La Vuelta a casa de Beorhtnoth, hijo de Beorhthelm
I
LA MUERTE DE BEORHTNOTH
En agosto del año 991,
durante el reinado de Æthelred II, se libró una batalla cerca de Maldon, en
Essex. De un lado, la fuerza de defensa de Essex, del otro una hueste vikinga
que acababa de saquear Ipswich. Los ingleses estaban dirigidos por Beorhtnoth,
hijo de Beorhthelm, el duque de Essex, un hombre célebre en su tiempo: poderoso,
orgulloso, audaz. En aquel entonces era viejo y canoso, pero vigoroso y valiente,
y su blanca cabeza sobresalía de entre las de los demás hombres, ya que era
excepcionalmente alto[1].
Los “Daneses” –en esta ocasión probablemente noruegos en su mayor parte- estaban
dirigidos según una versión de la Crónica Anglo-sajona, por Anlaf, famoso
en la saga nórdica y en la historia como Olaf Tryggvason, que más adelante
llegó a ser rey de Noruega[2].
Los Hombres del Norte habían remontado el estuario del río Pante, ahora llamado
Blackwater, y acamparon en la isla de Northey. Los vikingos y los ingleses
estaban pues separados por un brazo del río; lleno por la marea creciente,
sólo podía ser cruzado por un puente o vado, difícil de forzar en caso de
defensa decidida[3].
La defensa era muy fuerte. Pero los vikingos sabían, o eso parece, con que
clase de hombre estaban tratando: solicitaron que se les permitiera cruzar
el vado, para que pudiera entablarse una lucha limpia. Beorhtnoth aceptó el
desafío y les permitió cruzar. Este acto de orgullo y de caballerosidad mal
entendida probó ser fatal. Beorhtnoth fue muerto y los ingleses se retiraron;
pero los hombres de la Casa del Duque, su heorthwerod,
que incluía a los caballeros escogidos y oficiales de su guardia personal,
algunos de ellos miembros de su propia família, siguieron luchando hasta que
todos cayeron junto a su señor.
Se ha conservado un
fragmento –un largo fragmento, de unas 325 líneas- de un poema contemporáneo:
no tiene final, ni principio, ni título, pero se le conoce habitualmente como
La Batalla de Maldon. Cuenta la petición por parte de los vikingos
de un tributo a cambio de la paz; la orgullosa negativa de Beorhtnoth, el
desafío y la defensa del “puente”; la astuta demanda de los vikingos, y el
cruce de la calzada; el último combate de Beorhtnoth, la caída de su espada,
de dorada empuñadura, de su mano herida, y la mutilación de su cuerpo por
los paganos. El final del fragmento, casi la mitad de él, cuenta la última
resistencia de la Guardia. Se recuerdan los nombres, hazañas y últimas palabras
de muchos de los ingleses.
El duque Beorhtnoth
era un defensor de los monjes, y un mecenas de la iglesia, en especial de
la Abadía de Ely. Tras la batalla, el Abad de Ely obtuvo su cuerpo y lo enterró
en la abadía. Su cabeza había sido cortada de un hachazo y no fue recuperada;
se reemplazó en la tumba por una bola de cera.
De acuerdo con el tardío,
y claramente antihistórico Liber Eliensis
del siglo XII, el Abad de Ely fue en persona al campo de batalla con algunos
monjes. Pero en la obra que sigue se ha supuesto que el Abad y sus monjes
no llegaron más allá de Maldon, y que allí se quedaron, enviando a dos hombres,
siervos del duque, al campo de batalla, que se hallaba a alguna distancia,
a última hora del día siguiente a la batalla. Tomaron un carro y fueron en
busca del cuerpo de Beorhtnoth. Dejaron el carro cerca del fin de la calzada
y empezaron a buscar entre los muertos: muchos habían caído en ambos bandos.
Torhthelm (coloquialmente Totta) es un joven, hijo de un juglar; su cabeza
está repleta de las antiguas trovas que se refieren a los héroes de la antigüedad
nórdica, tales como Finn, rey de Frisia; Fróda de los Hathobardos; Beowulf;
y Hengest y Horsa, caudillos tradicionales de los vikingos ingleses en los
días de Vortigern (llamado Wyrtgeorn por los ingleses). Tídwald (apodado Tída)
era un anciano ceorl, un granjero que había visto muchos combates en las campañas
defensivas inglesas. En realidad, ninguno de estos hombres estuvo presente
en la batalla. Tras dejar el carro se separaron en la creciente oscuridad.
Cae la noche, oscura y nublada. Torhthelm se encuentra solo en una parte del
campo donde los muertos yacen muy juntos.
Del viejo poema proceden
las orgullosas palabras de Offa en el consejo que precedió a la batalla, y
el nombre del valiente joven Ælfwine (vástago de una antigua y noble casa
de Mercia), cuyo coraje fue elogiado por Offa. También se encuentran los nombres
de los dos Wulfmærs: Wulfmær , hijo de la hermana de Beorhtnoth; y Wulfmær
el Joven, hijo de Wulfstan, que cayó gravemente herido, junto con Ælfnoth,
al lado de Beorhtnoth. Casi al final del fragmento que ha sobrevivido, un
viejo criado, Beorthwold, mientras se prepara para morir en la última y desesperada
resistencia, pronuncia las famosas palabras, una llamada al código heroico,
que aquí aparecen en el sueño de Torhthelm:
Hige sceal
þe heardra, heorte þe cenre,
mod sceal
þe mare þe ure maegen lytlath
“La voluntad será la
más dura, el corazón el más audaz, el espíritu el más grande, mientras nuestra
fuerza disminuye”.
Está implícito aquí
–y de hecho es probable- que estas palabras no sean “originales”, sino una
antigua y honrosa expresión de voluntad heroica; por esa razón, es bastante
verosímil que Beorthwold las hubiera utilizado en su última hora.
La tercera voz inglesa
en la oscuridad, que habla después de que el Dirige se oiga por vez primera, lo hace
en rima: presagiando el final desvanecido de la antigua y heroica medida aliterativa.
El viejo poema está compuesto en una forma libre de la línea aliterativa,
el último fragmento que se conserva de la antigua juglaría heroica inglesa.
En este sentido –aunque algo más libremente que el verso de La Batalla de Maldon (debido al uso del
diálogo)- se ha escrito este poema moderno.
Las líneas en rima son
el eco de algunos versos, conservados en la Historia Eliensis, referentes al rey Knut:
Merie sungen the muneches
binnen Ely,
oa Cnut ching reu therby.
“Roweth, cnites, noer
the land
and here we ther muneches
sæng”.
II
El regreso al hogar de beorhtnoth, hijo de beorhthelm
Se
oye el sonido de un hombre moviéndose de modo indeciso y respirando ruidosamente
en la oscuridad. De pronto, una voz habla, alta y claramente.
TORHTHELM. ¡Alto!
¿Quién anda ahí? ¡El infierno te atrape! ¡Habla!
TÍDWALD. ¡Totta! ¡Te conozco por el castañeteo
de tus dientes.
TOR. ¡Eres
tú, Tída! Largo parecíame el tiempo, solo entre los perdidos. De modo tan
perturbador yacen. He observado y esperado, hasta que los suspiros del viento
eran como palabras susurradas por espíritus que murmurasen en mis oídos.
TÍD.
Y tus ojos creían ver tumularios y duendes. La oscuridad es densa desde
que se ha puesto la luna; pero escucha bien mis palabras: no lejos de aquí
hallaremos al Amo, según todo apunta.
Tídwald
alza una oscura lámpara de la que surge un tenue rayo de luz. Un búho ulula.
Una forma oscura pasa velozmente a través del rayo de luz. Torhthelm retrocede
y vuelca la linterna, que Tída había puesto en el suelo.
¿Qué te ocurre ahora?
TOR. ¡El
Señor nos guarde! ¡Escucha!
TÍD.
Muchacho, estás loco. Tus quimeras y tus miedos extraen enemigos de
la nada. ¡Ayudame a levantar los cuerpos! Es una dura labor arrastrarlos yo
solo: altos y bajos, gruesos y delgados. Piensa menos, y habla menos de fantasmas.
¡Olvida tus temores! Sus espíritus están bajo tierra, o bien Dios los tiene;
y los lobos no rondan como en los días de Woden, no aquí en Essex. Si hay
alguno, andará sobre dos piernas. ¡Ahí, dale la vuelta!
Un
búho ulula de nuevo.
Solo es un búho.
TOR. Me
pone malo. Los búhos son aves de mal agüero. Pero no tengo miedo, no de terrores
imaginarios. Me llamas loco, pero muchos otros hombres sienten el horror de
hallarse entre muertos sin sudario. Es como la turbia sombra del infierno
pagano, en el reino sin esperanzas donde toda búsqueda es vana. Podríamos
registrar para siempre el campo y no hallar al Amo en esta desolación, Tída.
Oh, Señor bienamado, ¿dónde yaces esta noche, tu cabeza reposando en
duro lecho, tus miembros yaciendo en largo sueño?
Tídwald
descubre de nuevo la luz de la lámpara.
TÍD.
¡Mira aquí, muchacho, donde yacen más densamente! ¡Aquí! ¡Échame una
mano! Esta cabeza nos es conocida. Es la de Wulfmær. Apostaría algo a que
no cayó lejos de su amigo y Amo.
TOR.
¡El hijo de su hermana! Las canciones cuentan que en la necesidad el
sobrino estará siempre cerca del tío.
TÍD.
No, él no está aquí –o bien lo golpearon hasta dejarlo irreconocible.
Me refería al otro, al muchacho sajón, el hijo menor de Wulfstan. Es un acto
inicuo acabar con los que aún no han crecido. Un chico gallardo, además, y
habría sido un mejor hombre.
TOR.
¡Ten piedad de nosotros! Era más joven que yo, al menos por un año.
TÍD.
Aquí está Ælfnoth también, yaciendo junto a su brazo.
TOR.
Como él lo habría querido. En labores o juegos eran buenos compañeros,
y leales a su señor, tan cercanos a él como parientes.
TÍD.
¡Maldita sea la luz de esta lámpara y la debilidad de mis ojos! Juraría
que cayeron en su defensa, y que el Amo no está ahora muy lejos. ¡Muévelos
despacio!
TOR.
¡Bravos mozos! Pero es
malo que hombres barbados se echen el escudo a la espalda y rehúyan la batalla,
corriendo como ciervos, mientras los rojos paganos acaban con sus muchachos.
¡Que el rayo del Cielo caiga sobre los miserables que los llevaron a la muerte,
para vergüenza de Inglaterra! Y aquí está Ælfwine: con su escasa barba. Ya
terminó su combate.
TÍD.
Es triste, Totta. Era un valiente caudillo, y necesitamos a los que
son como él: un arma nueva del viejo metal. Vehemente como el fuego y firme
como el acero. De lengua severa a veces, y franco, al estilo de Offa.
TOR.
¡Offa! Está en silencio. No a todos les gustaba; muchos le habrían
puesto un bozal, si el Amo lo hubiera permitido. “Hay cobardes con corazón
de gallina que se pavonean orgullosamente en el consejo”: así le oí hablar
en la Reunión del Señor. Como las canciones nos recuerdan:
“Lo que promete el hombre bebiendo aguamiel, cuando llega la mañana
le deja la acción por respuesta, el vómito de su bebida, y acaba mostrando
un borracho”. Pero las canciones se marchitan y el mundo empeora. ¡Desearía
haber estado aquí, no atrás con el equipaje y perezosos siervos, cocineros
y medicastros! Por la cruz, Tída, no le amaba menos que a cualquiera de los
señores que iban con él; y un pobre hombre libre podría acabar siendo más
resistente en la prueba que muchos condes con título, que cuentan su parentela
entre los reyes que precedieron a Woden.
TÍD.
¡Puedes hablar, Totta! Tu tiempo llegará, y te parecerá menos sencillo
de cómo aparece en las baladas. Amargo sabe el hierro, y la mordedura de las
espadas es fría y cruel, cuando la experimentas. ¡Que Dios te guarde entonces,
si tu júbilo se empaña! Cuando tiembla tu escudo, es difícil elegir entre
la muerte y el oprobio. ¡Ayúdame con este! Levantalo; ¡es el cadáver de un
perro, de un grueso pagano!
TOR.
¡Ocultalo, Tída! ¡Apaga tu lámpara! Está mirándome. No puedo soportar
sus ojos, inhóspitos y crueles, como los de Grendel en la luna.
TÍD.
Ay, es un torvo individuo, más está muerto y acabado. Los Daneses no
me preocupan, salvo si esgrimen espadas y hachas. Pueden sonreir, o mirarme
con ira, si el Infierno los alberga. ¡Vamos, acarrea al siguiente!
TOR.
¡Mira! ¡Aquí hay un miembro!! Una yarda de largo, y grueso como tres
muslos de hombre.
TÍD.
Lo mismo he pensado. ¡Ahora inclina la cabeza y contén tu parloteo
por un instante, Totta! Es el Amo al fin.
Hay
un breve silencio.
Bien, aquí está; o lo que
los cielos nos han dejado: las piernas más largas de este país, yo diría.
TOR.
(Su voz se
eleva en un canto.)
Más alta su cabeza era que el yelmo de los reyes de coronas paganas,
más perspicaz su corazón, y más clara su alma que las espadas, probadas y
pulidas, de los héroes: más valioso que el oro niquelado. El mundo ha perdido
a un príncipe sin par en la paz y en la guerra, justo en el juicio, de manos
generosas, como los dorados señores de tiempo atrás. Ha partido junto a Dios
en busca de la gloria, Beorhtnoth bienamado.
TÍD.
¡Magníficas palabras, muchacho! Las entrelazadas estrellas aún valoran
los corazones afligidos. Pero aquí hay trabajo que hacer, antes de que de
comienzo el funeral.
TOR.
¡La he hallado, Tída! ¡Aquí yace su espada! La reconozco por la empuñadura
dorada.
TÍD.
Me alegra oirlo; es un milagro que la pasaran por alto. Se han ensañado
cruelmente con él. Pocas más de sus prendas hallaremos; nos han dejado poco
del señor que conocimos.
TOR.
¡Oh, dolor y aflicción! Los lobos paganos le han cortado la cabeza,
y han destrozado el tronco con hachas. ¡Cuan cruel es la matanza de esta sangrienta
lucha!
TÍD.
Sí, esta es para ti la batalla, y no es peor hoy que en las guerras
que cantas, cuando Fróda cayó y Finn fue muerto. El mundo lloró entonces,
como lo hace ahora: puedes oir las lágrimas a través del tañido del arpa.
Vamos, dobla tu espalda. Debemos llevarnos de aquí los fríos restos. ¡Cógelo
por las piernas! ¡Ahora levántalo, con cuidado! ¡Levántalo de nuevo!
Caminan
arrastrándose lentamente.
TOR.
Aún es querido este cuerpo muerto, aunque los hombres lo hayan mancillado.
La
voz de Torhthelm se alza de nuevo en un canto.
¡Lamentáos por siempre, sajones e ingleses, de las orillas del mar
a los bosques de occidente! Cayó la muralla, lloran las mujeres; la madera
arde y el fuego resplandece como una lejana almenara. ¡Levantad bien alto
el túmulo que contendrá sus huesos! Porque aquí se ocultarán la espada y el
yelmo; y a la tierra será entregado el dorado coselete, y las ricas vestimentas
y brillantes anillos, riquezas que no envidiaban los que lo amaban; el primero
y más noble de los amigos de los hombres, soporte infalible de sus camaradas,
el más justo de los padres para su gente. Amaba la Gloria; ahora la gloria
ganada hará verdear su tumba, mientras o tierra o mar, palabra o llanto, en
el mundo perduren.
TÍD.
¡Hermosas palabras, alegre Totta! Se diría que trabajaste tanto como
yaciste en las rondas de noche, mientras los sabios dormían. Pero yo prefiero
descansar, y mis tristes pensamientos. Estos son tiempos cristianos, aunque
la cruz es pesada; llevamos a Beorhtnoth, no a Beowulf: no hay piras para
él, no hay montículos apilados; y el oro será entregado al buen abad. ¡Que
los monjes le lloren, y que se cante Misa! Con docto latín le conducirán a
casa, si podemos llevarle de vuelta. ¡El cuerpo es pesado!
TOR.
Los hombres muertos se arrastran hacia tierra. ¡Ahora bajalo un rato!
Tengo la espalda rota, y estoy sin aliento.
TÍD.
Si hablaras menos, podrías apresurarte más. Pero el carro no está lejos,
¡así que vamos a ello! ¡Empieza de nuevo, y al unísono conmigo! Hace falta
un paso regular.
Torhthelm
se detiene de pronto.
¡Torpe mastuerzo, mira por donde vas!
TOR.
¡Detente, Tída, por el amor de Dios! ¡Mira ahora, y escucha!
TÍD.
¿Que mire donde, muchacho?
TOR.
Allá, a la izquierda. ¡Hay una sombra que se arrastra, más oscura que
el cielo occidental, allí, caminando agachada! ¡Ahora dos! Alguna especie
de Trolls, lo juraría, o habitantes del infierno. Tienen el paso vacilante,
se arrastran a tientas con brazos horripilantes.
TÍD.
Sombras nocturnas sin nombre, nada más puedo ver, hasta que se acerquen
un poco. Tienes vista de brujo, si puedes distinguir a los diablos de los
hombres en esta vil oscuridad.
TOR.
¡Escucha pues, Tída! Hay voces bajas, gemidos y susurros, y risas contenidas.
¡Se mueven hacia aquí!
TÍD.
Sí, ahora lo advierto; puedo oir algo.
TOR.
¡Oculta la lámpara!
TÍD.
¡Deja el cadáver, y túmbate junto a él! ¡Ahora guarda silencio! Se
acercan pasos.
Se
agachan en el suelo. El sonido de pasos cautelosos crece y se aproxima. Cuando
ya están casi encima, Tídwald grita de pronto:
¡Hola, muchachos! Llegáis tarde, si es pelea lo que buscáis; pero puedo
hallaros alguna, si os hace falta esta noche. Nada os saldrá más barato.
Se
produce un sonido de pies arrastrándose en la oscuridad. Luego, u grito. La
voz de Torhthelm suena de modo estridente.
TOR.
¡Cerdo ruidoso, voy a rajarte por esto! ¡Toma tu merecido! ¡Eh! ¡Ahí,
Tída! He dado muerte a este. No andará furtivamente nunca más. Si espadas
buscaba, pronto halló una, por el lado cortante.
TÍD.
¡Mi matador de duendes! Corazón bravo, ¿tomaste prestada la espada
de Beorhtnoth? ¡Límpiala bien! ¡Y contén tu ingenio! Esa hoja fue hecha para
mejores usos. No te hacía falta un arma: un golpe en la nariz, o una bota
en el trasero, y la batalla se termina con tipos como estos. Sus vidas son
desdichadas, pero ¿por qué matar a tales criaturas, o jactarse de ello? Ya
hay bastantes muertos por aquí. Si se tratara de un danés, date cuenta, permitiría
que presumieras; y hay muchos fuera, no muy lejos, inmundos ladrones: los
odio, por mi corazón, paganos o bautizados son vástagos del diablo.
TOR.
¡Los daneses, dices! ¡Date prisa! ¡Vamos! Casi lo había olvidado. Debe
haber más en las cercanías, planeando nuestra muerte. Esa jauría de piratas
se echará sobre nosotros, si nos oyen alborotar.
TÍD.
¡Mi bravo espadero! ¡Estos no eran Hombres del Norte! ¿Porqué deberían
venir aquí los daneses? Ya han tenido bastante lucha y pelea, y tomaron su
botín: el lugar está desierto. Estarán en Ipswich ahora, bebiendo cerveza,
o cerca de Londres, en sus largos navíos, mientras brindan por Thor y ahogan
sus penas de hijos del infierno. Son gente hambrienta y hombres sin amo, miserables
saqueadores. Son despoja-cadáveres: es un infame juego, me avergüenzo solo
de pensarlo. ¿Por qué te estremeces?
TOR.
¡Vamos, rápido! ¡Cristo me perdone, estos aciagos días yacen carcomidos
si no son llorados, y la gente sigue la conducta de los lobos, cuando tienen
miedo y hambre, y desnudan y saquean sin piedad a los muertos! ¡Mira allá
lejos! Hay una sombra inclinada, el tercero de los ladrones. ¡Vamos a apalear
a ese villano!
TÍD.
¡No, déjale en paz! O nos extraviaremos. Hemos vagado un poco, y ya
estoy bastante desconcertado. No tratará de atacar él solo a dos hombres.
¡Levanta por tu extremo! Levanta, te digo. Adelanta el pie.
TOR.
¿Puedes orientarte, Tída? En medio de estas sombras nocturnas, no tengo
idea de en donde dejamos el carro. ¡Ojalá estuviéramos ya de vuelta!
Siguen
caminando sin hablar durante un rato.
¡Ve con cuidado! Hay agua
cerca; tropezarás con la orilla. ¡Aquí corre el Blackwater! Otro paso en esa
dirección y nos revolcaremos en el arroyo como tontos; y la corriente es rápida.
TÍD.
Hemos llegado a la calzada. El carro está cerca, así que ten valor,
muchacho. Si podemos cargarle unos pocos pasos más, habremos dejado atrás
la primera etapa.
Se
mueven algunos pasos más.
¡Por la cabeza de Edmund! Aunque ha perdido la suya, nuestro Señor
no es ligero. ¡Bájalo ahora! Aquí nos espera el carro. Desearía que pudiéramos
beber la cerveza de su funeral, sin más problemas en esta orilla. La cerveza
que él daba era buena y suficiente para regocijar el corazón, parda y fuerte.
Estoy cocido en sudor. Detengámonos un momento.
TOR.
(Después
de una pausa) Se me hace extraño como
lograron pasar a través de esta calzada, o como forzaron el paso sin cruenta
batalla. Pero hay pocos restos que nos hablen de un combate. Sería de esperar
hallar una colina de paganos muertos, pero no ninguno cerca está tendido.
TÍD.
No, por desgracia. Ay, nuestro Señor cometió un error, o eso decían
los hombres en Maldon esta mañana. ¡Demasiado orgulloso, demasiado noble!
Pero su orgullo fue burlado y su nobleza pasó, así que alabemos su valor.
Les permitió cruzar la calzada, tan celoso fue, dando así a los juglares asuntos
para hermosas canciones. Noble sin necesidad. Nunca debió haber ocurrido:
¡ordenó parar a los arqueros, y abrió el puente, enfrentándose muchos con
pocos en un feroz cuerpo a cuerpo! Bueno, desafió al hado, y murió por ello.
TOR.
Así ha caído el último de un linaje de condes, descendiente de Señores
Sajones que cruzaron los mares tiempo atrás, como dicen las canciones, desde
Angel en el este, con espadas impacientes, golpeando a los Galeses en el yunque
de la guerra. Aquí ganaron reinos, y reales dominios, y conquistaron esta
isla, en días antiguos. Y ahora la adversidad llega de nuevo del norte: ¡furioso
sopla el viento de la guerra sobre Bretaña!
TÍD.
Y en nuestro cuello sopla, y estamos tan helados como el frío, como
estaba la pobre gente de entonces. ¡Que hablen los poetas y mueran los piratas!
Cuando se roba a los pobres y pierden la tierra que trabajan y aman, deben
morir y abonarla. No hay endechas para ellos, y sus esposas e hijos trabajan
en servidumbre.
TOR.
Pero Æthelred probará no ser una presa tan fácil como lo fue Wyrtgeorn;
¡y apostaría también a que este Anlaf de Noruega nunca igualará a Hengest
o a Horsa!
TÍD.
¡Esperemos que no, muchacho! Vamos, carga de nuevo y terminarás tu
tarea. ¡Ahí, dale la vuelta! Cógelo por las piernas ahora, y yo levantaré
la espalda. ¡Ahora, levanta tu lado! ¡Levanta! Ya está. Cúbrelo con el paño.
TOR.
Debería ser limpio lino, y no un sucio manto.
TÍD.
Bastará por ahora. Los monjes nos esperan en Maldon, y el abad con
ellos. Estamos a horas de allí. Levántate y sube. Tus ojos pueden llorar,
y tu boca rezar. Yo guiaré los caballos. ¡Arre, chicos, pues! (Hace crujir el látigo) ¡Arre, vamos
allá!
TOR.
¡Dios guíe nuestros pasos a buen destino!
Hay
una pausa, en la que se oye un retumbo y un crujir de ruedas.
¡Como gimen estas ruedas! Oirán el crujido a millas de distancia, sobre
fango y piedra.
Una
larga pausa, en la que no se pronuncia una palabra.
¿A dónde vamos primero? ¿Hemos de ir muy lejos? La noche pasa, y estoy
agotado... ¡Dime, Tída, Tída! ¿Está herida tu lengua?
TÍD.
Estoy cansado de hablar. Mi lengua reposa. “¿A dónde primero”, dijiste?
¡La pregunta de un tonto! A Maldon y a los monjes, y luego millas más adelante,
a Ely y a la Abadía. Algún día terminaremos; pero los caminos son malos en
estos ruinosos días. ¡Aún no hay descanso para ti! ¿Contabas con una cama?
Lo mejor que conseguirás es el fondo del carro, con su cuerpo como almohada.
TOR.
Eres un bruto, Tída.
TÍD.
Solo es lenguaje llano. Si un poeta canta: “Incliné la cabeza sobre
su seno adorable y, de lamentarme fatigado, afligido dormí; de este modo juntos
viajamos, amable señor y fiel sirviente, a través de piedras y pantanos, a
su último reposo y al fin de su amor”, ya no lo llamarías cruel. Tengo mis
propias cuitas en el corazón, Totta, y mi cabeza está cansada. Lo siento por
ti, y por mi también. ¡Duerme pues, muchacho! ¡Duerme! Los muertos no te molestarán,
ni el quejido de las ruedas si sientes pesada la cabeza.
Habla
a los caballos.
¡Arre, muchachos! ¡Adelante! Hay comida más allá, y cómodos establos,
porque los monjes son amables. ¡Dejad atrás las millas!
El
crujir y el traquetear del carro, y el sonido de los cascos, continúan por
algun tiempo, durante el cual no se habla. Tras un rato, luces centellean
en la distancia. Torhthelm habla desde el carro, con voz soñolienta y medio
dormido.
TOR.
Hay velas en la oscuridad, y voces frías. Oigo que cantan misa por
el alma del Amo en la isla de Ely. De este modo pasan edades, y hombres tras
hombres. Voces de llorosas mujeres que se lamentan. Así pasa el mundo; el
día sigue al día, y el polvo se acumula, su tumba se desmorona, a medida que
el tiempo la roe, y su família y sus parientes entran en el olvido. Así vacilan
los hombres y en la nada se desvanecen. El mundo se marchita y el viento arrecia;
las velas se apagan. Fría cae la noche.
La
luz desaparece mientras habla. La voz de Torhthelm pasa a ser más alta, pero
es aún la voz de alguien que habla en sueños.
¡Está oscuro! ¡Oscuro, y la muerte se aproxima! ¿No nos queda luz alguna?
¡Encended una luz y atizad la llama! ¡Helo ahí! El fuego despierta, el hogar
arde, la casa se ilumina, los hombres se reúnen. Salen de la niebla por oscuras
puertas, y la muerte les aguarda. ¡Escucha! Puedo oirles cantar en la sala:
duras palabras cantan, con fuertes voces. (Canta) El corazón será el más
audaz, la intención la más seria, más orgulloso el espíritu, mientras nuestro
poder disminuye. La mente no vacilará ni flaqueará el ánimo, aunque sobrevenga
la muerte y nos conquiste la oscuridad.
Se
produce un gran choque y una sacudida del carro.
¡Eh! ¡Vaya un choque, Tída! Mis huesos están sacudidos y mi sueño hecho
añicos. Hace frío y está oscuro.
TÍD.
Sí, un golpe en los huesos es malo para el que sueña, y el despertar
es frío. Pero extrañas son tus palabras, Torhthelm, muchacho, cuando hablas
de que el viento y la muerte nos vencen y de un oscuro final. Sonaba a videncia,
a desespero, y a paganismo también: eso no va conmigo. Es noche cerrada, pero
no hay lumbre; la oscuridad lo cubre todo, y la muerte gobierna. Cuando llegue
la mañana, será como tantas otras; más faena perdida hasta que la tierra esté
arruinada; siempre faena y guerra, mientras dure el mundo.
El
carro choca y retumba.
¡Eh! ¡Traqueteo y choques sobre baches y piedras! Los caminos son desiguales
y el descanso es breve para los ingleses en los días de Æthelred.
El
estruendo del carro se detiene. Hay silencio total durante un rato. Lentamente
empieza a oirse un sonido de voces cantando. Pronto las palabras, aunque débiles,
pueden distinguirse.
Dirige, Domine, in conspectu tuo viam meam. Introibo in domum tuam:
adorabo ad templum Sanctum tuum in timore tuo.
(Una voz en la oscuridad): ¡Tristemente cantan,
los monjes de la isla Ely! ¡Formad fila, muchachos! ¡Escuchemos aquí, por
un instante!
El
canto es más alto y claro. Monjes cargando un féretro entre cirios cruzan
la escena.
Dirige, Domine, in conspectu tuo viam meam. Introibo in domum tuam:
adorabo ad templum Sanctum tuum in timore tuo.
Domine, deduc me in isutitia tua: propter inimicos meos dirige in conspectu
tuo viam meam.
Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto: sicut erat in principio et
nunc et semper et in sæcula sæculorum.
Dirige, Domine, in conspectu tuo viam meam.
Pasan, y el canto se desvanece en el silencio.
Ofermod
Este fragmento, algo más
extenso que el poema en inglés antiguo que lo inspiró, fue compuesto principalmente
en verso, para que fuese condenado o aprobado como tal[4].
Pero para merecer un lugar en Ensayos y estudios debe, supongo, contener
al menos por inferencia una crítica de los modos y maneras del poema en inglés
antiguo (o de sus críticos). Desde ese punto de vista puede afirmarse que
es un extenso comentario de las líneas 89 y 90 del original: tha se eorl ongan for his ofermode alyfan landes
to fela laþere theode, “entonces el Conde, en
su desmedido orgullo, cedió terreno al enemigo, cosa que no debió haber hecho”.
Normalmente se considera que La Batalla de Maldon es mas bien un comentario
extenso, o una aclaración de las palabras del viejo criado Beorhtwold (líneas
312-313), citadas más arriba, y usadas en el presente fragmento. Son las líneas
mejor conocidas del poema, quizás de toda la poesía en inglés antiguo. Aún
si exceptuamos la excelencia de su expresión, me parecen de menor interés
que las líneas más primitivas; de cualquier modo, la fuerza completa del poema
se pierde a menos que se consideren conjuntamente los dos pasajes.
Se ha sostenido que las
palabras de Beorhtwold constituyen la más alta expresión del espíritu heróico
del norte, nórdico o inglés; la más clara afirmación de la doctrina de la
resistencia extrema al servicio de la voluntad indomable. El poema en su conjunto
ha sido llamado “el único poema heróico puro que existe en inglés antiguo”.
Aunque la doctrina tiene una forma tan clara, y (aproximadamente) pura, precisamente
porque es puesta en boca de un subordinado, un hombre el objeto de cuya voluntad
había sido decidido por otro, que no tenía responsabilidad hacia abajo, solo
lealtad hacia arriba. Por lo tanto, el orgullo personal estaba en él a su
nivel más bajo, y el amor y la lealtad, al más alto.
Porque este “espíritu heróico
del norte” no es nunca totalmente puro; es de oro y de una aleación. Sin esa
aleación impulsaría a un hombre a resistir impávido incluso a la muerte, si
fuera necesario: es decir, cuando la muerte puede ayudar a la consecución
de algún objeto de la voluntad, o cuando solo puede conservarse la vida negando
aquello por lo que uno lucha. Pero aunque se sostiene que esa conducta es
admirable, la mezcla del buen nombre personal no está nunca del todo ausente.
De este modo, Leofsunu, en La Batalla de Maldon, se mantiene leal por
miedo al reproche si regresa vivo a casa. Este motivo, por supuesto, difícilmente
irá más allá de la “conciencia”: un auto-juicio a la luz de la opinión de
sus pares, que el mismo “héroe” aprueba totalmente; actuaría del mismo modo
si no hubiera testigos[5].
Aún este elemento de orgullo, en forma de deseo de honor y gloria, en vida
y tras la muerte, tiende a crecer, a convertirse en el motivo principal, llevando
al hombre más allá de la triste necesidad heróica, al exceso, a la caballerosidad.
“Exceso”, ciertamente, aunque sea aprobado por la opinión de sus contemporáneos,
cuando no solo va más allá de la necesidad y el deber, sino que interfiere
con ellos.
De este modo, Beowulf (de
acuerdo con los motivos a él atribuidos por el estudioso de la naturaleza
heróico-caballeresca que escribió su poema) hace más de lo necesario, renunciando
a las armas, para hacer así más “deportiva” su contienda con Grendel: lo cual
realzará su gloria personal, aunque lo pondrá en un riesgo innecesario, y
disminuirá sus posibilidades de librar a los Daneses de una aflicción intolerable.
Pero Beowulf no tiene ningún deber para con los Daneses, él es aún un subordinado
sin responsabilidades hacia abajo; y su gloria es también el honor de su gente,
los Geatas; por encima de todo, como él mismo dice, redundará en beneficio
del crédito del señor a quien debe fidelidad, Hygelac. Aunque no se libra
a sí mismo de su caballerosidad, el exceso persiste, incluso cuando es un
anciano rey, sobre el que descansan todas las esperanzas de un pueblo. No
se dignará dirigir una fuerza contra el dragón, como la prudencia impulsaría
a hacer, incluso a un héroe; porque, como explica en un largo “alarde”, sus
muchas victorias le han liberado del miedo. Usará sólo una espada en esta
ocasión, ya que boxear a una sola mano con un dragón es demasiado desesperado,
incluso para el espíritu caballeresco. Pero despide a sus doce compañeros.
Es rescatado de la derrota y el objetivo esencial, la destrucción del dragón,
solo se consigue por la lealtad de un subordinado. De otra manera, la caballerosidad
de Beowulf podría haber terminado en su propia muerte inútil, con el dragón
aún intacto. Lo que ocurre es que un subordinado es puesto en un peligro mayor
de lo necesario, y aunque no paga el orgullo de su amo con la vida, la gente
pierde desastrosamente a su rey.
En Beowulf tenemos tan solo una leyenda
acerca del “exceso” en un jefe. El caso de Beorhtnoth es aún más enfático,
incluso como historia; pero también ha sido extraído de la vida real por un
autor contemporáneo. Aquí vemos a Beorhtnoth comportarse como el joven Beowulf:
llevando a cabo una lucha “deportiva” en términos nivelados; aunque a expensas
de otras personas. En su situación, no era un subordinado, sino la autoridad
que debía ser obedecida en aquel lugar; y era responsable de todos los hombres
bajo su mando, y no debía malgastar sus vidas, excepto con el objeto de defender
el reino de un enemigo implacable. Se dice a sí mismo que su propósito es
el de defender el reino de Æthelred, la gente y la tierra (52-3). Para él
y para sus hombres era heróico luchar, hasta la aniquilación si fuese necesario,
en el intento de destruir o rechazar a los invasores. Era totalmente impropio
que tratase una batalla desesperada, con este único objetivo, como una competición
deportiva, para la ruina de su propósito y de su deber.
¿Por qué hizo esto Beorhtnoth?
Debido a un defecto de su carácter, sin duda alguna; pero un carácter, debemos
conjeturar, no solo formado por la naturaleza, sino moldeado también por la
“tradición aristocrática”, englobada en cuentos y poemas de poetas de los
que ahora solo quedan ecos. Beorhtnoth
era caballeroso, más que estrictamente heróico. El honor era un móvil en sí
mismo, y lo buscó aún a riesgo de colocar a su heorthwerod, sus hombres más allegados,
en una situación realmente heróica, que solo con la muerte podrían redimir.
Magnífico tal vez, pero ciertamente equivocado. Demasiado imprudente para
ser heróico. Y la imprudencia de Beorhtnoth, en cualquier caso, no podía en
modo alguno redimirse con la muerte.
Esto fue admitido por el
poeta de La Batalla
de Maldon, aunque las líneas en
las que expresa su opinión han sido poco consideradas, o minimizadas. La traducción
que de ellas se da más ariba es (creo) acertada en representar la fuerza y
la implicaicón de sus palabras, aunque muchos hallarán más familiares las
de Ker: “entonces el conde, en su temeridad, cedió demasiado terreno a la
odiosa gente”[6].
De hecho, son líneas de severa crítica, aunque no incompatibles con la lealtad,
e incluso con el afecto. Las canciones de alabanza en el funeral de Beorhtnoth
bien pueden aplicarse a él, como el lamento de los doce príncipes por Beowulf;
pero ambos podrían también terminar con la nota ominosa que golpea en la última
palabra del poema mayor: lofgeornost, “el más deseoso de gloria”.
Hasta donde llega el fragmento
de su obra, el poeta de Maldon no elaboró el asunto contenido
en las líneas 89-90; aunque si el poema tenía algún final redondeado y una
valoración definitiva (como parece, porque no es, ciertamente, un trabajo
hecho con prisa), probablemente fue continuado. Aún si se sintió inclinado
a criticar y a mostrar desaprobación absoluta, entonces su estudio del comportamiento
del heorthwerod, carece de la
agudeza y de la cualidad trágica que pretendía mostrar, si no se valora por
completo su crítica. En ella se realza grandemente la lealtad del séquito.
Su papel era el de resistir y morir, y no el de cuestionar, aunque un cronista
pueda comentar justamente que alguien cometió un grave error. En si situación,
el heroismo era espléndido. Su deber no resulta disminuido por el error de
su señor, y (de un modo más conmovedor) tampoco disminuyó el amor al viejo
hombre en los corazones de aquellos que estaban próximos a él. Es el heroismo
de la obediencia y el amor, no del orgullo o la testarudez, el que resulta
más heróico y más conmovedor; desde Wiglaf bajo el escudo de los hombres de
su casa, hasta Beorhtwold en Maldon, y hasta Balaclava, incluso si no está
más reflejado en verso que La
Carga de la Brigada Ligera.
Beorhtnoth se equivocó
y murió por su locura. Pero fue un error noble, o el error de un noble. No
es plausible que su heorthwerod le echara la
culpa; probablemete muchos de ellos no le habrían considerado culpable, siendo
ellos mismos nobles y caballerosos. Pero los poetas, como tales, están por
encima de la caballerosidad, o incluso del heroismo; y si dan alguna profundidad
a su tratamiento de dichos temas, entonces, incluso a pesar de ellos mismos,
esots “modos” y los objetivos hacia los que son dirigidos, serán cuestionados.
Conocemos dos poetas que
estudian ampliamente lo heróico y lo caballeresco, en el arte y en el pensamiento,
en las edades antiguas: uno cerca del principio en Beowulf; uno cerca del final en
Sir Gawain. Y probablemente un tercero,
más bien en el medio, en Maldon, si tuviésemos toda su
obra. No es sorprendente que cualquier consideración acerca del trabajo de
uno de ellos nos conduzca a los otros. Sir Gawain, el más tardío, es el
más plenamente consciente, y es claramente una crítica o una valoración de
un código completo de sentimiento y conducta, en el cual el coraje heróico
no es más que una parte, que sirve a diferentes lealtades. Sin embargo, es
un poema con muchas semejanzas con Beowulf, más profundas que el
uso del viejo metro “aliterativo”[7],
que no es la menos notoria. A Sir Gawain, como ejemplo de caballerosidad,
se le muestra, por supuesto, muy inquieto por su propio honor, y aunque las
cosas consideradas honorables puedan haber cambiado o aumentado, la lealtad
a la palabra y a la fidelidad, y el coraje resuelto permanecen. Son puestos
a prueba en aventuras no más cercanas a la vida real que Grendel o el dragón;
pero la conducta de Gawain se ha hecho más meritoria, y en consecuencia de
más valor, de nuevo porque se trata de un subordinado. Se ve envuelto en el
peligro y en una cierta expectativa de muerte solo por lealtad, y por el deseo
de salvaguardar la seguridad y la dignidad de su señor, el rey Arturo. Y sobre
él descansa, en su búsqueda, el honor de su señor y de su heorthwerod, la Mesa Redonda. No es
accidental que en este poema, como en Maldon y en Beowulf, se haga crítica del señor,
como depositario de la fidelidad. Las palabras son notables, aunque menos
que la pequeña parte que han jugado en la crítica del poema (como también
ocurre en Maldon). Aunque así
habló la corte del gran Rey Arturo, cuando partió Sir Gawain:
¡Es una vergüenza, ante Dios, que Vos, señor,
debáis perderos, que en arte y en vida sois tan noble! ¡Hallar pareja entre
los hombres, casarse, no es fácil! Conducirse con más atención habría conducido
a alguien de sentido, y de tan querido señor a su debido tiempo un duque habría
hecho, dirigente ilustre de vasallos en esta tierra, como le corresponde;
y mejor eso habría sido que hacer carnicería con él hasta la muerte, decapitado
por un mago, a causa de arrogante jactancia. ¡Quién oyó nunca hablar de un
rey de tal proceder, como las bagatelas de los caballeros en la corte, en
sus juegos de Navidad!
Beowulf es un poema brillante;
hay, por supuesto, muchos otros aspectos de la descripción que se da del modo
en que muere el héroe; y la importancia (esbozada más ariba) de los valores
cambiantes de la caballerosidad y la responsabilidad en la juventud y en la
edad, es solo un ingrediente. Aunque está claramente ahí; y a pesar de que
la principal inventiva del autor se movía en sentidos más amplios, es mencionada
la crítica del señor y depositario de la fidelidad.
Así, el señor puede obtener
crédito de las acciones de sus caballeros, pero no debe hacer uso de su lealtad
o ponerlos en peligro sólo con ese propósito. Hygelac no envió a Beowulf a
Dinamarca por una jactancia o un voto imprudente. Las palabras que dirige
a Beowulf a su regreso son, sin lugar a dudas, una alteración de la antigua
historia (que más bien atisba a través de las fuentes del snotere ceorlas, 202-4); pero
son importantes por ese motivo. Oímos, 1992-7, que Hygelac trató de disuadir
a Beowulf de acometer una aventura imprudente. Muy apropiado. Pero al final,
la situación se invierte. Descubrimos, 3076-83, que Wiglaf y los Geatas consideraban
imprudente cualquier ataque contra el dragón, y trataron de disuadir al rey
de tan peligrosa empresa, con palabras muy parecidas a las usadas por Hygelac
tiempo atrás. Pero el rey deseaba la gloria, o la muerte gloriosa, y corrió
hacia el desastre. No podría existir crítica más mordaz en pocas palabras
de la “caballerosidad” en alguien de responsabilidad que la exclamación de
Wiglaf: oft sceall eorl monig anes willan wraec adreogan, “por la voluntad de un
hombre, deben muchos sufrir aflicción”. El poeta de Maldon podría haber inscrito
estas palabras en el encabezamiento de su obra.
[1] De acuerdo con una estimación, 6 pies y 9 pulgadas. Esta estimación se basa en la longitud y tamaño de sus huesos, que fueron examinados en su tumba, en Ely, en 1769.
[2] Es dudoso que Olaf Tryggvason estuviera realmente presente en Maldon, aunque su nombre era conocido entre los ingleses. Había estado antes en Inglaterra, y desde luego, volvió a ella en 994.
[3] De acuerdo con la opinión de E.D. Laborde, hoy generalmente aceptada, el vado o “desembarcadero” entre Northey y el continente aún sigue en el mismo lugar.
[4] En efecto, fue pensado claramente como una recitación para dos personas, dos figuras en una “sombra oscura”, con la ayuda de unos pocos rayos de luz y sonidos adecuados, y un canto al final. Por supuesto, nunca ha sido representado.
[5] Véase Sir Gawain y el Caballero Verde, 2127-31
[6] To fela significa en inglés antiguo, que no debió concederse terreno alguno. Y ofermod no significa “temeridad”, incluso si otorgamos un valor completo al ofer, si recordamos cuan fuertemente las inclinaciones y la prudencia de los ingleses rechazaban el “exceso”. Wyta scal geþyldig... ne næfre gielpes to georn, ær he geare cunne. Pero mod, que puede contener o implicar coraje, no significa “valentía” más que corage en Inglés Medio. Significa “espíritu”, o si no está calificado, “espíritu elevado”, la más usual manifestación del cual es el orgullo. Pero en ofer-mod se califica, con desaprobación: ofermod siempre es, de hecho, una palabra condenatoria. En el poema, este nombre solo aparece dos veces, una aplicada a Beorhtnoth, la otra a Lucifer.
[7] Es probablemente la primera obra en aplicar la palabra “letras” a este metro, que de hecho, nunca las ha respetado.