Moria

Autor: Pein2001

 

A lo lejos se extendía el lago Kheled-zâram, y eso significaba  que el final del trayecto estaba cerca. Casi dos meses habían pasado desde que la compañía de Balin había partido de la montaña solitaria y parecía que, por fin, la puerta Este de Moria era visible.

Balin estaba sentado en el campamento, pensando y, a la vez, mordiendo una galleta de Cram del paquete que le habían dado generosamente unos hombres del Oeste en su encuentro, cuando los exploradores volvieron. Uno de ellos, de nombre Berón, se adelantó y le habló:

- Señor, no hemos detectado ningún mal ni en las proximidades del lago ni custodiando las puertas. Me atrevería a decir que Moria esta desierta.

- Poca era, en verdad, la resistencia que esperaba – respondió Balin-, pero no tan poca. Sabía que la batalla de los cinco ejércitos había debilitado a los orcos, pero era de suponer que, al menos un pequeño grupo, se hallara custodiando Moria.

- Según parece – intervino Berón- podremos volver a nuestro antiguo reino. Incluso puede que podamos volver a minar...

                Se detuvo a media frase, como si lo que fuera a decir le alegrara el corazón, como si fuera a decir algo en lo que estaban puestas todas sus esperanzas, su futuro. Balin sabía qué era, sabía el motivo por el que los enanos querían recuperar Moria: no era por honor, el honor de ser los encargados de restablecer un antiguo reino, no; era puro anhelo de conseguir plata auténtica. Eso llevó a la mayoría, si no a la totalidad, de los enanos de su expedición a seguirle. A Balin éste no le parecía el motivo principal para su empresa y pensar en que para el resto sí le entristeció. La tristeza se reflejo en sus ojos y el explorador la captó, dando por concluida la conversación y marchándose. 

                Balin se quedo allí, meditando sobre las noticias traídas por Berón. Mientras lo hacia vino a su mente el Daño de Durin. << Este no es momento para recordar eso – pensó-. No cometeremos el mismo error que nuestros antepasados >> - se dijo a sí mismo, pero se entristeció al recordar el brillo en los ojos de Berón. Con el objetivo de librarse de sus pensamientos, al menos por un corto plazo, decidió irse a dormir.

                Se despertó en un día bastante lluvioso, con gran cantidad de nubes en el cielo y, no sin antes escoger cuidadosamente la ropa que usar ese día, salió de su tienda. Al salir saludó a varios enanos y ordenó a Veor, un pequeño y malhumorado enano, que anunciara a todos que les iba a hablar. Veor le obedeció y al poco tiempo todos los enanos se encontraban a su alrededor. << Un grupo de grandes enanos; enanos fuertes y valientes, aunque quizá muy poco numerosos... ¿Quién sabe que podremos encontrar en Moria? –pensó- >>.

                - Llegaremos a Moria a mediodía, pero todavía no intentaremos entrar, sino que acamparemos durante un día en las cercanías del lago Kheled-zâram. Allí comeremos, descansaremos y, por supuesto, meditaremos cuál será nuestro próximo paso.

                Balin acabó la frase y acto seguido todos los enanos cogieron sus pesados equipos.

                Efectivamente, cuando el sol había recorrido la mitad de su trayecto llegaron a Kheled-zâram. Balin ordenó que montaran el campamento y, mediante un gesto, dijo a su amigo Oin que le acompañara. Bastantes pasos dieron hasta llegar al pie de Kheled-zâram y, cuando los dos se encontraban pisando el mojado césped circundante al lago, Balin habló:

                - Aquí fue donde Durin vio por primera vez el lago. Un lugar precioso, pensó al verlo, y yo ahora le doy la razón.

                - Precioso en verdad – intervino Oin-.

                Esas fueron las últimas palabras que se oyeron en bastante tiempo, puesto que allí se quedaron los dos, en silencio, durante un tiempo mas que considerable. Ya cuando el anochecer se acercaba Oin rompió el silencio:

                - Balin –dijo-. Creo que deberíamos volver; seguro que los demás empiezan a estar preocupados. No debemos olvidar que aún no sabemos con certeza si hemos de esperar resistencia en Moria; podrían pensar que hemos sido atacados.

                - Amigo mío –respondió-, ¡cómo lo haces para tener siempre razón!, ¡volvamos!, no quiero que se acabe todo el Cram.

                Oin sonrió y ambos volvieron al campamento con paso alegre. Al llegar observaron que todo estaba ya organizado. Las tiendas se repartían formando un circulo alrededor de una pila de leña que, en un corto plazo, sería ceniza. Un enano, al que Balin reconoció como Veor cuando éste se encontró en su campo de visión, se les acercó y les habló:

                - Saludos, Balin. ¿Dónde estabais?. Empezábamos a temer lo peor...

                - Tranquilo, Veor. Estábamos observando la magnificencia del lago.  Siento si os habéis sentido preocupados.

                - El pasado, pasado es y ya sabemos que os encontráis bien... Por cierto, en un rato encenderemos la pila – dijo mientras señalaba a la pila de madera-, Gudd y Blen han cazado una gran cantidad de venados y esta noche cenaremos bien.

                - ¡ Me alegro de oír eso!. Iré a la tienda a descansar un poco y luego nos vemos.

                Dicho esto, Balin y Oin siguieron caminando en silencio el corto tramo que les separaba de la tienda de Balin y, al llegar allí, Balin habló:

                - Bueno, mi viejo Oin –dijo mientras esbozaba una sonrisa-. Como ya he dicho, voy a descansar un poco... y a meditar un mucho. Te veo en la cena.

                - Que así sea.

                Acabada la frase, Balin se metió en su tienda, la cual había sido cuidadosamente montada en su ausencia, y extendió la cama tras sacarla de su equipaje. Cuando ésta estuvo a punto se sentó en ella y, a su pesar, cayo dormido; mientras dormía soñó...

                Soñó con enanos corriendo por pasillos bien iluminados y cuidados. Soñó con algo que les perseguía y sintió con fuerza, incluso en el sueño, el temor, la tristeza y el asombro que afligían los corazones enanos. El daño de Durin había sido despertado...

                Balin despertó y abrió los ojos. Se encontró mirando de frente a Oin.

                - Vamos –dijo Oin-. Te estamos esperando, parece que por fin vamos a cocinar esos venados...

                Balin se desperezó y se sentó encima de la cama, pero no mostró disposición a levantarse, cosa que Oin captó al instante.

                - Te espero allí, amigo –dijo Oin y, tras el silencio de Balin como respuesta, se marchó.

                << Que significará el sueño >> -pensó Balin-. << Habría sido una visión del pasado de Moria... O, quizá, una premonición >>. Se estremeció al pasar este ultimo pensamiento por su cabeza. << ¿Es ese el futuro que nos espera? ¿He visto nuestro fin?... Mejor que lo olvide, me están esperando fuera >>. Tras este pensamiento Balin se levantó y se dirigió a la salida de la tienda.

                Tras salir de la tienda vio a los ciento sesenta y siete componentes de la expedición sentados en torno  a la hoguera, entre la cual se podían divisar varios venados a medio quemar

                - Ven, siéntate – le dijo Oin, que ya se encontraba sentado en el suelo.

                Balin, sin ningún gesto aparente en su rígida cara, se dirigió hacia donde estaba su amigo y se sentó a su lado.

                - Bueno –empezó a hablar Balin a la vez que se sentaba-, mañana al amanecer entraremos en Moria. No sabemos, en verdad, lo que nos podemos encontrar, pero hemos de reclamar lo que es nuestro.

                - Sabias palabras –respondió Oin y, acto seguido su tono cambió a uno de nostalgia- ¿crees que Rell se encontrará bien?.

                - ¡No te preocupes! –dijo Balin-. ¡Ella no es la que está a punto de entrar en Moria!.

                - Tienes razón – dijo Oin entre carcajadas-.

                La noche transcurrió tranquila. Balin comunicó a sus seguidores el momento que había decidido para entrar en Moria y todos expresaron su aprobación mediante gritos propios de lo que eran: enanos alcoholizados en una fiesta.

                Cuando la fiesta llego a su fin, Balin llamó a Oin a su habitación y este llego al instante. Aunque Balin, al igual que Oin, no había bebido, las palabras le salieron con una facilidad pasmosa para ser el que era el tema a tratar.

- ¡Ay, mi buen Oin!

- ¿Qué té pasa?. ¿He de preocuparme?.

- Anoche – comenzó Balin- anoche tuve un sueño... No he querido decirte nada en la fiesta porque quizá no tenga importancia, pero, la verdad, quiero compartirlo con alguien...

<< Soñe con Moria, mi querido amigo desde la infancia, y no fue un sueño bonito. Vi al Daño de Durin... Bueno, en realidad no lo vi; pero lo sentí... ¡Por Aulë!, ¡vaya si lo sentí!. ¡Era horrendo!. ¡ Sentía el horror y la tristeza producida por la destrucción de las bellas cámaras en el corazón de nuestros antepasados!... o eso creo. En realidad no me sentía como si viera el pasado sino como si escrutara el futuro...

- ¡Qué dices!. ¡Es imposible!. ¡Oh, viejo amigo, creo que tanta presión te ha hecho confundir las cosas!. Opino que solo construiste en tu imaginación las viejas historias. ¡ No te preocupes!, pronto estarás más tranquilo... y nadando en Mithril...

<< Ya está – pensó Balin-. Hasta mi amigo Oin se deja llevar por el ansia de ese metal. Es el fin. Acabaremos como nuestros antepasados... >>.

- Me escuchas, Balin.

- Si, te escucho. Espero que tengas razón, espero que sea producto de mi imaginación.

Al acabar la frase, Oin se fue, dejando a solas con sus pensamientos a Balin. << Quizás es verdad, puede que este siendo demasiado derrotista – pensó Balin-. Creo que será mejor olvidar el sueño e intentar evitar caer en lo mismo que nuestros antepasados>>. << Puede que estén siendo un poco avariciosos, pero es normal, hasta yo tengo un poco de ganas por manejar un material tan maleable como el Mithril...>>. Pensando esto cayo dormido, esta vez en un sueño tranquilo, sin ninguna interrupción.

Una mañana aún peor que la anterior se encontró Balin cuando abrió los ojos. Tras levantarse de un ágil salto cogió ropa de combate adecuada. << Ropa majestuosa para un día majestuoso –pensó->>. << ¡No todos los días se entra en Moria>>.

Al terminar de vestirse salió y vio con agrado que el levantamiento del campamento se había realizado en casi su totalidad. Tras unos instantes de profundo examen al campamento su mirada se dirigió irremediablemente hacia Moria... Igual que siempre; parecía vacía pero a la vez expectante.

- ¡ A ver! – dijo en voz alta- ¡ Todos conmigo!. ¡Acercaos!.

Ciento sesenta y siete cuerpos se dirigieron hacia él y, cuando todos se encontraban a su alrededor, empezó a hablar:

- Sé que creéis que no va ha haber resistencia – empezó-. Borraos esa idea de la cabeza. No habrá mucha; pero habrá. Quiero que dejéis aquí todo vuestro equipaje... menos el equipo de combate, claro – dijo, y la frase fue seguida por discretas sonrisas. ¡ Qué está haciendo!, pensaba Oin, ¡Les está asustando!-. Debéis recordar que hoy será un gran día, un día que será largamente recordado. ¡Los enanos pisaran otra vez Moria!, ¡ Y esta vez nadie podrá apartar sus pies del suelo de lo que antaño fue suyo!.

Un clamor se escuchó tras estas palabras y, acto seguido, todos los enanos fueron a coger sus armas.

Balin se quedo de pie, sin moverse de donde estaba y sin dar señal de vida, hasta que Oin se dirigió a él.

- ¿Aún preocupado? – le dijo, e inicio al instante un nuevo tema-. Buen discurso, aunque... – se paró para elegir las palabras adecuadas-... creo – empezó con decisión- que debías haber tenido mas tacto al anunciar que podía que hubiese resistencia. Bueno, todos lo imaginábamos, pero tal y como lo has dicho...

- No te andes con rodeos, viejo amigo... Tienes razón. Y sí, he pensado en el sueño, pero creo que –terminó con un tono en el que se denotaba clara indecisión-  que estabas en lo cierto.

Oin asintió y Balin se marchó a revisar las ya preparadas tropas. Mientras se subía a lo alto de una piedra especialmente plana, empezó a hablar por segunda vez:

- Amigos –dijo-, nos dividiremos en dos grupos en formación simple, de rectángulo. Yo me encargaré de comandar el primer grupo; el segundo estará a cargo de Oin. Recordad para lo que hemos venido. Recordad lo que os prometisteis a vosotros mismos: no nos marcharemos de aquí, recuperaremos estas minas y las aseguraremos. En el futuro este día será recordado como...– paró, dando un énfasis especial a este final-... ¡ El primero de una nueva era para los enanos!.

Los enanos vitorearon por segunda vez en este día y se lanzaron hacia las puertas; pocos fueron los que se sorprendieron al recibir como respuesta flechas y orcos saliendo de la puerta de Khazad-Dùm...

 

 

 

 

                Balin, aún habiendo pasado ya siete días de la misma, se seguía encontrando mal por la muerte de Flói. << Si, es verdad –pensaba-, hubo mas muertos pero, aunque parezca duro, ninguno como Flói... >>

                Los enanos estaban motivados y la batalla no fue dura. La primera oleada de flechas no les pilló de improviso y, junto con el nerviosismo de los orcos al luchar a plena luz del día, las bajas fueron solamente de unos diez fornidos enanos. Después de un par de embates más, los cuales no estuvieron carentes de bajas enanas, los guerreros enanos tomaron contacto con las tropas orcas. No tuvieron grandes problemas para rechazarlos y rodearlos, pero entre ellos había un orco grande y corpulento en exceso que, portando una lanza, exterminaba a todo enano que le hiciera frente...

                << ¡Ay mi valiente amigo Flói – pensaba Balin-, pues saliste al paso del gran orco y, tras un duro combate, conseguiste derribarlo!. ¡ Alto se hubiera cantado tu nombre acompañado con alegre música si en el momento en el que sostenías en alto la cabeza del orco, con el único objetivo de animar a las tropas, no te hubiera atravesado aquella flecha!. Tu nombre se recordará, pero el destino te negó tu gloria en vida... >>

                - Balin, amigo...

                Balin interrumpió sus pensamientos y dirigió su mirada hacia la entrada de la Cámara de Mazarbul, también llamada Cámara de los registros, lugar donde había decidido instalar sus aposentos tras la toma de Moria.

                - Pensaba en Flói, mi querido Oin – dijo Balin-.

                - No llores, tuvo una muerte honrosa y honroso fue también su entierro bajo el césped circundante a Kheled-zâram.

                - No té falta razón... Y bien, dejemos apartado este tema por el momento, ¿qué te trae ante mí?.

                - Vengo para darte una noticia increíble... ¡ Hemos encontrado plata autentica!. ¡ Mithril puro!. Es increíble, solo llevamos una semana en Moria y ya hemos encontrado lo que veníamos a buscar...

                - ¡ Te equivocas!. ¡ No vinimos a buscar Mithril!, ¡ vinimos a reconstruir un antiguo imperio!. De verdad, Oin, me decepcionas si crees que nuestro objetivo era conseguir el Mithril...

                Oin miró a Balin con cara de sorpresa. No se lo esperaba. No esperaba una reacción como aquella y, tras recibirla, pensó en como había actuado él. Balin tenía razón, el Mithril era algo secundario: se estaban dejando llevar  por la avaricia y eso le recordaba a algo... a sus antepasados.

                - Balin, de verdad, lo siento...

                - Mas lo siento yo, querido Oin... Empiezo a temer que mi sueño fuera lo que creía que era. Empiezo a temer que tendremos que sufrir lo que sufrieron nuestros antepasados...

                - ¡No!. ¡Eso no pasará!. Tienes razón, estamos siendo avariciosos, pero el Daño de Durin ya no existe.

                - Hace poco más de una semana te dije que esperaba que tuvieras razón, esta vez lo repito y me atrevería a decir que lo deseo incluso con más fuerza que la ultima vez...

                - Tengo razón. ¡ Que tu corazón no aloje dudas, pues estas son infundadas!.

                - Eres sabio, querido Oin, y por ello tus palabras me tranquilizan – dijo Balin, cambiado a una entonación más alegre al acabar la frase-. Bien, antes de que me visitaras estaba pensando en un par de pasos más que debemos dar para acabar la colonización. Mañana irás a buscar las armerías superiores del Tercer Nivel; sospecho que allí se pueden conservar el Hacha de Durin así como su yelmo.

                - ¿¿Cómo??. ¡ Por Aulë!. ¡ Su hacha y su yelmo! ¿Por qué piensas que pueden estar allí?.

                - No sé... Es una posibilidad, ¿no?. Vamos, qué es de suponer que fueron escondidas aquí puesto que nunca se hallaron.

                - Tienes razón, mañana iré a buscarlas... aunque no prometo nada: si en tantos años de ocupación orca no fueron encontradas será difícil que las encuentre yo.

                - ¡Ah, querido Oin!. ¡ Los orcos son orcos y no piensan de la misma forma que los enanos!. Es posible qué en el sitio en el que estén escondidos no hallan mirado los orcos.

                Oin asintió y, cuando ya se dirigía hacia la salida, le llegó otra vez la voz de Balin:

                - Hay una cosa más. Comunícale a Ori que quiero hablar con él y que se pase cuanto antes por aquí.

                - Lo que tu digas.

                Con esta frase flotando en el aire Oin salió de la habitación. Balin se recostó en la cómoda silla que había sido colocada en la Cámara de Mazarbul. << Desde luego tiene razón en cuanto a que el entierro de Flói fue honroso –pensó- >>. << Nada menos que en el lago  Kheled-zâram, al lado de la tumba del gran Durin >>.

                - Balin, señor –dijo Ori-.

                Balin despertó de sus pensamientos y enfocó la vista. Ante él se encontraba Ori, de aspecto culto y refinado: Un gran pensador pero no un guerrero.

                - Has tardado poco en presentarte ante mí, Ori. –empezó-. Y bien, tengo entendido que tienes una gran caligrafía y una increíble celeridad a la hora de escribir, ¿estoy en lo cierto?.

                - Si, señor –respondió-. Eso dicen de mí.

                - ¿Y es cierto?.

                - Supongo que sí. Además, por si le interesa, también sé escribir runas elficas, entre otros idiomas antiguos.

                - Por ahora no le encuentro utilidad alguna pero, ¿quién sabe que nos depara el futuro?. ¡ Pero vayamos al grano!, ya que supongo que tendrás mejores cosas que hacer que escucharme desvariar.

                Ori sonrió discretamente y Balin prosiguió.

                - Quería, si aceptas, claro, que fueras el encargado de redactar las cartas para la Montaña Solitaria.

                - ¡ Por supuesto que acepto!. ¡ Será un honor para mí!.

                - Veo que has traído contigo lápiz y papel – dijo a la vez que señalaba la mano derecha de Oin-. Empecemos ahora mismo, pues.

                “ Me enorgullezco de anunciar que una nueva era ha comenzado para los enanos. Como habréis podido advertir con el comienzo de esta carta, las noticias son buenas; hemos tomado Moria. Pero claro, como todo en la vida estas nuevas son agridulces: treinta y siete valientes enanos han caído en la valiente empresa. Hemos honrado a estos valientes soldados en Moria y os enviamos la lista de los nombres en una hoja adjunta. También es mi deber anunciaros que hemos encontrado mithril puro. Sin más dilación me despido, no sin antes informaros de que recibiréis más cartas nuestras en un corto lapso de tiempo. “

                                                      Balin, señor de Moria.

 

Al día siguiente Oin partió en busca del yelmo y el hacha de Durin y, tal y como creía Balin, estaban allí y fueron encontrados. Balin, que se auto proclamó señor de Moria, portó ambos desde el instante en el que fueron reencontrados y su aspecto llegó a recordar al de los viejos retratos del mismísimo Durin.

 

 

 

 

Sin ningún acto remarcable los meses pasaron y la reconstrucción de Moria fue realizada. Los pasillos volvieron a iluminarse, disipándose así la oscuridad que los envolvió durante los eones que estuvieron en manos orcas. Todo vestigio orco, ya fueran sus peculiares alimentos o sus apestantes ropajes, fueron arrojados a la oscura profundidad de Moria. Los orcos acosaron a los enanos con escaramuzas sin gran importancia durante mucho tiempo; pero un día, tras veinticuatro largos meses de colonización, las cosas empezaron a ir peor. Una enfermedad, una enfermedad que causaba un pánico aparentemente irracional, afectó a una porción de los valientes colonos, causando algunas muertes extrañas... Los enfermos parecían dormir pero caían en un letargo del que nunca despertaban más. Nada sabían sobre esa enfermedad y ningún patrón común era visible en los afectados.

  Entre calamidades, el tiempo siguió pasando y quedando sólo grabado en un diario escrito por varios de los súbditos de Balin sin el conocimiento del mismo. Cuando los enanos pensaban que su tortuosa existencia se estaba empezando a encauzar hacia una mayor tranquilidad, fue cuando los problemas reales les empezaron a asolar. El hambre, la desesperación por los continuos ataques de los orcos, ataques feroces de verdad, ataques que traían consigo hechos que solo podían ser expresados con palabras como “aniquilación”, eran ya el pan de cada día para los maltrechos enanos...

Balin pensaba;  pensaba si habían hecho bien en intentar recolonizar Moria, si esto no había sido un gran error. Eran relativamente pocos los que todavía vivían y no podían contactar con la Montaña Solitaria. Era totalmente imposible: todas las rutas eran dignas de ser calificadas como “colmenas orcas”. Miró hacia la mesa que tenía al lado y vio los restos de su ultima comida.<< Comida – comenzó a pensar-. Encima de que somos pocos, la comida empieza a escasear. Pero total, da igual; dudo que sigamos con vida el suficiente tiempo como para terminárnosla >>. Balin apartó de su mente esa punzante idea y se levantó, dirigiéndose hacia donde creía que estaba su querido amigo Oin. Tras recorrer los numerosos pasillos, pasillos que lucían esplendorosos tras el paso de las hábiles manos enanas, llegó a la decimotercera sala, la cual era la morada de Oin. Entró, no sin antes llamar a la puerta, y, tras cerrar la puerta al pasar, se dirigió a Oin, el cual estaba meditando sentado encima de su cómoda cama.

- Oin, ¿te encuentras bien?. Se te ve bastante mal.

- No, Balin, no me encuentro bien. Piénsalo detenidamente; vamos a morir. No, no digas nada: Sabes que tengo razón. Es nuestro fin...

- ¡ No digas eso!. ¡ Siempre hay esperanza!. Es posible que nos llegue ayuda de la Montaña Solitaria; nuestros familiares y amigos no nos abandonarán a nuestra suerte. No. No lo harán. Saldremos de esta y podremos volver a ver a nuestras familias.

- ¡ Mientes! – gritó Oin, con clara furia en la voz-. ¡ Eres un bastardo mentiroso!. ¡ Siempre mientes!. ¡ Nos mentiste a todos, nos hiciste creer que Moria significaba libertad y orgullo, cuando en verdad significa muerte y destrucción!.

<< Oh, Balin. Ya te he calado, ya sé lo que eres. Eres una escoria entre los enanos y no quiero volver a oír hablar de ti.

Las palabras de Oin enfurecieron claramente a Balin, el cual poseía un temperamento mas que agresivo cuando era difamado. Este pensó en atacar a Oin, pero decidió que no merecía la pena: no sabía lo que hacía. Al final espetó hacia Oin unas ultimas palabras.

- Me das pena, estas perdiendo el juicio como un vulgar tonto.

Dicho esto se marchó con un enfado monumental. No tenía lugar concreto al que ir y vagó sin rumbo. Cuando recuperó su conciencia  se dio cuenta que se encontraba al pie del lago Kheled-zâram. Sin pensar, como en un sueño, se sentó en el césped y recordó a su familia.

Recordó a su mujer, Alissa, y a su hija Lirka. Recordó la bella faz de Alissa y el amor que le procesaba... Y entonces una idea le golpeó: No la volvería a ver. En lo profundo de su mente sabía que no podrían resistir y que no  les iba a llegar ninguna inesperada ayuda, pero  no lo podían reconocer. No. Si lo reconocía acabaría como Oin, no aguantaría la presión.

Ese fue el momento...

Ese fue el momento en el que se puso de pie y, como a cámara lenta,  giró la cabeza hacia la derecha. Allí, levantándose de su escondijo detrás de una gran piedra, podía divisar la figura de un orco. El orco saco un arco y, con una flecha negra preparada (¿preparada para qué?), tensó la cuerda... La flecha voló hacia él mientras que las puertas de Moria se abrían y de ellas salían todos los enanos supervivientes...

... La flecha voló y voló...

... Los enanos corrieron y corrieron...

...La flecha impacto en el cuello de Balin, salpicando de sangre los alrededores del impacto. Balin se llevó ambas manos al cuello y,  mientras caía y el mundo se le oscurecía, los enanos llegaron a él, parándose ante su cuerpo Oin y Ori mientras que el resto atacaba a los numerosos orcos que salían de sus escondrijos.

- Balin, amigo – dijo Oin-. Lo siento, siento mi enfado. ¡ Tienes que creerme! – dijo entre lagrimas-. ¡ Sabes que no soy así!. ¡ Perdí la cordura!.

Nada. Eso es lo que recibió como respuesta. Oin, desesperado, arrancó la flecha de la carne de su amigo con sus manos e intentó taponarla. La sangre salía a borbotones y manchaba sus blancas manos. Pronto se dio cuenta de que lo que hacía era ya inútil y, apoyándose en el pecho de Balin, lloró desconsoladamente, tanto como nunca había llorado. La sangre de Balin manchó toda su ropa y todo su cuerpo.

- Oin, déjalo, ha muerto – dijo Ori-. Tenemos otro grave problema que atender – dijo a la vez que señalaba hacia la derecha.

Oin siguió la mano de Ori y vio el panorama. Orcos, orcos que superaban en cinco a uno a los enanos estaban masacrando a los colonos.

Vio como un gran orco cortaba la mano derecha a Lon, al que Oin conocía porque le debía dinero por un juego de cartas. Vio como cuando Lon se encontraba en el suelo retorcido de dolor,  el orco colocaba su gran bota en la sufrida cabeza y apretó, haciendo saltar sangre y sesos en un amplio radio.

Oin no aguantaba más y miró hacia otro lado. La cosa estaba peor de lo que imaginaba. Un gran troll de las cavernas estaba sosteniendo en alto a Veor mientras este se debatía por escapar. El troll pegó un estremecedor grito y mordió con sus mandíbulas la yugular del enano.

- ¡¡ Retirada!! – gritó Oin a la vez que recogía del suelo el cuerpo de Balin-. ¡¡ Todos a replegarse a Moria!!.

                Los pocos supervivientes corrieron hacia Moria. Mientras ellos corrían los orcos disparaban sus saetas con una puntería bastante mala: disparar a la luz del día no era su especialidad.

 Cuando llegaron cerraron las puertas con unos inmensos pasadores de metal que chirriaron al ser movidos. Todos estaban ya mas seguros.

Oin dirigió una mirada hacia los supervivientes: Eran la viva imagen del horror. Lagrimas corrían por sus mejillas y sangre manchaba sus manos, pero no hacía falta fijarse en esos detalles para sentenciar que habían sufrido; sus ojos les delataban.

                -Amigos – inició Oin tristemente-. El  Señor de Moria ha muerto. Debemos darle entierro en la que fue su residencia en los últimos cinco años; en la Cámara de Mazarbul. ¡ Alegrad vuestros corazones! – dijo esbozando una forzada sonrisa mientas sus ojos se inundaban con lagrimas- ¡ Él lo hubiera querido así!, ¡ el hubiera querido que no  nos rindiéramos!.

                Los enanos seguían inmersos en sus pensamientos y nadie le escuchaba, por lo que soltó una ultima frase:

                - Voy a enterrar a Balin; quien quiera que me acompañe a honrar su inerte cuerpo.

                Dicho esto levantó el cuerpo de Balin y se dirigió a la salida. Todos los enanos se levantaron y le siguieron cuando este estaba a punto de abandonar la habitación.

 

 

 

 

                - Descansa ahí, en tu ultima morada – dijo Oin-. Has de saber que no te olvidaremos nunca y que tu humilde y generoso corazón latirá por toda la eternidad en nuestras conciencias. Para nosotros serás el Señor de Moria por siempre.

                Oin se acercó a la tumba y depositó sobre ella una rosa blanca. Sin contener sus lagrimas se alejó de la tumba y habló en alto:

                - ¿Alguien más quiere dedicarle unas palabras a nuestro gran amigo y compañero de penurias?.

                Ori, entre sollozos, dijo que quería hablar y se dirigió hacia la tumba.

                - Balin, mi señor –comenzó a decir-. Largo tiempo atrás me dijiste que no sabías para que podían servir mis conocimientos en lenguas antiguas; se me ha ocurrido un uso – dijo entre una sonrisa-. Tu tumba será escrita como antaño se hacía: con Runas de Daeron. Es lo menos que puedo hacer para honrarte...

                Ori se enjuagó las lágrimas con su mano izquierda y se arrodilló respetuosamente ante la tumba antes de iniciar su retorno hacia el grupo de enanos.

                Cuando éste llegó al grupo, Náli dio un paso hacia delante.

                - Yo también quiero decir algo –dijo-.

                Náli realizó el mismo recorrido que ya hubieran hecho sus compañeros enanos y, frente a la tumba de Balin, abrió la boca para hablar otra vez:

                - Balin, no lo sabes, pero entre varios de tus súbditos hemos ido confeccionando durante todo este tiempo un diario de nuestras experiencias en Moria; en él está todo, desde el inicio de la colonización hasta ayer. Es para ti. Es nuestro regalo.

                Náli dejó el libro encima de la tumba y abandonó la habitación acompañado de todos los enanos aún vivos.

                Oin se despidió, diciendo al reducido grupo de treinta enanos que seguían con vida que iba a meditar.

                Se dirigió hacia la puerta Oeste de Moria y, tras vagar varias horas por los entramados pasillos, salió al exterior para visitar los Saltos de la Escalera. Quería meditar, y todos estos años cuando quería meditar iba a esta parte del Sirannon; pero al salir se encontró una sorpresa: el río había sido embalsado en una oscura laguna.

                Una inmensa laguna que parecía tranquila, pero tenebrosa incluso a plena luz del día. Una laguna que ocupaba una extensión tan importante que sus aguas alcanzaban prácticamente la puerta de Moria.

Oin se sorprendió, hacía tan solo un mes que visitó por ultima vez el río y este se encontraba encauzado. Lentamente se acercó al ahora lago y se agacho. Era opaco y negro; era como el contrario del lago Kheled-zâram.

                Oin se encontraba mirando el lago cuando algo salió reptando del mismo por un lugar fuera de su campo de visión. La cosa reptó y reptó; en un corto lapso de tiempo se colocó detrás de Oin sin que este se apercibiera...

                - ¡ Oin, cuidado!.

                Oin miró hacia Ori sin darse cuenta del tentáculo que tenía detrás.

Ori sabía donde iba a ir Oin desde que éste abandonó el grupo y, tras escribir la muerte de Balin en el diario y realizar la losa de la tumba de Balin, decidió ir a apoyarle moralmente: No se esperaba encontrar el rió embalsado... y menos ver lo que vio.

El tentáculo aferró primero la pierna derecha de Oin y después la izquierda, tirando de él hacia la laguna. Oin se agarró a las pocas plantas que se encontraban en las inmediaciones del lago, pero la resistencia fue inútil. Lenta pero constantemente Oin era deslizado hacia el lago.

                La ultima mirada de Oin antes de hundirse en el lago fue hacia Ori. Su mirada era de pena, pero se percibía alegría por librarse del infierno que había vivido desde la muerte de Balin.

                Cuando burbujas salían del lugar en el que instantes antes había estado Oin, Ori salió corriendo al interior de Moria. << No podía hacer nada –pensaba a la vez que corría-. Hubiera muerto como él, y alguien tiene que avisar al resto de los enanos de que aunque queramos no podemos salir por ese lado... ni por el otro. Moria se ha convertido en una cárcel. >>. << Supongo que en estos cinco años el Señor Oscuro ha estado jugando con nosotros>>.<<¡No le importaba que mantuviéramos estas minas y encima le dábamos diversión! >>. << ¡ Qué más podía querer! – pensó, y soltó, sin poder remediarlo, una risa nerviosa >>.

                En un tiempo récord encontró al grupo de supervivientes enanos. Estaban todos en la Cámara de Mazarbul, formando un círculo y totalmente pensativos.

                - ¡ Oin! – dijo Ori con una voz entre terror, cansancio, nervios y profundo dolor -. Ha muerto.

                Al instante acaparó la atención de los enanos y les explicó todo lo sucedido. Todos lloraron; otra terrible perdida más.

                - ¡ Oh, querido Ori! – comenzó a decir Náli, pero fue interrumpido...

                Bum, bum...

                Todos lo oyeron y todos desearon no haberlo oído. Tambores, tambores sonaban en la puerta Este de Moria; todos se imaginaban lo que significaba: el fin.

                Raudos corrieron a coger las armas: Si iban a morir morirían luchando. Cuando todos estuvieron preparados se dirigieron cautelosamente a la puerta.

                - Bueno – comenzó Ori, y paró para tragar saliva-. Aquí estamos, yendo a una muerte casi segura...

                - Tú lo has dicho: “casi segura” – respondió Náli-; aún tenemos una posibilidad si luchamos con todas nuestras fuerzas. No podemos dejar que los orcos destruyan todo lo que hemos hecho durante estos cinco años. Y nuestras familias; ¡ no pienso dejar a mi hija sin un padre!.

                - ¡ Así se habla! –dijo Berón efusivamente-. ¡ Lucharé hasta la muerte y espero que vosotros también!.

                Un clamor siguió a esas palabras. Eran pocos, pero estaban muy motivados, y eso era algo. Llegaron a la puerta a tiempo para ver como saltaba hecha astillas...

                - ¡ Son una horda!- gritó Frár-. ¡ No podremos contenerlos ni por un instante!. ¡ Nos barrerán!. ¡ Debemos replegarnos!.

                Bum, bum.

                Horda era una palabra mas que apropiada para describir el ejercito de orcos y trolls. Era un vasto ejercitó, un ejercito que superaba en cincuenta a uno al disminuido grupo de enanos. Es posible que ni siquiera el entero del grupo que llego a Moria hacía ya cinco años hubiera podido vencer, pero claro, si los enanos hubieran sido más, el ejercito invasor hubiera sido mayor; Sauron no escatimaba medios.

                Los enanos hicieron caso omiso del consejo de Frár y cargaron contra las huestes oscuras. Quince de ellos murieron y ningún invasor cayó.

                Bum, bum.

                - ¡ Frár tiene razón! – gritó Ori mientras aguantaba el embate de un orco con su escudo-. ¡Atrincherémonos en la Cámara de Mazarbul!.

                Los dieciséis enanos con vida giraron en redondo y empezaron a correr... Un miedo repentino les paralizó y les hizo mirar hacia atrás. Allí estaba, era...

                - ¡ El Daño de Durin!. ¡ Ay, ay, ay! – gimió Frár-. ¡ No se puede hacer nada, es inútil correr!.

                Acto seguido, y ante los estupefactos ojos de sus amigos, se tiró de rodillas al suelo y se tapó los ojos con las manos.

                Bum, bum.

                Los enanos vieron como un orco cogía a  Frár y le partía el cuello con sus propias manos; siguieron corriendo para atrincherarse.

Corrían y corrían mientras pensaban. Las bellas cámaras, cámaras que consiguieron decorar tan perfectamente que incluso llegaban a recordar a antaño, cuando Durin era rey, iban a ser destruidas y convertidas en sucios cubiles orcos. Sufrían por ello incluso más que porque iban a perder la vida.

 Mientras, los orcos reían detrás de ellos: sabían que no iban a perder, era una batalla ganada antes de haberla comenzado, y ese era el tipo de batallas que adoraban los servidores de Mordor.

                - Deteneos. No huyáis pequeños inútiles; moriréis igual. Nadie puede huir de mí; soy lo que vosotros conocéis como el Daño de Durin.

                La profunda y aterradora voz del Balrog hizo correr más a los enanos y, tras varios tropezones, llegaron a su destino y atrancaron las puertas.

                Bum, bum.

                - Resistiremos – dijo Berón con un nerviosismo claramente apreciable en la voz-. No sé como, pero lo haremos... ¡ Recibiremos ayuda!.- gritó con voz cada vez más desesperada-. ¡ Mierda, (¿?)decidme que recibiremos ayuda!.

                Nadie le respondió: Todos estaban pensando, pensando en sus vidas... Quizá el pensamiento más extendido era que no debían haber abandonado la Montaña Solitaria, que debían haber permanecido con sus familias, con sus amigos. Pero no; decidieron seguir a Balin.

                Ori era el único que no meditaba: Había cogido el diario de los avatares de Moria y había comenzado a escribir un final. Quizá si escribía este final y escondía el libro algún día algún enano lo leería y sería capaz de comprender los acontecimientos sucedidos en Moria.

                Con gran celeridad, pero claramente, acabó de escribir el libro...

                “ Los orcos han embalsado el Sirannon y han creado una laguna. La laguna llega a los muros de la Puerta del Oeste. El Guardián del Agua se llevó a Oin. No podemos salir. El fin se acerca. Tambores, tambores en los abismos... están acercándose “

                Escrito ésto cogió el libro y lo escondió detrás de un mueble cercano. En ese momento la puerta explotó y el Balrog entró a la habitación.

                Los orcos habían decidido que la mejor forma de matar a esas ultimas ratas era mandar al Balrog (no creo que ni siquiera Sauron pudiera mandar a un Balrog, pues éstos eran Maiar como él) : Así nadie saldría herido y los enanos serian gravemente torturados por haber intentado esconderse...

                El Daño de Durin arrancó la cabeza de Berón con un mandoble de su espada de fuego y, mientras sujetaba por el cuello a Sidoc, de un golpe con la parte de atrás de la espada partía el cráneo de otro enano.

                Ori, agazapado en una esquina por el miedo, observaba como sus compañeros eran zarandeados, lanzados contra la pared, degollados, mutilados por puro placer y, en definitiva, arrasados por completo.

                Cuando el Barlog partió en dos al que creía que era el ultimo enano vio a Ori.

                - Conque tenemos una rata aun más cobarde que las demás –dijo con una voz capaz de causar la retirada de ejércitos enteros-. Bien. Bien. A ti te llevaré con mi amo, quizá le seas útil y si no... Bueno, te podré usar como diversión durante algún tiempo... No mucho; los enanos os rompéis muy rápido.

                Un par de orcos, como si hubieran recibido mentalmente una orden, se adelantaron y agarraron a Ori. Este sufrió un gran dolor cuando fue agarrado por los orcos, pero, muy a su pesar, ese no fue el dolor más punzante y agudo que sufrió durante el corto tramo de la vida que le quedaba por recorrer...

               

 

 

 

                El polvo volvió a levantarse y unas palabras sonaron en una habitación que desde hacia mucho tiempo no había sido visitada...

                ... - Parece ser un registro de los azares y fortunas que cayeron sobre el pueblo de Balin – dijo Gandalf-...

                ...El resto ya es historia...

 

               

 

 

                Historia dedicada a todos los que han soñado alguna vez con el mundo de Tolkien, a todos los seguidores del grupo de música Hamlet, a todos mis amigos, conocidos y familiares y, por supuesto, al mismo Tolkien.

                Espero que este homenaje a la obra maestra de Tolkien halla sido de vuestro agrado. En caso negativo el papel se destruirá en 5, 4, 3, 2, 1...

                                      PEIN2001, Señor de Mi Casa