7

 

EL ESPEJO DE GALADRIEL

 

   El sol descendía detrás de las montañas y las sombras crecían en el bosque cuando se pusieron otra vez en camino.  Los senderos pasaban ahora por unos setos donde la oscuridad ya estaba cerrándose.  Mientras marchaban, la noche cayó bajo los árboles y los elfos descubrieron los faroles de plata.

      De pronto salieron otra vez a un claro y se encontraron bajo un pálido cielo nocturno salpicado por unas pocas estrellas tempranas.  Un vasto espacio sin árboles se extendía ante ellos en un gran círculo abriéndose a los lados.  Más allá había un foso profundo perdido entre las sombras, pero la hierba de las márgenes era verde, como si brillara aún en memoria del sol que se había ido.  Del otro lado del foso una pared verde se levantaba a gran altura y rodeaba una colina verde cubierta de los mallorn más altos que hubieran visto hasta entonces en esa región.  Qué altos eran no se podía saber, pero se erguían a la luz del crepúsculo como torres vivientes.  Entre las muchas ramas superpuestas y las hojas que no dejaban de moverse brillaban innumerables luces, verdes y doradas y plateadas.  Haldir se volvió hacia la Compañía.

      -¡Bien venidos a Caras Galadon! - dijo -. He aquí la ciudad de los Galadrim donde moran el Señor Celeborn y Galadriel, la Dama de Lórien.  Pero no podemos entrar por aquí pues las puertas no miran al norte.  Tenemos que dar un rodeo hasta el lado sur y habrá que caminar un rato, pues la ciudad es grande.

 

 

   Del otro lado del foso corría un camino de piedras blancas.  Fueron por allí hacia el este, con la ciudad alzándose siempre a la izquierda como una nube verde; y a medida que avanzaba la noche, aparecían más luces, hasta que toda la colina pareció inflamada de estrellas.  Llegaron al fin a un puente blanco, y luego de cruzar se encontraron ante las grandes puertas de la ciudad: miraban al sudoeste, entre los extremos del muro circular que aquí se superponían, y eran altas y fuertes y había muchas lámparas.

      Haldir golpeó y habló y las puertas se abrieron en silencio, pero Frodo no vio a ningún guardia.  Los viajeros pasaron y las puertas se cerraron detrás.  Estaban en un pasaje profundo entre los dos extremos de la muralla y atravesándolo rápidamente entraron en la Ciudad de los Arboles.  No vieron a nadie ni oyeron ningún ruido de pasos en los caminos, pero sonaban muchas voces alrededor y en el aire arriba.  Lejos sobre la colina se oía el sonido de unas canciones que caían de lo alto como una dulce lluvia sobre las hojas.

      Recorrieron muchos senderos y subieron muchas escaleras hasta que llegaron a unos sitios elevados y vieron una fuente que refulgía en un campo de hierbas.  Estaba iluminada por unas linternas de plata que colgaban de las ramas de los árboles, y el agua caía en un pilón de plata que desbordaba en un arroyo blanco.  En el lado sur del prado se elevaba el mayor de todos los árboles; el tronco enorme y liso brillaba como seda gris y subía rectamente hasta las primeras ramas que se abrían muy arriba bajo sombrías nubes de hojas.  A un lado pendía una ancha escala blanca y tres elfos estaban sentados al pie.  Se incorporaron de un salto cuando vieron acercarse a los viajeros, y Frodo observó que eran altos y estaban vestidos con unas mallas grises y que llevaban sobre los hombros unas túnicas largas y blancas.

      -Aquí moran Celeborn y Galadriel -dijo Haldir-.  Es deseo de ellos que subáis y les habléis.

      Uno de los guardias tocó una nota clara en un cuerno pequeño y le respondieron tres veces desde lo alto.

      -Iré primero -dijo Haldir-.  Que luego venga Frodo y con él Legolas.  Los otros pueden venir en el orden que deseen.  Es una larga subida para quienes no están acostumbrados a estas escalas, pero podéis descansar de vez en cuando.

      Mientras trepaba lentamente, Frodo vio muchos flets: unos a la derecha, otros a la izquierda y algunos alrededor del tronco, de modo que la escala pasaba atravesándolos.  Al fin, a mucha altura, llegó a un talan grande, parecido al puente de un navío.  Sobre el talan había una casa, tan grande que en tierra hubiese podido servir de habitación a los hombres.  Entró detrás de Haldir y descubrió que estaba en una cámara ovalada y en el medio crecía el tronco del gran mallorn, ahora ya adelgazándose pero todavía un pilar de amplia circunferencia.

      Una luz clara iluminaba aquel espacio; las paredes eran verdes y plateadas y el techo de oro.  Había muchos elfos sentados.  En dos asientos que se apoyaban en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y Galadriel.  Se incorporaron para dar la bienvenida a los huéspedes, según la costumbre de los elfos, aun de aquellos que eran considerados reyes poderosos.  Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves.  Estaban vestidos de blanco y los cabellos de la Dama eran de oro y los cabellos del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había ningún signo de vejez en ellos, excepto quizás en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas y sin embargo profundos, como pozos de recuerdos.

      Haldir llevó a Frodo ante ellos y el Señor le dio la bienvenida en la lengua de los hobbits.  La Dama Galadriel no dijo nada pero contempló largamente el rostro de Frodo.

      -¡Siéntate junto a mí, Frodo de la Comarca! -dijo Celeborn-.  Hablaremos cuando todos hayan llegado.

      Saludó cortésmente a cada uno de los compañeros, llamándolos por sus nombres.

      -¡Bien venido, Aragorn, hijo de Arathorn! -dijo-.  Han pasado treinta y ocho años del mundo exterior desde que viniste a estas tierras; y esos años pesan sobre ti.  Pero el fin está próximo, para bien o para mal. ¡Descansa aquí de tu carga por un momento!

      »¡Bien venido, hijo de Thranduil!  Pocas veces las gentes de mi raza vienen aquí del Norte.

      »¡Bien venido, Gimli, hijo de Glóin!  Hace mucho en verdad que no se ve a alguien del pueblo de Durin en Caras Galadon.  Pero hoy hemos dejado de lado esa antigua ley.  Quizás es un anuncio de mejores días, aunque las sombras cubran ahora el mundo, y de una nueva amistad entre nuestros pueblos.

Gimli hizo una profunda reverencia.

 

 

                Cuando todos los huéspedes terminaron de sentarse, el Señor los miró de nuevo. -Aquí hay ocho -dijo-.  Partieron nueve, así decían los mensajes.  Pero quizás hubo algún cambio en el Concilio y no nos enteramos.  Elrond está lejos y las tinieblas crecen alrededor, este año más que nunca.

      -No, no hubo cambios en el Concilio -dijo la Dama Galadriel hablando por vez primera.  Tenía una voz clara y musical, aunque de tono grave-.  Gandalf el Gris partió con la Compañía, pero no cruzó las fronteras de este país.  Contadnos ahora dónde está, pues mucho he deseado hablar con él otra vez.  Pero no puedo verlo de lejos, a menos que pase de este lado de las barreras de Lothlórien; lo envuelve una niebla gris y no sé por dónde anda ni qué piensa.

      -¡Ay! - dijo Aragorn -. Gandalf el Gris ha caído en la sombra.  Se demoró en Moria y no pudo escapar.

      Al oír estas palabras todos los elfos de la sala dieron grandes gritos de dolor y de asombro.

      -Una noticia funesta -dijo Celeborn-, la más funesta que se haya anunciado aquí en muchos años de dolorosos acontecimientos. -Se volvió a Haldir.- ¿Por qué no me dijeron nada hasta ahora? -preguntó en la lengua élfica.

      -No le hemos hablado a Haldir ni de lo que hicimos ni de nuestros propósitos -dijo Legolas-.  Al principio nos sentíamos cansados y el peligro estaba aún demasiado cerca; y luego casi olvidamos nuestra pena durante un tiempo, mientras veníamos felices por los hermosos senderos de Lórien.

      -Nuestra pena es grande sin embargo y la pérdida no puede ser reparada -dijo Frodo-.  Gandalf era nuestro guía y nos condujo a través de Moria, y cuando parecía que ya no podíamos escapar, nos salvó y cayó.

      -¡Contadnos toda la historia! -dijo Celeborn.

Entonces Aragorn contó todo lo que había ocurrido en el paso de Caradhras y en los días que siguieron, y habló de Balin y del libro y de la lucha en la Cámara de Mazarbul y el fuego y el puente angosto y la llegada del Terror.

      -Un mal del Mundo Antiguo me pareció, algo que nunca había visto antes -dijo Aragorn-.  Era a la vez una sombra y una llama, poderosa y terrible.

      -Era un Balrog de Morgoth -dijo Legolas-; de todos los azotes de los elfos el más mortal, excepto aquel que reside en la Torre Oscura.

      -En verdad vi en el puente a aquel que se nos aparece en las peores pesadillas, vi el Daño de Durin -dijo Gimli en voz baja y el miedo le asomó a los ojos.

      -¡Ay! -dijo Celeborn-.  Temimos durante mucho tiempo que hubiese algo terrible durmiendo bajo el Caradhras.  Pero si hubiese sabido que los enanos habían reanimado este mal en Moria, yo te hubiera impedido pasar por las fronteras del norte, a ti y a todos los que iban contigo.  Y hasta se podría decir quizá que Gandalf cayó al fin de la sabiduría a la locura, metiéndose sin necesidad en las redes de Moria.

      -Sería imprudente en verdad quien dijera tal cosa -dijo con aire grave Galadriel-.  En todo lo que hizo Gandalf en vida no hubo nunca nada inútil.  Quienes lo seguían no estaban enterados de lo que pensaba y no pueden explicarnos lo que él se proponía.  De cualquier modo estos seguidores no tuvieron ninguna culpa.  No te arrepientas de haber dado la bienvenida al enano.  Si nuestra gente hubiese vivido mucho tiempo lejos de Lothlórien, ¿quién de los Galadrim, incluyendo a Celeborn el Sabio, hubiera pasado cerca sin el deseo de ver el antiguo hogar, aunque se hubiese convertido en morada de dragones?

      »Oscuras son las aguas del Kheled-zâram y frías son las fuentes del Kibil-nâla y hermosas eran las salas de columnas de Khazad-dûm en los Días Antiguos antes que los reyes poderosos cayeran bajo la piedra.

      Galadriel miró a Gimli que estaba sentado y triste y le sonrió.  Y el enano, al oír aquellos nombres en su propia y antigua lengua, alzó los ojos y se encontró con los de Galadriel y le pareció que miraba de pronto en el corazón de un enemigo y que allí encontraba amor y comprensión.  El asombro le subió a la cara y en seguida respondió con una sonrisa.

      Se incorporó torpemente y saludó con una reverencia al modo, de los Enanos diciendo: -Pero más hermoso aún es el país viviente de Lórien, y la Dama Galadriel está por encima de todas las joyas de la tierra.

 

 

   Hubo un silencio.  Al fin Celeborn volvió a hablar.

      -Yo no sabía que vuestra situación era tan mala -dijo-.  Que Gimli olvide mis palabras duras; hablé con el corazón perturbado.  Haré todo lo que pueda por ayudaros, a cada uno de acuerdo con sus deseos y necesidades, pero en especial al pequeño que lleva la carga.

      -Conocemos tu misión -dijo Galadriel mirando a Frodo-, pero no hablaremos aquí más abiertamente.  Quizá podamos probar que no habéis venido en vano a esta tierra en busca de ayuda, como parecía ser el propósito de Gandalf.  Pues se dice del Señor de los Galadrim que es el más sabio de los Elfos de la Tierra Media y un dispensador de dones que superan los poderes de los reyes.  Ha residido en el oeste desde los tiempos del alba y he vivido con él innumerables años, pues crucé las montañas antes de la caída de Norgothrond o Gondolin y juntos hemos combatido durante siglos la larga derrota.

      »Yo fui quien convocó por vez primera el Concilio Blanco, y si hubiera podido llevar adelante mis designios, Gandalf el Gris hubiese presidido la reunión y quizá las cosas hubieran pasado entonces de otro modo.  Pero aún ahora queda alguna esperanza.  No os aconsejaré que hagáis esto o aquello.  Pues si puedo ayudaros no será con actos o maquinaciones, O decidiendo que toméis tal o cual rumbo, sino por el conocimiento de lo que ha sido y lo que es y en parte de lo que será.  Pero te diré esto: tu misión marcha ahora por el filo de un cuchillo.  Un solo paso en falso y fracasará, para ruina de todos.  Hay esperanzas sin embargo mientras todos los miembros de la Compañía continúen siendo fieles.

      Y con estas palabras los miró a todos y en silencio escrutó el rostro de cada uno.  Nadie excepto Legolas y Aragorn soportó mucho tiempo esta mirada.  Sam enrojeció en seguida y bajó la cabeza.

      Por último la Dama Galadriel dejó de observarlos y sonrió. -Que vuestros corazones no se turben -dijo-.  Esta noche dormiréis en paz.

      En seguida ellos suspiraron y se sintieron cansados de pronto, como si hubiesen sido interrogados a fondo mucho tiempo, aunque no se había dicho abiertamente ninguna palabra.

      -Podéis iros -dijo Celeborn-.  El dolor y los esfuerzos os han agotado.  Aunque vuestra misión no nos concerniese de cerca, podríais quedaros en la ciudad hasta que os sintierais curados y recuperados.  Ahora id a descansar y durante un tiempo no hablaremos de vuestro camino futuro.

 

 

   Aquella noche la Compañía durmió en el suelo, para gran satisfacción de los hobbits.  Los elfos prepararon para ellos un pabellón entre los árboles próximos a la fuente y allí pusieron unos lechos mullidos; luego murmuraron palabras de paz con dulces voces élficas y los dejaron.  Durante un rato los viajeros hablaron de cómo habían pasado la noche anterior en las copas de los árboles, de la marcha del día, del Señor y de la Dama, pues no estaban todavía en ánimo de mirar más atrás.

      -¿Por qué enrojeciste, Sam? -dijo Pippin-.  Te turbaste en seguida.  Cualquiera hubiese pensado que tenías mala conciencia.  Espero que no haya sido nada peor que un plan retorcido para robarme una manta.

      -Nunca pensé nada semejante -dijo Sam que no tenía ánimos para bromas-.  Si quiere saberlo, me sentí como si no tuviera nada encima y no me gustó.  Me pareció que ella estaba mirando dentro de mí y preguntándome qué haría yo si ella me diera la posibilidad de volver volando a la Comarca y a un bonito y pequeño agujero con un jardincito propio.

      -Qué raro -dijo Merry-.  Casi exactamente lo que yo sentí, sólo que... bueno, creo que no diré más -concluyó con una voz débil.

      A todos ellos, parecía, les había ocurrido algo semejante: cada uno había sentido que se le ofrecía la oportunidad de elegir entre una oscuridad terrible que se extendía ante él y algo que deseaba entrañablemente, y para conseguirlo sólo tenía que apartarse del camino y dejar a otros el cumplimiento de la misión y la guerra contra Sauron.

      -Y a mí me pareció también -dijo Gimli- que mi elección permanecería en secreto y que sólo yo lo sabría.

      -Para mí fue algo muy extraño -dijo Boromir-.  Quizá fue sólo una prueba y ella quería leernos el pensamiento con algún buen propósito, pero yo casi hubiera dicho que estaba tentándonos y ofreciéndonos algo que dependía de ella.  No necesito decir que me rehusé a escuchar.  Los hombres de Minas Tirith guardan la palabra empeñada.

      Pero lo que le había ofrecido la Dama, Boromir no lo dijo.

      En cuanto a Frodo se negó a hablar, aunque Boromir lo acosó con preguntas.

      -Te miró mucho tiempo, Portador del Anillo -dijo.

      -Sí -dijo Frodo-, pero lo que me vino entonces a la mente ahí se quedará.

      -Pues bien, ¡ten cuidado! -dijo Boromir-.  No confío demasiado en esta Dama Elfica y en lo que se propone.

      -¡No hables mal de la Dama Galadriel! -dijo Aragorn con severidad-.  No sabes lo que dices.  En ella y en esta tierra no hay ningún mal, a no ser que un hombre lo traiga aquí él mismo.  Y entonces ¡que él se cuide!  Pero esta noche y por vez primera desde que dejamos Rivendel dormiré sin ningún temor. ¡Y ojalá duerma profundamente y olvide un rato mi pena!  Tengo el cuerpo y el corazón cansados.

      Se echó en la cama y cayó en seguida en un largo sueño.

      Los otros pronto hicieron lo mismo y durmieron sin ser perturbados por ruidos o sueños.  Cuando despertaron vieron que la luz del día se extendía sobre la hierba ante el pabellón y que el agua de la fuente se alzaba y caía refulgiendo a la luz del sol.

 

 

   Se quedaron algunos días en Lothlórien, o por lo menos eso fue lo que ellos pudieron decir o recordar más tarde.  Todo el tiempo que estuvieron allí brilló el sol, excepto en los momentos en que caía una lluvia suave que dejaba todas las cosas nuevas y limpias.  El aire era fresco y dulce, como si estuviesen a principios de la primavera, y sin embargo sentían alrededor la profunda y reflexiva quietud del invierno.  Les pareció que casi no tenían otra ocupación que comer y beber y descansar y pasearse entre los árboles; y esto era suficiente.

      No habían vuelto a ver al Señor y a la Dama y apenas conversaban con el resto de los elfos, pues eran pocos los que hablaban otra cosa que la lengua silvana.  Haldir se había despedido de ellos y había vuelto a las defensas del norte, muy vigiladas ahora luego que la Compañía había traído aquellas noticias de Moria.  Legolas pasaba muchas horas con los Galadrim y luego de la primera noche ya no durmió con sus compañeros, aunque regresaba a comer y hablar con ellos.  A menudo se llevaba a Gimli para que lo acompañara en algún paseo y a los otros les asombró este cambio.

      Ahora, cuando los compañeros estaban sentados o caminaban juntos, hablaban de Gandalf y todo lo que cada uno había sabido o visto de él les venía claramente a la memoria.  A medida que se curaban las heridas y el cansancio del cuerpo, el dolor de la pérdida de Gandalf se hacía más agudo.  A menudo oían voces élficas que cantaban cerca y eran canciones que lamentaban la caída del mago, pues alcanzaban a oír su nombre entre palabras dulces y tristes que no entendían.

      Mithrandir, Mithrandir, cantaban los elfos, ¡oh Peregrino Gris!  Pues así les gustaba llamarlo.  Pero si Legolas estaba entonces con la Compañía no les traducía las canciones, diciendo que no se consideraba bastante hábil y que para él la pena estaba aún demasiado cerca y era un tema para las lágrimas y no todavía para una canción.

      Fue Frodo el primero que expresó su dolor en palabras titubeantes.  Pocas veces sentía el impulso de componer canciones o versos; aun en Rivendel había escuchado y no había cantado él mismo, aunque recordaba muchas cosas de otros.  Pero ahora sentado junto a la fuente de Lórien y escuchando las voces de los elfos que hablaban de Gandalf, se le ocurrió una canción que a él le parecía hermosa, pero cuando trató de repetírsela a Sam sólo quedaron unos fragmentos, apagados como un manojo de flores marchitas.

 

Cuando la tarde era gris en la Comarca

se oían sus pasos en la colina;

y se iba antes del alba

en silencio a sitios remotos.

 

De las Tierras Asperas a la costa del este,

del desierto del norte a las lomas del sur,

por antros de dragones y puertas ocultas

y bosques oscuros iba a su antojo.

 

Con enanos y hobbits, con ellos y con hombres,

con gentes mortales e inmortales,

con pájaros en árboles y bestias en madrigueras,

en lenguas secretas hablaba.

 

Una espada mortal, una mano benigna,

una espalda que la carga doblaba;

una voz de trompeta, una antorcha encendida,

un peregrino fatigado.

 

Señor de sabiduría entronizado,

de cólera viva y de rápida risa;

un viejo de gastado sombrero

que se apoya en una vara espinosa.

 

Estuvo solo sobre el puente

desafiando al Fuego y la Sombra;

la vara se le quebró en la piedra,

y su sabiduría murió en Khazad-dûm.

 

      -¡Bueno, pronto derrotará al señor Bilbo! -dijo Sam.

      -No, temo que no –dijo Frodo-, pero no soy capaz de nada mejor. -En todo caso, señor Frodo, si un día tiene ganas de componer algo más, espero que diga una palabra de los fuegos de artificio.  Algo así:

 

Los más hermosos fuegos nunca vistos:

estallaban en estrellas azules y verdes,

y después de los truenos un rocío de oro

caía como una lluvia de flores.

 

      »Aunque esto no le hace justicia, lejos de eso.

      -No, te lo dejo a ti, Sam. O quizás a Bilbo.  Pero... bueno, no puedo seguir hablando.  No soporto la idea de darle la noticia a Bilbo.

 

 

   Una tarde Frodo y Sam se paseaban al aire fresco del crepúsculo.

      Los dos se sentían de nuevo inquietos.  La sombra de la partida había caído de pronto sobre Frodo; sabía de algún modo que no faltaba mucho tiempo para que tuvieran que dejar Lothlórien.

      -¿Qué piensas ahora de los elfos, Sam? - dijo -. Ya una vez te hice esta pregunta, hace tanto tiempo, parece; pero los has visto mucho más desde entonces.

      -¡Muy cierto! - dijo Sam -. Y yo diría que hay elfos y elfos.  Todos son bastante élficos, pero no iguales.  Estos de aquí por ejemplo no son gente errante o sin hogar y se parecen más a nosotros; parecen pertenecer a este sitio, más aún que los hobbits a la Comarca.  No sé si hicieron el país o si el país los hizo a ellos, es difícil decirlo, si usted me entiende.  Hay una tranquilidad maravillosa aquí.  Se diría que no pasa nada y que nadie quiere que pase.  Si se trata de alguna magia está muy escondida, en algún sitio que no puedo tocar con las manos, por así decir.

      -Puedes sentirla y verla en todas partes -dijo Frodo.

 

                -Bueno -dijo Sam-, no se ve a nadie trabajando en eso.  Ningún fuego de artificio, como el pobre viejo Gandalf acostumbraba mostrar.  Me pregunto por qué no hemos vuelto a ver al Señor y a la Dama en todos estos días.  Se me ocurre que ella podría hacer algunas cosas maravillosas, si quisiera. ¡Me gustaría tanto ver alguna magia élfica, señor Frodo!

      -A mí no -dijo Frodo-.  Estoy satisfecho.  Y no echo de menos los fuegos artificiales de Gandalf, pero sí sus cejas espesas y su cólera y su voz.

      -Tiene razón -dijo Sam-.  Y no crea que estoy buscando defectos.  Siempre he querido ver un poco de magia, como esa de que se habla en las viejas historias, pero nunca supe de una tierra mejor que ésta.  Es como estar en casa y de vacaciones al mismo tiempo, si usted me entiende.  No quiero irme.  De todos modos, estoy empezando a sentir que si tenemos que irnos lo mejor sería irse en seguida.

      »El trabajo que nunca se empieza es el que más tarda en terminarse, como decía mi padre.  Y no creo que estas gentes puedan ayudarnos mucho más, magia y no magia.  Estoy pensando que cuando dejemos estas tierras extrañaremos a Gandalf más que nunca.

      -Temo que eso sea demasiado cierto, Sam -dijo Frodo-.  Sin embargo espero de veras que antes de irnos podamos ver de nuevo a la Dama de los elfos.

      Estaban todavía hablando cuando vieron que la Dama Galadriel se acercaba como respondiendo a las palabras de Frodo.  Alta y blanca y hermosa, caminaba entre los árboles.  No les habló, pero les indicó que se acercaran.

      Volviéndose, la Dama Galadriel los condujo hacia las faldas del sur de Caras Galadon y luego de cruzar una cerca verde y alta entraron en un jardín cerrado.  No tenía árboles y el cielo se abría sobre él.  La estrella de la tarde se había levantado y brillaba como un fuego blanco sobre los bosques del oeste.  Descendiendo por una larga escalera, la Dama entró en una profunda cavidad verde, por la que corría murmullando la corriente de plata que nacía en la fuente de la colina.  En el fondo de la cavidad, sobre un pedestal bajo, esculpido como un árbol frondoso, había un pilón de plata, ancho y poco profundo, y al lado un jarro también de plata.

      Galadriel llenó el pilón hasta el borde con agua del arroyo y sopló encima, y cuando el agua se serenó otra vez les habló a los hobbits.

      -He aquí el Espejo de Galadriel -dijo-.  Os he traído aquí para que miréis, si queréis hacerlo.

      El aire estaba muy tranquilo y el valle oscuro, y la Dama era alta y pálida.

      -¿Qué buscaremos y qué veremos? -preguntó Frodo con un temor reverente.

      -Puedo ordenarle al espejo que revele muchas cosas -respondió ella- y a algunos puedo mostrarles lo que desean ver.  Pero el espejo muestra también cosas que no se le piden y éstas son a menudo más extravías y más provechosas que aquellas que deseamos ver.  Lo que verás, si dejas en libertad al espejo, no puedo decirlo.  Pues muestra cosas que fueron y cosas que son y cosas que quizá serán.  Pero lo que ve, ni siquiera el más sabio puede decirlo. ¿Deseas mirar?

      Frodo no respondió.

      -¿Y tú? -dijo ella volviéndose a Sam-.  Pues esto es lo que tu gente llama magia, aunque no entiendo claramente qué quieren decir, y parece que usaran la misma palabra para hablar de los engaños del enemigo.  Pero ésta, si quieres, es la magia de Galadriel. ¿No dijiste que querías ver la magia de los elfos?

      -Sí -dijo estremeciéndose, sintiendo a la vez miedo y curiosidad-.  Echaré una mirada, Señora, si me permite.

      En un aparte le dijo a Frodo:

      -No me disgustaría mirar un poco lo que ocurre en casa.  He estado tanto tiempo fuera.  Pero lo más probable es que sólo vea las estrellas, o algo que no entenderé.

      -Lo más probable -dijo la Dama con una sonrisa dulce-.  Pero acércate y verás lo que puedas. ¡No toques el agua!

      Sam subió al pedestal y se inclinó sobre el pilón.  El agua parecía dura y sombría y reflejaba las estrellas.

      -Hay sólo estrellas, como pensé -dijo.

Casi en seguida se sobresaltó y contuvo el aliento pues las estrellas se extinguían.  Como si hubiesen descorrido un velo oscuro, el espejo se volvió gris y luego se aclaró.

 El sol brillaba y las ramas de los árboles se movían en el viento.  Pero antes que Sam pudiera decir qué estaba viendo, la luz se desvaneció; y en seguida creyó ver a Frodo, de cara pálida, durmiendo al pie de un risco grande y oscuro.  Luego le pareció que se veía a sí mismo yendo por un pasillo tenebroso y subiendo por una interminable escalera de caracol.  Se le ocurrió de pronto que estaba buscando algo con urgencia, pero no podía saber qué.  Como un sueño la visión cambió y volvió atrás y mostró de nuevo los árboles.  Pero esta vez no estaban tan cerca y Sam pudo ver lo que ocurría: no oscilaban en el viento, caían ruidosamente al suelo.

      -¡Eh! - gritó Sam indignado -. Ahí está ese Ted Arenas derribando los árboles que no tendría que derribar.  Son los árboles de la avenida que está más allá del Molino y que dan sombra al camino de Delagua.  Si tuviera a ese Ted a mano, ¡lo derribaría a él!

      Pero ahora Sam notó que el Viejo Molino había desaparecido y que estaban levantando allí un gran edificio de ladrillos rojos.  Había mucha gente trabajando.  Una chimenea alta y roja se erguía muy cerca.  Un humo negro nubló la superficie del espejo.

      -Hay algo malo que opera en la Comarca -dijo-.  Elrond lo sabía bien cuando quiso mandar de vuelta al señor Merry. -De pronto Sam dio un grito y saltó hacia atrás.- No puedo quedarme aquí -gritó desesperado-.  Tengo que volver.  Han socavado Bolsón de Tirada y allá va mi pobre padre colina abajo llevando todas sus cosas en una carretilla. ¡Tengo que volver!

      -No puedes volver solo -dijo la Dama-.  No deseabas volver sin tu amo antes de mirar en el espejo y sin embargo sabías que podía ocurrir algo malo en la Comarca.  Recuerda que el espejo muestra muchas cosas y que algunas no han ocurrido aún.  Algunas no ocurrirán nunca, a no ser que quienes miran las visiones se aparten del camino que lleva a prevenirlas.  El espejo es peligroso como guía de conducta.

Sam se sentó en el suelo y se llevó las manos a la cabeza.

      -Desearía no haber venido nunca aquí y no quiero ver más magias -dijo y calló un rato.  Luego habló trabajosamente, como conteniendo el llanto-.  No, volveré por el camino largo junto con el señor Frodo, o no volveré.  Pero espero volver algún día.  Si lo que he visto llega a ser cierto, ¡alguien las pasará muy mal!

 

 

   -¿Quieres mirar tú ahora, Frodo? -dijo la Dama Galadriel-.  No deseabas ver la magia de los elfos y estabas satisfecho.

      -¿Me aconsejáis mirar? -preguntó Frodo.

      -No -dijo ella-.  No te aconsejo ni una cosa ni otra.  No soy una consejera.  Quizás aprendas algo y lo que veas, sea bueno o malo, puede ser de provecho, o no.  Ver es a la vez conveniente y peligroso.  Creo sin embargo, Frodo, que tienes bastante coraje y sabiduría para correr el riesgo, o no te hubiera traído aquí. ¡Haz como quieras!

      -Miraré -dijo Frodo y subiendo al pedestal se inclinó sobre el agua oscura.

      En seguida el espejo se aclaró y Frodo vio un paisaje crepuscular.  Unas montañas oscuras asomaban a lo lejos contra un cielo pálido.  Un camino largo y gris se alejaba serpenteando hasta perderse de vista.  Allá lejos venía una figura descendiendo lentamente por el camino, débil y pequeña al principio, pero creciendo y aclarándose a medida que se acercaba.  De pronto Frodo advirtió que la figura le recordaba a Gandalf.  Iba a pronunciar en voz alta el nombre del mago cuando vio que la figura estaba vestida de blanco y no de gris (un blanco que brillaba débilmente en el atardecer) y que en la mano llevaba un báculo blanco.  La cabeza estaba tan inclinada que Frodo no le veía la cara, y al fin la figura tomó una curva del camino y desapareció de la vista del espejo.  Una duda entró en la mente de Frodo: ¿era ésta una imagen de Gandalf en uno de sus muchos viajes solitarios de otro tiempo, o era Saruman?

      La visión cambió.  Breve y pequeña pero muy vívida alcanzó a ver una imagen de Bilbo que iba y venía nerviosamente por su cuarto.  La mesa estaba cubierta de papeles en desorden; la lluvia golpeaba las ventanas.

      Luego hubo una pausa y en seguida siguieron unas escenas rápidas y Frodo supo de algún modo que eran partes de una gran historia en la que él mismo estaba envuelto.  La niebla se aclaró y vio algo que nunca había visto antes pero que reconoció en seguida: el Mar.  La oscuridad cayó.  El mar se encrespó y se alborotó en una tormenta.  Luego vio contra el sol, que se hundía rojo como sangre en jirones de nubes, la silueta negra de un alto navío de velas desgarradas que venía del oeste.  Luego un río ancho que cruzaba una ciudad populosa.  Luego una fortaleza blanca con siete torres.  Y luego otra vez la nave de velas negras, pero ahora era de mañana y el agua reflejaba la luz, y una bandera con el emblema de una torre blanca brillaba al sol.  Se alzó un humo como de fuego y batalla y el sol descendió de nuevo envuelto en llamas rojas y se desvaneció en una bruma gris; y un barco pequeño se perdió en la bruma con luces temblorosas.  Desapareció y Frodo suspiró y se dispuso a retirarse.

      Pero de pronto el espejo se oscureció del todo, como si se hubiera abierto un agujero en el mundo visible, y Frodo se quedó mirando el vacío.  En ese abismo negro apareció un Ojo, que creció lentamente, hasta que al fin llenó casi todo el espejo.  Tan terrible era que Frodo se quedó como clavado al suelo, incapaz de gritar o de apartar la mirada.  El Ojo estaba rodeado de fuego, pero él mismo era vidrioso, amarillo como el ojo de un gato, vigilante y fijo, y la hendidura negra de la pupila se abría sobre un pozo, una ventana a la nada.

      Luego el Ojo comenzó a moverse, buscando aquí y allá y Frodo supo con seguridad y horror que él, Frodo, era un de esas muchas cosas que el Ojo buscaba.  Pero supo también que el Ojo no podía verlo, no todavía, a menos que él mismo así lo desease.  El Anillo que le colgaba del cuello se hizo pesado, más pesado que una gran piedra y lo obligó a inclinar la cabeza sobre el pecho.  Pareció que el espejo se calentaba y unas volutas de vapor flotaron sobre el agua.  Frodo se deslizó hacia adelante.

      -¡No toques el agua! -le dijo dulcemente la Dama Galadriel.

      La visión desapareció y Frodo se encontró mirando las frías estrellas que titilaban en el pilón.  Dio un paso atrás temblando de pies a cabeza y miró a la Dama.

      -Sé lo que viste al final -dijo ella - pues está también en mi mente. ¡No temas!  Pero no pienses que el país de Lothlórien resiste y se defiende del enemigo sólo con cantos en los árboles, o con las débiles flechas de los arcos élficos.  Te digo, Frodo, que aún mientras te hablo, veo al Señor Oscuro y sé lo que piensa, o al menos lo que piensa en relación con los elfos.  Y él está siempre tanteando, queriendo verme y conocer mis propios pensamientos. ¡Pero la puerta está siempre cerrada!

      La Dama levantó los brazos blancos y extendió las manos hacia el este en un ademán de rechazo y negativa.  Eärendil, la Estrella de la Tarde, la más amada de los elfos, brillaba clara allá en lo alto.  Tan brillante era que la figura de la Dama echaba una sombra débil en la hierba.  Los rayos se reflejaban en un anillo que ella tenía en el dedo y allí resplandecía como oro pulido recubierto de una luz de plata, y una piedra blanca relucía en él como si la Estrella de la Tarde hubiera venido a apoyarse en la mano de la Dama Galadriel.  Frodo miró el anillo con un respetuoso temor, pues de pronto le pareció que entendía.

      -Sí -dijo ella adivinando los pensamientos de Frodo-, no está permitido hablar de él y Elrond tampoco pudo.  Pero no es posible ocultárselo al Portador del Anillo y a alguien que ha visto el Ojo.  En verdad, en el país de Lórien y en el dedo de Galadriel está uno de los Tres.  Este es Nenya, el Anillo de Diamante, y yo soy quien lo guarda.

      »El lo sospecha, pero no lo sabe aún. ¿Entiendes ahora por qué tu venida era para nosotros como un primer paso en el cumplimiento del Destino?  Pues si fracasas, caeremos indefensos en manos del enemigo.  Pero si triunfas, nuestro poder decrecerá y Lothlórien se debilitará, y las marcas del Tiempo la borrarán de la faz de la tierra.  Tenemos que partir hacia el oeste, o transformarnos en un pueblo rústico que vive en cañadas y cuevas, condenados lentamente a olvidar y a ser olvidados.

      Frodo bajó la cabeza. -¿Y vos qué deseáis?

      -Que se cumpla lo que ha de cumplirse -dijo ella-.  El amor de los elfos por esta tierra en que viven y por las obras que llevan a cabo es más profundo que las profundidades del mar, y el dolor que ellos sienten es imperecedero y nunca se apaciguará.  Sin embargo, lo abandonarán todo antes que someterse a Sauron, pues ahora lo conocen.  Del destino de Lothlórien no eres responsable, pero sí del cumplimiento de tu misión.  Sin embargo desearía, si sirviera de algo, que el Anillo Unico no hubiese sido forjado jamás, o que nunca hubiese sido encontrado.

      -Sois prudente, intrépida y hermosa, Dama Galadriel - dijo Frodo y os daré el Anillo Unico, si vos me lo pedís.  Para mí es algo demasiado grande.

      Galadriel rió de pronto con una risa clara.

      -La Dama Galadriel es quizá prudente -dijo-, pero ha encontrado quien la iguale en cortesía.  Te has vengado gentilmente de la prueba a que sometí tu corazón en nuestro primer encuentro.  Comienzas a ver claro.  No niego que mi corazón ha deseado pedirte lo que ahora me ofreces.  Durante muchos largos años me he preguntado qué haría si el Gran Anillo llegara alguna vez a mis manos, ¡y mira!, está ahora a mi alcance.  El mal que fue planeado hace ya mucho tiempo sigue actuando de distintos modos, ya sea que Sauron resista o caiga. ¿No hubiera sido una noble acción, que aumentaría el crédito del Anillo, si se lo hubiera arrebatado a mi huésped por la fuerza o el miedo?

      »Y ahora al fin llega. ¡Me darás libremente el Anillo!  En el sitio del Señor Oscuro instalarás una Reina. ¡Y yo no seré oscura sino hermosa y terrible como la Mañana y la Noche! ¡Hermosa como el Mar y el Sol y la Nieve en la Montaña! ¡Terrible como la Tempestad y el Relámpago!  Más fuerte que los cimientos de la tierra. ¡Todos me amarán y desesperarán!

      Galadriel alzó la mano y del anillo que llevaba brotó una luz que la iluminó a ella sola, dejando todo el resto en la oscuridad.  Se irguió ante Frodo y pareció que tenía de pronto una altura inconmensurable y una belleza irresistible, adorable y tremenda.  En seguida dejó caer la mano, y la luz se extinguió y ella rió de nuevo, y he aquí que fue otra vez una delgada mujer elfa, vestida sencillamente de blanco, de voz dulce y triste.

      -He pasado la prueba -dijo-.  Me iré empequeñeciendo, marcharé al oeste y continuaré siendo Galadriel.

 

 

   Permanecieron largo rato en silencio.  Al fin la Dama habló otra vez. -Volvamos -dijo-.  Tienes que partir en la mañana, pues ya hemos elegido y las mareas del destino están subiendo.

      -Quisiera preguntamos algo antes de partir -dijo Frodo-, algo que ya quise preguntárselo a Gandalf en Rivendel.  Se me ha permitido llevar el Anillo Unico. ¿Por qué no puedo ver todos los otros y conocer los pensamientos de quienes los usan?

      -No lo has intentado -dijo ella-.  Desde que tienes el Anillo sólo te lo has puesto tres veces. ¡No lo intentes!  Te destruiría. ¿No te dijo Gandalf que los Anillos dan poder de acuerdo con las condiciones de cada poseedor?  Antes que puedas utilizar ese poder tendrás que ser mucho más fuerte y entrenar tu voluntad en el dominio de los otros.  Y aun así, como Portador del Anillo y como alguien que se lo ha puesto en el dedo y ha visto lo que está oculto, tus ojos han llegado a ser penetrantes.  Has leído en mis pensamientos más claramente que muchos que se titulan sabios.  Viste el Ojo de aquel que tiene los Siete y los Nueve. ¿Y no reconociste el anillo que llevo en el dedo? ¿Viste tú mi anillo? -preguntó volviéndose hacia Sam.

      -No, Señora -respondió Sam-.  Para decir la verdad, me preguntaba de qué estaban hablando.  Vi una estrella a través del dedo de usted.  Pero si me permiten que hable francamente, creo que mi amo tiene razón.  Yo desearía que tomara usted el Anillo.  Pondría usted las cosas en su lugar.  Impediría que molestasen a mi padre y que lo echaran a la calle.  Haría pagar a algunos por los sucios trabajos en que han estado metidos.

      -Sí -dijo ella-.  Así sería al principio.  Pero luego sobrevendrían otras cosas, lamentablemente.  No hablemos más. ¡Vamos!

 

 

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