ideas del hombre-.
-Os daré treinta monedas de oro y buen material que tengo. Venid
conmigo a mi casa y os explicaré cuál es la misión.
A pesar de que el grupo desconfiaba de él, le siguieron por las
tortuosas y ya oscuras calles de Esgaroth. De pronto, el hombre se paró
y se quedó un rato escuchando. Todo el grupo se quedó parado
y silencioso esperando a ver que pasaba. Al poco, el hombre se sacó
unas extrañas llaves de un bolsillo del cual nadie se había
percatado y abrió el portal de la casa, haciéndoles señas
para que entraran.
-Pasad, rápido, antes de que nos vean.
-¿Que nos vean? ¿Quién nos ha de ver? -Preguntó
Witigis mientras pasaba al interior de la casa-.
-Ahora enseguida os lo cuento. Pasad y acomodaros mientras yo atranco
la puerta.
A pasar de la mala pinta que se estaban tomando las cosas, al grupo
ya le estaba empezando a gustar la cosa, aunque nadie quería aceptarlo.
Pasaron a una extraña habitación con el techo abovedado y repleta
de todo tipo de sillas y sillones. Tomaron asiento y esperaron a que volviera
el hombre, mientras escuchaban los extraños sonidos que se oían
desde la casa. El polvo y el desorden eran dueños sin discusión
del lugar. Limpiar aquello hubiera sido trabajo de un ejército de sirvientes.
Extrañas lámparas de gas, Jarrones de porcelana y pieles desechas
poblaban los destartalados muebles. La habitación era un gran rectángulo,
y la bóveda la hacía más grande aún, pero la cantidad
de sillas y sillones acumulados unos encima de otros hacía que el espacio
se redujera al mínimo. Otro tanto lo hacía la pésima
iluminación, que dejaba en la sombra a la mitad de la habitación.
-Bueno, ahora creo que podamos
hablar tranquilamente. No creo que nadie nos asalte...
-¡Un momento! Que no nos vean, que nos asalten, ¿quién?
Sabe, esto no me gusta. Primero nos sigue, luego nos cuenta una difícilmente
creíble historia y ahora esto. Yo creo que ha llegado ya demasiado
lejos. Tiene que explicarnos ya que pasa, aunque nos asalten -saltó
Witigis-.
-Sí, creo que os debo una explicación por todo este misterio.
Bien, escuchadme. Mi nombre es Fahdran, y soy el hijo del más importante
mercader de la zona este de Buhr Uidi y...
-Tú, ja. Con esa pinta y esta casa crees que nos vamos a tragar
eso. Yo más bien creo que eres un contrabandista en apuros -volvió
a cortarle Witigis-.
-¿Eso creéis? -respondió Fahdran enojado- Bien,
seguidme y veréis si os digo o no la verdad.
Se levantó del sillón provocando un montón de polvo
y desapareció por una oscura puerta en la que nadie había reparado.
Por un momento el grupo se quedó pensativo mirándose unos a
otros, hasta que Authari se levantó.
-Yo le creo. Haced lo que queráis -y desapareció por la puerta
detrás de Fahdran-.
El resto del grupo -tres elfos
y un enano- eran más reacios a creer al hombre, pero al final siguieron
por donde había desaparecido Fahdran y Authari. Se metieron por un
oscuro pasillo que tenía una humedad increíble. Al poco decidieron
encender una antorcha, pero antes de que lo hicieran una tenue luz rompió
la oscuridad reinante.
-Vamos, parece que hay una salida -Exclamó Witigis mientras aceleraba
el paso-.
De pronto desapareció el túnel y el gran resplandor existente
hizo que se taparan los ojos unos segundos hasta que éstos se acostumbraran
a la fuerte y repentina luz. Cuando volvieron a echar una ojeada a la sala
se quedaron mudos de asombro. Aquello más parecía un palacio,
o la mismísima sala del trono de las Aradhryand. Toda la sala estaba
llena de preciosos tapices recubriendo las paredes, con escudos de armas y
retratos de extraños personajes. Uno a uno fueron notando que el resplandor
provenía del techo, formado por un enorme mosaico de piedras preciosas.
Todo el suelo estaba cubierto de alfombras que reflejaban escenas de palacios,
y sobre éstas había lujosos muebles, un altar, y gran cantidad
de objetos valiosos.
-En esta sala guardo el recuerdo de mi familia y mi linaje. Cuando mi
gente cayó en desgracia y tuvo que huir, hasta ser finalmente apresada
y esclavizada, mi familia y yo vinimos a vivir aquí, a Esgaroth. Aquí
cambiamos nuestro modo de vida y nos transformamos en humildes trabajadores
de los puertos. Todo lo que nos quedaba lo guardamos aquí o lo vendimos.
Pero hace sólo una semana, los hombres de nos buscaban encontraron
nuestra casa y se llevaron a toda mi familia. Por suerte yo me encontraba
fuera buscando trabajo -pese a las ajadas vestimentas, el hombre que se hacía
llamar Fahdran parecía alguien importante, rodeado de tanta riqueza.
Parecía como si hubiera aumentado de tamaño y estatura-.
>>Ahora os pido que me ayudéis a buscar a mis padres y a mi hermana.
Si lo conseguís, aparte de las treinta monedas de oro cada uno podrá
elegir un objeto de esta sala.
Todo el grupo se quedó silencioso, pensando en la historia que
les acababan de contar, así cómo de la oferta hecha por el hombre.
Al final Authari rompió el silencio.
-Chicos, yo le creo. Y también creo que necesita nuestra ayuda.
Yo le seguiré. Ahora todo depende de vosotros.
-Yo también le creo -se adelantó Witigis-. Hasta ahora
tu extraña vestimenta y tu actitud me había hecho desconfiar,
pero he visto que estaba equivocado. Pido que me perdones. Iré contigo.
Ulfilas, Swintila y Thuidimer también accedieron a acompañar
a Fahdran a recatar a su familia. Luego éste les dijo dónde
había habitaciones para que los componentes del grupo pudieran descansar.
-Ya hablaremos mañana. Ahora debemos descansar -sentenció
Fahdran-.
CAPITULO 3
Aquella noche todos tuvieron extraños
sueños de aventuras y riquezas, y al despertarse por la mañana
recordaron todo lo sucedido en la noche anterior.
Una vez estuvieron reunidos con Fahdran, desayunaron en una tosca sala
-nada que ver con la vieron la otra noche- y Fahdran les fue explicando todo
aquello que sabía sobre aquellos que habían secuestrado a su
familia.
-Son una antigua banda, mas bien un clan, o algo por el estilo, que
extiende sus brazos sobre gran parte de la zona sur del Bosque Negro. Tiene
adeptos en muchas ciudades, como Buhr Ailgra, o incluso la ciudad de los Hombres
del Bosque. Día a día buscan a más gente para que obedezca
a sus designios y ellos puedan conseguir más poder. Veneran a la oscuridad,
y se cuenta que sus jefes son magos peligrosos, brujos, que practican malignos
ritos por la noche, aunque puede que todo esto sólo sean invenciones
de campesinos atemorizados. Por lo que conseguí saber de un guardián
del puerto, los hombres que secuestraron a mi familia huyeron por barca hacia
el sur, aparentemente hacia Londaroth ,o sea que creo que nuestro primer camino
debería ser ese mismo. ¿Alguno de vosotros sabe navegar?
-Pues, creo que no, pero nos las podemos apañar con un bote.
Nosotros solemos navegar por el río, pero atravesar el Lago Largo...
-¿Navegar?, ¿el lago Largo? -exclamó Thuidimer-
ni lo pienses.
-Venga hombre, no pasará nada. Además, iremos en una balsa
grande y...
-¡He dicho que ni lo pienses!, y que no pienso subir en barca.
-Bueno, ya nos las arreglaremos. Tal vez contratemos a un remero. Ahora
salgamos a comprar aquello que necesitemos. El viaje será largo.
Así pues, los cuatro amigos
(Authari prefirió quedarse) y el extraño hombre salieron a equiparse
entre los innumerables comercios de Esgaroth.
Una vez bien equipados para la aventura que les esperaba, se acercaron
a un muelle de la zona este de la ciudad, con un Thuidimer remugante siguiéndoles
a cierta distancia.
-Eh, Authari, ¿tú crees que subirá a la barca?
-preguntó Ulfilas-.
-Ya veras como sí. Y si no lo meteré a patadas. No tengo
ganas de que un enano cabezón me fastidie el día. Debería
superar el trauma del Anduin.
Cuando llegaron a uno de los muelles,
Fahdran se acercó a unos hombres y se puso a hablar con ellos -parecía
que eran amigos-. De pronto, girándose, llamó a los cinco compañeros.
-Eh, chicos, venid aquí. Tengo que presentaros a alguien.
Los cinco se acercaron cautelosamente a un hombre vestido con ropas
muy gastadas y un fortísimo olor a pescado, típico de todas
las gente de esta zona, como ya habían podido comprobar. Todas aquellas
gentes parecían salir del mismo sitio, tal era su indumentaria y su
olor. Diríase que no habían tomado un buen baño desde
la Plaga.
-Este es Haleth -dijo Fahdran-, uno de los mejores guías remeros
que podáis encontrar en todo Esgaroth y parte de Valle. Él nos
llevará hasta las cercanías de Londaroth. Estos son Ulfilas,
Swintila, Witigis, Authari y Thuidimer.
-Ui, un enano. No me gusta llevar enanos en mi barca...
-Ni los tendrás que llevar. No pienso ir en barca, y menos con
ese saco de pescado.
-Venga hombre, sólo es agua, además, Haleth es un excelente
remero. No tienes que preocuparte por nada mientras estés en su barca,
y él lleve los remos -intentó convencerle Fahdran-
-Un enano tozudo -dijo por lo bajo Witigis-.
-Como todos amigo, como todos -le respondió Authari, que de pronto
salió de su posición escondida y desenfundando su espada le
dio con la empuñadura a la cabeza de Thuidimer, que cayó redondo
al suelo-. Siento tener que hacer esto, pero creo que no había otra
manera de meterlo en la barca. Cuando se despierte ya será demasiado
tarde.
Así pues, solucionado el
problema del enano, todos subieron a la pequeña barca de Haleth, más
pequeña de lo que nuestros amigos hubieran deseado, pero una vez dentro
y remando Haleth, se les fueron los temores.
-Calculo que llegaremos al final de la jornada. Por ahora habrá
que remar un poco, pero más adelante nos pondremos a disposición
de alguna corriente que nos llevará plácidamente hasta nuestro
destino -habló Haleth-. Este lago es muy tranquilo, y aunque hay corrientes,
para nada son peligrosas.
Tal como había predicho Haleth, una vez se separaron un poco
de la ciudad empezaron a notar algunas corrientes, que poco a poco les fueron
impulsando hasta su destino. Unas millas más adelante, cuando el sol
empezaba a declinar sobre los árboles, se fueron acercando progresivamente
hacia la orilla del Lago. Las corrientes cada vez eran más fuertes,
pero Haleth las controlaba sin problemas. Se estaban acercando a las cascadas,
y tenía que desembarcar pronto, si no, Haleth no podría volver
atrás. Entre la frondosa zona de árboles de la orilla encontraron
una resguardada caleta, y hacia allí se dirigieron.
-Sólo puedo llegar hasta aquí -Haleth había atrancado
la barca en la arena para que pudieran descender sin problemas- Si me acercara
más nos arrastrarían las corrientes de la cascada. Desde este
lugar deberéis caminar bordeando el lago hasta que lleguéis
a la ciudad. Tú ya conoces el camino Fahdran. No hay pérdida.
-Perfecto -respondió Fahdran-. ¿Qué te debo?
-Tranquilo, esto a sido un viaje de placer, no pienso cobrarte nada.
-Pues muchísimas gracias -dijo Ulfilas-. Si alguna vez necesita
algo de nosotros, no dude en pedirlo.
-Bueno, dudo mucho que alguna vez necesite algo de vosotros pero, bien,
muchas gracias por el ofrecimiento. Y suerte en Londaroth. No se que vais
a hacer allí, pero necesitaréis toda la suerte del mundo para
llevarlo a buen fin.
Y Haleth se alejó remando de nuevo hacia Esgaroth, mientras nuestros amigos comenzaban el camino hacia Londaroth un tanto apesadumbrados por las palabras del remero. Aceleraron el paso, pues el sol estaba empezando a bajar, y no tenían ganas de dormir a la intemperie. Thuidimer caminaba guiando al grupo, feliz de ir sobre tierra firme.
Una vez el sol ya había
desaparecido por las copas del Bosque Negro entraron por las calles oscuras
de Londaroth. Poca gente paseaba por las estrechas callejuelas de la pequeña
ciudad portuaria. Vagabundos se agazapaban en sus agujeros cuando nuestros
amigos pasaban delante de ellos. A lo lejos se oían discusiones, viejos
borrachos y algún grito de vez en cuando. En conjunto, la ciudad daba
una impresión de pobreza y degeneración nunca visto por ninguno
de los cinco amigos, que miraban estupefactos las escenas que se sucedían
a su alrededor. Sólo Fahdran parecía no sorprendido de la pobreza
del lugar, y se desenvolvía más desatadamente.
Por fin encontraron un edificio iluminado que debía corresponder
a una taberna o posada. Entraron y descubrieron que era una mezcla de ambas.
Había cuatro señores mayores con ropa arreglada pero vieja sentados
en una mesa jugando a un extraño juego, y un hombre muy tapado que
se giró cuando entraron, observándoles interesado. Fahdran se
acercó a la barra donde había una mujer con un delantal que
parecía a punto de estallar, tal era la gordura de la mujer. Intercambiaron
cuatro palabras mientras los demás observaban la extraña decoración
de la sala, hecha con restos de navíos, y Fahdran volvió con
ellos.
-Esta mujer dice que sólo tiene una habitación libre,
o sea que deberemos dormir todos en ella. Además será más
seguro que durmamos todos juntos.
-¿Seguros?, ¿acaso corremos peligro? -preguntó
Witigis-.
-No de momento, pero debemos ir con mucho cuidado con lo que hacemos
y decimos en esta ciudad. Esto no tiene nada que ver con Esgaroth, o con vuestras
casas. Tres elfos y un enano no suelen viajar por estas tierras, y no me extrañaría
que alguien intentara entrar en nuestra habitación de noche buscando
botín, pensando que sois grandes personajes. Aquí la gente no
le importa lo que tenga que hacer para sobrevivir, y casi no hay ley que los
controle. Debemos ir con mucho ojo si queremos salir bien parados. Vayamos
ahora a la habitación. Hay que dormir.
A la mañana siguiente, cuando
se despertaron, todos miraron a ver si les faltaba algo en sus bolsas, pero
todo estaba en orden. Nadie había entrado a robar por la noche. Fahdran
fue el primero en bajar para pagar la noche y el desayuno que iban a tomar.
Un cuarto de hora después, cuando el sol ya se asomaba por encima de
las casas, los cinco compañeros bajaron a desayunar unos extraños
huevos revueltos con algo parecido a carne. Más tarde, Fahdran se paseó
por las mesas preguntando por las personas que habían secuestrado a
su familia, pero parecía que nadie sabia nada.
-¿Qué, no ha habido suerte?, ¿Eh? -preguntó
Witigis cuando volvió Fahdran-.
-Yo diría que sí. Tenemos al hombre que buscamos.
-Pero, si nadie les conocía.
-Ya, pero ¿no te has fijado en aquel de la esquina? ¿No
has visto nada raro en él?
-Pues, no.
-Yo sí -le cortó Swintila-. Cuando le has preguntado se
ha puesto algo nervioso, y a tardado en responder.
-Exactamente. O sea que sabe algo. Tal vez nos pueda decir algo.
-Pues yo no me he fijado en nada -dijo Witigis sorprendido-
-Es que tú eres un cazurro -exclamó Thuidimer-.
-Eso es lo que tú dices, enano. Tú tampoco te habías
fijado.
-Porque no estaba mirando.
-Venga, venga -les cortó Authari-. Parad de hacer el tonto, o
se fijarán en nosotros.
-Authari tiene razón -le apoyó Ulfilas-. Ahora debemos
seguir hablando y comiendo como si no pasara nada. Luego le seguiremos. Va
Witigis, ¿qué es aquello que me querías contar anoche,
que no me dejabas dormir?
Y Witigis se puso a contar una historia al grupo, lo que ayudó
sin duda mucho a que se relajaran y tomaran a gusto el desayuno. Witigis era
capaz de alegar a un muerto cuando comenzada a contar sus historias. Eso sí,
nadie le quitaba el ojo al hombre la esquina, que al cabo de diez minutos
se levantó, fue a pagar a la dueña y salió del local.
Casi inmediatamente, Ulfilas, Authari y Fahdran salieron a su persecución,
mientras Witigis y Thuidimer salían a explorar un poco la ciudad, y
Swintila se quedaba a guardar la habitación, de paso que estudiaba
sus encantamientos.
El extraño hombre andubo a paso rápido por dos o tres
callejas hasta una especialmente oscura en la que se paró. Miro a ambos
lados, y desapareció por una pequeña puerta. Fahdran -que era
el que menos destacaba entre la población de la ciudad- se acercó
a la puerta, que era la entrada de una destartalada casa.
-Bueno. Aquí hemos llegado -dijo-. A ver que hacemos ahora.
-Yo creo que tendríamos que esperar a la noche, y entrar en la
casa -contestó Ulfilas-.
-Tal vez, pero eso puede ser muy peligroso -reprochó Authari-
Si nos descubrieran se armaría un bollo enorme, y no creo que en este
pueblo se nos ayudara mucho. Parece que no les atraigan mucho los forasteros,
y menos si son elfos.
-Yo pienso que debemos hacer guardia hasta que salga o entre alguien,
y si existe la oportunidad, entrar -dijo Fahdran-.
-Estoy de acuerdo -aprobó Ulfilas-. Fahdran y yo nos quedaremos
a hacer guardia. Tú vuelve a la posada y habla con los demás.
-Perfecto. Avisadnos si hay noticias.
Y Authari volvió hacia la posada, sin darse cuenta que tres hombres
le seguían. Fahdran y Ulfilas pasaron las siguientes cuatro horas sin
que nada ocurriera, mientras Thuidimer y Witigis paseaban por la ciudad, y
Swintila estudiaba sus libros de hechizos ajeno a todo lo que sucedía
fuera de su habitación.
>>Espero que podamos entrar a esa casa -pensaba Authari mientras caminaba
por el pueblo-. Eso puede que nos ayudase mucho. Aquel hombre parecía
saber algo, por su forma de comportarse<<
Y mientras Authari discurría sobre lo ocurrido, uno de los tres
hombres le asestó un fuerte golpe en la nuca que lo dejó sin
sentido. Los otros dos le ataron con una fuerte cuerda y se lo llevaron al
hombro hasta su casa.
-Y como te decía antes -le hablaba Witigis a Thuidimer mientras
pasaban delante de una tienda de víveres-, cuando vi aquel gran alce
le...
-¡Calla! -cortó el enano-, ¡mira hacia allá!
-¡Es Authari!, ¡se lo están llevando! ¡Vamos
a por ellos!.
-Espera un momento -dijo Thuidimer-. No creo que podamos con los tres.
Mejor les sigamos y llamemos a los demás. Puede que tengan refuerzos.
-Tienes razón. ¡Maldita sea! ¿Quienes deben ser
esos hombres? Apuesto lo que quieras a que son amigos del que vimos en la
posada.
Seguro. Venga, sigámosles y veamos a dónde nos conducen.
Los tres hombres se adentraron
por callejones, sin sospechar siquiera que ahora eran ellos los perseguidos.
Fueron a la parte más pobre de la ciudad, y en una de las viejas casas
destartaladas, dieron dos golpes, y luego dos más. De pronto, un viejo
hombre muy arrugado les abrió y entraron a Authari. Uno de los hombres
entró en la casa, y los otros dos se fueron.
-Bueno, ahora ya sabemos dónde lo tienen atrapado -dijo Witigis-
¿Qué hacemos ahora?
-Pues qué vamos a hacer, cazurro. Volver y hablar con los demás.
-Creo que no será necesario.
-¿A no? ¿Y qué vamos a hacer, listo? ¿Entrar
tú y yo a saco en la casa, coger a Authari, matar a todos los enemigos
y salir tan campantes? -preguntó Thuidimer con tono de broma-.
-No. Ir a la otra esquina de la calle y hablar con ellos -le respondió
tranquilamente Witigis. Entonces fue cuando Thuidimer vio a Fahdran y a Ulfilas,
que les hacían señas desde el otro lado de la calle-.
-¡Podrías haberme avisado antes de que estaban allí,
cazurro! Venga, vamos a ver que nos dicen -pero cuando el enano se disponía
a ir a la otra esquina, Witigis le cogió del brazo y le paró-.
-Por aquí no. Demos la vuelta a la manzana.
-Tienes razón. Será más seguro.
Y los cuatro dieron la vuelta a la manzana para encontrarse detrás,
sin posibilidad de que los hombres de la casa se dieran cuenta de que les
estaban vigilando.
Una vez juntos, se alejaron por
una oscura callejuela que les serviría para que nadie les oyera. Después
de comprobar que no había nadie alrededor, hablaron con tranquilidad
sobre lo que iban a hacer.
-Lo que yo me pregunto -dijo Witigis-, es quiénes son esos hombres
y qué quieren de nosotros.
-Pues creo que la repuesta está bastante clara -respondió
Fahdran-. Esos hombres deben pertenecer a alguna banda de ladrones o contrabandistas,
que tienen contactos con los hombres que buscamos, si es que no son ellos
los que estamos buscando. Creo que sólo podremos averiguarlo entrando
en la casa.
-Tal vez tengas razón, pero… no me gusta la pinta de ese sitio. A decir
verdad, nada en esta aldea me gusta. Cuanto antes salgamos de aquí
mejor para todos -Ulfilas estaba muy serio, y rumiaba mentalmente cómo
entrar a por Authari sin demasiados problemas. Los dos elfos eran jóvenes,
y ninguno de ellos tenía experiencia en la lucha cuerpo a cuerpo. Ambos
eran diestros con el arco, y cazaban bien en el bosque, pero nunca se habían
enfrentado con un hombre. Sólo Thuidimer parecía tranquilo.
-Hay que entrar -concluyó el enano-. Está muy claro. Hay que
tirar la puerta abajo y entrar a por Authari. No podemos dejarle ahí
dentro, donde a saber que horribles cosas pueden estarle sucediendo.
Mientras el grupo discutía
cómo entrar en la casa, dos hombres salían por una puerta secreta
que daba a otra calle. Sigilosamente se dirigieron hacia la posada donde se
habían alojado nuestros amigos, sabedores que uno del grupo no había
salido de allí, y se disponían a apresarlo.
Swintila se encontraba tranquilamente colocado en posición de
estudio con las piernas contraídas sobre un tablón que hacía
las veces de cama. Sólo una vela iluminaba la habitación, pues
la única ventana que tenía la habitación se hallaba tapada
con un trapo negro. Todo esto daba una extraña sensación a aquellos
que habían tenido la oportunidad de ver al elfo cuando estudiaba. Parecía
encontrarse en un estado medio místico medio drogado, recitando palabras
en una lengua que sólo los iniciados en el arte de la magia podían
descifrar; palabras que eran leídas de un grueso libro escrito con caracteres
rúnicos. Cada cierto tiempo paraba de recitar sus versos y escribía
algo en un pergamino que tenía a su derecha, como se pusiera por escrito
lo aprendido momentos antes. De pronto, la luz se apagó sin motivo
alguno, e inmediatamente Swintila despertó de su trance, recitando
de nuevo versos extraños, a mayor velocidad esta vez.
-El elfo debe encontrarse en esta habitación.
Ves, es la única tapada. Subamos ahora que no se encuentra el posadero
y atrapémosle.
Los dos hombres se cubrieron con su capas negras mientras subían
las escalas del patio que daban el rellano superior. Todo estaba en silencio,
y sólo el crujir de la madera bajo el peso de sus cuerpos delataba
la presencia de seres vivos en los alrededores. Era una hora temprana para
las gentes de esta ciudad, para las que la mañana comenzaba más
tarde que otros lugares.
-Enciende una luz, la necesitaremos.
Uno de los dos bandidos encendió una antorcha de tela que llevaba
en su cinto mientras preparaban sus armas. El otro, cuando estuvieron los
dos preparados, tiró de una patada la puerta abajo y entró de
golpe, seguido de su compañero.
-¡Aquí no hay nadie! -Se sorprendió el hombre al observar
la estancia. Sólo había un tablón elevado con un libro,
unos pergaminos, una vela apagada y una túnica blanca-.
-Kerfciv amnderis…
Tras pronunciar estas dos palabras, los dos asaltantes cayeron al suelo
como dormidos al instante. Segundos después, la túnica blanca
del elfo comenzó a moverse sola. Al poco, Swintila fue apareciendo
dentro de la túnica, ya puesta sobre su cuerpo. El mago había
utilizado un hechizo de invisibilidad sobre sí mismo para despistar
a los bandidos.
Ya vestido, registró las ropas de los dos hombres que habían
intentado atacarle, pero al no encontrar nada, cerró de nuevo la puerta,
encendió la mágica vela y siguió con sus estudios como
si nada hubiera pasado.
Witigis comenzó a escalar
la pared de una casa abandonada que estaba lindante a la guarida donde mantenían
retenido a Authari. Todas las edificaciones de la zona eran de un mismo estilo,
casas de tres pisos estrechas y profundas. Las fachadas quedaban normalmente
oscurecidas por el moho y el paso de los años.
Una vez arriba, encontró el soporte metálico de una chimenea
donde pudo enganchar la cuerda por la que subieron los demás. Witigis
era un gran escalador, y trepaba por superficies lisas que a otras personas
les resultaba imposible elevarse un par de metros. Cuando los tres estuvieron
arriba -Thuidimer se abstuvo de subir, objetando que iba a montar guardia
junto a la puerta-, vieron que la única forma de entrar en el edificio
era rompiendo un cristalera que daba a una sala que parecía ser una
sala de estar. No había ninguna puerta ni escalera por la que acceder
al interior de la vivienda, y tampoco querían romper nada para no hacer
ruido.
-Deberíamos haber ido a por Swintila -dijo Ulfilas-. Podría
habernos ayudado mucho.
-Ya es tarde ahora para eso -le refutó Witigis-. Nos las arreglaremos
solos -el elfo se sentó en el suelo y les hizo una seña a los
otros dos para que se agacharan-. Mirad, haremos esto. Thuidimer puede distraerlos
desde abajo, mientras nosotros intentamos oír cuantos son. Estas casas tienen
paredes muy delgadas y yo puedo oír fácilmente a gente hablando desde
aquí. Que el enano arme mucho revuelo, para que crean que vamos a entrar
por allí, y veremos cuantos son.
-Me parece bien -afirmó Ulfilas-, pero creo que alguien debería
bajar a ayudar a Thuidimer. Sería peligroso dejarle sólo. Podría
pasarle algo.
-De acuerdo. Fadhran, baja tú. Nosotros entraremos por aquí
arriba.
-¿Estáis seguros de lo que hacéis? -Fadhran no
parecía muy seguro de que este rescate fuera a ser muy adecuado-. ¿No
deberíamos esperar?
-No. Authari está ahí dentro, y no le podemos dejar ahí.
Tenemos que jugárnosla. Les haremos creer que somos muchos. Venga,
baja y cuéntale a Thuidimer o que vamos a hacer.
No muy convencido con las palabras de Ulfilas, Fadhran bajó por
la cuerda a la calle y le contó al enano el plan. Éste parecía
estar de acuerdo, por lo que hicieron una seña a los dos elfos, que
estaban arriba esperando un respuesta.
-Ya es hora de empezar -dijo Witigis desenfundando la espada-. Suerte,
Ulfilas.
-Igualmente. La necesitaremos.
En el justo momento en que Ulfilas pronunciaba la última palabra
se oyó un gran estruendo en la calle. Tanto Thuidimer como Fahdran
estaban aporreando la puerta de entrada con sus armas hasta derribarla. Los
elfos oyeron rápidamente gritos dentro de la casa. Dos voces principalmente
parecía que discutían, mientras que una tercera gritaba para
que dejaran de aporrear la puerta.
-¡Vamos! ¡Esta es la nuestra! -gritó Ulfilas mientras bajaba
por la escalera hasta el pequeño ático que hacía las
veces de cuarto trastero. Allí encontraron cajas de muchos tamaños,
fabricadas en madera de buena calidad. Witigis se pegó a la puerta
de entrada del ático, esperando a que parara el movimiento para irrumpir
en la casa.
-Creo que sólo se ha alejado uno -susurró Ulfilas al oído
de Witigis-. Esperemos que no hayan más de tres, o lo pasaremos mal.
-Venga, entremos -y antes de que acabara de hablar, Witigis echó
la puerta abajo, haciendo caso omiso de las advertencias de su compañero.
-¡Al ataque! ¡Ahora sufriréis la venganza del elfo
negro! -gritaba Witigis mientras repartía mandobles con su espada a
diestro y siniestro. Los enemigos, sorprendidos, no pudieron sino gritar y
maldecir a los elfos mientras intentaban defenderse como podían.
-¡Cuidado Wit! ¡Uno detrás! -Ulfilas trataba de defender
a su alocado compañero, mientras por dos pasillos llegaban cuatro nuevos
enemigos-. ¡Ahora si que la has hecho buena, idiota!.
-¡Hey!, ¡yo sólo quería sorprenderles!
Tres cuerpos sin vida descansaban a los pies de los dos elfos, que espalda
contra espalda se preparaban para defenderse de los cuatro hombres que les
asediaban ahora.
-¡Pagaréis por esto, malditos! -uno de los atacantes estaba
muy alterado por la muerte de sus compañeros- ¡Que la furia del
Nigromante caiga sobre vosotros! -y diciendo esto el jefe enemigo arremetió
contra Witigis, iniciando la nueva contienda. Pero poco duró el combate,
pues pronto se oyeron pasos acercándose al lugar.
-¡Alto ahí! ¡Es la guardia! -los recién llegados
intentaron poner orden la habitación, a base de reducir a los contrincantes.
-¡La guardia! ¡Huyamos! -los bandidos corrían ahora
en desbandada, desapareciendo por puertas y ventanas, menos el que había
jurado contra Witigis, que permaneció impasible en la lucha hasta que
nuevas personas aparecieron por la puerta. En ese momento se alejó
por uno de los pasillos, no sin antes mostrar de nuevo al elfo una mirada
cargada de odio y sed de venganza.
-¡Nos encontraremos, elfo! ¡Recuérdalo! -y huyó
por una ventana que daba a una calle interior.
-¡Buuf! -Ulfilas parecía
cansado, mientras se apoyaba en su espada- ¡Por fin! Habéis tardado
mucho en llegar.
-Ya, pero hemos tenido unas pequeñas complicaciones al entrar
-le respondió Thuidimer. Él y Fadhran se habían encontrado
a dos guardias que patrullaban las calles de Londaroth, que les habían
ayudado a entrar en la casa.-Habían más personas de las que
creíamos en el interior del edificio.
-Creo que debe haber algún sótano oculto en una de las
habitaciones de al lado -dijo uno de los guardias que acompañaban a
Fadhran y al enano-. Hace tiempo que estábamos intentando registrar esta casa,
pues creemos que esta gente eran contrabandistas. Gracias a vosotros hemos
podido entrar. Normalmente no contamos con la gente adecuada para luchar contra
tanta gente.
Mientras el guardia acababa de hablar, una voz les llegaba desde lejos,
muy atenuada.
-¡Authari! ¡Debe ser él pidiendo ayuda! -Ulfilas
recordó a su compañero, del cual parecía que se habían
olvidado en el ajetreo de la lucha-. ¡Rápido, busquemos ese sótano
del que habla el guardia! ¡Debe ser allí donde lo tienen preso!
-y sin más demora se separaron en tres parejas para efectuar la búsqueda
por todos los rincones del edificio.
Éste, que constaba de dos plantas más el cuarto trastero
por el que habían entrado Ulfilas y Witigis, parecía encontrarse
repleto de escondrijos y zonas ocultas, así como de algunas trampas
para mirones inexpertos. No tardó mucho Ulfilas en encontrar unos tablones
de madera en el suelo del segundo piso un tanto extraños. Tras forcejearlos,
vio como una escalera circular en muy mal estado bajaba de una manera muy
pronunciada hacia la oscuridad. De pronto, un nuevo grito -ahora Ulfilas oyó
bien que venía desde las escaleras de caracol- puso en alerta a todo
el grupo.
-¡Aquí, rápido! ¡Le he Encontrado!
-¡Ulfilas! ¡Ey! ¡Estoy aquí abajo! -Authari
gritaba desesperadamente, ahora que había oído la voz de su
compañero-. ¡Sacadme de aquí!
-¡Tranquilo Authari, ahora bajo! -el elfo comenzó a bajar
las escaleras mientras los demás se acercaban corriendo al lugar-.
-¡Ulfi…! ¡Aquí está! -Witigis hizo gestos
a los demás, que no sabían dónde se encontraba la escalera,
mientras que comenzaba a descender tras los pasos de su compañero-
¡Cuidado con las escaleras, están en muy mal estado! -avisó
a los demás- ¡Esperad aquí, ahora subimos!
Witigis se perdió por la misma negrura por la que había
desaparecido Ulfilas, siguiendo la voz de su compañero preso. Los cuatro
restantes, se encontraban expectantes mirando por el hueco circular de la
escalera, esperando alguna noticia de Authari. Al poco, gritos de los elfos
y de otras voces desconocidas llegaron hacia arriba, maldiciendo entre ellas.
Parecía que algún bandido quedaba aún escondido guardando
a su presa. En el justo momento en que los guardas comenzaban a descender
a trompicones por la escala, la voz de Witigis les calmó, afirmando
que se encontraban bien, y que habían encontrado a su compañero
sano y salvo.
-¡No bajéis, que ahora subimos! -la voz del elfo parecía
un tanto entrecortada, lo cual alarmó a los que se encontraban arriba.
-¿Te encuentras bien Witigis? -preguntó el enano-
-Sí, sí, pero tengo un rasguño en el costado.
Al poco aparecieron por el hueco Ulfilas y el beórnida, seguidos
por Witigis, que tenía el costado derecho desgarrado, sangrando en
abundancia.
-¡Por el martillo de Aüle! -exclamó el enano-, ¡estás
sangrando!
-Venid con nosotros -les instó uno de los guardias-. Os llevaremos
al cuartel. Allí podréis curar con tranquilidad.
Dado que no tenían dónde ir, siguieron al guardia, mientras
que el otro se quedaba registrando la casa, buscando otros escondrijos. Una
vez llegaron al cuartel de la guardia de Londaroth, un joven vestido con una
extraña túnica verde apareció a una llamada del guardia.
Nada más ver la herida de Witigis, volvió sobre sus pasos y
retornó al poco con unas gasas, vendas y algunas hierbas medicinales.
Pese a la desconfianza que daba su aspecto, el elfo se dejó curar,
y efectivamente al poco notó como una sensación de alivio donde
había recibido el corte.
- Ahora descansad, señor. Deberéis pasar al menos una semana
en cama, si no queréis que la herida se abra de nuevo -Ya con toda
la cintura vendada, Witigis se tumbó sobre el catre en el que estaba
apoyado, mientras el sanador desaparecía por una estrecha puerta.
- Bueno, creo que deberíamos presentarnos, no? -dijo el guardia-. mi
nombre es Haenor. Soy el Capitán de la Guardia aquí, en Londaroth.
Como imagino que habréis podido comprobar si habéis morado un
poco por nuestras calles, tenemos mucho trabajo y pocos hombres que lo realicen.
Londaroth es un mal poblado, sobre todo para extranjeros. Hay mucha delincuencia,
muchas bandas de forajidos operan desde aquí, pero no tenemos gente
para pararles los pies. Nuestros ciudadanos viven atemorizados, y cada vez
más huyen de aquí hacia Esgaroth, Valle, o hacia al sur. Lo
que me resulta extraño es, ¿que hacen tres elfos aquí, con dos
hombres y un enano?
- Es una pequeña historia -le fijo Ulfilas-. Nosotros tres -señalando
a los tres elfos-, venimos de las Aradhryand. Un día nos mandaron hacía
Celebannon en busca de una mercancía, pero en vez de volver a nuestra
casa aparecimos el Esgaroth, en la casa de Fadhran -señalando al hombre-,
decididos a explorar el mundo. Nos contó su historia, y accedimos a
acompañarle y a ayudarle. Nuestro camino seguía hasta aquí,
resultando que nuestro compañero fue raptado. Y a partir de aquí
el resto es conocido para ti.
- Pero te has dejado lo más importante -le dijo Swintila-. Los nombres.
- ¡Ah, sí! Se me olvidaba. Este de la cama es Witigis, el mago
es Swintila. Ambos son elfos de los bosques. El enano es Thuidimer, este es
Authari, y Fadhran. Yo me llamo Ulfilas, elfo silvano, de la dinastía
de Gilan-hiun.
- Vaya, vaya. Así que tenemos a tres elfos que se han fugado de casa,
con dos hombres y un enano. Extraña mezcla. Bueno, haced lo que queráis.
Sea como sea, os estoy muy agradecidos por la ayuda que nos habéis
prestado para entrar en esa casa. Si no hubiera sido por vosotros, creo que
hubiera pasado mucho tiempo antes de que pudiéramos atrapar a esos
bandidos.
>> ¿Y bien, ahora que vais a hacer? ¿A dónde iréis?
Aquí no creo que seáis muy bien venidos, por lo que creo que
deberíais marcharos del poblado.
- Haenor tiene razón -dijo Fadhran incorporándose-. Este pueblo
no es nada seguro, y menos aún para nosotros. Deberíamos pensar
en marchar a otro sitio.
- Entonces eres tú quien debe decidir el lugar. Recuerda que estamos
aquí para ayudarte a encontrar a tu familia -Witigis se incorporó
meramente de su catre, para escuchar mejor la conversación.
- ¿Tu familia? -preguntó Haenor-.
- Sí, pertenezco a una rica familia de comerciantes de Buhr Uidu. Hace
algún tiempo, mi estirpe cayó en desgracia, siendo perseguida
por muchos bandidos. Vendimos parte de lo que teníamos, y el resto
lo llevamos a Esgaroth. Allí sobrevivimos haciéndonos pasar por pescadores,
pero los bandidos no nos habían perdido la pista. Un día, cuenda
yo había salido a buscar trabajo, unos hombres entraron en mi casa
y raptaron a mis padres y a mi hermana. Ellos -dijo señalando al resto
del grupo-, aceptaron ayudarme a encontrarlos.
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