Ahora
bien, sucedió en cierto tiempo que un viajero de países lejanos, un hombre
de gran
curiosidad, fue llevado, por el deseo de tierras extrañas,
y de caminos y moradas de pueblos inusitados, en un barco hacia el oeste, tan hacia
el oeste, que llegó hasta la Isla Solitaria, Tol Eressëa
en la lengua de las hadas, pero que los Gnomos llamaban Dor Faidwen, la Tierra
de la Liberación, y de ahí nació una gran historia.
Ahora
bien, un día, después, de mucho viajar, llegó cuando las luces de la tarde
se encendían en
no pocas ventanas, al pie de una colina en una vasta
llanura boscosa. Se encontraba ahora en el centro de esta gran isla, y durante muchos días había
recorrido los caminos de la isla, parando cada noche en la casa de la gente que el azar decidiera,
fuera en un villorrio o un pueblo de pro, a la hora de la tarde en que las velas se encienden.
Ahora bien, a esa hora el deseo de ver cosas nuevas disminuye, aun para quien tiene corazón de explorador;
y entonces, aun un hijo de Eärendel
como este viajero piensa sobre todo en la cena y el descanso y contar cuentos
antes de que llegue la hora de irse a la cama y dormir.
Ahora
bien, mientras estaba al pie de la pequeña colina se levantó una brisa leve,
y luego una bandada de grajos voló por encima de él a la clara luz
uniforme. Hacía algún tiempo que el sol se había hundido más allá de las ramas de los olmos que
se extendían por la llanura hasta donde la vista podía alcanzar, y hacía algún tiempo que el oro
tardío se había desvanecido entre las hojas, deslizándose por los claros umbrosos para dormir bajo
las raíces y soñar hasta el alba.
Ahora bien, estos grajos dieron la voz
de bienvenida a casa y con un rápido giro volvieron a posarse en la copa de algún olmo alto en la cima de la
colina. Entonces pensó Eriol (porque así lo llamó después la gente de la isla, y el nombre significa
“El que sueña solo”, pero cuáles fueron sus anteriores nombres no se cuenta en ningún sitio):
“La hora del descanso está cerca, y aunque no sé ni siquiera el nombre de este pueblo aparentemente
honesto en la cumbre de la pequeña colina, buscaré reposo y alojamiento y no seguiré adelante
hasta la mañana, ni siquiera entonces seguiré adelante quizá, porque el lugar parece apacible
y el sabor de la brisa es bueno. Para mí tiene el aspecto de guardar muchos secretos de antaño
y cosas maravillosas y hermosas entre sus tesoros y lugares nobles y también en los corazones de
los que viven dentro de los muros”.
Ahora bien, Eriol venía desde el sur
y por delante de él se extendía un camino recto bordeado por un alto muro de piedra gris sobre el que había muchas
flores, y grandes tejos oscuros en algunos sitios. A través de ellos, mientras subía por el camino,
vio brillar las primeras estrellas, como lo cantó después en un canto que le dedicó a esa bella ciudad.
Ahora
bien, se encontraba en la cima de la colina entre las casas y dando un paso
quizá casual inició el descenso por un sendero serpenteante, hasta
que habiendo bajado un poco por la ladera occidental de la colina, una minúscula vivienda atrajo
su mirada; las cortinas de la ventana dejaban filtrar una luz cálida y deliciosa, como de corazones
contentos. Entonces tuvo nostalgia de amable compañía, y el deseo del viaje murió en él... e
impulsado por un gran anhelo se acercó a la puerta de la cabaña, y llamó y le preguntó a alguien
que acudió y abrió, cuál podría ser el nombre de esta casa y quién vivía en ella. Y le dijeron
que era Mar Vanwa y Tyaliéva, o la Cabaña del Juego Perdido, y el nombre le causó gran asombro.
Vivían allí, le dijeron, Lindo y Vairë que la habían construido hacía muchos años, y con ellos estaban
no pocos de su gente y sus amigos y sus hijos. Y eso le causó más asombro todavía al ver
el tamaño de la casa, pero el que le había abierto, leyendo lo que Eriol pensaba, le dijo: –Pequeña
es la vivienda, pero más pequeños aún son los que moran aquí... porque el que entre en ella
ha de ser en verdad pequeño, o por propia buena voluntad volverse pequeño al pisar el umbral.
Dijo
entonces Eriol que su más caro deseo era entrar en la casa y solicitar de
Vairë y Lindo una noche de cálido hospedaje, si les parecía bien, pues
él tenía voluntad de volverse lo bastante pequeño allí en la puerta. Dijo entonces el otro: –Entra
–y Eriol avanzó y, ¡vaya!, tuvo la impresión de que era una casa amplia y de muy abundante deleite,
y el señor de ella, Lindo, y su esposa, Vairë, se adelantaron a saludarlo; y él sintió
en el corazón una complacencia que nunca había conocido, aunque al desembarcar en la Isla Solitaria
mucha había sido su alegría.
Y cuando
Vairë hubo pronunciado las palabras de bienvenida y Lindo le hubo preguntado
cómo se llamaba y de dónde venía y adónde iba y él dijo que se
llamaba el Forastero y que venía de las Grandes
Tierras, y que iba a donde el deseo de viajar lo llevase, la comida de la
noche fue servida en la vasta sala y a ella fue invitado Eriol. Ahora
bien, en esta sala, a pesar de que era el tiempo del estío, habían sido encendidas tres grandes fogatas:
una en el extremo lejano del recinto y una a cada lado de la mesa, y a excepción de la luz de
estas fogatas, todo estaba en cálida penumbra cuando Eriol entró. Pero en ese momento acudió mucha gente
portando velas de distintos tamaños y formas, en candelabros de variado diseño; muchos
eran de madera tallada y otros de metal batido, y fueron puestos al azar sobre la mesa
central y sobre las de los lados.
En ese
momento sonó un gong a la distancia con dulce clamor, y siguió un ruido como
de muchas risas mezcladas con un gran estrépito de pisadas. Entonces
le dijo Vairë a Eriol al verle la cara llena de feliz asombro: -Esa es la voz de Tombo, el Gong
de los Niños, que se encuentra junto a la Sala
del Juego Recuperado, y suena una vez para convocarlos a esta sala a la hora
de comer y de beber, y tres veces para convocarlos a la Habitación
del Leño Encendido a la hora de contar cuentos. –Y añadió Lindo–. Si al sonar una vez hay risas
en los corredores y estrépito de pisadas, las paredes se sacuden de alegría cuando suena tres
veces a la tarde. Y el sonido de los tres golpes es el momento más feliz del día para Corazoncito
el Custodio del Gong, como lo declara él mismo, que tanta felicidad ha conocido en tiempos de
antaño; y es tan anciano que sus años son incalculables, a pesar de la alegría que lleva en el
alma. Navegó en Wingilot con Eärendel durante este último viaje en el que buscaron a Kôr. Fue el sonido
de este Gong en los Mares Sombríos el que despertó al Durmiente en la Torre de Perlas que
se alza allá lejos al oeste en las Islas del Crepúsculo.
Tanto
subyugaron a Eriol estas palabras, pues le pareció que le abrían un nuevo
mundo muy bello, que nada más oyó hasta que Vairë lo invitó a sentarse.
Levantó entonces la cabeza y ¡he aquí que la sala y todos sus bancos y sillas se habían llenado
de niños de toda especie y tamaño, y salpicados entre ellos había gentes de todo aspecto
y edad! En una cosa se parecían todos: en la cara de cada cual había una expresión de gran felicidad
iluminada por la alegre expectativa de nuevas alegrías y deleites por venir. La suave luz de
las velas también daba sobre todos ellos; resplandecía sobre trenzas brillantes y relumbraba sobre
cabellos oscuros, o aquí y allí ponía un pálido fuego sobre mechones que habían encanecido. Mientras
Eriol estaba mirándolos, todos se pusieron de pie y entonaron en coro el canto del Servicio
de las Carnes. Luego fue traída la comida y puesta delante de ellos, y entonces los que traían
las fuentes y los que servían y los que tendían la mesa, y el anfitrión y la anfitriona, los niños
y el convidado se sentaron; pero antes Lindo bendijo la comida y a los comensales. Mientras comían,
Eriol entró en conversación con Lindo y con su esposa, contándoles historias de sus aventuras
de otro tiempo, especialmente aquellas con que se había topado en el viaje que lo había traído
a la Isla Solitaria, y preguntándoles a su vez muchas cosas referentes a la bella tierra y (sobre todo)
a la bella ciudad en la que se encontraba ahora. Lindo
le dijo:
–Entérate
que hoy, o más probablemente ayer, has cruzado las fronteras de la región
que se llamó Alalminórë o la “Tierra de los Olmos”, que los
Gnomos llaman Gar Lossion o el “Lugar de las Flores”.
Ahora bien, esta región se considera el centro de la isla y es su más bella
región; pero por encima de todas las ciudades y pueblos de Alalminórë está
Koromas o, como algunos la llaman, Kortirion,
y ésta es la ciudad en la que ahora te encuentras. Tanto porque está en el
corazón de la isla como por la altura de su poderosa torre, los que
hablan de ella con amor la llaman la Ciudadela
de la Isla o aun del Mundo. No sólo por este gran amor; toda la isla acude
aquí en busca de sabiduría y dirección, de cantos y de la ciencia
de la tierra; y aquí en un gran korin de olmos vive Meril-i-Turinqi. (Ahora bien, un korin es
un muro circular, ya sea de piedra, de espinos o aun de árboles, que rodea un prado verde.) Meril
lleva la sangre de Inwë, al que los Gnomos llaman Inwithiel, el que fue Rey de todos los Eldar cuando
habitaban Kôr. En días anteriores a que se escuchara el lamento del mundo, Inwë los condujo
a las tierras de los Hombres; pero esas magnas y tristes cosas y cómo los Elfos llegaron a esta
isla bella y solitaria, quizá te las cuente en otra ocasión.
“Pero
al cabo de muchos días, Ingil, hijo de Inwë, viendo que este lugar era muy
hermoso, descansó aquí y reunió alrededor a la mayoría de los más
sabios y los más hermosos, de los más alegres y los más bondadosos de todos los Eldar. Aquí entre
esos muchos llegaron mi padre Valwë,
que fue con Noldorin al encuentro de los Gnomos, y el padre de Vairë, mi esposa,
Tulkastor.
Era del linaje de Aulë, pero había vivido largo tiempo con los Flautistas
de la Costa, los Solosimpi,
de modo que fue de los primeros en llegar a la isla. “Luego
Ingil construyó la gran torre y llamó a la ciudad Koromas o ‘el Reposo de
los Exiliados de Kôr’,
pero por causa de esa torre se la conoce ahora sobre todo como Kortirion.”
Ahora
bien, por ese tiempo la comida llegaba a su fin; entonces Lindo llenó su copa,
y después de él Vairë y todos los que estaban en la sala, pero
a Eriol le dijo:
–Esto
que ponemos en nuestras copas es limpë, la bebida de los Eldar, de los jóvenes
y los viejos por igual, y bebiéndola nuestros corazones se mantienen
jóvenes y las bocas se nos llenan de cantos, pero esta bebida yo no puedo darla: sólo Turinqi
puede darla a aquellos que no siendo de la raza de los Eldar, después de haberla bebido se
quedan a vivir para siempre con los Eldar de la Isla
hasta que llegue la hora de partir en busca de las familias perdidas.
Luego
llenó la copa de Eriol, pero la llenó con el vino dorado de los antiguos toneles
de los Gnomos;
y luego se puso de pie y brindó “por la Partida y el Reencendido del Sol Mágico”.
Luego sonó el Gong de los Niños tres veces, y un alegre estrépito
se elevó en la sala, y algunos abrieron grandes puertas de roble de par en par en un extremo, aquel
en que no había hogar. Entonces muchos cogieron las velas que estaban colocadas en pies
de madera y las sostuvieron en alto mientras otros reían y charlaban, pero todos abrieron un
sendero en medio del gentío por el que avanzaron Lindo y Vairë y Eriol, y cuando éstos cruzaron
las puertas, la multitud los siguió. Eriol
vio entonces que se encontraban en un corto y amplio corredor, y la parte
superior de los muros estaba cubierta de tapices; y esos tapices ilustraban
historias que él no conocía en ese tiempo. Sobre los tapices parecía haber pinturas, pero
no podía verlas a causa de las sombras, pues los portadores de velas venían detrás, y delante
de él la única luz procedía de una puerta abierta por la que se filtraba un resplandor rojo, como
de una gran hoguera.
–Ese
–dijo Vairë– es el Hogar de los Cuentos que arde en la Sala de los Leños;
arde allí durante todo el año, porque es un fuego mágico que ayuda al
hombre a contar cuentos... pero allí vamos ahora –y Eriol dijo que eso le parecía mejor que ninguna
otra cosa. Entonces
todos entraron riendo y conversando en el cuarto de donde venía el resplandor
rojo. Era un precioso cuarto como podía apreciarse aun a la
luz de las llamas que bailaban sobre las paredes y el techo bajo, mientras que en los escondrijos
y rincones había sombras profundas. Alrededor
del gran hogar había muchas alfombras y cojines blandos; y un poco a un lado
había un sillón profundo con brazos y patas tallados. Y era de
una tal naturaleza, que Eriol sintió entonces y en todas las otras ocasiones que entró en el cuarto
a la hora de contar cuentos, que cualquiera que fuera el número de gentes que allí hubiera, el
cuarto daba la impresión de ser bastante espacioso, no demasiado grande, pero nunca atestado.
Entonces
todos se sentaron donde quisieron, viejos y jóvenes, pero Lindo se sentó en
el sillón y Vairë
sobre un cojín a sus pies, y Eriol, regocijado junto al rojo resplandor aunque
era verano, se tendió cerca del hogar.
Dijo
entonces Lindo:
–¿De qué tratarán los cuentos esta noche? ¿De las Grandes Tierras y de las moradas de los Hombres;
de los Valar y Valinor; del Oeste y sus misterios, del Este y su gloria, del
Sur y sus descampados nunca recorridos, del Norte y su poder
y su fuerza, o de esta isla y su gente; o delos antiguos días de Kôr donde vivió otrora nuestro
pueblo? Porque esta noche tenemos con nosotros a un huésped, un hombre de vastos y excelentes
viajes, un hijo de Eärendel, según creo.
¿Tratarán
de viajes, de exploraciones navieras, de los vientos y el mar? Pero
a esta pregunta algunos respondieron una cosa y otros otra,
hasta que Eriol dijo:
–Os
lo ruego, si los demás están de acuerdo, por esta vez contadme acerca de esta
isla, y de toda esta isla, y sobre todo acerca de esta buena casa
y sus bellos moradores, doncellas y muchachos, porque de todas las casas ésta me parece la más
encantadora y de todos los habitantes, éstos los más dulces que haya contemplado.
Dijo
Vairë entonces:
–Sabe,
pues, que antiguamente, en los días de Inwë (y es difícil remontarse más atrás
en la historia de los Elfos), había un lugar de bellos jardines
en Valinor junto a un mar de plata. Ahora bien, este lugar estaba cerca de los confines del reino,
pero no lejos de Kôr, aunque por causa de la distancia a que se encontraba de Lindelos, el árbol
del sol, había allí una luz como la del atardecer del verano, salvo sólo cuando se encendían en la
colina al crepúsculo las lámparas de plata, y entonces unas lucecillas blancas bailaban y
se estremecían en los senderos persiguiendo motas oscuras bajo los árboles. Este era un momento de
alegría para los niños, porque sobre todo a esta hora un nuevo camarada descendía por la senda
llamada Olórë Mallë o la Senda de los Sueños.
Se me dijo, aunque la verdad no la conozco, que la senda llegaba por rutas
desviadas hasta las moradas de los Hombres, pero nunca nos aventurábamos
por esas rutas cuando nosotros íbamos allí. Era una senda de márgenes profundos
y setos colgantes, más allá de los cuales se erguían muchos árboles altos, donde parecía
habitar un susurro perpetuo; pero no rara vez enormes luciérnagas revoloteaban por los bordes
herbosos.
“Ahora
bien, en este lugar de jardines un alto portón enrejado que brillaba dorado
en el crepúsculo daba a la senda de los sueños, y desde allí partían
muchos caminos serpenteantes formados por altos setos de boj hasta el más bello de todos los jardines,
y en medio de ese jardín se levantaba una cabaña blanca. De qué estaba hecha o cuándo se
habría construido nadie lo sabía ni lo sabe ahora, pero se me dijo que brillaba con una luz pálida,
como de perlas, y que el techo era de paja, pero que esas pajas eran de oro.
“Ahora
bien, a un costado de la cabaña había un matorral de lilas blancas, y en el
otro extremo un poderoso tejo con cuyos vástagos los niños construían arcos
o por cuyas ramas trepaban al techo. Pero
todo pájaro que alguna vez cantó, acudía a las lilas y cantaba dulcemente.
Ahora bien, las paredes de la cabaña se inclinaban por la edad, y los múltiples
ventanucos eran de un enrejado retorcido en las formas más extrañas. Nadie, se decía, vivía
en la cabaña, que estaba sin embargo guardada en secreto y con celo por los Elfos, para que ningún
daño le ocurriera, y los niños que jugaban allí libremente no sabían que hubiera alguna guardia.
Esta era la Cabaña de los Niños o del Juego del Sueño, y no del Juego Perdido, como se
cantó erróneamente entre los Hombres... porque ningún juego se había perdido entonces, y aquí
y ahora ¡ay! está la Cabaña del Juego Perdido.
“Estos
también eran los primeros niños: los niños de los padres de los padres de
los Hombres que aquí vinieron; y por lástima los Elfos intentaron guiar
a todos los que venían por esa senda hasta la cabaña y el jardín, temiendo que los extraviados
llegaran a Kôr y se enamoraran de la gloria de Valinor;
porque entonces se quedarían allí para siempre y los padres se hundirían en
un profundo dolor o errarían siempre en vano convirtiéndose en desarraigados
y salvajes entre los hijos de los Hombres.
Más aún, a algunos que llegaban al borde de los acantilados de Eldamar y allí
se demoraban deslumbrados por las bellas caracolas y los peces
de múltiples colores, los estanques azules y la espuma de plata, los conducían a la cabaña
seduciéndolos gentilmente con el perfume de las flores. Sin embargo, aun así había algunos
que oían en aquella playa las dulces flautas de los Solosimpi a lo lejos, y que no jugaban con los
otros niños, sino que asomados a las ventanas más altas miraban esforzándose por tener atisbos del
mar y las costas mágicas más allá de las sombras de los árboles.
“Ahora
bien, en su mayoría, los niños no entraban con frecuencia en la casa, sino
que bailaban y jugaban en el jardín, recogiendo flores y persiguiendo
a las abejas doradas y a las mariposas de alas de encaje puestas allí por los Elfos para su alegría.
Y muchos niños se hicieron allí camaradas, que después se encontraron y se amaron en las tierras
de los Hombres, pero de tales cosas quizá los Hombres sepan más de lo que yo pueda decirte. Había
allí sin embargo, como te he dicho, quienes oían las flautas de los Solosimpi a lo lejos, otros
que, alejándose del jardín una vez más, llegaban a escuchar el canto de los Telelli en la colina,
y aun algunos que, después de llegar a Kôr, regresaban a su casa, con la mente y el corazón maravillados.
De los neblinosos recuerdos de estos niños, de sus narraciones inconclusas y de sus
fragmentos de canción nacieron muchas leyendas extrañas que deleitaron a los Hombres por largo
tiempo y quizá los deleitan todavía, porque de ellos surgieron los poetas de las Grandes Tierras.
“Ahora
bien, cuando las hadas abandonaron Kôr, esa senda fue bloqueada para siempre
con grandes rocas infranqueables, de modo que la cabaña permanece
vacía y el jardín desnudo hasta el día de hoy, y así permanecerá hasta mucho después
de la Partida, cuando, si todo va bien, los caminos desde Arvalin hasta Valinor estarán atestados por
los hijos y las hijas de los Hombres. Pero
al ver que ningún niño iba ya allí en busca de gozo y deleite, el dolor y
la opacidad se difundieron entre ellos, y los Hombres casi dejaron
de creer en la belleza de los Elfos y la gloria de los Valar o de pensar en ellas, hasta que uno llegó
de las Grandes Tierras y nos rogó dar alivio a la oscuridad.
“Ahora
bien, no hay camino seguro para los niños desde las Grandes Tierras hasta
aquí, pero Meril-i-Turinqi
haciéndose eco de su propia benignidad designó a Lindo, mi esposo, para trazar
algún buen plan. Pues bien, Lindo y yo, Vairë, hemos
tomado a nuestro cargo a los niños: el resto de los que encontraron a Kôr y se quedaron con los
Eldar para siempre; de modo que levantamos con buena magia esta Cabaña del Juego Perdido; y aquí
se atesoran y se ejecutan los viejos cantos, los viejos cuentos y la música élfica. De vez
en cuando nuestros niños parten otra vez en busca de las Grandes Tierras, y acuden junto a los niños
solitarios y les susurran al atardecer cuando van a acostarse temprano a la luz de la noche y
de las velas, o consuelan a los que lloran.
Algunos,
me han dicho, escuchan las quejas de los que han sido castigados o reprendidos,
y escuchan sus cuentos y fingen ponerse de parte de ellos,
y éste me parece a mí un raro y feliz servicio.
“No
obstante, no todos los que enviamos fuera regresan, y esto es una gran pesadumbre
para nosotros, pues no es por menudo amor que los Elfos se hacen
cargo de los hijos venidos de Kôr, sino más bien por consideración a los hogares de los
Hombres; sin embargo, en las Grandes Tierras,
como bien lo sabes, hay hermosos lugares y adorables regiones de gran seducción,
por lo que sólo obedeciendo a una gran necesidad arriesgamos
a alguno de los niños que están con nosotros. Sin embargo, la gran mayoría regresa y nos cuentan
muchas historias y muchas cosas tristes de sus viajes... y ahora te he dicho casi todo
cuanto hay por decir de la Cabaña del Juego Perdido.”
Dijo
Eriol entonces:
–Pues
son éstas tristes noticias, aunque no obstante, es
bueno escucharlas, y me recuerda ciertas palabras que mi padre me dijo en mi temprana infancia. Había
una vieja tradición entre los de nuestro linaje, dijo, según la cual uno de los padres de
nuestro padre habría hablado de una hermosa casa y unos jardines mágicos, de una ciudad maravillosa,
y de una música bella y nostálgica... y estas cosas dijo que las había visto
y escuchado de niño, aunque no cómo y dónde.
Ahora
bien, toda su vida fue un hombre inquieto, como si tuviera dentro de sí un
anhelo expresado a medias de cosas desconocidas; y se dice que murió
entre las rocas de una costa solitaria una noche de tormenta... y además que la mayoría
de sus hijos y los hijos de éstos también han sido gente inquieta... y según creo, ahora
sé la verdad del asunto.
Y Vairë
dijo que era probable que uno de los del linaje de Eriol hubiera encontrado
las rocas de Eldamar
en aquellos días.