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EL CONCILIO DE ELROND

 

                A la mañana siguiente Frodo despertó temprano, sintiéndose descansado y bien.  Caminó a lo largo de las terrazas que dominaban las aguas tumultuosas del Bruinen y observó el sol pálido y fresco que se elevaba por encima de las montañas distantes proyectando unos rayos oblicuos a través de la tenue niebla de plata; el rocío refulgía sobre las hojas amarillas y las telarañas centelleaban en los arbustos.  Sam caminaba junto a Frodo, sin decir nada, pero husmeando el aire y mirando una y otra vez con ojos asombrados las grandes elevaciones del este.  La nieve blanqueaba las cimas.

      En una vuelta del sendero, sentados en un banco tallado en la Piedra, tropezaron con Gandalf y Bilbo que conversaban, abstraídos.

      -¡Hola! ¡Buenos días! -dijo Bilbo-. ¿Listo para el gran Concilio?

      -Listo para cualquier cosa –respondió Frodo-.  Pero sobre todas las cosas me gustaría caminar un poco y explorar el valle.  Me gustaría visitar esos pinares de allá arriba. -Señaló las alturas del lado norte de Rivendel.

      -Quizás encuentres la ocasión más tarde -dijo Gandalf-.  Hoy hay mucho que oír y decidir.

 

 

                De pronto mientras caminaban se oyó el claro tañido de una campana.

      -Es la campana que llama al Concilio de Elrond -exclamó Gandalf -. ¡Vamos!  Se requiere tu presencia y la de Bilbo.

      Frodo y Bilbo siguieron rápidamente al mago a lo largo del camino serpeante que llevaba a la casa; detrás de ellos trotaba Sam, que no estaba invitado y a quien habían olvidado por el momento.

Gandalf los llevó hasta el pórtico donde Frodo había encontrado a sus amigos la noche anterior.  La luz de la clara mañana otoñal brillaba ahora sobre el valle.  El ruido de las aguas burbujeantes subía desde el espumoso lecho del río.  Los pájaros cantaban y una paz serena se extendía sobre la tierra.  Para Frodo, la peligrosa huida, los rumores de que la oscuridad estaba creciendo en el mundo exterior, le parecían ahora meros recuerdos de un sueño agitado, pero las caras que se volvieron hacia ellos a la entrada de la sala eran graves.

      Elrond estaba allí y muchos otros que esperaban sentados en Silencio, alrededor.  Frodo vio a Glorfindel y Glóin; y en un rincón estaba sentado Trancos, envuelto otra vez en aquellas gastadas ropas de viaje.  Elrond le indicó a Frodo que se sentara junto a él y lo presentó a la compañía, diciendo:

      -He aquí, amigos míos, al hobbit Frodo, hijo de Drogo.  Pocos han llegado atravesando peligros más grandes o en una misión más urgente.

      Luego señaló y nombró a todos aquellos que Frodo no conocía aún.  Había un enano joven junto a Glóin: su hijo Gimli.  Al lado de Glorfindel se alineaban otros consejeros de la casa de Elrond, de quienes Erestor era el jefe; y unto a él se encontraba Galdor, un elfo de los Puertos Grises a quien Cirdan, el carpintero de barcos, le había encomendado una misión.  Estaba allí también un elfo extraño, vestido de castaño y verde, Legolas, que traía un mensaje de su padre, Thranduil, el Rey de los Elfos del Bosque Negro del Norte.  Y sentado un poco aparte había un hombre alto de cara hermosa y noble, cabello oscuro y ojos grises, de mirada orgullosa y seria.

      Estaba vestido con manto y botas, como para un viaje a caballo, y en verdad aunque las ropas eran ricas y el manto tenía borde de piel, parecía venir de un largo viaje.  De una cadena de plata que tenía al cuello colgaba una piedra blanca; el cabello le llegaba a los hombros.  Sujeto a un tahalí llevaba un cuerno grande guarnecido de plata que ahora apoyaba en las rodillas.  Examinó a Frodo y Bilbo con repentino asombro.

      -He aquí -dijo Elrond volviéndose hacia Gandalf - a Boromir, un hombre del Sur.  Llegó en la mañana gris y busca consejo.  Le pedí que estuviera presente, pues las preguntas que trae tendrán aquí respuesta.

 

 

              No es necesario contar ahora todo lo que se habló y discutió en el Concilio.  Se dijeron muchas cosas a propósito de los acontecimientos del mundo exterior, especialmente en el Sur y en las vastas regiones que se extendían al este de las montarías.  De todo esto Frodo ya había oído muchos rumores, pero el relato de Glóin era nuevo para él y escuchó al enano con atención.  Era evidente que en medio del esplendor de los trabajos manuales los enanos de la Montaña Solitaria estaban bastante perturbados.

      -Hace ya muchos años -dijo Glóin- una sombra de inquietud cayó sobre nuestro pueblo.  Al principio no supimos decir de dónde venía.  Hubo ante todo murmullos secretos: se decía que vivíamos encerrados en un sitio estrecho y que en un mundo más ancho encontraríamos mayores riquezas y esplendores.  Algunos hablaron de Moria: las poderosas obras de nuestros padres que en la lengua de los enanos llamamos Khazad-dûm y decían que al fin teníamos el poder y el número suficiente para emprender la vuelta. -Glóin suspiró.- ¡Moria! ¡Moria! ¡Maravilla del mundo septentrional!  Allí cavamos demasiado hondo y despertamos el miedo sin nombre.  Mucho tiempo han estado vacías esas grandes mansiones, desde la huida de los niños de Durin.  Pero ahora hablamos de ella otra vez con nostalgia y sin embargo con temor, pues ningún enano se ha atrevido a cruzar las puertas de Khazad-dûm durante muchas generaciones de reyes, excepto Thrór, que pereció.  No obstante, Balin prestó atención al fin a los rumores y resolvió partir y, aunque Dáin no le dio permiso de buena gana, llevó consigo a Ori y Oin y muchas de nuestras gentes, y fueron hacia el sur.

      »Esto ocurrió hace unos treinta años.  Durante un tiempo tuvimos noticias y parecían buenas.  Los informes decían que habían entrado en Moria y que habían iniciado allí grandes trabajos.  Luego siguió un silencio y ni una palabra llegó de Moria desde entonces.

      »Más tarde, hace un alío, un mensajero llegó a Dáin, pero no de Moria... de Mordor: un jinete nocturno que llamó a las puertas de Dáin.  El Señor Sauron el Grande, así dijo, deseaba nuestra amistad.  Por esto nos daría anillos, como los que había dado en otro tiempo.  Y en seguida el mensajero solicitó información perentoria sobre los hobbits, de qué especie eran y dónde vivían.  "Pues Sauron sabe", nos dijo, "que conocisteis a uno de ellos en otra época".

      »Al oír esto nos sentimos muy confundidos y no contestamos.  Entonces el tono feroz del mensajero se hizo más bajo, y hubiera endulzado la voz, si hubiese podido.  "Sólo como pequeña prueba de amistad Sauron os pide", dijo, "que encontréis a ese ladrón", tal fue la palabra, "y que le saquéis a las buenas o a las malas un anillito, el más insignificante de los anillos, que robó hace tiempo.  Es sólo una fruslería, un capricho de Sauron y una demostración de buena voluntad de vuestra parte.  Encontradlo y tres anillos que los señores enanos poseían en otro tiempo os serán devueltos y el reino de Moria será vuestro para siempre.  Dadnos noticias del ladrón, si todavía vive y dónde y obtendréis una gran recompensa y la amistad imperecedera del Señor.  Rehusad y no os irá tan bien. ¿Rehusáis?".

      »El soplo que acompañó a estas palabras fue como el silbido de las serpientes y aquellos que estaban cerca sintieron un escalofrío, pero Dáin dijo: "No digo ni sí ni no.  Tengo que pensar detenidamente en este mensaje y en lo que significa bajo tan hermosa apariencia."

      »"Piénsalo bien, pero no demasiado tiempo", dijo él.

      »"El tiempo que me lleve pensarlo es cosa mía", respondió Dáin.

      »"Por el momento", dijo él y desapareció en la oscuridad.

      »Desde aquella noche un peso ha agobiado los corazones de nuestros jefes.  No hubiésemos necesitado oír la voz lóbrega del mensajero para saber que palabras semejantes encerraban a la vez una amenaza y un engaño, pues el poder que se había aposentado de nuevo en Mordor era el mismo de siempre y ya nos había traicionado antes.  Dos veces regresó el mensajero y las dos veces se fue sin respuesta.  La tercera y última vez, así nos dijo, llegar  pronto, antes que el año acabe.

      »Al fin Dáin me encomendó advertirle a Bilbo que el enemigo lo busca y averiguar, si esto era posible, por qué deseaba ese Anillo, el más insignificante de los anillos.  Deseábamos oír además el consejo de Elrond.  Pues la Sombra crece y se acerca.  Hemos sabido que otros mensajeros han llegado hasta el Rey Brand en el valle y que está asustado.  Tememos que ceda.  La guerra ya está a punto de estallar en las fronteras occidentales del valle.  Si no respondemos, el enemigo puede atraerse a algunos hombres y atacar al Rey Brand y también a Dáin.

      -Has hecho bien en venir -dijo Elrond-.  Oirás hoy todo lo que necesitas saber para entender los propósitos del enemigo.  No hay nada que podáis hacer, aparte de resistimos, con esperanza o sin ella.  Pero no estáis solos.  Sabrás que vuestras dificultades son sólo una parte de las dificultades del mundo del Oeste. ¡El Anillo! ¿Qué haremos con el Anillo, el más insignificante de los Anillos, la fruslería que es un capricho de Sauron?  Ese es el destino que hemos de considerar.

      »Para este propósito habéis sido llamados.  Llamados, digo, pero yo no os he llamado, no os he dicho que vengáis a mí, extranjeros de tierras distantes.  Habéis venido en un determinado momento y aquí estáis todos juntos, parecía que por casualidad, pero no es así.  Creed en cambio que ha sido ordenado de esta manera: que nosotros, que estamos sentados aquí y no otras gentes, encontremos cómo responder a los peligros que amenazan al mundo.

      »Hoy, por lo tanto, se hablará  claramente de cosas que hasta este momento habían estado ocultas a casi todos.  Y como principio y para que todos entiendan de qué peligro se trata, se contará la historia del Anillo, desde el comienzo hasta el presente.  Y yo comenzaré esa historia, aunque otros la terminen.

 

 

Todos escucharon mientras la voz clara de Elrond hablaba de Sauron y los Anillos de Poder y de cuando fueron forjados en la Segunda Edad del Mundo, mucho tiempo atrás.  Algunos conocían una parte de la historia, pero nadie del principio al fin, y muchos ojos se volvieron a Elrond con miedo y asombro mientras les hablaba de los herreros elfos de Eregion y de la amistad que tenían con las gentes de Moria y de cómo deseaban conocerlo todo y de cómo esta inquietud los hizo caer en manos de Sauron.  Pues en aquel tiempo nadie había sido testigo de maldad alguna, de modo que recibieron la ayuda de Sauron y se hicieron muy hábiles, mientras que él en tanto aprendía todos los secretos de la herrería y los engañaba forjando secretamente en la Montaña de Hierro el Anillo Unico, para dominarlos a todos.  Pero Celebrimbor entró en sospechas y escondió los Tres que había fabricado; y hubo guerra y la tierra fue devastada y las puertas de Moria se cerraron.

      Durante todos los años que siguieron, Celebrimbor buscó la pista del Anillo; pero como esa historia se cuenta en otra parte y Elrond mismo la ha anotado en los archivos de Rivendel, no se la recordará aquí.  Es una larga historia, colmada de grandes y terribles aventuras, y aunque Elrond la contó brevemente, el sol subió en el cielo y la mañana ya casi había pasado antes que él terminara.

      Habló de Númenor, de la gloria y la caída del reino y de cómo habían regresado a la Tierra Media los Reyes de los hombres, traídos desde los abismos del océano en alas de la tempestad.  Luego Elendil el Alto y sus poderosos hijos, Isildur y Anárion, llegaron a ser grandes señores y fundaron en Arnor el Reino del Norte y Gondor, cerca de las bocas del Anduin, el Reino del Sur.  Pero Sauron de Mordor los atacó y convinieron la Ultima Alianza de los elfos y los hombres y las huestes de Gil-galad y Elendil se reunieron en Arnor.

      En este punto Elrond hizo una pausa y suspiró. -Todavía veo el esplendor de los estandartes -dijo-.  Me recordaron la gloria de los Días Antiguos y las huestes de Beleriand, tantos grandes príncipes y capitanes estaban allí presentes.  Y sin embargo no tantos, no tan hermosos como cuando destruyeron a Thangorodrim y los elfos pensaron que el Mal había terminado para siempre, lo que no era cierto.

      -¿Recuerda usted? - dijo Frodo asombrado, pensando en voz alta -. Pero yo creía -balbució cuando Elrond se volvió a mirarlo-, yo creía que la caída de Gil-galad ocurrió hace muchísimo tiempo.

      -Así es -respondió Elrond gravemente-.  Pero mi memoria llega aún a los Días Antiguos.  Eärendil era mi padre, que nació en Gondolin antes de la caída, y mi madre era Elwing, hija de Dior, hijo de Lúthien de Doriath.  He asistido a tres épocas en el mundo del Oeste y a muchas derrotas y a muchas estériles victorias.

      »Fui heraldo de Gil-galad y marché con su ejército.  Estuve en la Batalla de Dagorlad frente a la Puerta Negra de Mordor, donde llevábamos ventaja, pues nada podía resistirse a la lanza de Gil-galad y a la espada de Elendil: Aiglos y Narsil.  Fui testigo del último combate en las laderas del Orodruin donde murió Gil-galad y cayó Elendil y Narsil se le quebró bajo el cuerpo, pero Sauron fue derrotado, e Isildur le sacó el Anillo cortándole la mano con la hoja rota de la espada de su padre y se lo guardó.

      Oyendo estas palabras, Boromir, el extranjero, interrumpió a Elrond. -¡De modo que eso pasó con el Anillo! - exclamó -. Si alguna vez se oyó esa historia en el Sur, hace tiempo que está olvidada.  He oído hablar del Gran Anillo de aquel a quien no nombramos, pero creíamos que había desaparecido del mundo junto con la destrucción del primer reino. ¡Isildur se lo guardó!  Esto sí que es una noticia.

      -Ay, sí -dijo Elrond-.  Isildur se lo guardó y se equivocó.  Tendría que haber sido echado al fuego de Orodruin, muy cerca del sitio donde lo forjaron.  Pero pocos advirtieron lo que había hecho Isildur.  Estaba solo junto a su padre en este último combate mortal, y cerca de Gil-galad sólo nos encontrábamos Cirdan y yo.  Pero Isildur no quiso oír nuestros consejos.

      »"Lo guardaré como prenda de reparación por mi padre y mi hermano", dijo, y sin tenernos en cuenta, tomó el anillo y lo conservó como un tesoro.  Pero pronto el Anillo lo traicionó y le causó la muerte, y por eso en el Norte se le llama el Daño de Isildur.  Y sin embargo la muerte era quizá mejor que cualquier otra cosa que pudiera haberle ocurrido.

      »Esas noticias llegaron sólo al Norte y sólo a unos pocos.  No es nada raro que no las hayas oído, Boromir.  De la ruina de los Campos Gladios, donde murió Isildur, no volvieron sino tres hombres, que cruzaron las montañas luego de muchas idas y venidas.  Uno de ellos fue Othar, el escudero de Isildur, quien llevaba los trozos de la espada de Elendil; y se los trajo a Valandil, heredero de Isildur, quien se había quedado en Rivendel, pues era todavía un niño.

      »¿Dije que la victoria de la Ultima Alianza había sido estéril?  No del todo, pero no conseguimos lo que esperábamos.  Sauron fue debilitado, pero no destruido.  El Anillo se perdió y no alcanzamos a fundirlo.  La Torre Oscura fue demolida, pero quedaron los cimientos; pues habían sido puestos con el poder del Anillo y mientras haya Anillo nada podrá desenterrarlos.  Muchos elfos y muchos hombres poderosos y muchos otros amigos habían perecido en la guerra.  Anárion había muerto e Isildur había muerto y Gilgalad y Elendil no estaban más con nosotros.  Nunca jamás habrá otra alianza semejante de elfos y hombres, pues los hombres se multiplican y los Primeros Nacidos disminuyen y las dos familias están separadas.  Y desde ese día la raza de Númenor ha declinado y ya tiene menos años por delante.

»En el Norte, luego de la guerra y la masacre de los Campos Gladios, los Hombres de Oesternesse quedaron muy disminuidos, y la ciudad de Annúminas a orillas del Lago Evendim fue un montón de ruinas, y los herederos de Valandil se mudaron y se aposentaron en Fornost en las altas Quebradas del Norte y esto es ahora también una región desolada.  Los hombres la llaman Muros de los Muertos y temen caminar por allí.  Pues el pueblo de Arnor decayó y los enemigos los devoraron y el señorío murió dejando sólo unos túmulos verdes en las colinas de hierbas.

      »En el Sur el reino de Gondor duró mucho tiempo y acrecentó su esplendor durante una cierta época, recordando de algún modo el poderío de Númenor, antes de la caída.  El pueblo de Gondor construyó torres elevadas, plazas fuertes y puertos de muchos barcos; y la corona alada de los Reyes de los Hombres fue reverenciada por gentes de distintas lenguas.  La ciudad capital era Osgiliath, Ciudadela de las Estrellas, que el río atravesaba de parte a parte.  Y edificaron Minas lthil, la Torre de la Luna Naciente, al este, en una estribación de la Montaña de la Sombra, y al oeste, al pie de las Montañas Blancas, levantaron Minas Anor, la Torre del Sol Poniente.  Allí, en los patios del Rey, crecía un árbol blanco, nacido de la semilla del árbol que Isildur había traído cruzando las aguas profundas, y la semilla de ese árbol había venido de Eressëa y antes aún del Extremo Oeste en el Día anterior a los días en que el mundo era joven.

      »Pero mientras los rápidos años de la Tierra Media iban pasando, la línea de Meneldil hijo de Anárion se extinguió del todo y el árbol se secó y la sangre de los numenoreanos se mezcló con la de otros hombres menores.  Descuidaron la vigilancia de las Murallas de Mordor y unas criaturas sombrías volvieron disimuladamente a Gorgoroth.  Y luego de un tiempo vinieron criaturas malvadas y tomaron Minas Lthil y allí se establecieron y lo transformaron en un sitio de terror, llamado luego Minas Morgul, la Torre de la Hechicería.  Luego Minas Anor fue rebautizada Minas Tirith, la Torre de la Guardia y estas dos ciudades estuvieron siempre en guerra; Osgiliath, que estaba entre las dos, fue abandonada y las sombras se pasearon entre sus ruinas.

      »Así ha sido durante muchas generaciones.  Pero los Señores de Minas Tirith continúan luchando, desafiando a nuestros enemigos, guardando el pasaje del río, desde Argonath al mar.  Y ahora la parte de la historia que a mí me toca ha llegado a su fin.  Pues en los días de Isildur el Anillo Soberano desapareció y nadie sabía dónde estaba, y los Tres se libraron del dominio del Unico.  Pero en los últimos tiempos se encuentran en peligro una vez más, pues muy a nuestro pesar el Unico ha sido descubierto de nuevo.  Del descubrimiento del Anillo hablarán otros, pues en esto he intervenido poco.

 

 

                Elrond dejó de hablar y en seguida Boromir se puso de pie, alto y orgulloso.

      -Permitidme ante todo, señor Elrond -comenzó-, decir algo más de Gondor, pues yo vengo en verdad del país de Gondor.  Y será bueno que todos sepan lo que pasa allí.  Pues son pocos, creo, los que conocen nuestra ocupación principal y no sospechan por lo tanto el peligro que corren, si acaso somos vencidos.

      »No creáis que en las tierras de Gondor se haya extinguido la sangre de Númenor, ni que todo el orgullo y la dignidad de aquel pueblo hayan sido olvidados.  Nuestro valor ha contenido a los bárbaros del Este y al terror de Morgul, y sólo así han sido aseguradas la paz y la libertad en las tierras que están detrás de nosotros, el baluarte del Oeste.  Pero si ellos tomaran los pasos del río, ¿qué ocurriría?

      »Sin embargo esta hora, quizá, no esté muy lejos.  El Enemigo Sin Nombre ha aparecido otra vez.  El humo se alza una vez más del Orodriun, que nosotros llamamos Montaña del Destino.  El poder de la Tierra Tenebrosa crece día a día, acosándonos.  El enemigo volvió y nuestra gente tuvo que retirarse de Ithilien, nuestro hermoso dominio al este del río, aunque conservamos allí una cabeza de puente y un grupo armado.  Pero este mismo año, en junio, nos atacaron de pronto, desde Mordor, y nos derrotaron con facilidad.  Eran más numerosos que nosotros, pues Mordor se ha aliado a los Hombres del Este y a los crueles Haradrim, pero no fue el número lo que nos derrotó.  Había allí un poder que no habíamos sentido antes.

      »Algunos dijeron que se lo podía ver, como un gran jinete negro, una sombra oscura bajo la luna.  Cada vez que aparecía, una especie de locura se apoderaba de nuestros enemigos, pero los más audaces de nosotros sentían miedo, de modo que los caballos y los hombres cedían y escapaban.  De nuestras fuerzas orientales sólo una parte regresó, destruyendo el único puente que quedaba aún entre las ruinas de Osgiliath.

      »Yo estaba en la compañía que defendió el puente, hasta que lo derrumbamos detrás de nosotros.  Sólo cuatro nos salvamos, nadando: mi hermano y yo, y otros dos.  Pero continuamos la lucha, defendiendo toda la costa occidental del Anduin, y quienes buscan refugio detrás de nosotros nos alaban cada vez que alguien nos nombra.  Muchas alabanzas y poca ayuda.  Sólo los caballeros de Rohan responden a nuestros llamados.

      »En esta hora nefasta he recorrido muchas leguas peligrosas para llegar a Elrond; he viajado ciento diez días, solo.  Pero no busco aliados para la guerra.  El poder de Elrond es el de la sabiduría y no el de las armas, dicen.  He venido a pedir consejo y a descifrar palabras difíciles.  Pues en la víspera del ataque repentino mi hermano durmió agitado y tuvo un sueño, que después se le repitió otras noches y que yo mismo soñé una vez.

      »En ese sueño me pareció que el cielo se oscurecía en el este y que se oía un trueno creciente, pero en el oeste se demoraba una luz pálida y de esta luz salía una voz remota y clara, gritando:

 

Busca la espada quebrada

que está en Imladris;

habrá concilios más fuertes

que los hechizos de Morgul.

 

Mostrarán una señal

de que el Destino está cerca:

el Daño de Isildur despertará,

y se presentará el Mediano.

 

      »No comprendimos mucho estas palabras y consultamos a nuestro padre, Denethor, Señor de Minas Tirith, versado en cuestiones de Gondor.  Lo único que consintió en decirnos fue que Imladris era desde tiempos remotos el nombre que daban los elfos a un lejano valle del norte, donde vivían Elrond y el Medio Elfo, los más grandes maestros del saber.  Entonces mi hermano, entendiendo nuestra desesperada necesidad, decidió tener en cuenta el sueño y buscar a Imladris, pero el camino era peligroso e incierto y yo mismo emprendí el viaje.  Mi padre me dio permiso de mala gana y durante largo tiempo anduve por caminos olvidados, buscando la casa de Elrond, de la que muchos habían oído hablar, pero pocos sabían dónde estaba.

 

 

                -Y aquí en Casa de Elrond se te aclararán muchas cosas -dijo Aragorn poniéndose de pie.  Echó la espada sobre la mesa, frente a Elrond, y la hoja estaba quebrada en dos-.  Aquí está la espada quebrada.

      -¿Y quién eres tú y qué relación tienes con Minas Tirith? -preguntó Boromir, que miraba con asombro las enjutas facciones del montaraz y el manto estropeado por la vida a la intemperie.

      -Es Aragorn hijo de Arathorn –dijo Elrond-, y a través de muchas generaciones desciende de Isildur, el hijo de Elendil de Minas Lthil.  Es el jefe de los Dúnedain del Norte, de quienes pocos quedan ya.

      -¡Entonces te pertenece a ti y no a mí! -exclamó Frodo azorado, poniéndose de pie, como si esperara que le pidieran el Anillo en seguida.

      -No pertenece a ninguno de nosotros - dijo Aragorn -, pero ha sido ordenado que tú lo guardes un tiempo.

      -¡Saca el Anillo, Frodo! -dijo Gandalf con tono solemne-.  El momento ha llegado.  Muéstralo y Boromir entenderá el resto del enigma.

 

 

                Hubo un murmullo y todos volvieron los ojos hacia Frodo, que sentía de pronto vergüenza y temor.  No tenía ninguna gana de sacar el Anillo y le repugnaba tocarlo.  Deseó estar muy lejos de allí.  El Anillo resplandeció y centelleó mientras lo mostraba a los otros alzando una mano temblorosa.

      -¡Mirad el Daño de Isildur! -dijo Elrond.

      Los ojos de Boromir relampaguearon mientras miraba el Anillo dorado.

      -¡El Mediano! - murmuró -. ¿Entonces el destino de Minas Tirith ya está echado? ¿Pero por qué hemos de buscar una espada quebrada?

      -Las palabras no eran el destino de Minas Tirith -dijo Aragorn-.  Pero hay un destino y grandes acontecimientos que ya están por revelarse.  Pues la Espada Quebrada es la Espada de Elendil, que se le quebró debajo del cuerpo al caer.  Cuando los otros bienes ya se habían perdido, los herederos continuaron guardando la espada como un tesoro, pues se dice desde hace tiempo entre nosotros que será templada de nuevo cuando reaparezca el Anillo, el Daño de Isildur.  Ahora que has visto la espada que buscabas, ¿qué pedirás? ¿Deseas que la Casa de Elendil retorne al País de Gondor?

      -No me enviaron a pedir favores, sino a descifrar un enigma -respondió Boromir, orgulloso-.  Sin embargo, estamos en un aprieto y la Espada de Elendil sería una ayuda superior a todas nuestras esperanzas, si algo así pudiera volver de las sombras del pasado.

      Miró de nuevo a Aragorn y se le veía la duda en los ojos.

      Frodo sintió que Bilbo se movía al lado, impaciente.  Era evidente que estaba molesto por Aragorn.  Incorporándose de pronto estalló:

 

No es oro todo lo que reluce,

ni toda la gente errante anda perdida;

a las raíces profundas no llega la escarcha,

el viejo vigoroso no se marchita.

 

De las cenizas subirá un fuego,

y una luz asomará en las sombras;

el descoronado será de nuevo rey,

forjarán otra vez la espada rota.

 

      »No muy bueno quizá -continuó Bilbo-, pero apropiado, si necesitas algo más que la palabra de Elrond.  Si para oír valía la pena un viaje de ciento diez días, será mejor que escuches. -Se sentó con un bufido.- Lo compuse yo mismo -le murmuró a Frodo-, para el Dúnadan, hace ya mucho tiempo, cuando me dijo quién era.  Casi desearía que mis aventuras no hubieran terminado y así yo podría ir con él cuando le llegue el día.

      Aragorn le sonrió y se volvió otra vez a Boromir.

      -Por mi parte perdono tus dudas -dijo-.  Poco me parezco a esas estatuas majestuosas de Elendil e Isildur tal como puedes verlas en las salas de Denethor.  Soy sólo el heredero de Isildur, no Isildur mismo.  He tenido una vida larga y difícil; y las leguas que nos separan de Gondor son una parte pequeña en la cuenta de mis viajes.  He cruzado muchas montañas y muchos ríos y he recorrido muchas llanuras, hasta las lejanas de Rhún y Harad donde las estrellas son extrañas.

      »Pero mi hogar está en el Norte, si es que tengo hogar.  Pues aquí los herederos de Valandil han vivido siempre en una línea continua de padres a hijos durante muchas generaciones.  Nuestros días se han ensombrecido y somos menos ahora, aunque la Espada siempre encontró un nuevo guardián.  Y esto te diré, Boromir, antes de concluir.  Somos hombres solitarios, los montaraces del desierto, cazadores; pero las presas son siempre los siervos del enemigo, pues se los encuentra en muchas partes y no sólo en Mordor.

      »Si Gondor, Boromir, ha sido una firme fortaleza, nosotros hemos cumplido otra tarea.  Muchas maldades hay más poderosas que vuestros muros y vuestras brillantes espadas.  Conocéis poco de las tierras que se extienden más allá de vuestras fronteras. ¿Paz y libertad, dijiste?  El Norte no las hubiera conocido mucho sin nosotros.  El temor hubiese dominado pronto toda la región.  Pero cuando unas criaturas sombrías vienen de las lomas deshabitadas, o se arrastran en bosques que no conocen el sol, huyen de nosotros. ¿Qué caminos se atreverían a transitar, qué seguridad habría en las tierras tranquilas, o de noche en las casas de los simples mortales si los Dúnedain se quedasen dormidos, o hubiesen bajado todos a la tumba?

      »Y no obstante nos lo agradecen menos aún que a vosotros.  Los viajeros nos miran de costado y los aldeanos nos ponen motes ridículos.  Trancos soy para un hombre gordo que vive a menos de una jornada de ciertos enemigos que le helarían el corazón, o devastarían la aldea, si no montáramos guardia día y noche.  Sin embargo no podría ser de otro modo.  Si las gentes simples están libres de preocupaciones y temor, simples serán y nosotros mantendremos el secreto para que así sea.  Esta ha sido la tarea de mi pueblo, mientras los años se alargaban y el pasto crecía.

      »Pero ahora el mundo está cambiando otra vez.  Llega una nueva hora.  El Daño de Isildur ha sido encontrado.  La batalla es inminente.  La Espada será forjada de nuevo.  Iré a Minas Tirith.

      -El Daño de Isildur ha sido encontrado, dices -replicó Boromir-.  He visto un anillo brillante en la mano del Mediano, pero Isildur pereció antes que comenzara esta edad del mundo, dicen. ¿Cómo saben los Sabios que este anillo es el mismo? ¿Y cómo ha sido transmitido a lo largo de los años, hasta el momento en que es traído aquí por tan extraño mensajero?

      -Eso se explicará -dijo Elrond.

      -Pero no ahora, ¡te lo suplico, Señor! –dijo Bilbo-.  El sol ya sube al mediodía y necesito algo que me fortalezca.

      -No te había nombrado -dijo Elrond sonriendo-.  Pero lo hago ahora. ¡Acércate!  Cuéntanos tu historia.  Y si todavía no la has puesto en verso, puedes contarla en palabras sencillas.  Cuanto más breve seas, más pronto tendrás tu refrigerio.

      -Muy bien -dijo Bilbo-, seré breve, si tú me lo pides.  Pero contaré ahora la verdadera historia y si a alguien se la he contado de otro modo -miró de soslayo a Glóin-, le ruego que la olvide y me perdone.  Sólo deseaba probar que el tesoro era de veras mío en aquellos días y librarme del nombre de ladrón que algunos me pusieron.  Pero quizás yo entienda las cosas un poco mejor ahora.  De cualquier modo, esto es lo que ocurrió.

 

 

                Para algunos de los que estaban allí la historia de Bilbo era completamente nueva y escucharon asombrados mientras el viejo hobbit, no de mala gana, volvía a relatar su aventura con Gollum, de cabo a rabo.  No omitió ninguno de los enigmas.  Hubiera hablado también de la fiesta y de cómo había dejado la Comarca, si se lo hubieran permitido; pero Elrond alzó la mano.

      -Bien dicho, amigo mío -dijo-, pero ya es suficiente.  Basta para saber que el Anillo ha pasado a Frodo tu heredero. ¡Que él nos hable ahora!

      Menos complacido que Bilbo, Frodo contó todo lo que concernía al Anillo desde el día en que había pasado a él.  Hubo muchas preguntas y discusiones acerca de cada uno de los pasos del viaje, desde Hobbiton hasta el Vado del Bruinen y todo lo que él podía recordar de los Jinetes Negros fue examinado con atención.  Al fin Frodo se sentó de nuevo.

      -No estuvo mal -le dijo Bilbo-.  Hubieras contado una buena historia, si no te hubiesen interrumpido de ese modo.  Traté de sacar algunas notas, pero tendremos que revisarlas juntos algún día, si me decido a transcribirlas. ¡Hay materia para capítulos enteros en lo que te pasó antes de llegar!

      -Sí, es una historia muy larga - respondió Frodo -. Pero a mí no me parece todavía completa.  Hay partes que aún no conozco, sobre todo las que se refieren a Gandalf.

 

 

                Galdor de los Puertos, que estaba sentado no muy lejos, alcanzó a oírlo.

      -Hablas también por mí -exclamó y volviéndose a Elrond le dijo-: Los Sabios pueden tener buenas razones para creer que el trofeo del Mediano es en verdad el Gran Anillo largamente discutido, aunque pueda parecer inverosímil a aquellos que saben menos. ¿Pero no oiremos las pruebas?  Y haré otra pregunta. ¿Qué hay de Saruman?  Es muy versado en la ciencia de los Anillos y sin embargo no se encuentra entre nosotros. ¿Qué nos aconseja, si está enterado de lo que hemos oído?

      -Las preguntas que haces, Galdor -dijo Elrond-, están ligadas entre sí.  No las he pasado por alto y serán todas contestadas.  Pero estas cosas tendrá que aclararlas Gandalf mismo, y lo llamo ahora en último lugar, pues es el lugar de honor y en todos estos asuntos ha sido siempre la autoridad.

      -Algunos, Galdor -dijo Gandalf -, pensarían que las noticias de Glóin y la persecución de Frodo bastan para probar que el trofeo del Mediano es de mucha importancia para el enemigo.  Sin embargo, es un anillo. ¿Entonces?  Los Nazgûl guardan los Nueve.  Los Siete han sido tomados o destruidos. -Al oír esto Glóin se sobresaltó, pero no dijo una palabra. - Los Tres, sabemos qué pasa. ¿Qué es entonces este otro anillo que él tanto desea?

      »Hay en verdad un amplio espacio de tiempo entre el río y la montaña, entre la pérdida y el hallazgo.  Pero la laguna que había en la ciencia de los Sabios ha sido llenada al fin.  Aunque con demasiada lentitud.  Pues el enemigo ha estado siempre cerca, más cerca de lo que yo temía.  Y quiso la buena ventura que hasta este año, este último verano, parece, no averiguara toda la verdad.

      »Algunos aquí recordarán que hace muchos años me atreví a cruzar las puertas del Nigromante en Dol Guldur; examiné secretamente sus costumbres y descubrí que nuestros temores tenían fundamento; el Nigromante no era otro que Sauron, nuestro antiguo enemigo, que de nuevo tomaba forma y poder.  Algunos recordarán también que Saruman nos disuadió de que emprendiéramos acciones contra él y por mucho tiempo nos contentamos con vigilarlo.  Al fin, mientras la sombra crecía, Saruman fue cediendo y el Concilio se esforzó realmente y consiguió que el mal dejara el Bosque Negro... y esto ocurrió el mismo año en que se descubrió el Anillo.  Rara casualidad, si fue casualidad.

      »Pero ya era demasiado tarde, como Elrond había previsto.  Sauron también había estado observándonos, y se había preparado para resistir nuestro ataque, gobernando Mordor desde lejos por medio de Minas Morgul, donde vivían los Nueve sirvientes, hasta que todo estuviese dispuesto.  Luego cedió terreno ante nosotros, pero era una huida fingida y poco después llegó a la Torre Oscura y allí se manifestó abiertamente.  Entonces el Concilio se reunió de nuevo, pues ahora sabíamos que estaba buscando el Unico, aún con mayor avidez.  Temimos entonces que supiera algo del Anillo que nosotros ignorábamos.  Pero Saruman dijo no, repitiendo lo que ya nos había dicho antes: que el Unico nunca aparecería de nuevo en la Tierra Media.

      »"En el peor de los casos", nos dijo, "el enemigo sabe que nosotros no lo tenemos y que está todavía perdido.  Pero lo que está perdido puede encontrarse, piensa. ¡No temáis!  Esta esperanza se volverá contra él. ¿No he estudiado seriamente estas cuestiones?  Cayó en las aguas del Anduin el Grande y hace tiempo, mientras Sauron dormía, fue río abajo hacia el Mar.  Que se quede allí hasta el Fin".

Gandalf calló, mirando en el este, por encima del pórtico, los picos lejanos de las Montañas Nubladas, en cuyas grandes raíces el peligro del mundo había estado oculto tanto tiempo.  Suspiró.

      -Me equivoqué entonces -dijo-.  Me dejé acunar por las palabras de Saruman el Sabio, pero yo tenía que haber averiguado antes, y el peligro sería menor.

      -Todos nos equivocamos -dijo Elrond- y si no hubiese sido por tu vigilancia quizá las Tinieblas ya habrían caído sobre nosotros. ¡Pero continúa!

      -Desde el principio tuve malos presentimientos, a pesar de las supuestas evidencias -dijo Gandalf - y quise saber cómo había llegado esta cosa a Gollum y cuánto tiempo la había tenido consigo.  Monté pues una guardia pensando que no tardaría en salir de las tinieblas en busca de su tesoro.  Salió, pero consiguió escapar y no pudimos encontrarlo.  Después, ay, descuidé el asunto y me contenté con observar y esperar como hemos hecho demasiado a menudo.

      »Pasó el tiempo y trajo muchas preocupaciones y al fin mis dudas despertaron y se encontraron convertidas en miedo. ¿De dónde venía el Anillo del hobbit?  Y si mi miedo estaba justificado, ¿qué haríamos entonces?  Había que decidirse.  Pero no le hablé de mis temores a nadie, sabiendo qué peligroso podía ser un susurro intempestivo, si llegaba a oídos equivocados.  En el curso de las largas guerras con la Torre Oscura la traición ha sido nuestro mayor enemigo.

»Eso fue hace diecisiete años.  Muy pronto advertí que espías de toda clase, aun bestias y pájaros, se habían reunido alrededor de la Comarca, y mis temores crecieron.  Pedí ayuda a los Dúnedain, que doblaron la guardia, y abrí mi corazón a Aragorn, el heredero de Isildur.

      -Y yo -dijo Aragorn- aconsejé que diéramos caza a Gollum, aunque fuera demasiado tarde.  Y como parecía justo que el heredero de Isildur reparara la falta de Isildur, acompañé a Gandalf en la larga y desesperanzado persecución.

      Luego Gandalf contó cómo habían explorado de extremo a extremo las Tierras Asperas, hasta las mismas Montañas de Sombra y las defensas de Mordor.

      -Allí nos llegaron rumores de Gollum y supusimos que vivía en las lomas oscuras desde hacía tiempo, pero nunca lo encontramos y al fin me desesperé.  Y esa misma desesperación me llevó a pensar en una prueba que podía hacer innecesario ir en busca de Gollum.  El anillo mismo podía decir si era el Unico.  Recordé unas palabras que había oído en el Concilio, palabras de Saruman a las que no había prestado mucha atención en aquel entonces.  Las oía ahora claramente en mi corazón.

      »"Los Nueve, los Siete, y los Tres", nos dijo, "tienen todos una gema propia.  No el Unico.  Es redondo y sin adornos, como si fuese de menor importancia, pero el hacedor del Anillo le grabó unas marcas que quizá las gentes versadas aún podrían ver y leer".

      »No nos dijo qué eran esas marcas. ¿Quién podía saberlo?  El hacedor. ¿Y Saruman?  Por mayor que fuera su ciencia, debía de haber una fuente. ¿En qué mano, exceptuando a Sauron, había estado esta cosa, antes que se perdiera?  Sólo en la mano de Isildur.

      »Junto con este pensamiento, abandoné la caza y pasé rápidamente a Gondor.  En otras épocas los miembros de mi orden eran bien recibidos allí, pero sobre todo Saruman, que fue durante mucho tiempo huésped de los Señores de la Ciudad.  El Señor Denethor me recibió más fríamente que en aquella época y me permitió de mala gana que buscara en el montón de pergaminos y libros.

      »"Sí en verdad sólo buscas, como dices, registros de días antiguos y de los comienzos de la ciudad, ¡lee!", me dijo.  "Para mí, lo que fue es menos oscuro que lo que viene y esa es mi preocupación.  Pero a no ser que tu ciencia supere a la de Saruman, que estudió aquí mucho tiempo, no encontrarás nada que no me sea conocido, pues soy maestro del saber en esta ciudad."

      »Así dijo Denethor.  Y sin embargo hay allí en sus archivos muchos documentos que ya pocos son capaces de leer, ni siquiera los maestros, pues la escritura y la lengua se han vuelto oscuras para los hombres más recientes.  Y a ti te digo, Boromir: encontrarás en Minas Tirith un pergamino de la mano misma de Isildur que nadie ha leído desde la caída de los Reyes, excepto Saruman y yo.  Pues Isildur no se retiró directamente de la guerra en Mordor, como han dicho algunos.

      -Algunos en el Norte, quizás -interrumpió Boromir-.  Todos saben en Gondor que primero fue a Minas Anor y allí habitó un tiempo con su sobrino Meneldil, instruyéndolo, antes de encomendarle el reinado del Sur.  En ese tiempo plantó allí el último retoño del Arbol Blanco, en memoria de su hermano.

      -Pero en ese tiempo escribió también este pergamino -dijo Gandalf- y eso no se recuerda en Gondor, parece.  Pues el pergamino se refiere al Anillo y ahí ha escrito Isildur:

 

El Gran Anillo pasará a ser ahora una herencia del Reino del Norte; pero los documentos sobre él serán dejados en Gondor, donde también viven los herederos de Elendil, para el tiempo en que el recuerdo de estos importantes asuntos pudiera debilitarse.

 

      »Luego de estas palabras Isildur describe el Anillo, tal como lo encontró:

 

Estaba caliente cuando lo tomé, caliente como una brasa y me quemé la mano, tanto que dudo que pueda librarme alguna vez de ese dolor.  Sin embargo se ha enfriado mientras escribo y parece que se encogiera, aunque si n perder belleza ni forma.  Ya la inscripción que lleva el Anillo, que al principio era clara corno una llama, se ha borrado y ahora apenas puede leerse.  Los caracteres son élficos, de Eregion, pues no hay letras en Mordor para un trabajo tan delicado, pero el lenguaje me es desconocido.  Pienso que se trata de una lengua del País Tenebroso, pues es grosera y bárbara.  Ignoro que mal anuncia, pero la he copiado aquí, para que no caiga en el olvido.  El Anillo perdió, quizás, el calor de la mano de Sauron, que era negra y sin embargo ardía como el fuego, y así Gil-galad fue destruido; quizás si el oro se calentara de nuevo, la escritura reaparecería.  Pero por mi parte no me arriesgaré a dañarlo: de todas las obras de Sauron, la única hermosa.  Me es muy preciado, aunque lo he obtenido con mucho dolor.

     

      »Leí estas palabras y supe que mi pesquisa había terminado.  Pues como Isildur había supuesto, la inscripción había sido grabada en la lengua de Mordor y los sirvientes de la torre y lo que ahí se decía, era ya conocido.  Pues el día en que Sauron se puso el Unico por primera vez, Celebrimbor, hacedor de los Tres, estaba mirándolo y oyó desde lejos cómo pronunciaba estas palabras y así se conocieron los malvados propósitos de Sauron.

      »Me despedí en seguida de Denethor, pero iba aún hacia el norte cuando me llegaron mensajes de Lórien: que Aragorn había estado allí y que había encontrado a la criatura llamada Gollum.  Lo primero que hice fue ir a buscarlo y escuchar su historia.  No me atrevía a imaginar los peligros mortales a que habría estado expuesto.

      -No hay por qué recordarlos -dijo Aragorn-.  Si un hombre tiene que pasar delante de la Puerta Negra, o pisar las flores mortales del Valle de Morgul, conocerá el peligro.  Yo también desesperé al fin y emprendí el camino de vuelta.  Y he ahí que la fortuna me ayudó entonces y tropecé con lo que buscaba: las huellas de unos pies blandos a orillas de un estanque cenagoso.  Las huellas eran frescas, de pasos rápidos, y no iban hacia Mordor: se alejaban.  Las seguí por las orillas de las Ciénagas Muertas y al fin lo alcancé.  En acecho junto a una laguna, mirando las aguas estancadas mientras caía la noche, así atrapé a Gollum.  Un barro verde le cubría el cuerpo.  Nunca nos entenderemos, parece, pues me mordió y yo no me mostré amable.  No obtuve nada de su boca, excepto la marca de unos dientes.  Creo que esa fue la peor parte del viaje, el camino de vuelta, vigilándolo día y noche, obligándolo a caminar delante de mí con una cuerda al cuello, amordazado, llevándolo siempre hacia el Bosque Negro, hasta que la falta de agua y comida lo ablandaron un poco.  Al fin llegamos allí y lo entregué a los elfos, como habíamos convenido, y me alegró librarme de él, pues hedía.  Por mi parte espero no verlo más.  Pero Gandalf llegó y tuvo con él una larga conversación.

      -Sí, larga y fatigosa -dijo Gandalf pero no sin provecho.  Ante todo, lo que me dijo de la pérdida del Anillo concuerda con lo que Bilbo nos ha contado por vez primera abiertamente.  Aunque esto no importa mucho, pues yo había adivinado la verdad.  Pero me enteré entonces de que el Anillo de Gollum procedía del Río Grande, cerca de los Campos Gladios.  Y me enteré también de que lo tenía desde hacía tanto tiempo que habían pasado ya varias generaciones de la pequeña especie de Gollum.  El poder del Anillo le había alargado la vida más allá de lo normal y sólo los Grandes Anillos tienen ese poder.

      »Y si esto no es prueba suficiente, Galdor, hay otra de la que ya he hablado.  En este mismo Anillo que habéis visto ante vosotros, redondo y sin adornos, las letras a las que se refiere Isildur pueden todavía leerse, si uno se atreve a poner un rato al fuego esta cosa de oro.  Así lo hice y esto he leído:

 

Ash nazg durbatulûk, ash nazg gimbatul, ash nazg

thrakatuûúk agh burzum-ishi krimpatul.

 

      Hubo un cambio asombroso en la voz del mago, de pronto amenazadora, poderosa, dura como piedra.  Pareció que una sombra pasaba sobre el sol del mediodía y el pórtico se oscureció un momento.  Todos se estremecieron y los elfos se taparon los oídos.

      -Nunca jamás se ha atrevido voz alguna a pronunciar palabras en esa lengua aquí en Imladris, Gandalf el Gris -dijo Elrond mientras la sombra pasaba y todos respiraban otra vez.

      -Y esperemos que nadie las repita aquí de nuevo -respondió Gandalf -. Sin embargo, no pediré disculpas, Elrond.  Pues si no queremos que esa lengua se oiga en todos los rincones del Oeste, no dudemos de que este Anillo es lo que dijeron los Sabios: el tesoro del enemigo, cargado de maldad; y en él reside gran parte de esa fuerza que nos amenaza desde hace tiempo.  De los Años Oscuros vienen las palabras que los herreros de Eregion oyeron una vez, cuando supieron que habían sido traicionados.

 

Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo

para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a

todos y atarlos en las Tinieblas.

 

      »Sabed también, mis amigos, que aprendí todavía más de Gollum.  Se resistía a hablar y su relato no era claro, pero no hay ninguna duda de que estuvo en Mordor y que allí le sacaron todo lo que sabía.  De modo que el enemigo sabe que el Unico fue encontrado y que desde hace tiempo está en la Comarca, y como sus sirvientes lo han perseguido casi hasta estas puertas, pronto sabrá, quizás ya sabe, ahora mismo, que lo tenemos aquí.

 

 

                Todos callaron un rato, hasta que al fin Boromir habló. -Una criatura pequeña es este Gollum, dijiste, pequeña, pero muy dañina. ¿Qué se hizo de él? ¿Qué destino le reservaste?

      -Lo tenemos encarcelado, pero nada más -dijo Aragorn-.  Ha sufrido mucho.  No hay duda de que fue atormentado y el miedo a Sauron es un peso que le oscurece el corazón.  Sin embargo, soy el primero en alegrarse de que esté al cuidado de los elfos del Bosque Negro.  La malicia de Gollum es grande y le da una fuerza difícil de creer en alguien tan flaco y macilento.  Podría hacer aún muchas maldades, si estuviese libre.  Y no dudo de que le permitieron salir de Mordor con alguna misión funesta.

      -¡Ay! ¡Ay! - gritó Legolas y el hermoso rostro élfico mostraba una gran inquietud-.  Las noticias que me ordenaron traer tienen que ser dichas ahora.  No son buenas, pero sólo aquí he llegado a entender qué malas pueden ser para vosotros.  Sméagol, ahora llamado Gollum, ha escapado.

      -¿Escapado? -gritó Aragorn-.  Malas noticias en verdad.  Todos lo lamentaremos amargamente, me temo. ¿Cómo es posible que la gente de Thranduil haya fracasado de este modo?

      -No por falta de vigilancia -dijo Legolas-, pero quizá por exceso de bondad.  Y tememos que el prisionero haya recibido ayuda de otros y que estén enterados de nuestros movimientos más de lo que desearíamos.  Vigilamos a esta criatura día y noche, como pidió Gandalf, aunque la tarea era de veras fatigosa.  Pero según Gandalf había alguna posibilidad de que Gollum llegara a curarse y no nos pareció bien tenerlo encerrado todo el tiempo en un calabozo subterráneo, donde recaería en los pensamientos negros de siempre.

      -Fuisteis menos tiernos conmigo -dijo Glóin con un relámpago en los ojos recordando días lejanos, cuando lo habían tenido encerrado en los sótanos de los Reyes Elfos.

      -Un momento -dijo Gandalf -. Te ruego que no interrumpas, mi buen Glóin.  Aquello fue un lamentable malentendido, ya aclarado hace tiempo.  Si hemos de discutir aquí todos los pleitos entre elfos y enanos, será mejor que suspendamos el Concilio.

      Glóin se puso de pie e hizo una reverencia y Legolas continuó: -En los días de buen tiempo llevábamos a Gollum a los bosques y había allí un árbol alto muy separado de los otros al que le gustaba subir.  A menudo le permitíamos que trepara a las ramas más elevadas, donde el viento soplaba libremente, pero montábamos guardia al pie.  Un día se negó a bajar y los guardias no tuvieron ganas de ir a buscarlo.  Gollum había aprendido a sostenerse con los pies tanto como con las manos y los guardias se quedaron junto al árbol hasta muy entrada la noche.

      »Esa misma noche de verano, a la sazón sin luna ni estrellas, los orcos cayeron de pronto sobre nosotros.  Los rechazamos al cabo de un tiempo; eran muchos y feroces, pero venían de las montañas y no estaban acostumbrados a los bosques.  Cuando la lucha terminó, descubrimos que Gollum había desaparecido y que habían matado o apresado a los guardias.  Nos pareció evidente entonces que el propósito del ataque había sido liberar a Gollum y que él lo sabía de antemano.  Cómo habrán urdido todo esto, no pudimos entenderlo, pero Gollum es astuto y los espías del enemigo muy numerosos.  Las criaturas tenebrosas que fueron ahuyentadas el Año de la Caída del Dragón, han vuelto en mayor número y el Bosque Negro es de nuevo un sitio nefasto, fuera de los límites del reino.

      »No hemos podido recapturar a Gollum.  Le seguimos las huellas, entre las de muchos orcos, y vimos que se internaban profundamente en el bosque, hacia el sur.  Pero poco después las perdimos y no nos atrevimos a continuar la caza, pues ya estábamos muy cerca de Dol Guldur, que es todavía un sitio maléfico y que evitamos siempre.

      -Bueno, bueno, se ha ido -dijo Gandalf -. No tenemos tiempo de buscarlo otra vez.  Que haga lo que quiera.  Pero todavía puede desempeñar un papel que ni él ni Sauron han previsto.

      »Y ahora responderé a otras preguntas de Galdor. ¿Qué se hizo de Saruman? ¿Qué nos aconseja en esta contingencia?  Esta historia tendré que contarla entera, pues sólo Elrond la ha oído y muy resumida.  Es el último capítulo de la historia del Anillo, hasta ahora.

 

 

                -A fines de junio yo estaba en la Comarca, pero una nube de ansiedad me ensombrecía la mente y fui cabalgando hasta las fronteras del sur; tenía el presentimiento de un peligro, todavía oculto, pero cada vez más cercano.  Allí me llegaron noticias de guerra y derrota en Gondor y cuando me hablaron de la Sombra Negra, se me heló el corazón.  Pero no encontré nada excepto unos pocos fugitivos del sur; sin embargo me pareció que había en ellos un miedo del que no querían hablar.  Me volví entonces al este y al norte y fui a lo largo del Camino Verde y no lejos de Bree tropecé con un viajero que estaba sentado en el terraplén a orillas del camino, mientras el caballo pacía allí cerca.  Era Radagast el Pardo, que en un tiempo vivió en Rhosgobel, cerca del Bosque Negro.  Pertenece a mi orden, pero no lo veía desde hacía muchos años.

      »"¡Gandalf!", exclamó.  "Estaba buscándote.  Pero soy un extraño en estos sitios.  Todo lo que sabía es que podías estar en una región salvaje que lleva el raro nombre de Comarca."

      »"Tu información era correcta", dije.  "Pero no hables así si te encuentras con algún lugareño.  En este momento estás muy cerca de los lindes de la Comarca. ¿Y qué quieres de mí?  Tiene que ser algo urgente.  Nunca fuiste aficionado a los viajes, si no son muy necesarios."

      »"Tengo una misión urgente", me dijo.  "Las noticias son malas." Miró alrededor, como si los setos pudieran oír.  "Nazgûl", murmuró.  "Los Nueve han salido otra vez.  Han cruzado el río en secreto y van hacia el oeste.  Han tomado el aspecto de Jinetes vestidos de oscuro."

      »Supe entonces qué era lo que yo había estado temiendo.

      »"El enemigo ha de tener alguna gran necesidad o propósito", dijo Radagast, "pero no alcanzo a imaginar qué lo trae a estas regiones distantes y desoladas".

      » ¿Qué quieres decir?", pregunté.

      »"Me han dicho que adonde van, los Jinetes piden noticias de una tierra llamada Comarca."

      »"La Comarca", dije y sentí que se me encogía el corazón.  Pues aún los Sabios temen enfrentarse a los Nueve, cuando andan juntos y al mando de ese jefe feroz, que antes fue gran rey y mago y que ahora alimenta un miedo mortal.  "¿Quién te lo ha dicho y quién te envió?",

pregunté.

      »"Saruman el Blanco", respondió Radagast.  "Y me mandó a decirte que si te parece necesario, él te ayudará, pero tendrías que pedírselo en seguida, o será demasiado tarde."

      »Y este mensaje me dio esperanzas.  Pues Saruman el Blanco es el más grande de mi orden.  Radagast es, por supuesto, un mago de valor, maestro de formas y tonalidades y sabe mucho de hierbas y bestias y tiene especial amistad con los pájaros.  Pero Saruman estudió hace tiempo las artes mismas del enemigo y gracias a esto a menudo hemos sido capaces de adelantarnos a él.  Fueron las estratagemas de Saruman lo que nos ayudó a echarlo de Dol Guldur.  Era posible que hubiese encontrado alguna arma que haría retroceder a los Nueve.

      »"Iré a ver a Saruman", dije.

      »"Entonces tienes que ir ahora", dijo Radagast, "pues perdí mucho tiempo buscándote y los días empiezan a faltar.  Me dijeron que te encontrara antes del solsticio de verano y ya estamos ahí.  Aunque partieras ahora, es difícil que llegues a él antes que los Nueve descubran esa tierra que andan buscando.  Por mi parte me vuelvo en seguida", y diciendo esto montó y se dispuso a partir.

      »"¡Un momento!", dije.  "Necesitaremos tu ayuda y la de todas las criaturas que estén de nuestro lado.  Mándales mensajes a todas las bestias y pájaros que son tus amigos.  Diles que transmitan a Saruman y a Gandalf todo lo que sepan sobre este asunto.  Que los mensajes sean enviados a Orthanc."

      »"Así lo haré", dijo Radagast, y se alejó al galope como si lo persiguieran los Nueve.

 

 

                -No pude seguirlo en ese momento.  Yo había viajado mucho ese día y me sentía tan cansado como el caballo y tenía que pensar algunas cosas.  Pasé la noche en Bree y decidí que no tenía tiempo de regresar a la Comarca. ¡Nunca cometí mayor error!

      »No obstante, le escribí una nota a Frodo y le pedí a mi amigo el posadero que se la enviase.  Me alejé a caballo al amanecer y al cabo de una larga marcha llegué a la morada de Saruman.  Esta se encuentra lejos en el sur, en Isengard, donde terminan las Montañas Nubladas, no lejos de la Quebrada de Rohan.  Y Boromir os dirá que se trata de un gran valle abierto entre las Montañas Nubladas y las estribaciones septentrionales de Ered Nimrais, las Montañas Blancas de su país.  Pero Isengard es un círculo de rocas desnudas que rodea un valle, como un muro, y en medio de ese valle hay una torre de piedra llamada Orthanc.  No fue edificada por Saruman, sino por los Hombres de Númenor, en otra época; y es muy elevada y tiene muchos secretos; sin embargo no parece ser obra de verdaderos artesanos.  Para llegar a ella hay que atravesar necesariamente el círculo de Isengard y en ese círculo hay sólo una puerta.

      »Tarde, una noche llegué a esa puerta, como un arco amplio en la pared de roca y muy custodiada.  Pero los guardias de la puerta ya habían sido prevenidos y me dijeron que Saruman estaba esperándome.  Pasé bajo el arco y la puerta se cerró en silencio a mis espaldas y de pronto tuve miedo, aunque no supe por qué.

      »Seguí a caballo hasta la torre y tomé la escalera que llevaba a Saruman y allí él salió a mi encuentro y me condujo a una cámara alta.  Llevaba puesto un anillo en el dedo.

      »"Así que has venido, Gandalf", me dijo gravemente; pero parecía tener una luz blanca en los ojos, como si ocultara una risa fría en el corazón.

      »"Sí, he venido", dije.  "He venido a pedir ayuda, Saruman el Blanco", y me pareció que este título lo irritaba.

      »"¡Qué me dices, Gandalf el Gris!", se burló.  "¿Ayuda?  Pocas veces se ha oído que Gandalf el Gris pidiera ayuda, alguien tan astuto y tan sabio, que va de un lado a otro por las tierras, metiéndose en todos los asuntos, le conciernan o no."

      »Lo miré asombrado.

      »"Pero si no me engaño", dije, "hay cosas ahora que requieren la unión de todas nuestras fuerzas".

      »"Es posible", me dijo, "pero este pensamiento se te ha ocurrido tarde. ¿Durante cuánto tiempo, me pregunto, estuviste ocultándome, a mí, cabeza del Concilio, un asunto de la mayor gravedad? ¿Qué te trae de tu escondite en la Comarca?".

      »"Los Nueve han salido otra vez", respondí.  "Han cruzado el Río.  Así me dijo Radagast."

      »"¡Radagast el Pardo!", rió Saruman y no ocultó su desprecio.  "¡Radagast, el domesticador de pajaritos! ¡Radagast el Simple! ¡Radagast el Tonto!  Sin embargo, la inteligencia le alcanzó para interpretar el papel que yo le asigné.  Pues has venido y ese era todo el propósito de mi mensaje.  Y aquí te quedarás, Gandalf el Gris, y descansarás de tus viajes. ¡Pues yo soy Saruman el Sabio, Saruman el Hacedor de Anillos, Saruman el Multicolor!"

      »Lo miré entonces y vi que sus ropas, que habían parecido blancas, no lo eran, pues estaban tejidas con todos los colores, y cuando él se movía las ropas refulgían, como irisadas, confundiendo la vista.

      »"Me gusta el blanco", le dije.

      »"¡El blanco!", se mofó.  "Está bien para el principio.  La ropa blanca puede teñirse.  La página blanca puedes cubrirla de letras.  La luz blanca puede quebrarse."

      »"Y entonces ya no es blanca", dije.  "Y aquel que quiebra algo para averiguar qué es, ha abandonado el camino de la sabiduría."

      »"No necesitas hablarme como a uno de esos simplones que tienes por amigos", dijo.  "No te he hecho venir para que me instruyas, sino para darte una posibilidad."

»Se puso de pie y comenzó a declamar como si estuviera diciendo un discurso ensayado muchas veces.

      »"Los Días Antiguos han terminado.  Los Días Medios ya están pasando.  Los Días jóvenes comienzan ahora.  El tiempo de los elfos ha quedado atrás, pero el nuestro está ya muy cerca: el mundo de los hombres, que hemos de gobernar.  Pero antes necesitamos poder, para ordenarlo todo como a nosotros nos parezca y alcanzar ese bien que sólo los Sabios entienden."

      »Saruman se acercó y me habló en voz más baja.

      »"¡Y escucha, Gandalf mi viejo amigo y asistente!  Digo nosotros, y podrá ser nosotros, si te unes a mí.  Un nuevo Poder está apareciendo.  Ya no podemos poner nuestras esperanzas en los elfos o el moribundo Númenor.  Contra ese poder no nos servirán los aliados y métodos de antes.  Hay una sola posibilidad para ti, para nosotros.  Tenemos que unirnos a ese Poder.  Es el camino de la prudencia, Gandalf.  Hay esperanzas de ese modo.  La victoria del Poder está próxima y habrá grandes recompensas para quienes lo ayuden.  A medida que el Poder crezca, también crecerán los amigos probados, y los Sabios como tú y yo podríamos con paciencia llegar al fin a dominarlo, a gobernarlo.  Podemos tomarnos tiempo, podemos esconder nuestros designios, deplorando los males que se cometan al pasar, pero aprobando las metas elevadas y últimas: Conocimiento, Dominio, Orden, todo lo que hasta ahora hemos tratado en vano de alcanzar, entorpecidos más que ayudados por nuestros perezosos o débiles amigos.  No tiene por qué haber, no habrá ningún cambio real en nuestros designios, sólo en nuestros medios."

»"Saruman", dije, "he oído antes discursos parecidos, pero sólo en boca de los emisarios que Mordor envía para engañar a los ignorantes.  No puedo pensar que me hayas hecho venir de tan lejos sólo para fatigarme los oídos".

      »Saruman me miró de soslayo, e hizo una pausa, reflexionando.

      »"Bueno, ya veo que este sabio camino no te parece recomendable", dijo.  "¿No todavía? ¿No si pudiésemos arbitrar otros medios mejores?"

      »Se acercó y me puso una larga mano sobre el brazo.

      »"¿Y por qué no, Gandalf?", murmuró.  "¿Por qué no? ¿El Anillo Soberano?  Si pudiéramos tenerlo, el Poder pasaría a nosotros.  Por eso en verdad te hice venir.  Pues tengo muchos ojos a mi servicio y creo que sabes dónde está ahora ese precioso objeto, ¿no es así? ¿Por qué si no, preguntan los Nueve por la Comarca, y qué haces tú en ese sitio?"

      »Y mientras esto decía una codicia que no pudo ocultar le brilló de pronto en los ojos.

      »"Saruman", le dije, apartándome de él, "sólo una mano por vez puede llevar el Unico, como tú sabes, ¡de modo que no te molestes en decir nosotros!  Pero no te lo daré, no, ni siquiera te daré noticias sobre él, ahora que sé lo que piensas.  Eras jefe del Concilio, pero al fin te sacaste la máscara.  Bueno, las posibilidades son, parece, someterme a Sauron, o a ti.  No me interesa ninguna de las dos. ¿No tienes otra cosa que ofrecerme?"

      "Sí", dijo. "No esperé que mostraras mucha sabiduría, ni aun para tu propio beneficio, pero te di la posibilidad de que me ayudaras por tu propia voluntad, evitándote así dificultades y sinsabores.  La tercera solución es que te quedes aquí, hasta el fin".

      »"¿Hasta el fin?"

      »"Hasta que me reveles dónde está el Unico.  Puedo encontrar medios de persuadirte. O hasta que se lo encuentre, a pesar de ti, y el Soberano tenga tiempo para asuntos de importancia menor: pensar por ejemplo cómo retribuir adecuadamente a Gandalf el Gris por tantos estorbos e insolencias."

»"Quizá no sea ese un asunto de importancia menor", dije, pero Saruman se rió de mí, pues mis palabras no tenían ningún sentido, y él lo sabía.

 

 

                -Me tomaron y me encerraron solo en lo más alto de Orthanc, en el sitio donde Saruman acostumbraba mirar las estrellas.  No hay otro modo de descender que por una estrecha escalera de muchos miles de escalones y parece que el valle estuviera muy lejos allá abajo.  Lo miré y vi que la hierba y la hermosura de otro tiempo habían desaparecido y que ahora había allí pozos y fraguas.  Lobos y orcos habitaban en Isengard, pues Saruman estaba alistando una gran fuerza y emulando a Sauron, aún no a su servicio.  Sobre todas aquellas fraguas flotaba un humo oscuro que se apretaba contra los flancos de Orthanc.  Yo estaba solo en una isla rodeada de nubes; no tenía ninguna posibilidad de escapar y mis días eran de amargura.  Me sentía traspasado de frío y tenía poco espacio para moverme y me pasaba las horas cavilando sobre la llegada de los Jinetes del Norte.

      »De que los Nueve estaban otra vez activos, no me cabía ninguna duda, aun no teniendo en cuenta las palabras de Saruman, que quizás eran mentiras.  Mucho antes de entrar en Isengard me habían llegado noticias en el camino que no podían inducir a error.  El destino de mis amigos de la Comarca me preocupaba de veras, pero todavía abrigaba alguna esperanza.  Y esperaba que Frodo se hubiese puesto en seguida en camino, como le había recomendado en mi carta, y que hubiera llegado a Rivendel antes que comenzara la mortal persecución.  Tanto mi temor como mi esperanza resultaron infundados.  Pues la raíz de mi esperanza era un hombre gordo en Bree y la raíz de mi temor la astucia de Sauron.  Pero los hombres gordos que venden cerveza tienen muchas llamadas que atender y el miedo le atribuye a Sauron un poder que todavía le falta.  Pero en el círculo de Isengard, prisionero y solo, no era fácil pensar que los cazadores ante quienes todos habían huido, o caído, fracasarían en la lejana Comarca.

      -¡Yo te vi! - gritó Frodo -. Caminabas retrocediendo y avanzando.  La luna te brillaba en los cabellos.

Gandalf se detuvo asombrado y lo miró.

      -Fue sólo un sueño -dijo Frodo-, pero lo recordé de pronto.  Lo había olvidado.  Ocurrió hace algún tiempo; después de haber dejado la Comarca, me parece.

      -Entonces te llegó tarde -dijo Gandalf-, como verás.  Yo me encontraba en un verdadero apuro.  Y quienes me conocen convendrán en que me he visto pocas veces en una situación parecida y que no las soporto bien. ¡Gandalf el Gris cazado como una mosca en la tela traicionera de una araña!  Sin embargo, aun las arañas más hábiles pueden dejar un hilo flojo.

      »Temí al principio, como Saruman sin duda se había propuesto, que Radagast hubiese sucumbido también.  Sin embargo, yo no había llegado a distinguir nada malo en la voz o los ojos de Radagast, el día de nuestro encuentro.  Si así no hubiese sido, yo no habría ido nunca a Isengard, o habría ido con más cuidado.  Eso mismo pensó Saruman y no había confesado sus propósitos y había engañado al mensajero.  De cualquier modo hubiera sido inútil tratar de que el honesto Radagast apoyara la traición.  Me buscó de buena fe, y por eso me convenció.

      »Esto fue la ruina del plan de Saruman.  Pues Radagast no tenía razones para no hacer lo que yo le había pedido y cabalgó hacia el Bosque Negro donde contaba con viejos amigos.  Y las Aguilas de las Montañas volaron lejos y alrededor y vieron muchas cosas: la concentración de lobos y el alistamiento de orcos; y los Nueve Jinetes que iban de acá para allá por las tierras; y oyeron rumores de la huida de Gollum.  Y enviaron un mensajero para que me llevara esas noticias.

»Así ocurrió que una noche de luna, ya terminando el verano, Gwaihir el Señor de los Vientos, la más rápida de las Grandes Aguilas, llegó de pronto a Orthanc; y me encontró de pie en la cima de la torre.  Le hablé entonces y me llevó por los aires, antes que Saruman se diera cuenta.  Yo ya estaba lejos cuando los lobos y los orcos salieron por las puertas de Isengard en mi persecución.

      »"¿Hasta dónde puedes llevarme?", le dije a Gwaihir.

      »"Muchas leguas", me dijo, "pero no hasta el fin de la tierra.  Me enviaron a llevar noticias y no cargas".

      »"Entonces tendré que conseguir un caballo en tierra", dije "y un caballo de veras rápido, pues nunca en mi vida tuve tanta prisa".

      »"Si es así te llevaré a Edoras, donde reside el Señor de Rohan", me dijo, "pues no está muy lejos".

      »Me alegré, pues en la Marca de los Jinetes de Rohan, habitan los Rohirrim, los Señores de los Caballos, y no hay caballos como aquellos que se crían en el valle, entre las Montañas Nubladas y las Blancas.

      »"¿Podemos confiar todavía en los Hombres de Rohan, tú crees?", le dije a Gwaihir pues la traición de Saruman había debilitado mi confianza.

      »"Pagan un tributo de caballos", me respondió, "y todos los años mandan muchos a Mordor, o así se dice; pero no han caído aún bajo el yugo.  Pero si Saruman se ha vuelto malo, como dices, la ruina de esta gente no podrá tardar mucho".

 

 

                .-Poco antes del alba me dejó en tierras de Rohan, y he alargado demasiado mi historia.  El resto tendrá que ser más breve.  En Rohan descubrí que el mal ya estaba trabajando: las mentiras de Saruman; y el rey no quiso prestar atención a mis advertencias.  Me invitó a que tomara un caballo y me fuera, y elegí uno muy a mi gusto, pero poco al suyo.  Tomé el mejor caballo de aquellas tierras y nunca he visto nada que se le parezca.

      -Entonces tiene que ser una bestia muy noble -dijo Aragorn y saber que Sauron recibe tales tributos me entristece más que muchas otras noticias que pudieran parecer peores.  No era así cuando estuve por última vez en esa tierra.

      -Ni lo es ahora, lo juraría -dijo Boromir-.  Es una mentira que viene del enemigo.  Conozco a los Hombres de Rohan, sinceros y valientes, nuestros aliados; aún viven en las tierras que les dimos hace mucho tiempo.

      -La sombra de Mordor se extiende sobre países lejanos -respondió Aragorn-.  Saruman ha caído bajo esa sombra.  Rohan está sitiada.  Quién sabe lo que encontrarás allí, si vuelves alguna vez.

      -No por lo menos eso -dijo Boromir- de que regalan caballos para salvar la vida.  Aman tanto a los caballos como a sus familias.  Y no sin razón, pues los caballos de la Marca de los Jinetes vienen de los campos del Norte, lejos de la Sombra, y la raza de estos animales, como la de los amos, se remonta a los días libres de antaño.

      -¡Muy cierto! - dijo Gandalf -. Y hay uno entre ellos que debe de haber nacido en la mañana del mundo.  Los caballos de los Nueve no podrían competir con él: incansable, rápido como el soplo del viento.  Sombragrís lo llaman.  Durante el día el pelo le reluce como plata y de noche es como una sombra y pasa inadvertido.  Tiene el paso leve.  Nunca un hombre lo había montado antes, pero yo lo tomé y lo domé y me llevó tan rápidamente que yo ya había llegado a la Comarca cuando Frodo estaba aún en los Túmulos, aunque salí de Rohan cuando él dejaba Hobbiton.

      »Pero el miedo crecía en mí mientras cabalgaba.  A medida que iba hacia el Norte me llegaban noticias de los Jinetes y aunque les ganaba terreno día a día, siempre estaban delante de mí.  Habían dividido las fuerzas, supe; algunas quedaron en las fronteras del este, no lejos del Camino Verde y otras invadieron la Comarca desde el sur.  Llegué a Hobbiton y Frodo ya había partido, pero cambié unas palabras con el viejo Gamyi.  Demasiadas palabras y pocas pertinentes.  Tenía mucho que decirme de los defectos que afligían a los nuevos propietarios de Bolsón Cerrado.

      »"No soporto los cambios", dijo, "no a mi edad y menos aún los cambios para peor.  Cambios para peor", repitió varias veces.

»"Peor es fea palabra", le dije, "y espero que no vivas para verlo". »Pero entre toda esta charla alcancé a oír al fin que Frodo había dejado Hobbiton una semana antes y que un jinete Negro había visitado la loma esa misma noche.  Me alejé al galope, asustado.  Llegué a Los Gamos y lo encontré alborotado, activo como un hormiguero que ha sido removido con una vara.  Fui a Cricava y la casa estaba abierta y vacía, pero en el umbral encontré una capa que había sido de Frodo.  Entonces y por un tiempo perdí toda esperanza; no me quedé a recoger noticias, que me hubiesen aliviado, y corrí tras las huellas de los Jinetes.  Eran difíciles de seguir, pues se separaban en muchas direcciones, y al fin me desorienté.  Me pareció que uno o dos habían ido hacia Bree y allá fui yo también, pues se me habían ocurrido unas palabras que quería decirle al posadero.

      »"Mantecona lo llaman", pensé.  "Si es culpable de esta demora, le derretiré toda la manteca, asándolo a fuego lento a ese viejo tonto."

      »El no esperaba menos, pues cuando me vio cayó redondo al suelo y comenzó a derretirse allí mismo.

      -¿Qué le hiciste? -gritó Frodo, alarmado-.  Fue realmente muy amable con nosotros e hizo todo lo que pudo.

      Gandalf rió.

      -¡No temas! -dijo-.  No muerdo y ladré pocas veces.  Tan contento estaba yo con las noticias que le saqué, cuando se le fueron los temblores, que abracé al buen hombre.  Yo no entendía cómo habían pasado las cosas, pero supe que habías estado en Bree la noche anterior y que esa misma mañana habías partido con Trancos.

      »"¡Trancos!", dije con un grito de alegría.

      »"Sí, señor, temo que sí, señor", dijo Mantecona malentendiéndome.  "No pude impedir que se acercara a ellos y ellos se fueron con él.  Actuaron de un modo muy raro todo el tiempo que estuvieron aquí; tercos, diría yo."

      »"¡Asno! ¡Tonto! ¡Tres veces digno y querido Cebadilla!", dije.  "Son las mejores noticias que he tenido desde el solsticio de verano; valen por lo menos una pieza de oro. ¡Que tu cerveza se beneficie con un encantamiento de excelencia insuperable durante siete años!", dije.  "Ahora puedo tomarme una noche de descanso, la primera desde no sé cuánto tiempo."

 

 

                -De modo que pasé allí la noche, preguntándome qué habría sido de los Jinetes; en Bree no se habían visto sino dos o tres, parecía.  Aunque esa noche oímos más.  Cinco por lo menos llegaron del oeste y echaron abajo las puertas y atravesaron Bree como un viento que aúlla; y las gentes de Bree están todavía temblando y esperando el fin del mundo.  Me levanté antes del alba y fui tras ellos.

      »No estoy seguro, pero yo diría que fue esto lo que ocurrió.  El capitán de los Jinetes permaneció en secreto al sur de Bree, mientras dos de ellos cruzaban la aldea y cuatro más invadían la Comarca.  Pero luego de haber fracasado en Bree y Cricava, llevaron las noticias al capitán, descuidando un rato la vigilancia del camino, donde sólo quedaron los espías.  Entonces el capitán mandó a algunos hacia el este, cruzando la región en línea recta, y él y el resto fueron al galope a lo largo del camino, furiosos.

      »Corrí hacia la Cima de los Vientos y llegué allí antes de la caída del sol en mi segunda jornada desde Bree y ellos ya estaban allí.  Se retiraron en seguida, pues sintieron la llegada de mi cólera y no se atrevían a enfrentaría mientras el sol estuviese en el cielo.  Pero durante la noche cerraron el cerco y me sitiaron en la cima de la montaña, en el antiguo anillo de Amon Sûl.  Fue difícil para mí en verdad.  Una luz y una llama semejantes no se habían visto en la Cima de los Vientos desde las hogueras de guerra de otras épocas.

      »Al amanecer escapé de prisa hacia el norte.  No podía hacer otra cosa.  Era imposible encontrarte en el desierto, Frodo, y hubiese sido una locura intentarlo con los Nueve pisándome los talones.  De modo que tenía que confiar en Aragorn.  Yo esperaba desviar a algunos de ellos y llegar a Rivendel antes que tú y enviar ayuda.  Cuatro Jinetes vinieron detrás de mí, pero se volvieron al cabo de un rato y me pareció que iban hacia el vado.  Esto ayudó un poco, pues eran sólo cinco, no nueve, cuando atacaron tu campamento.

      »Llegué aquí al fin siguiendo un camino largo y difícil, remontando el Fontegrís y cruzando las Landas de Etten y descendiendo desde el norte.  Tardé casi quince días desde la Cima de los Vientos, pues no es posible cabalgar entre las rocas en las colinas de los trolls, y despedí al caballo.  Lo envié de vuelta a su amo, pero una gran amistad ha nacido entre nosotros y si lo necesito vendrá a mi llamada.  Y así sucedió que llegué a Rivendel sólo tres días antes que el Anillo y las noticias del peligro que corría ya se conocían aquí, lo que era buena señal.

      »Y esto, Frodo, es el fin de mi relato.  Que Elrond y los demás me perdonen que haya sido tan extenso.  Pero esto nunca había ocurrido antes, que Gandalf faltara a una cita y no cumpliera lo prometido.  Había que dar cuenta de un suceso tan raro al Portador del Anillo, me parece.

      »Bueno, la historia ya ha sido contada, del principio al fin.  Henos aquí reunidos y he aquí el Anillo.  Pero no estamos más cerca que antes de nuestro propósito. ¿Qué haremos?

 

 

                Hubo un silencio.  Luego Elrond habló otra vez.

      -Las noticias que conciernen a Saruman son graves -dijo-, pues confiamos en él y está muy enterado de lo que pasa en los concilios.  Es peligroso estudiar demasiado a fondo las artes del enemigo, para bien o para mal.  Mas tales caídas y traiciones, ay, han ocurrido antes.  De los relatos que hoy hemos oído, el de Frodo me parece el más raro.  He conocido pocos hobbits, excepto a Bilbo aquí presente, y creo que no es quizás una figura tan solitaria y peculiar como yo había pensado.  El mundo ha cambiado mucho desde mis últimos viajes por los caminos del oeste.

      »Las Quebradas de los Túmulos las conocemos bajo muchos nombres y del Bosque Viejo se han contado muchas historias.  Todo lo que queda de él es un macizo en lo que era la frontera norte.  Hubo un tiempo en que una ardilla podía ir de árbol en árbol desde lo que es ahora la Comarca hasta las Tierras Brunas al oeste de Isengard.  Por esas tierras yo viajé una vez y conocí muchas cosas extrañas y salvajes.  Pero había olvidado a Bombadil, si en verdad éste es el mismo que caminaba hace tiempo por los bosques y colinas, y ya era el más viejo de todos los viejos.  No se llamaba así a la sazón. Iarwain Ben-adar lo llamábamos: el más antiguo y el que no tiene padre.  Aunque otras gentes lo llamaron de otro modo: fue Forn para los enanos, Orald para los Hombres del Norte y tuvo muchos otros nombres.  Es una criatura extraña, pero quizá debiéramos haberlo invitado a nuestro Concilio.

      -No hubiese venido -dijo Gandalf.

      -¿No habría tiempo aún de enviarle un mensaje y obtener su ayuda? -preguntó Erestor-.  Parece que tuviera poder aún sobre el Anillo.

      -No, yo no lo diría así -respondió Gandalf -. Diría mejor que el Anillo no tiene poder sobre él.  Es su propio amo.  Pero no puede cambiar el Anillo mismo, ni quitar el poder que tiene sobre otros.  Y ahora se ha retirado a una región pequeña, dentro de límites que él mismo ha establecido, aunque nadie puede verlos, esperando quizás a que los tiempos cambien, y no dará un paso fuera de ellos.

      -Sin embargo dentro de esos límites nada parece amedrentarlo -dijo Erestor-. ¿No tomaría él el Anillo guardándolo allí, inofensivo para siempre?

      -No -dijo Gandalf -, no voluntariamente.  Lo haría si la gente libre del mundo llegara a pedírselo, pero no entendería nuestras razones.  Y si le diésemos el Anillo, lo olvidaría pronto, o más probablemente lo tiraría.  No le interesan estas cosas.  Sería el más inseguro de los guardianes y esto solo es respuesta suficiente.

      -De cualquier modo -dijo Glorfindel- enviarle el Anillo sería sólo posponer el día de la sentencia.  Vive muy lejos.  No podríamos llevárselo sin que nadie sospechara, sin que nos viera algún espía.  Y aunque fuese posible, tarde o temprano el Señor de los Anillos descubriría el escondite y volcaría allí todo su poder. ¿Bombadil solo podría desafiar todo ese poder?  Creo que no.  Creo que al fin, si todo lo demás es conquistado, Bombadil caerá también, el Ultimo, así como fue el Primero y luego vendrá la noche.

      -Poco sé de Iarwain excepto el nombre -dijo Galdor-, pero Glorfindel, pienso, tiene razón.  El poder de desafiar al enemigo no está en él, a no ser que esté en la tierra misma.  Y sabemos sin embargo que Sauron puede torturar y destruir las colinas.  El poder que todavía queda está aquí entre nosotros, en Imladris, o en Cirdan de los Puertos, o en Lórien. ¿Pero tienen ellos la fuerza, tendremos nosotros la fuerza de resistir al enemigo, la llegada de Sauron en los últimos días, cuando todo lo demás ya haya sido dominado?

      -Yo no tengo la fuerza -dijo Elrond-, ni tampoco ellos.

      -Entonces si la fuerza no basta para mantener el Anillo fuera del alcance del enemigo -dijo Glorfindel- sólo nos queda intentar dos cosas: llevarlo al otro lado del mar, o destruirlo.

      -Pero Gandalf nos ha revelado que los medios de que nosotros disponemos no podrían destruirlo -dijo Elrond-.  Y aquellos que habitan más allá del mar no lo recibirán: para mal o para bien pertenece a la Tierra Media.  El problema tenemos que resolverlo nosotros, los que aún vivimos aquí.

      -Entonces -dijo Glorfindel- arrojémoslo a las profundidades y que las mentiras de Saruman sean así verdad.  Pues es claro que aun en el Concilio ha venido siguiendo un camino tortuoso.  Sabía que el Anillo no se había perdido para siempre, pero deseaba que nosotros lo creyéramos, pues ya estaba codiciándolo.  La verdad se oculta a veces en la mentira.  Estaría seguro en el mar.

      -No seguro para siempre -dijo Gandalf -. Hay muchas cosas en las aguas profundas y los mares y las tierras pueden cambiar.  Y nuestra tarea aquí no es pensar en una estación, o en unas pocas generaciones de hombres, o en una época pasajera del mundo.  Tenemos que buscar un fin definitivo a esta amenaza, aunque no esperemos encontrarlo.

      -No lo encontraremos en los caminos que van al mar -dijo Galdor-.  Si se cree que llevárselo a Iarwain es demasiado peligroso, en la huida hacia el mar hay ahora un peligro mucho mayor.  El corazón me dice que Sauron esperará que tomemos el camino del oeste, cuando se entere de lo ocurrido.  Se enterará pronto.  Los Nueve han quedado a pie, es cierto, pero esto no nos da más que un respiro, hasta que encuentren nueve cabalgaduras y más rápidas.  Sólo la menguante fuerza de Gondor se alza ahora entre él y una marcha de conquista a lo largo de las costas, hacia el norte, y si viene y llega a apoderarse de las torres blancas y los puertos, es posible que los elfos ya no puedan escapar a las sombras que se alargan sobre la Tierra Media.

      -Esa marcha será impedida por mucho tiempo -dijo Boromir-.  Gondor mengua, dices.  Pero se mantiene en pie, y aun declinante, la fuerza de Gondor es todavía poderosa.

      -Y sin embargo ya no es capaz de parar a los Nueve -dijo Galdor-.  Y el enemigo puede encontrar otros caminos que Gondor no vigila.

      -Entonces -dijo Erestor- hay sólo dos rumbos, como Glorfindel ya ha dicho: esconder el Anillo para siempre, o destruirlo.  Pero los dos están más allá de nuestro alcance. ¿Quién nos resolverá este enigma? -Nadie aquí puede hacerlo -dijo Elrond gravemente-.  Al menos nadie puede decir qué pasará si tomamos este camino o el otro.  Pero ahora creo saber ya qué camino tendríamos que tomar.  El occidental parece el más fácil.  Por lo tanto hay que evitarlo.  Lo vigilarán.  Los elfos han huido a menudo por ese camino.  Ahora, en circunstancias extremas, hemos de elegir un camino difícil, un camino imprevisto.  Esa es nuestra esperanza, si hay esperanza: ir hacia el peligro, ir a Mordor.  Tenemos que echar el Anillo al Fuego.

 

 

                Hubo otro silencio.  Frodo, aun en aquella hermosa casa, que miraba a un valle soleado, de donde llegaba un arrullo de aguas claras, sintió que una oscuridad mortal le invadía el corazón.  Boromir se agitó en el asiento y Frodo lo miró.  Tamborileaba con los dedos sobre el cuerno y fruncía el ceño.  Al fin habló.

      -No entiendo todo esto -dijo-.  Saruman es un traidor, pero ¿no tuvo ni una chispa de sabiduría? ¿Por qué habláis siempre de ocultar y destruir? ¿Por qué no pensar que el Gran Anillo ha llegado a nuestras manos para servirnos en esta hora de necesidad?  Llevando el Anillo, los Señores de los Libres podrían derrotar al enemigo.  Y esto es lo que él teme, a mi entender.

      »Los Hombres de Gondor son valientes y nunca se someterán; pero pueden ser derrotados.  El valor necesita fuerza ante todo y luego un arma.  Que el Anillo sea vuestra arma, si tiene tanto poder como pensáis. ¡Tomadlo y marchad a la victoria!

      -Ay, no -dijo Elrond-.  No podemos utilizar el Anillo Soberano.  Esto lo sabemos ahora demasiado bien.  Le pertenece a Sauron, pues él lo hizo solo y es completamente maléfico.  La fuerza del Anillo, Boromir, es demasiado grande para que alguien lo maneje a voluntad, salvo aquellos que ya tienen un gran poder propio.  Pero para ellos encierra un peligro todavía más mortal.  Basta desear el Anillo para que el corazón se corrompa.  Piensa en Saruman.  Si cualquiera de los Sabios derrocara con la ayuda del Anillo al Señor de Mordor, empleando las mismas artes que él, terminaría instalándose en el trono de Sauron y un nuevo Señor Oscuro aparecería en la tierra.  Y esta es otra razón por la que el Anillo tiene que ser destruido; en tanto esté en el mundo será un peligro aun para los Sabios.  Pues nada es malo en un principio.  Ni siquiera Sauron lo era.  Temo tocar el Anillo para esconderlo.  No tomaré el Anillo para utilizarlo.

      -Ni yo tampoco -dijo Gandalf.

      Boromir los miró con aire de duda, pero asintió inclinando la cabeza.

      -Que así sea entonces -dijo-.  La gente de Gondor tendrá que confiar en las armas ya conocidas.  Y al menos mientras los Sabios guarden el Anillo, seguiremos luchando.  Quizá la Espada sea capaz aún de contener la marea, si la mano que la esgrime no sólo ha heredado un arma sino también el nervio de los Reyes de los Hombres.

      -¿Quién puede decirlo? -dijo Aragorn-.  La pondremos a prueba algún día.

      -Que ese día no tarde -dijo Boromir-.  Pues aunque no pido ayuda la necesitamos.  Nos animaría saber que otros luchan también con todos los medios de que disponen.

      -Anímate, entonces -dijo Elrond-.  Pues hay otros poderes y reinos que no conoces, que están ocultos para ti.  El caudal del Anduin el Grande baña muchas orillas antes de llegar a Argonath y a las Puertas de Gondor.

      -Aun así podría convenir a todos -dijo Glóin el enano- que todas estas fuerzas se unieran y que los poderes de cada uno se utilizaran de común acuerdo.  Puede haber otros anillos, menos traicioneros, a los que podríamos recurrir.  Los Siete están perdidos para nosotros, si Balin no ha encontrado el anillo de Thrór, que era el último.  Nada se ha sabido de él desde que Thrór pereció en Moria.  En verdad, puedo revelar ahora que uno de los motivos del viaje de Balin era la esperanza de encontrar ese anillo.

      -Balin no encontrará ningún anillo en Moria -dijo Gandalf-.  Thrór se lo dio a su hijo Thráin, pero Thráin no se lo dio a Thorin.  Se lo quitaron a Thráin torturándolo en los calabozos de Dol Guldur.  Llegué demasiado tarde.

      -¡Ah, ay! -gritó Glóin-. ¿Cuándo será el día de nuestra venganza?  Pero todavía quedan los Tres. ¿Qué hay de los Tres Anillos de los Elfos?  Anillos muy poderosos, dicen. ¿No los guardan consigo los Señores de los Elfos?  Sin embargo ellos también fueron hechos por el Señor Oscuro tiempo atrás. ¿Están ociosos?  Veo Señores de los Elfos aquí. ¿No dirán nada?

      Los elfos no respondieron.

      -¿No me has oído, Glóin? -dijo Elrond-.  Los Tres no fueron hechos por Sauron, ni siquiera llegó a tocarlos alguna vez.  Pero de ellos no es permitido hablar.  Aunque algo diré, en esta hora de dudas.  No están ociosos.  Pero no fueron hechos como armas de guerra o conquista; no es ese el poder que tienen.  Quienes los hicieron no deseaban ni fuerza ni dominio ni riquezas, sino el poder de comprender, crear y curar, para preservar todas las cosas en cierta medida, y con dolor.  Pero todo lo que haya sido alcanzado por quienes se sirven de los Tres se volverá contra ellos, y Sauron leerá en las mentes y los corazones de todos, si recobra el Unico.  Habría sido mejor que los Tres nunca hubieran existido.  Esto es lo que Sauron pretende.

      -¿Pero qué sucederá si el Anillo Soberano es destruido, como aconsejas? -preguntó Glóin.

      -No lo sabemos con seguridad -respondió Elrond tristemente-.  Algunos esperan que los Tres Anillos, que Sauron nunca tocó, se liberen entonces y quienes gobiernen los Anillos podrían curar así las heridas que el Unico ha causado en el mundo.  Pero es posible también que cuando el Unico desaparezca, los Tres se malogren y que junto con ellos se marchiten y olviden muchas cosas hermosas.  Eso es lo que creo.

      -Sin embargo todos los elfos están dispuestos a correr ese riesgo -dijo Glorfindel-, si pudiéramos destruir el poder de Sauron y librarnos para siempre del miedo a que domine el mundo.

      -Así volvemos otra vez a la destrucción del Anillo -dijo Erestor y sin embargo no estamos más cerca. ¿De qué fuerza disponemos para encontrar el Fuego en que fue forjado?  Es el camino de la desesperación.  De la locura, podría decir, si la larga sabiduría de Elrond no me lo impidiese.

      -¿Desesperación, o locura? -dijo Gandalf-.  No desesperación, pues sólo desesperan aquellos que ven el fin más allá de toda duda.  Nosotros no.  Es sabiduría reconocer la necesidad, cuando todos los otros cursos ya han sido considerados, aunque pueda parecer locura a aquellos que se atan a falsas esperanzas.  Bueno, ¡que la locura sea nuestro manto, un velo en los ojos del enemigo!  Pues él es muy sagaz y mide todas las cosas con precisión, según la escala de su propia malicia.  Pero la única medida que conoce es el deseo, deseo de poder, y así juzga todos los corazones.  No se le ocurrirá nunca que alguien pueda rehusar el poder, que teniendo el Anillo queramos destruirlo.  Si nos ponemos en meta, confundiremos todas sus conjeturas.

      -Al menos por un tiempo -dijo Elrond-.  Hay que tomar ese camino, pero recorrerle será difícil.  Y ni la fuerza ni la sabiduría podrían llevarnos muy lejos.  Los débiles pueden intentar esta tarea con tantas esperanzas como los fuertes.  Sin embargo, así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo.  Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es menester hacerlos, mientras los ojos de los grandes se vuelven a otra parte.

      -¡Muy bien, muy bien, señor Elrond! - dijo Bilbo de pronto -. ¡No digas más!  El propósito de tu discurso es bastante claro.  Bilbo el hobbit tonto comenzó este asunto y será mejor que Bilbo lo termine, o que termine él mismo.  Yo estaba muy cómodo aquí, ocupado en mi obra.  Si quieres saberlo, en estos días estoy escribiendo una conclusión.  Había pensado poner: y desde entonces vivió feliz hasta el fin de sus días.  Era un buen final, aunque se hubiera usado antes.  Ahora tendré que alterarlo: no parece que vaya a ser verdad, y de todos modos es evidente que habrá que añadir otros varios capítulos, si vivo para escribirlos.  Es muy fastidioso. ¿Cuándo he de ponerme en camino?

Boromir miró sorprendido a Bilbo, pero la risa se le apagó en los labios cuando vio que todos los otros miraban con grave respeto al viejo hobbit.  Sólo Glóin sonreía, pero la sonrisa le venía de viejos recuerdos.

      -Por supuesto, mi querido Bilbo -dijo Gandalf-.  Si tú iniciaste realmente este asunto, tendrás que terminarlo.  Pero sabes muy bien que decir he iniciado es de una pretensión excesiva para cualquiera, y que los héroes desempeñan siempre un pequeño papel en las grandes hazañas.  No tienes por qué inclinarte.  Sabemos que tus palabras fueron sinceras, y que bajo esa apariencia de broma nos hacías un ofrecimiento valeroso.  Pero que supera tus fuerzas, Bilbo.  No puedes empezar otra vez, el problema ha pasado a otras manos.  Si aún tienes necesidad de mi consejo, te diría que tu parte ha concluido, excepto como cronista. ¡Termina el libro, y no cambies el final!  Todavía hay esperanzas de que sea posible.  Pero prepárate a escribir una continuación, cuando ellos vuelvan.

Bilbo rió.

      -No recuerdo que me hayas dado antes un consejo agradable -dijo-.  Como todos tus consejos desagradables han resultado buenos, me pregunto si éste no será malo.  Sin embargo, no creo que me quede bastante fuerza o suerte como para tratar con el Anillo.  Ha crecido y yo no. Pero dime, ¿a quién te refieres cuando dices ellos?

      -A los mensajeros que llevarán el Anillo.

      -¡Exactamente! ¿Y quiénes serán?  Eso es lo que el Concilio ha de decidir, me parece, y ninguna otra cosa.  Los elfos se alimentan de palabras y los enanos soportan grandes fatigas; yo soy sólo un viejo hobbit y extraño el almuerzo. ¿Se te ocurren algunos nombres? ¿O lo dejamos para después de comer.

 

 

                Nadie respondió.  Sonó la campana del mediodía.  Nadie habló tampoco ahora.  Frodo echó una ojeada a todas las caras, pero no lo miraban a él; todo el Concilio bajaba los ojos, como sumido en profundos pensamientos.  Sintió que un gran temor lo invadía, como si estuviese esperando una sentencia que ya había previsto hacía tiempo, pero que no deseaba oír.  Un irresistible deseo de descansar y quedarse a vivir en Rivendel junto a Bilbo le colmó el corazón.  Al fin habló haciendo un esfuerzo y oyó sorprendido sus propias palabras, como si algún otro estuviera sirviéndose de su vocecita.

      -Yo llevaré el Anillo -dijo-, aunque no sé cómo.

 

 

                Elrond alzó los ojos y lo miró y Frodo sintió que aquella mirada penetrante le traspasaba el corazón.

      -Si he entendido bien todo lo que he oído -dijo Elrond-, creo que esta tarea te corresponde a ti, Frodo y, si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá.  Esta es la hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer las torres y los concilios de los grandes. ¿Quién de todos los Sabios pudo haberlo previsto?  Y si son sabios, ¿por qué esperarían saberlo, antes que sonara la hora?

      »Pero es una carga pesada.  Tan pesada que nadie puede pasársela a otro.  No la pongo en ti.  Pero si tú la tomas libremente, te diré que tu elección es buena; y aunque todos los poderosos amigos de los elfos de antes, Hador y Húrin y Túrin y Beren mismo aparecieran juntos aquí, tu lugar estaría entre ellos.

      -¿Pero seguramente usted no lo enviará solo, señor? -gritó Sam, que ya no pudo seguir conteniéndose y saltó desde el rincón donde había estado sentado en el suelo.

      -¡No por cierto! -dijo Elrond volviéndose hacia él con una sonrisa-.  Tú lo acompañarás al menos.  No parece fácil separarte de Frodo, aunque él haya sido convocado a un Concilio secreto y tú no.

      Sam se sentó, enrojeciendo y murmurando.

      -¡En bonito enredo nos hemos metido, señor Frodo! -dijo moviendo la cabeza.

 

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