12. Información secreta

 

Decir que Bilbo se quedó sin aliento no es suficiente. No hay palabras que alcancen a expresar ese asombro abrumador desde que los Hombres cambiaron el lenguaje que aprendieran de los Elfos, en los días en que el mundo entero era maravilloso. Bilbo había oído antes relatos y cantos sobre tesoros ocultos de dragones, pero el esplendor, la magnificencia, la gloria de un tesoro semejante, no había llegado nunca a imaginarlos. El encantamiento lo traspasó y le colmó el corazón, y entendió el deseo de los enanos; y absorto e inmóvil, casi olvidando al espantoso guardián, se quedó mirando el oro, que sobrepasaba toda cuenta y medida.

Contempló el oro durante un largo tiempo, hasta que arrastrado casi contra su voluntad avanzó sigiloso desde las sombras del umbral, cruzando el salón hasta el borde más cercano de los montículos del tesoro. El dragón dormía encima, una horrenda amenaza aun ahora. Bilbo tomó un copón de doble asa, de los más pesados que podía cargar, y echó una temerosa mirada hacia arriba. Smaug sacudió un ala, desplegó una garra, y el retumbe de los ronquidos cambió de tono.

Entonces Bilbo escapó corriendo. Aunque el dragón no despertó no todavía, pero tumbado allí, en el salón robado, tuvo sueños de avaricia y violencia, mientras el pequeño hobbit regresaba penosamente por el largo túnel. El corazón le saltaba en el pecho, y un temblor más febril que el del descenso le atacaba las piernas, pero no soltaba el copón, y su principal pensamiento era: "¡Lo hice! y esto les demostrará quién soy. ¡Un tendero más que un saqueador, que se creen ellos eso! Bien, no volverán a mencionarlo."

Y tampoco lo mencionó él. Balín estaba encantado de volver a ver al hobbit, y sentía una alegría que era también asombro. Abrazó a Bilbo y lo llevó fuera, al aire libre. Era medianoche y las nubes habían cubierto las estrellas, pero Bilbo continuaba con los ojos cerrados, boqueando y reanimándose con el aire fresco, casi sin darse cuenta de la excitación de los enanos, y de cómo lo alababan y lo palmeaban, y se ponían a su servicio, ellos y todas las familias de los enanos, y las generaciones venideras.

Los enanos aún se pasaban el copón de mano en mano y charlaban animados de la recuperación del tesoro, cuando de repente algo retumbó en el interior de la montaña, como si un antiguo volcán se hubiese decidido a entrar otra vez en erupción. Detrás de ellos la puerta se movió acercándose, y una piedra la bloqueó impidiendo que se cerrara, pero desde las lejanas profundidades y por el largo túnel subían unos horribles ecos de bramidos y de un andar pesado, que estremecía el suelo.

Ante eso los enanos olvidaron su dicha y las seguras jactancias de momentos antes, y se encogieron aterrorizados. Smaug era todavía alguien que convenía recordar. No es nada bueno no tener en cuenta a un dragón vivo, sobre todo si habita cerca. Es posible que los dragones no saquen provecho a todas las riquezas que guardan, pero en general las conocen hasta la última onza, sobre todo después de una larga posesión; y Smaug no era diferente. Había pasado de un sueño intranquilo (en el que un guerrero, insignificante del todo en tamaño, pero provisto de una afilada espada y de gran valor, actuaba de un modo muy poco agradable) a uno ligero, y al fin se espabiló por completo. Había un hálito extraño en la cueva. ¿Podría ser una corriente que venía del pequeño agujero? Nunca se había sentido muy contento con él, aunque era tan reducido, y ahora lo miraba feroz y receloso, preguntándose por qué no lo habría tapado. En los últimos días creía haber oído los ecos indistintos de unos golpes allá arriba. Se movió y estiró el cuello hacia adelante, husmeando.

¡Entonces notó que faltaba el copón!

¡Ladrones! ¡Fuego! ¡Muerte! ¡Nada semejante le había ocurrido desde que llegara por primera vez a la Montaña! La ira del dragón era indescriptible, esa ira que sólo se ve en la gente rica que no alcanza a disfrutar de todo lo que tiene, y que de pronto pierde algo que ha guardado durante mucho tiempo, pero que nunca ha utilizado o necesitado. Smaug vomitaba fuego, el Salón humeaba, las raíces de la Montaña se estremecían. Golpeó en vano la cabeza contra el pequeño agujero, y enroscando el cuerpo, rugiendo como un trueno subterráneo, se precipitó fuera de la guarida profunda, cruzó las grandes puertas, y entró en los vastos pasadizos de la montañapalacio, y fue arriba, hacia la Puerta Principal.

Buscar por toda la montaña hasta atrapar al ladrón y despedazarlo y pisotearlo era el único pensamiento de Smaug. Salió por la Puerta, las aguas se alzaron en un vapor siseante y fiero, y él se elevó ardiendo en el aire, y se posó en la cima de la montaña envuelto en un fuego rojo y verde. Los enanos oyeron el sonido terrible de las alas del dragón, y se acurrucaron contra los muros de la terraza cubierta de hierba, ocultándose detrás de los peñascos, esperando de alguna manera escapar a aquellos ojos terroríficos.

Habrían muerto todos si no fuese por Bilbo, una vez más. ¡Rápido! ¡Rápido! jadeó. ¡La puerta! ¡El túnel! Aquí no estamos seguros.

Los enanos reaccionaron, y ya estaban a punto de arrastrarse al interior del túnel, cuando Bifur dio un grito: ¡Mis primos! Bombur y Bofur. Los hemos olvidado. ¡Están allá abajo en el valle!

Los matará, y también a nuestros poneys, y lo perderemos todo se lamentaron los demás. Nada podemos hacer.

¡Tonterías! dijo Thorin, recobrando su dignidad, No podemos abandonarlos. Entrad, señor Bolsón y Balín, y vosotros dos, Fíli y Kili; el dragón no nos atrapará a todos. Ahora vosotros, los demás, ¿dónde están las cuerdas? ¡De prisa!

Estos fueron tal vez los momentos más difíciles por los que habían tenido que pasar. Los horribles estruendos de la cólera de Smaug resonaban arriba en las distantes cavidades de piedra; en cualquier momento podría bajar envuelto en llamas o volar girando en círculos y descubrirlos allí, al borde del despeñadero, tirando desaforados de las cuerdas. Arriba llegó Bofur, y aún todo seguía en calma. Arriba llegó Bombur resoplando y sin aliento mientras las cuerdas crujían, y aún todo seguía en calma. Arriba llegaron herramientas y fardos con provisiones, y entonces una amenaza se cernió sobre ellos.

Se oyó un zumbido chirriante. Una luz rojiza tocó las crestas de las rocas. El dragón se acercaba.

Apenas tuvieron tiempo para correr de vuelta al túnel, arrastrando y tirando de los fardos, cuando Smaug apareció como un rayo desde el norte, lamiendo con fuego las laderas de la montaña, batiendo las grandes alas en el aire que rugía como un huracán. El aliento arrasó la hierba ante la puerta y alcanzó la grieta por donde habían entrado a esconderse, y los chamuscó, Unos fuegos crepitantes se elevaban saltando, y las sombras de las piedras negras danzaban en torno, Entonces, mientras el dragón pasaba otra vez volando, cayó la oscuridad. Los poneys chillaron de terror, rompieron las cuerdas y escaparon al galope. El dragón dio media vuelta, corrió tras ellos, y desapareció.

¡Este será el final de nuestras pobres bestias! dijo Thorin Nada que Smaug haya visto puede escapársele. ¡Aquí estamos y aquí tendremos que estar, a menos que a alguien se le ocurra volver a pie hasta el río, y con Smaug al acecho!

¡No era un pensamiento agradable! Se arrastraron túnel abajo estremeciéndose, aunque hacía calor y el aire era pesado, y allí esperaron hasta que el alba pálida se coló por la rendija de la puerta. Durante toda la noche pudieron oír una y otra vez el creciente fragor del dragón, que volaba y pasaba junto a ellos, y se perdía dando vueltas y vueltas a la montaña, buscándolos en las laderas.

Los poneys y los restos del campamento le hicieron suponer que unos hombres habían venido del río y el lago, escalando la ladera de la montaña desde el valle. Pero la puerta resistió la inquisitiva mirada, y la pequeña nave de paredes altas contuvo las llamas más feroces. Largo tiempo llevaba ya al acecho sin ningún resultado cuando el alba enfrió la cólera de Smaug, que regresó al lecho dorado para dormir y reponer fuerzas. No olvidaría ni perdonaría el robo, ni aunque mil años lo convirtiesen en una piedra humeante; él seguiría esperando. Despacio y en silencio se arrastró de vuelta a la guarida, y cerró a medias los ojos.

Cuando llegó la mañana, el terror de los enanos disminuyó. Entendieron que peligros de esta índole eran inevitables con semejante guardián, y que por ahora no servía de nada abandonar la búsqueda. Pero tampoco podían escapar, como Thorin había apuntado. Los poneys estaban muertos o perdidos, y Bilbo y los enanos tendrían que esperar a que Smaug dejara de vigilarlos, antes de que se atrevieran a recorrer a pie el largo camino. Por fortuna conservaban buena parte de las provisiones, que aún podían durarles un tiempo. Discutieron largamente sobre el próximo paso, pero no encontraron modo de deshacerse de Smaug, que siempre había sido el punto débil de todos los planes, como Bilbo se adelantó a señalar. Luego, como ocurre con las gentes que no saben qué hacer ni qué decir, empezaron a quejarse del hobbit, culpándolo por lo que en un principio tanto les había agradado: apoderarse de una copa y despertar tan pronto la cólera de Smaug.

¿Qué otra cosa se supone que ha de hacer un Saqueador? les preguntó Bilbo enfadado. A mi no me encomendaron matar dragones, lo que es trabajo de guerreros, sino robar el tesoro. Hice hasta ahora lo que creía mejor. ¿Acaso pensabais que regresaría trotando, con todo el botín de Thror a mis espaldas? Si vais a quejaros, creo que tengo derecho a dar mi opinión. Tendríais que haber traído quinientos saqueadores y no uno. Estoy seguro de que esto honra a vuestro abuelo, pero recordad que nunca me hablasteis con claridad de las dimensiones del tesoro. Necesitaría centenares de anos para subirlo todo hasta aquí, aunque yo fuese cincuenta veces más grande, y Smaug tan inofensivo cómo un conejo.

Por supuesto, los enanos se disculparon. ¿Entonces qué nos propones, señor Bolsón? preguntó Thorin cortésmente.

-Por el momento no se me ocurre nada, si te refieres a trasladar el tesoro. Para eso, como es obvio, necesitamos que la suerte cambie, y que podamos deshacernos de Smaug. Deshacerse de dragones es algo que no está para nada en mi línea, pero trataré de pensarlo lo mejor que pueda. Personalmente no tengo ninguna esperanza, y desearía estar de vuelta en casa y a salvo.

¡Deja eso por el momento! ¿Qué haremos ahora?

Bien, si realmente quieres mi consejo, te diré que no tenemos nada que hacer excepto quedarnos donde estamos. Seguro que durante el día podremos arrastrarnos fuera y tomar aire fresco sin ningún peligro. Quizá pronto sea posible elegir a uno O dos para que regresen al depósito junto al río y traigan más víveres. Pero entretanto, y por la noche, todos tienen que quedarse bien metidos en el túnel.

"Bien, os haré una proposición. Tengo aquí mi anillo, y descenderé este mismo mediodía, pues a esa hora Smaug estará echando una siesta, y quizá algo ocurra. 'Todo gusano tiene su punto débil', como solía decir mi padre, aunque estoy seguro de que nunca llegó a comprobarlo él mismo.

Por supuesto, los enanos aceptaron en seguida la proposición. Ya habían llegado a respetar al pequeño Bilbo. Ahora se había convertido en el verdadero líder de la aventura. Empezaba a tener ideas y planes propios. Cuando llegó el mediodía, se preparó para otra expedición al interior de la Montaña. No le gustaba nada, clara está, pero no era tan malo ahora que sabía de algún modo lo que le esperaba delante. Si hubiese estado más enterado de las mañas astutas de los dragones, podría haberse sentido más asustado y menos seguro de sorprenderlo mientras dormía.

El sol brillaba cuando partió, pero el túnel estaba tan oscuro como la noche. A medida que descendía, la luz de la puerta entornada iba desvaneciéndose. Tan silenciosa era la marcha de Bilbo que el humo arrastrado por una brisa apenas hubiera podido aventajarlo, y empezaba a sentirse un poco orgulloso de sí mismo mientras se acercaba a la puerta inferior. Lo único que se veía era un resplandor muy tenue.

"El viejo Smaug está cansado y dormido", pensó. "No puede verme y no me oirá. ¡Animo, Bilbo!" Había olvidado el sentido del olfato de los dragones, o quizá nadie se lo había dicho antes. Un detalle que también conviene tener en cuenta es que pueden dormir con un ojo entornado, si tiene algún recelo.

En realidad, Smaug parecía profundamente dormido, casi muerto y apagado, con un ronquido que era apenas unas bocanadas de vapor invisible, cuando Bilbo se asomó otra vez desde la entrada. Estaba a punto de dar un paso hacia el salón cuando alcanzó a ver un repentino rayo rojo, débil y penetrante, que venía de la caída ceja izquierda de Smaug. ¡Sólo se hacía el dormido! ¡Vigilaba la entrada del túnel! Bilbo dio un rápido paso atrás y bendijo la suerte de haberse puesto el anillo. Entonces Smaug habló:

¡Bien, ladrón! Te huelo y te siento. Oigo cómo respiras. ¡Vamos! ¡Sírvete de nuevo, hay mucho y de sobra!

Pero Bilbo no era tan ignorante en materia de dragones como para acercarse, y si Smaug esperaba conseguirlo con tanta facilidad, quedó decepcionado. ¡No gracias, oh Smaug el Tremendo! replicó el hobbit No vine a buscar presentes. Sólo deseaba echarte un vistazo y ver si eras tan grande como en los cuentas. Yo no lo creía.

¿Lo crees ahora? dijo el dragón un tanto halagado, pero escéptico.

En verdad canciones y relatos quedan del todo cortos frente a la realidad, ¡oh Smaug, la Más Importante, la Más Grande de las Calamidades! replicó Bilbo.

Tienes buenos modales para un ladrón y un mentiroso dijo el dragón. Pareces familiarizado con mi nombre, pero no creo haberte olido antes. ¿Quién eres y de dónde vienes, si puedo preguntar?

¡Puedes, ya lo creo! Vengo de debajo de la colina, y por debajo de las colinas y sobre las colinas me condujeron los senderos. Y por el aire. Yo soy el que camina sin ser visto.

Eso puedo creerlo dijo Smaug, pero no me parece que te llamen así comúnmente.

Yo soy el descubreindicios, el cortatelarañas, la, mosca de aguijón. Fui elegido por el número de la suerte.

¡Hermosos títulos! se mofó el dragón, Pero los números de la suerte no siempre la traen.

Yo soy el que entierra a sus amigos vivos, y los ahoga y los saca vivos otra vez de las aguas. Yo vengo de una bolsa cerrada, pero no he estado dentro de ninguna bolsa.

Estos últimos ya no me suenan tan verosímiles se burló Smaug.

Yo soy el amigo de los osos y el invitado de las águilas. Yo soy el Ganador del Anillo y el Porta Fortuna; y yo soy el Jinete de Barril prosiguió Bilbo comenzando a entusiasmarse con sus acertijos.

¡Eso está mejor! dijo Smaug, ¡Pero no dejes que tu imaginación se desboque junto contigo!

Esta es, por supuesto, la manera de dialogar con los dragones, si no queréis revelarles vuestro nombre verdadero (lo que es juicioso), y tampoco queréis enfurecerlos con una negativa categórica (lo que es también muy juicioso). Ningún dragón se resiste a una fascinante charla de acertijos, y a perder el tiempo intentando comprenderla. Había muchas cosas aquí que Smaug no comprendía del todo (aunque espero que sí vosotros, ya que conocéis bien las aventuras de que hablaba Bilbo); sin embargo, pensó que comprendía bastante y ahogó una risa en su malévolo interior.

"Así pensé anoche", se dijo sonriendo. "Hombres del Lago, algún plan asqueroso de esos miserables comerciantes de cubas, los Hombres del Lago, o yo soy una lagartija. No he bajado por ese camino durante siglos y siglos; ¡pero pronto remediaré ese error!"

¡Muy bien, oh Jinete del Barril! dijo en voz alta, Tal vez tu poney se llamaba Barril, y tal vez no, aunque era bastante grueso. Puedes caminar sin que te vean, mas no caminaste todo el camino. Permíteme decirte que anoche me comí seis poneys, y que pronto atraparé y me comeré a todos los demás. A cambio de esa excelente comida, te daré un pequeño consejo, sólo por tu bien: ¡No hagas más tratos con enanos mientras puedas evitarlo!

¡Enanos! dijo Bilbo fingiendo sorpresa.

¡No me hables! dijo Smaug. Conozco el olor (y el sabor) de los enanos mejor que nadie. ¡No me digas que me puedo comer un poney cabalgado por un enano y no darme cuenta! Irás de mal en peor con semejantes amigos, Ladrón Jinete de Barril. No me importa si vuelves y se lo dices a todos ellos de mi parte, Pero no le dijo a Bilbo que había un olor desconcertante que no podía reconocer, el olor de hobbit.

Supongo que conseguiste un buen precio por aquella copa anoche, ¿no? continuó. Vamos, ¿lo conseguiste? ¡Nada de nada! Bien, así son ellos. Y supongo que se quedaron afuera escondidos, y que tu tarea es hacer los trabajos peligrosos y llevarte lo que puedas mientras yo no miro... y todo para ellos. ¿Y tendrás una parte equitativa? ¡No lo creas! Considérate afortunado si sales con vida.

Bilbo empezaba ahora a sentirse realmente incómodo. Cada vez que el ojo errante de Smaug, que lo buscaba en las sombras, relampagueaba atravesándolo, se estremecía de pies a cabeza, y sentía el inexplicable deseo de echar a correr y mostrarse tal cual era, y decir toda la verdad a Smaug. En realidad corría el grave peligro de caer bajo el hechizo del dragón. Juntó coraje, y habló otra vez.

No lo sabes todo, oh Smaug el Poderoso dijo, No sólo el oro nos trajo aquí.

¡Ja, ja! Admites el "nos" rió Smaug. ¿Por qué no dices "nos los catorce" y asunto concluido, señor Número de la Suerte? Me complace oír que tenías otros asuntos aquí, además de mi oro. En ese caso, quizá no pierdas del todo el tiempo.

"No sé si pensaste que aunque pudieses robar el oro poco a poco, en unos cien años o algo así, no podrías llevarlo muy lejos. Y que no te sería de mucha utilidad en la ladera de la montaña. Ni de mucha utilidad en el bosque. ¡Bendita sea! ¿Nunca has pensado en el botín? Una catorceava parte, o algo parecido, fueron los términos, ¿eh? ¿Pero qué hay acerca de la entrega? ¿Qué acerca del acarreo? ¿Qué acerca de guardias armados y peajes? Y Smaug rió con fuerza. Tenía un corazón astuto y malvado, y sabía que estas conjeturas no iban mal encaminadas, aunque sospechaba que los Hombres del Lago estaban detrás de todos los planes, y que la mayor parte del botín iría a parar a la ciudad junto a la ribera, que cuando él era joven se había llamado Esgaroth.

Apenas me creeréis, pero el pobre Bilbo estaba de veras muy desconcertado. Hasta entonces todos sus pensamientos y energías se habían concentrado en alcanzar la Montaña y encontrar la puerta. Nunca se había molestado en preguntarse cómo trasladarían el tesoro, y menos cómo llevaría la parte que pudiera corresponderle por todo el camino de vuelta a Bolsón Cerrado, bajo la Colina.

Una fea sospecha se le apareció ahora en la mente:

¿habían olvidado los enanos también este punto importante, o habían estado riéndose de él con disimulo todo el tiempo? La charla de un dragón causa este efecto en la gente de poca experiencia. Bilbo, desde luego, no tenía que haber bajado la guardia; pero la personalidad de Smaug era en verdad irresistible.

Puedo asegurarte dijo, tratando de mantenerse firme y leal a sus amigos que el oro fue sólo una ocurrencia tardía. Vinimos sobre la colina y bajo la colina, en la ola y el viento, por venganza, seguro que entiendes, oh Smaug el acaudalado invalorable, que con tu éxito te has ganado encarnizados enemigos.

Entonces sí que Smaug rió de veras: un devastador sonido que arrojó a Bilbo al suelo, mientras allá arriba en el túnel los enanos se acurrucaron agrupándose y se imaginaron que el hobbit había tenido un súbito y desagradable fin.

¡Venganza! bufó, y la luz de sus ojos iluminó el salón desde el suelo hasta el techo como un relámpago escarlata. ¡Venganza! El Rey bajo la Montaña ha muerto, ¿y dónde están los descendientes que se atrevan a buscar venganza? Girion, Señor de Valle, ha muerto, y yo me he comido a su gente como un lobo entre ovejas, ¿y dónde están los hijos de sus hijos que se atrevan a acercarse? Yo mato donde quiero y nadie se atreve a resistir. Yo derribé a los guerreros de antaño y hoy no hay nadie en el mundo como yo. Entonces era joven y tierno. ¡Ahora soy viejo y fuerte, fuerte, fuerte, Ladrón de las Sombras! gritó, y echó a Bilbo una mirada satisfecha y maligna ¡Mí armadura es como diez escudos, mis dientes son espadas, mis garras lanzas, mi cola un rayo, mis alas un huracán, y mi aliento muerte!

Siempre entendí dijo Bilbo en un asustado chillido que los dragones son más blandos por debajo, especialmente en esa región del... pecho; pero sin duda alguien tan fortificado ya lo habrá tenido en cuenta.

El dragón interrumpió bruscamente éstas jactancias. Tu información es anticuada espetó. Estoy acorazado por arriba y por abajo con escamas de hierro y gemas duras. Ninguna hoja puede penetrarme.

Tendría que haberlo adivinado dijo Bilbo. En verdad no conozco a nadie que pueda compararse con el Impenetrable Señor Smaug. ¡Qué magnificencia, un chaleco de diamantes!

Sí, es realmente raro y maravilloso dijo Smaug, complacido sin ninguna razón. No sabía que el hobbit había llegado a verle brevemente la peculiar cobertura del pecho, en la visita anterior, y esperaba impaciente la oportunidad de mirar de más cerca, por razones particulares. El dragón se revolcó. ¡Mira! dijo. ¿Qué te parece?

¡Deslumbrante y maravilloso! ¡Perfecto! ¡Impecable! ¡Asombroso! exclamó Bilbo en voz alta, pero lo que pensaba en su interior era: "¡Viejo tonto! ¡Ahí, en el hueco del pecho izquierdo hay una parte tan desnuda como un caracol fuera de casa!"

Habiendo visto lo que quería ver, la única idea del señor Bolsón era marcharse. Bien, no he de detener a Vuestra Magnificencia por más tiempo dijo, ni robarle un muy necesitado reposo. Capturar poneys da algún trabajo, creo, si parten con ventaja. Lo mismo ocurre con los saqueadores añadió como observación de despedida mientras se precipitaba hacia atrás y huía subiendo por el túnel. 

Fue un desafortunado comentario, pues el dragón escupió unas llamas terribles detrás de Bilbo, y aunque él corría pendiente arriba, no se había alejado tanto como para sentirse a salvo antes que Smaug lanzara el cráneo horroroso contra la entrada del túnel. Por fortuna no pudo meter toda la cabeza y las mandíbulas, pero las narices echaron fuego y vapor detrás del hobbit, que casi fue vencido, y avanzó a ciegas tropezando, y con gran dolor y miedo. Se había sentido bastante complacido consigo mismo luego de la astuta conversación con Smaug, pero el error del final le había devuelto bruscamente la sensatez. 

"¡Nunca te rías de dragones vivos, Bilbo imbécil!" se dijo, y esto se convertiría en uno de sus dichos favoritos en el futuro, y se transformaría en un proverbio. "Todavía no terminaste esta aventura" agregó, y esto fue bastante cierto también. 

La tarde se cambiaba en noche cuando salió otra vez y trastabilló y cayó desmayado en el "umbral". Los enanos lo reanimaron y le curaron las quemaduras lo mejor que pudieron; pero pasó mucho tiempo antes de que los pelos de la nuca y los talones le creciesen de nuevo; pues el fuego del dragón los había rizado y chamuscado hasta dejarle la piel completamente des nuda. Entretanto, los enanos trataron de levantarle el ánimo; querían que Bilbo les contara en seguida lo que había ocurrido, y en especial querían saber por qué el dragón había hecho aquel ruido tan espantoso, y cómo Bilbo había escapado. 

Pero el hobbit estaba preocupado e incómodo, y les costó sacarle unas pocas palabras. Pensándolo ahora, lamentaba haberle dicho al dragón algunas cosas, y no tenía ganas de repetirlas. El viejo zorzal estaba posado en una roca próxima, inclinando la cabeza, escuchando todo lo que hablaban. Lo que pasó entonces muestra el malhumor de Bilbo: recogió una piedra y se la arrojó al zorzal. El pájaro aleteó haciéndose a un lado y volvió a posarse. 

¡Maldito pájaro! dijo Bilbo enojado Creo que está escuchando, y no me gusta nada ese aspecto que tiene. 

¡Déjalo en paz! dijo Thorin. Los zorzales son buenos y amistosos: éste es un pájaro realmente muy viejo, y tal vez el último de la antigua estirpe que acostumbraba a vivir en esta región, dóciles a las manos de mi padre y mi abuelo. Era una longeva y mágica raza, y quizá éste sea uno de los que vivían aquí entonces, hace un par de cientos de años o más. Algunos hombres de Valle entendían el lenguaje de estos pájaros, y los mandaban como mensajeros a los hombres del lago y a otras partes. 

Bien, tendrá nuevas que llevar a la Ciudad del Lago entonces, si es eso lo que pretende dijo Bilbo. Aunque supongo que allí no queda nadie que se preocupe por el lenguaje de los zorzales. 

Pero ¿qué ha sucedido? gritaron los enanos ¡Vamos, no interrumpas la historia! 

De modo que Bilbo les contó lo que pudo recordar, y confesó que tenía la desagradable impresión de que el dragón había adivinado demasiado bien todos los acertijos sobre los campamentos y los poneys. Estoy seguro de que sabe de dónde venimos, y que nos ayudaron en Ciudad del Lago; y tengo el hondo presentimiento de que podría ir muy pronto en esa dirección. Desearía no haber hablado nunca del Jinete del Barril; en estos lugares aun un conejo ciego pensaría en los hombres del Lago. 

¡Bueno, bueno! Ya no puede enmendarse, y es difícil no cometer un desliz cuando hablas con un dragón, o así he oído decir lo consoló Balin Yo pienso que lo hiciste muy bien, y de todos modos has descubierto algo muy útil, y has vuelto vivo, y esto es más de lo que puede contar la mayoría de quienes hablaron con gentes como Smaug. Puede ser una suerte, y aun una bendición, saber que ese viejo gusano tiene un sitio desnudo en el chaleco de diamantes. 

Aquello cambió la conversación, y todos empezaron a hablar de matanzas de dragones, históricas, dudosas y míticas; y de las distintas puñaladas, mandobles, estocadas al vientre, y las diferentes artes, trampas y estratagemas por las que tales hazañas habían sido llevadas a cabo. De acuerdo con la opinión general, sorprender a un dragón que echaba una siesta no era tan fácil como parecía, y el intento de golpear o pinchar a uno dormido podía ser más desastroso que un audaz ataque frontal. Mientras ellos hablaban, el zorzal no dejaba de escuchar, hasta que por último, cuando asomaron las primeras estrellas, abrió en silencio las alas y se alejó volando. Y mientras hablaban y las sombras crecían, Bilbo se sentía cada vez más desdichado e inquieto por lo que podía ocurrir. 

Por fin los interrumpió. Sé que aquí no estamos seguros dijo. Y no veo razón para quedarnos. El dragón ha marchitado todo lo que era verde y agradable, y además ha llegado la noche y hace frío. Pero siento en los huesos que este sitio será atacado otra vez. Smaug sabe cómo bajé hasta el salón, y descubrirá dónde termina el túnel. Destruirá toda esta ladera, si es necesario, para impedir que entremos, y si las piedras nos aplastan, más le gustará. 

¡Estás muy siniestro señor Bolsón! dijo Thorin. ¿Por qué Smaug no ha bloqueado entonces el extremo de abajo, si tanto quiere tenernos fuera? No lo ha hecho, o lo habríamos oído. 

No sé, no sé... porque al principio quiso probar a atraerme de nuevo, supongo, y ahora quizá espera porque antes quiere concluir la cacería de la noche, o porque no quiere estropear el dormitorio, si puede evitarlo... pero preferiría que no discutiéramos. Smaug puede aparecer ahora en cualquier momento, y nuestra única esperanza es meternos en el tonel y luego cerrar bien la puerta.

Parecía tan serio que los enanos hicieron al fin lo que decía, aunque se demoraron en cerrar la puerta. Les parecía un plan desesperado, pues nadie sabía si podrían abrirla desde dentro, o cómo, y la idea de quedar encerrados en un sitio cuya única salida cruzaba la guarida del dragón, no les gustaba mucho. Además todo parecía en calma, tanto fuera como abajo en el túnel. De modo que se quedaron sentados dentro un largo rato, no muy lejos de la puerta entornada, y continuaron hablando.

La conversación pasó entonces a comentar las malvadas palabras del dragón acerca de los enanos. Bilbo deseaba no haberlas escuchado jamás, o al menos estar seguro de que los enanos eran en verdad honestos, cuando decían que no habían pensado nunca en lo que ocurriría luego de haber obtenido el tesoro. Sabíamos que sería una aventura desesperada dijo Thorin, y lo sabemos todavía; y pienso todavía que cuando hayamos ganado habrá tiempo de resolver el problema. En cuanto a lo que es tuyo, señor Bolsón, te aseguro que te estamos más que agradecidos, y que escogerás tu propia catorceava parte tan pronto como haya algo que dividir. Lo lamento si estás preocupado acerca del transporte, y admito que las dificultades son grandes (las tierras no se han vuelto menos salvajes con el paso del tiempo, más bien lo contrario), pero haremos lo que podamos por ti, y cargaremos con nuestra parte del costo cuando llegue el momento. ¡Créeme o no, como quieras!

De esto la conversación pasó al gran tesoro escondido, y a las cosas que Thorin y Balin recordaban. Se preguntaron si estarían todavía intactas allí abajo en el salón: las lanzas que habían sido hechas para los ejércitos del Rey Blador el Flaco (muerto tiempo atrás), cada una con una moharra forjada tres veces y astas con ingeniosas incrustaciones de oro, y que nunca habían sido entregadas o pagadas; escudos hechos para guerreros fallecidos hacía tiempo; la gran copa de oro de Thror, de dos asas, martillada y labrada con pájaros y flores de ojos y pétalos enjoyados; cotas impenetrables de malla, de oro y plata; el collar de Girion, Señor de Valle, de quinientas esmeraldas verdes como la hierba que hizo engarzar para la investidura del hijo mayor en una cota de anillos eslabonados que nunca se había hecho antes, pues estaba trabajada en plata pura con el poder y la fuerza del triple acero. Pero lo más hermoso era la gran gema blanca, encontrada por los enanos bajo las raíces de la Montaña, el Corazón de la Montaña, la Piedra del Arca de Thrain.

¡La Piedra del Arca! ¡La piedra del Arca! susurró Thorin en la oscuridad, medio soñando con el mentón sobre las rodillas. ¡Era como un globo de mil facetas; brillaba como la plata al resplandor del fuego, como el agua al sol, como la nieve bajo las estrellas, como la lluvia sobre la Luna!

Pero el deseo encantado del tesoro ya no animaba a Bilbo. A lo largo de la charla, apenas había prestado atención. Era el que estaba más cerca de la puerta, con un oído vuelto a cualquier comienzo de sonido fuera, y el otro atento a los ecos que pudieran resonar por encima del murmullo de los enanos, a cualquier rumor de un movimiento en los abismos.

La oscuridad se hizo más profunda y Bilbo se sentía cada vez más intranquilo. ¡Cerrad la puerta! les rogó El miedo al dragón me estremece hasta los tuétanos. Me gusta mucho menos este silencio que el tumulto de la noche pasada. ¡Cerrad la puerta antes que sea demasiado tarde!

Algo en la voz de Bilbo hizo que los enanos se sintieran incómodos. Lentamente, Thorin se sacudió los sueños de encima, y luego se incorporó y apartó de un puntapié la piedra que calzaba la puerta. En seguida todos la empujaron, y la puerta se cerró con un crujido y un golpe. Ninguna traza de cerradura era visible ahora en el costado de la piedra. ¡Estaban encerrados en la Montana!

¡Y ni un instante demasiado pronto! Apenas habían marchado un trecho túnel abajo, cuando un impacto sacudió la ladera de la Montaña con un estruendo de arietes de roble enarbolados por gigantes La roca retumbó, las paredes se rajaron, y unas piedras cayeron sobre ellos desde el techo. Lo que habría ocurrido si la puerta hubiese estado todavía abierta, no quiero ni pensarlo. Huyeron más allá, túnel abajo, contemos de estar todavía con vida, mientras detrás y fuera oían los rugidos y truenos de la furia de Smaug. Estaba quebrando rocas, aplastando paredes y precipicios con los azotes de la cola enorme, hasta que el terreno encumbrado del campamento, la hierba quemada, la piedra del zorzal, las paredes cubiertas de caracoles, la repisa estrecha desaparecieron con todo lo demás en un revoltijo de pedazos rotos, y una avalancha de piedras astilladas cayó del acantilado al valle.

Smaug había dejado su guarida pisando con cuidado, remontando vuelo en silencio, y luego había flotado pesado y lento en la oscuridad como un grajo monstruoso, bajando con el viento hacia el oeste de la Montaña, esperando atrapar desprevenida a cualquier cosa que estuviera por allí, y espiar además la salida del pasadizo que el ladrón había utilizado. En ese mismo momento estalló en cólera, pues no pudo encontrar a nadie ni vio nada, ni siquiera donde sospechaba que tenía que estar la salida.

Después de haberse desahogado, se sintió mejor y pensó convencido que no sería molestado de nuevo desde ese lugar. Mientras tanto tenía que tomarse otra venganza. ¡Jinete del Barril! bufó. Tus pies vinieron de la orilla del agua, y sin ninguna duda viajaste río arriba. No conozco tu olor, mas si no eres uno de esos Hombres del Lago, ellos te ayudaron al menos. ¡Me verán y recordarán entonces quién es el verdadero Rey bajo la Montaña!

Se elevó en llamas y partió lejos al sur, hacia el Río Rápido.