Encuentro

            - ¡Victoria, Padre! ¡Victoria! Hemos barrido al enemigo hasta las mismas puertas de la fortaleza que llaman Angband.

 

            Dos jinetes entran levantando una nube de polvo en el campamento noldo, uno de ellos porta, alzado con orgullo, brillante de gloria a la luz del nuevo sol, el estandarte azul y plata de las gentes de Fingolfin. Son Fingon, hijo de Fingolfin, hijo de Finwë, y Eilif, el campeón de la señora Galadriel.

 

            - ¡La victoria entonces! – exclama Fingolfin -. Bien... pero no nos apresuremos. Eilif, enviad un mensajero para que vuelva el ejercito. Aún hemos de ocuparnos de Fëanor y nuestros traidores hermanos.

 

            - ¡Padre, no! ¿pelearemos ahora entre nosotros a la vista de Morgoth?

 

            - ¿Y dónde está mi esposa, Fingon? – se adelanta Turgon, segundo hijo de Fingolfin, la cara enrojecida por la cólera -. Está ahora en Mandos, junto a tantos otros muertos en el paso del Helcaraxë. ¿Dónde está la piedad de Fëanor y los suyos? ¿quién es el enemigo aquí?

 

            - ¡El enemigo habla ahora por tu boca, hermano! Padre, os lo suplico, no ataquéis a Fëanor y sus hijos.

 

            Algunos de los Noldor presentes se acercan al grupo, atraídos por la discusión. Intentan mediar entre padre e hijo, uno de ellos se adelanta hasta Fingolfin.

 

- Perdonad, Señor. Al disponer el campamento mientras el ejercito atacaba he tenido ocasión de hablar con uno de los seguidores de Fëanor, que no pudo partir con los suyos al estar herido. Fëanor, el espíritu de fuego, murió al poco de llegar a estas tierras. Además, no todos los hijos de Fëanor se han retirado hacia el sur. Maedhros el Alto no volvió con los suyos, se teme que haya sido capturado.

 

            Los reunidos enmudecen ante estas noticias y las perspectivas que abren. Fingolfin y Turgon reflexionan. Fingon ha empalidecido, una amistad de muchos años le ata al mayor de los hijos de Fëanor, y aunque el episodio de la quema de las naves está aún muy cercano en el corazón del joven príncipe pesa  más el amor que el rencor, toma las bridas de su caballo de la mano de Eilif y monta de un salto.

 

            - ¡Esperadme Padre, esperad mi vuelta!

 

            Con estas palabras Fingon, el más valiente de los príncipes elfos comienza la hazaña que le concedió un lugar para siempre en las historias de los Noldor, el rescate del alto Maedhros de su cautiverio en una cornisa de las Thangorodrim.

 

 

 

                                               *          *          *          *

 

 

            - Extrañas y amplias son estas tierras, Eilif.

 

            - Cierto, señora.

 

            - Si debemos perdurar aquí precisamos conocer la hechura de estas tierras y contactar con nuestros parientes de Beleriand. Según cuentan los últimos de los Teleri en llegar a Valinor aquí permanecieron Elwë Singollo y Cirdan entre otros, si no han sido derrotados por la sombra deben hallarse en algún lugar. Que mi mano derecha se convierta ahora en mis ojos y busque por Beleriand a esos parientes.

 

            - Con gusto, Señora, pues además esa idea me consume. La idea de los vastos espacios que se pueden encontrar en estas tierras hace que pierda el sueño. Los ríos y bosques de estas tierras a la nueva luz de Rána y Vása ...

 

            -  Ten cuidado, amigo mío. El corazón me dice que volverás, pero que cuando vuelvas ya no serás el campeón de la hija de Finarfin

 

            - Señora... Galadriel... no puedo imaginar nada que me separe de ti que no sea el poder de Mandos. Si vuelvo para contar lo que he visto seré quien siempre fui y siempre seré, la mano que empuña la espada de Galadriel.

 

 

                                               *          *          *          *

 

 

            “Eru... no creo que pueda aguantar mucho más... si sigo perdiendo sangre a este ritmo perderé la conciencia...”

 

            Un elfo, un noldo, corre veloz entre los bosques que hay en las estribaciones de las montañas que cierran por el sur Dor-Lómin. Para cada poco tiempo, pues está muy cansado, largo tiempo lleva huyendo de los orcos que lo acosan; además, el cruel filo de la espada del cabecilla orco abrió un surco en su brazo izquierdo, y gradualmente sus fuerzas escapan con la sangre que mana de su herida.

 

            “Ya está bien... si sigo así no podré ni empuñar la espada... se acabó todo, mejor morir ahora plantando cara a esas bestias abominables que más adelante inconsciente... adiós a todos... adiós, Señora, por esta vez os habéis equivocado, volveremos a encontrarnos en Mandos...”

 

            El elfo apoya su espalda contra un árbol y descansa, toma algunos alimentos y vacía de agua el odre que porta, sabe que tiene al menos una hora antes de que le den alcance los orcos.

 

            “Ahí están, malditas bestias... han tardado mucho, creía que llegarían antes... un momento, ¡son muy pocos! Eran muchos más cuando me topé con ellos al cruzar el río. ¿Y por qué corren así? ¿de qué pueden huir? ¿una partida de elfos, quizá? Tal vez aún haya esperanza.”

 

            Eilif toma su cuerno de caza y lo hace sonar con el objetivo de atraer a quien quiera que persiga a los orcos. El cuerno proviene de Valinor, y en su sonido los orcos y todas las criaturas maléficas sienten la furia de Oromë el cazador.

 

            “Bueno, ya me han visto, aquí vienen, ya solo son cinco... dudan... conocen sin duda el significado de mi cuerno... espera, alguien sale de la espesura tras ellos... ¡una mujer!... ¿solo una?... los orcos dudan, parecen temerla, ¿es posible que esta mujer sola haya dado caza a una banda de más de veinte orcos? Sin duda sus compañeros se ocultan entre los árboles... no esperaré más, ¡a ellos!”

 

            Con un salvaje grito de batalla Eilif carga contra los orcos enarbolando su larga espada. Tres de ellos se vuelven para hacerle frente y los otros dos atacan a la mujer, que inca una rodilla en tierra y clava varias flechas en el suelo frente a ella.

 

            La espada de Eilif fue forjada en Valinor, en la forja del mismo Mahtan; cuando su acero se cruza con el del primero de los orcos la espada de su rival se parte en dos. Su contrincante aún está mirando estúpidamente el arma quebrada cuando la hoja de Eilif se hunde en su pecho. Los otros dos orcos se separan para rodear al elfo, este retrocede poco a poco para no ofrecer su espalda al enemigo.

 

            La mujer canta una mortal canción con su arco. Sus manos tienen la velocidad del viento que azota las Falas cuando estalla el violento Ossë. Antes de que empiecen a correr hacia ella ya ha caído el primer orco, traspasado por una flecha en el cuello. El segundo consigue avanzar media docena de pasos antes de que dos saetas de duro tejo pongan fin a su vida.

 

            El elfo se siente perdido, los dos orcos lo han acorralado contra un árbol y descargan golpe tras golpe. Debilitado por la pérdida de sangre cada vez le cuesta más desviar los golpes del enemigo. Antes de que una hoja supere su guardia y se clave profundamente en su hombro ve como la arquera elfa salta sobre sus rivales armada con dos dagas y la más pura ira pintada en su rostro..

 

 

                                               *          *          *          *

 

 

            Durante los dos días siguientes se debate entre la vida y la muerte, se encuentra en un pozo de inconsciencia, pero a ratos consigue deshacerse del abrazo del sueño que le cerca y despertarse, solo sabe que alguien lo ha cargado en unas angarillas entre dos caballos... para desmayarse a continuación.

 

 

                                               *          *          *          *

 

           

            Despierta, de noche. Su espalda está recostada contra un árbol y puede ver lo que parece un campamento más o menos permanente. Tres caballos pacen en un extremo, mientras los rescoldos de un fuego que ha estado ahumando pescado se van apagando. En el otro extremo del campamento puede ver algunas pieles, maderas y una pequeña tienda. Ante él se extiende una superficie de plata... y de ella surge la figura de una elfa, que avanza hacia él. No puede ver su cara, pues Rána, brillante, llena, se encuentra a su espalda. Solo la ve acercarse con un paso ágil, felino, y cada una de las gotas de agua que adornan su cuerpo resplandece con el brillo de la más pura plata.

 

            “¿Quién eres? ¿quién eres tú que surges del lago con la majestad de los mismos Valar? ¿quién eres, adornada con la plata que emana de Rána? ... adornada de plata... Celebriel...”

 

            Debilitado, de nuevo se sumerge en el sueño.

 

 

                                               *          *          *          *

 

 

            Despierta de nuevo, solo. Faltan dos de los caballos, pero el olor de un guiso caliente llega hasta él. Se sumerge en las cristalinas aguas del lago que se halla frente al campamento y tras el baño comienza a comer.

 

            “Por todos los Valar, tengo el hambre de un lobo... ¿dónde estará esa mujer... Celebriel?... ¿Celebriel?... sí, la recuerdo saliendo del lago, parecía bañada en plata, después volví a desmayarme... sí, te llamaré Celebriel...”

 

            Se sobresalta al oír el ruido de los caballos aproximándose. Se gira y ve llegar a la elfa, encapuchada. Desmonta y se aproxima a él, despojándose de la capucha...

 

            Y el corazón de Eilif estalla cuando siente como el destino lo alcanza. Ante él una cabellera castaña enmarca un rostro de una hermosura extraña. No tiene la etérea belleza de las hijas de los Vanyar. Ni la rotunda belleza morena de las mujeres Noldor. No es tampoco la melancólica belleza de las Teleri. Un rostro anguloso se perfila enmarcado por una larga cabellera. Una piel morena le habla de montañas y mares aún no encontrados. Unos labios rojos, llenos, le prometen las más dulces palabras. Pero son los ojos los que sellan hasta el final de los días el destino del campeón de Galadriel. Dos estanques de agua clara donde se refleja la sabiduría de los muchos años pasados en Beleriand y brilla la capacidad de la mujer que los ha vivido. Y en esos ojos se pierden los ojos verdeazulados de Eilif. Y antes de que ella pueda huir el destino también atrapa a Celebriel con su garra más fuerte y dulce. Los días pasan sobre ellos, las lunas se suceden y los lagos de Ivrin ven como se aproximan el uno al otro.

 

            Cuando abandonan el campamento se conocen más íntimamente de lo que un hombre puede conocerse a sí mismo. Celebriel ha visto la luz de los árboles de oro y plata en Valinor, ha contemplado los rostros terribles y hermosos de los Valar... y ha visto el ansia de conocimiento que abrasa la mente del elfo, la sed ahora saciada porque ha descubierto la verdad única que siempre ha buscado. Eilif ha contemplado la desnuda belleza de las tierras de Beleriand a la luz de las estrellas, oye el sonido del viento en las bocas del Sirion, ha recorrido la tierra de los siete ríos y las mansiones de los elfos en Doriath... y ha tocado el alma errante de una mujer que recorrió Beleriand buscándose a sí misma y se ha encontrado en los ojos de otro.

 

 

                                               *          *          *          *

 

 

            Una pareja de elfos entra en  las estancias del Rey Supremo de los Noldor en Beleriand. Los señores de los elfos de más allá del mar se apartan ante ellos. Y ver sus caras es ver a los más dichosos entre los elfos. Porque en ellos dos, por primera vez,  se han unido las dos ramas de los Elfos, los elfos de la luz y los de las estrellas.

 

 

 

                                                                                              Jose, 1 de abril de 2001.