La muerte del hombre

Antonio Cárdenas

 

            Y allí estaba Telperion, hijo de Hador, rey de Gondor y Arnor. Sus cabellos plateados se removían contra el viento terrible que venía del Norte. La batalla estaba reñida. En sus manos, Ánduril decapitaba hombres salvajes del Este más lejano. Tras vencer a uno, alzó la espada y lanzó un grito terrible, y todos los salvajes se estremecieron. Pero el grito se ahogó en angustia. Se miró el pecho: estaba ensangrentado, y un salvaje alzaba una espada. El tiempo pasaba muy lentamente. Se le iban las fuerzas. La espada se le cayó de las manos y cayó de rodillas, esperando el golpe de gracia, cuando una espada rebana la cabeza del salvaje. Ahí iban tus hijos, Earendil y Beren, luchando con brío, aprovechando el intervalo de tiempo que pasaba de un salvaje a otro gritando padre sin recibir respuesta. Cae finalmente al suelo, y apenas consigue ver a sus hijos ser alcanzados por una estocada de espada, cayendo los dos junto a él, y la hoja de fuego de Ánduril se quebró. De repente ve una luz blanca, brillante, que le dice Telperion Telperion, y creyó que era la misma Varda, pues su voz era dulce y femenina. De repente se apaga la luz, y se encuentra en unas vastas estancias, todas llenas de neblina, y hacía mucho frío. Una figura oscura está delante suya.

            -Bienvenido seas, Telperion. Como hombre, has muerto. Pero moriste con violencia, y aquí te purificarás hasta poder ir al Más Allá que a todos nos está oculto, y al que nadie excepto los Atani pueden viajar. Pero solo se nos revelo que hay dos Más-Allás; el Gozo y la Perdición. Tienes tú asegurado el Gozo, pues los condenados a la Perdición abandonan el mundo al instante. Pero si te das cuenta ya no tienes Cuerpo, y sólo constas con Alma. No te adelantaré el tiempo que aquí has de morar. Mi nombre es Námo, aunque con frecuencia soy llamado Mandos, y el Juez, y el Amo del Destino, el Cuidador de Espíritus. Aquí me servirás y obedecerás hasta el fin de tu estancia. Y después irás al Gozo Eterno, y allí morarás con tu padre Ilúvatar y todos los hombres y los Ainur  que no fueron a Ëa.

            Y Telperion guardó silencio, pues allí hablar no estaba permitido, y sólo Mandos podía hacerlo mentalmente. Y durante tres edades guardó silencio, y entonces Mandos volvió a hablarle:

            -Tu tiempo aquí ha terminado, Hildo. Ahora partirás. Adiós, hijo de Hombre, volveremos a vernos en la Última Batalla, y juntos volveremos a Cantar por la recuperación de los daños de Bauglir.

            Y una nueva Luz Blanca apareció ante él, más poderosa que la anterior. De repente se encontró en unas gloriosas y esplendorosas estancias, infinitamente descomunales, y millones de espíritus cantaban una música gloriosa, y en medio de todo esto había un gran trono, más grande que el mismo , con una figura colosal y luminosa, donde dentro estaba la Gran Llama, el Fuego Secreto: he ahí Eru Ilúvatar. Por la tan sola visión de aquel que Es el que Es, merecen la pena guerras, luchas, llantos, dolor, sangre, miseria, hambre, enfermedad, oscuridad, tortura; y he aquí que aquel que es el Omnipotente le habló, y le dio honores, a  él, que ante Eru es como un grano de arena  ante todos los desiertos, playas y dunas del mundo, y de mil millones de mundos el triple de grandes que Arda. Así vivió glorioso con todos los Ainur que cantaban junto al trono, y el mismo cantaba junto con todos los Hombres canciones de grandes alabanzas, e Ilúvatar sonreía.

           

            He aquí la historia de la Telperion, último descendiente de Isildur, último rey de Gondor y Arnor, y después de su muerte el gran reino se dividió, y las últimas sangres Dúnedain y Eldarin desaparecieron del mundo en unos años.