17. De la llegada de los hombres al Occidente

 

 

 

Cuando trescientos años y aún más hubieron transcurrido desde la llegada de los Noldor a Beleriand, en los días de la Larga Paz, Finrod Felagund, señor de Nargothrond, viajó al este del Sirion y fue de caza con Maglor y Maedhros, hijos de Fëanor. Pero se fatigó de la caza y se encaminó solo a las montañas de Ered Lindon, que vio resplandecer a lo lejos, y tomando el Camino de los Enanos, cruzó el Gelion por el vado de Sarn Athrad, se volvió hacia el sur por encima de las corrientes superiores del Asear, y llegó al norte de Ossiriand.

En un valle al pie de las montañas, bajo las fuentes del Tríalos, vio luces en la noche, y oyó a la distancia el sonido de una canción. Esto le sorprendió, pues los Elfos Verdes de esa tierra no hacían fogatas ni cantaban en la oscuridad. En un principio temió que una incursión de Orcos hubiera llegado desde el norte, pero al acercarse vio que no era así; porque aquellas gentes cantaban en una lengua que nunca había escuchado antes y no era la de los Enanos ni la de los Orcos. Entonces Felagund, silencioso en la sombra nocturna de la floresta, miró hacia abajo donde estaba el campamento y vio un pueblo extraño.

Ahora bien, era éste parte del linaje y de los seguidores de Bëor el Viejo, como se lo llamó después, un cacique de Hombres. Al cabo de muchas vidas de errar desde el Este, los había conducido por fin por sobre las Montañas Azules, los primeros de la raza de los Hombres en penetrar en Beleriand; y cantaban porque estaban alegres y creían haber escapado a todos los peligros y llegado a una tierra donde no había por qué tener miedo.

Durante mucho tiempo los observó Felagund, y un amor por ellos se le encendió en el corazón; pero permaneció oculto entre los árboles hasta que todos se quedaron dormidos. Entonces fue entre ellos y se sentó junto al fuego mortecino donde nadie vigilaba; y tomó un arpa rústica que Bëor había dejado a un lado, y tocó en ella una música tal como nunca la habían escuchado los oídos de los Hombres; porque en este arte no habían tenido hasta entonces maestros, salvo sólo los Elfos Oscuros en las tierras salvajes.

Entonces los Hombres despertaron y escucharon a Felagund que tocaba el arpa y cantaba, y cada cual creyó que estaba en un hermoso sueño, hasta que vio que los demás estaban también despiertos junto a Felagund; pero no hablaron ni se movieron mientras él siguió tocando, a causa de la belleza de la música y la maravilla de la canción. Había sabiduría en las palabras del Rey Elfo, y los corazones que lo escuchaban se volvían a su vez más sabios; porque las cosas que cantaba, la hechura de Arda y la beatitud de Aman más allá del mar, aparecían como claras visiones delante de los ojos de los Hombres, y cada uno de ellos interpretaba el lenguaje élfico de acuerdo con su propia medida.

Así fue que los Hombres llamaron al Rey Felagund, el primero que conocieron de todos los Eldar, Nóm, esto es, Sabiduría en la lengua de ese pueblo, y a las gentes del rey les dieron el nombre de Nómin, los Sabios. En verdad, creyeron en un principio que Felagund era uno de los Valar, de quienes habían oído decir que vivían lejos en el Occidente; y que esto (decían algunos) era la causa de que hicieran tantos viajes. Pero Felagund se quedó a vivir con los Hombres y les enseñó verdaderos conocimientos, y ellos lo amaron, y lo tomaron por señor, y fueron siempre fieles a la casa de Finarfin.

Ahora bien, los Eldar, más que ningún otro pueblo, eran hábiles para las lenguas; y Felagund descubrió también que podía leer en las mentes de los Hombres los pensamientos que deseaban revelar en el discurso, de modo que interpretaba fácilmente todo lo que ellos decían. También se cuenta que estos Hombres tenían trato desde hacía ya mucho con los Elfos Oscuros, al este de las montanas, y que de ellos habían aprendido gran parte de la lengua élfica; y corno todas las lenguas de los Quendi tenían un único origen, la lengua de Bëor y de su gente se asemejaba a la élfica en muchas palabras y modos. No pasó mucho tiempo sin que Felagund pudiera conversar sin dificultad con Bëor; y mientras habitó con él hablaron mucho juntos. Pero cuando lo interrogó acerca del despertar de los Hombres y de los viajes que habían hecho, Bëor dijo muy poco; y en verdad poco era lo que sabía, porque los más viejos de entre ellos nunca habían contado historias del pasado, y un silencio había caído sobre la memoria de los Hombres. —Hay una oscuridad detrás de nosotros —dijo Bëor—, y le hemos dado la espalda, y no deseamos volver allí ni siquiera con el pensamiento. Al Occidente se han vuelto nuestros corazones, y creemos que allí encontraremos la Luz.

Pero se dijo después entre los Eldar que cuando los Hombres despertaron en Hildórien al levantarse el Sol, los espías de Morgoth vigilaban, y él pronto se enteró, y esto le pareció asunto de tanta importancia, que abandonó en secreto Angband al abrigo de las sombras y se dirigió a la Tierra Media, dejando a Sauron el mando de la Guerra. De los tratos de él con los Hombres, nada sabían por ese entonces los Eldar, y de poco se enteraron después; pero que había una oscuridad en el corazón de los Hombres (corno la sombra de la Matanza de los Hermanos y la Maldición de Mandos que pesaba entre los Noláor) lo advirtieron claramente aun en el pueblo de los Amigos de los Elfos, a quienes vieron por primera vez. Corromper o destruir todo lo que pareciese nuevo y hermoso fue siempre el principal deseo de Morgoth; y sin duda esto era lo que se proponía: por el miedo y la mentira hacer de los Hombres los enemigos de los Eldar, y llevarlos desde el Este contra Beleriand. Pero este plan maduró lentamente, y nunca fue llevado a cabo por entero, pues los Hombres (se dice) eran al principio muy escasos en número, mientras que Morgoth temía el creciente poder y la unión de los Eldar y volvió a Angband, dejando atrás en esa ocasión unos pocos servidores, y los de menos poder y astucia.

Por Bëor supo Felagund que había otros muchos Hombres de mente parecida que también viajaban hacia el oeste. —Otros de mi propio linaje han cruzado las Montañas dijo— y yerran no muy lejos; y los Haladin, un pueblo del que estamos divididos por la lengua, están todavía en los valles de las laderas orientales, a la espera de nuevas antes de aventurarse más. Hay todavía otros Hombres cuya lengua se parece más a la nuestra, con los que mantenemos trato en ocasiones. Se nos habían adelantado en la marcha hacia el oeste, pero al fin los dejamos atrás; porque son un pueblo numeroso, pero se mantienen unidos y avanzan lentamente, y a todos los rige un único cacique, al que llaman Marach.

Ahora bien, la llegada de los Hombres perturbó a los Elfos Verdes de Ossiriand, y cuando oyeron que un señor de los Eldar de más allá del Mar se encontraba con ellos, enviaron mensajeros a Felagund. —Señor —le dijeron—, si tenéis poder sobre estos recién llegados, decidles que vuelvan por el camino que los trajo aquí, o de lo contrario que sigan adelante. Porque en esta tierra no queremos forasteros que quebranten la paz en que vivimos. Y esa gente son taladores de árboles y cazadores de bestias; por tanto, no somos amigos, y si no parten, les haremos todo el daño que podamos. Entonces, por consejo de Felagund, Bëor reunió a todas las familias errantes
del mismo linaje, y cruzaron el Gelion, y eligieron por morada las tierras de Amrod y Amras, en las orillas orientales del Celon, al sur de Nan Elmoth, cerca de los confines de Doriath; y el nombre de esa tierra fue en adelante Estolad, el Campamento. Pero cuando hubo transcurrido un año, Felagund deseó volver a su propio país y Bëor le pidió permiso para acompañarle; y estuvo al servicio del Rey de Nargothrond mientras vivió. De este modo obtuvo el nombre de Bëor, aunque antes lo habían llamado Balan; porque Bëor significa «Vasallo» en su propia lengua. El gobierno de su pueblo lo encomendó a su hijo mayor, Baran; y no regresó nunca a Estolad.

Poco después de la partida de Felagund, los otros Hombres de los que había hablado Bëor también llegaron a Beleriand. Primero vinieron los Haladin; pero al tropezar con la hostilidad de los Elfos Verdes, se dirigieron al norte y vivieron en Thargelion, en el país de Caranthir hijo de Fëanor; allí tuvieron paz por un tiempo, y el pueblo de Caranthir les prestaba escasa atención. Al año siguiente Marach condujo a su pueblo por sobre las montañas; eran gente de alta talla y aspecto guerrero, que marchaba en compañías ordenadas, y los Elfos de Ossiriand se escondieron de ellos. Pero Marach, al oír que el pueblo de Bëor moraba en una tierra verde y fértil, descendió por el Camino de los Enanos, y se asentó en el país al sur y al este de la morada de Baran hijo de Bëor; y hubo una gran amistad entre esos pueblos.

Frelagund, por su parte, volvió con frecuencia a visitar a los Hombres; y muchos otros Elfos de las tierras occidentales, tanto Noldor como Sihdar, viajaron a Estolad, pues querían ver a los Edain, cuya llegada se había predicho hacía ya mucho tiempo. Ahora bien, Atañí, el Segundo Pueblo, era el nombre que habían dado a los Hombres en Valinor, en las historias que hablaban de su llegada; pero en la lengua de Beleriand se los llamó Edain, y allí se lo empleó sólo para designar a los tres linajes de los Amigos de los Elfos.

Fingolfin, como rey de todos los Noldor, les envió mensajeros de bienvenida; y entonces muchos de los nombres de los Edain, jóvenes y ansiosos, fueron y se pusieron al servicio de los reyes y los señores de los Eldar. Entre ellos estaba Malach hijo de Marach, y vivió en Hithlum durante catorce años; y aprendió la lengua élfica y se le dio el nombre de Aradan. Los Edain no vivieron mucho tiempo contentos en Estelad, pues muchos deseaban continuar avanzando hacia el oeste; aunque no conocían el camino. Ante ellos se extendía la cerca de Doriath, y hacia el sur estaba el Sirion, de marjales impenetrables. Por tanto, los reyes de las tres casas de los Noldor, viendo
esperanzas de fuerza en los hijos de los Hombres, enviaron a decir que cualquiera de los Edain que lo deseara podía ir a vivir con los Noldor. Así empezó la migración
de los Edain: en un principio, poco a poco, pero luego en familias y casas se pusieron en camino y abandonaron Estolad, hasta que al cabo de unos cincuenta años muchos millares habían penetrado en las tierras de los reyes. Algunos de ellos tomaron el largo camino hacia el norte, hasta que conocieron bien todas las sendas. El pueblo de Bëor llegó a Dorthonion y vivió en las tierras regidas por la casa dé Finarfin. El pueblo de Aradan (pues Marach, el padre, se quedó en Estolad hasta su muerte) marchó casi todo hacia al oeste; y algunos llegaron a Hithlum, pero Magor hijo de Aradan, y muchos del pueblo fueron por el Sirion abajo hasta Beleriand y vivieron un tiempo en los valles de las laderas australes de Ered Wethrin.

Se dice que en relación con todos estos asuntos, nadie, excepto Finrod Felagund, consultó con el Re« Thingol, y éste se sintió insatisfecho por esta razón y también porque tenía malos sueños acerca del advenimiento de los Hombres, aun antes de que se supiera algo de ellos. Por tanto, ordenó que los Hombres nunca dispusiesen de tierras en las que vivir, excepto en el norte, y que los príncipes a los que servían serían responsables de todo lo que los Hombres hicieran; y dijo: —En Doriath no entrará Hombre alguno mientras dure mi reino, ni siquiera aquellos de la casa de Bëor que sirven a Finrod, el bienamado.— Melian no dijo nada en esa ocasión, pero más tarde le habló a Galadriel: —Ahora el mundo gira rápidamente al encuentro de grandes nuevas. Y uno de los Hombres, y de la casa de Bëor, vendrá por cierto, y la Cintura de Melian no lo estorbará, pues lo enviará un hado más grande que mi poder; y los cantos que nazcan de esa venida sobrevivirán aún cuando la Tierra Media haya cambiado.


Pero muchos Hombres permanecieron en Estolad, y había un pueblo de distintas gentes viviendo allí al cabo de muchos años, hasta que fueron aplastados en la ruina de Beleriand o huyeron de nuevo hacia el este. Porque además de los viejos que creían haber dejado atrás los años de migración, había no pocos que deseaban seguir su propio camino, y temían a los Eldar de ojos fulgurantes; y hubo entonces disensiones entre los Edain, en las que se advierte la sombra de Morgoth, porque por cierto ya estaba enterado de la llegada de los Hombres a Beleriand y de la creciente amistad que tenían con los Elfos.

Los que encabezaban el descontento eran Bereg de la casa de Bëor, y Amlach, nieto de Marach; y decían abiertamente: —Emprendimos largos caminos deseando escapar de los peligros de la Tierra Media y las oscuras criaturas que allí habitan; porque habíamos oído que había Luz en el Oeste. Pero nos dicen ahora que la Luz está más allá del Mar. No nos es posible llegar allí, donde moran dichosos los Dioses. Salvo uno; porque el Señor de la Oscuridad está aquí delante de nosotros; y los Eldar, sabios aunque fieros, libran contra él una guerra infinita. Mora en el Norte, dicen; y allí encontraríamos otra vez el dolor Y la muerte de los que hemos huido. No iremos en esa dirección.

Entonces se convocó un consejo y una asamblea de Hombres que acudieron en gran número. Y los Amigos de los Elfos respondieron a Bereg diciendo: —En verdad, del Rey Oscuro vienen los males de los que huimos; pero él pretende dominar toda la Tierra Media y ¿no ha de perseguirnos cuando nos marchemos? La alternativa es vencerlo aquí mismo, o al menos mantenerlo sitiado. Sólo el valor de los Eldar lo retiene, y quizá fue con este propósito, para ayudarlos en esta necesidad, que fuimos traídos aquí.

A esto respondió Bereg: —¡Dejemos ese cuidado a los Eldar! Ya bastante cortas son nuestras vidas—. Pero entonces se puso de pie uno que a todos pareció Amlach hijo de Imlach, pronunciando palabras coléricas que conmovieron a cuantos lo escuchaban: —Todo esto son sólo historias de los Elfos, cuentos para seducir a quienes llegan aquí desprevenidos. El Mar no tiene costa alguna. No hay Luz en el Occidente. ¡Habéis seguido el fuego engañoso de los Elfos hasta el fin del mundo! ¿Quién de entre vosotros ha visto al menor de los Dioses? ¿Quién ha contemplado al Rey Oscuro en el Norte? Los que intentan dominar la Tierra Media son los Eldar. Codiciosos de riqueza han cavado la tierra en busca de secretos y han despertado la cólera de las criaturas que viven debajo, como siempre lo han hecho y siempre lo harán. Que los Orcos dispongan del reino que les pertenece y nosotros tendremos el nuestro. ¡Hay sitio en el mundo si los Eldar nos dejan en paz!

Entonces quienes lo escucharon se quedaron inmóviles y desconcertados, y una sombra de miedo les ganó el corazón; y decidieron alejarse de las tierras de los Eldar. Pero luego Amlach volvió entre ellos y negó haber estado presente en el debate o haber pronunciado las palabras que le atribuían. Entonces los Amigos de los Elfos dijeron: —Esto creerán cuando menos: hay por cierto un Señor Oscuro, y sus espías y emisarios están entre nosotros; porque nos teme; teme la fuerza con que podamos apoyar a sus enemigos.

Pero otros replicaron: —En verdad nos odia, y nos odiará más si nos demoramos aquí, mezclándonos en sus querellas con los Reyes de los Eldar, sin beneficio alguno para nosotros—. Muchos de los que permanecían todavía en Estelad se prepararon entonces para la partida; y Bereg condujo hacia el sur a un millar de los hombres de Bëor, y desaparecieron de las canciones de aquellos días. Pero Amlach se arrepintió diciendo: —Tengo ahora mi propia querella con el Amo de las Mentiras, que durará nasta el día de mi muerte— Y marchó hacia el Norte y entró al servicio de Maedhros. Pero aquellos de los de su pueblo que pensaban como Bereg, eligieron un nuevo conductor, y volvieron por sobre las montañas a Eriador, y han quedado olvidados.

Durante este tiempo los Haladin permanecieron en Thargelion y estuvieron contentos. Pero Morgoth, al ver que con mentiras y engaños no podía apartar a los Elfos de los Hombres, tuvo un arrebato de furia e intentó dañar a los Hombres tanto como pudiera. Envió por tanto una incursión de Orcos, y dirigiéndose hacia el este, evitó el cerco y volvió sigiloso por sobre Ered Lindon por los pasos del Camino de los Enanos, y cayó sobre los Haladin en los bosques australes de la tierra de Caranthir.

Ahora bien, los Haladin no vivían bajo la égida de señores, ni en grupos numerosos, sino que cada casa estaba situada aparte y gobernaba sus propios asuntos, y demoraban mucho en unirse. Pero había entre ellos un hombre de muchos recursos llamado Haldad, que no conocía el miedo; y él reunió a todos los hombres valientes que encontró, y retrocedió al rincón de tierra formado por el Asear y el Gelion, y en el ángulo extremo levantó una empalizada que iba de corriente a corriente; y atrás de ella llevaron a todas las mujeres y los niños que pudieron salvar. Allí fueron sitiados, hasta que se les acabaron los alimentos.

Haldad tenía hijos mellizos: Haleth, su hija, y Haldar su hijo; y ambos eran valientes en la defensa, porque Haleth era mujer de gran fuerza y corazón. Pero por fin Haldad fue muerto en una salida contra los Orcos; y Haldar, que se precipitó para salvar a su padre de la carnicería, murió junto a él. Entonces Haleth mantuvo unido al pueblo, aunque no tenían esperanzas; y algunos se arrojaron a los ríos y se ahogaron. Pero siete días más tarde, cuando los Orcos se habían lanzado al último ataque y ya habían roto la empalizada, se oyó de súbito una música de trompetas, y el ejército de Caranthir llegó desde el norte y empujó a los Orcos hacia los ríos.

Entonces Caranthir miró con bondad a los Hombres; y ofreció compensar de algún modo las muertes del padre y del hermano de Haleth, y le rindió grandes honores. Y descubriendo demasiado tarde el valor con que contaban los Edain, le dijo: —Si queréis partir y marchar hacia el norte, allí tendréis la amistad y la protección de los Eldar, y tierras de las que podréis disponer con libertad.

Pero Haleth era orgullosa y no quería que se la guiara o se la gobernara, y la mayor parte de los Haladin eran de temple semejante. Por tanto agradeció a Caranthir, pero le dijo: —Estoy decidida, señor, a abandonar la sombra de las montañas e ir hacia el oeste, a donde han ido ya algunos de los nuestros— Así fue que cuando los Haladin hubieron reunido a todos los que quedaban con vida, y que habían huido a los bosques delante de los Orcos, juntaron lo que quedaba de sus pertenencias en las casas quemadas, y escogieron a Haleth como jefa; y ella los condujo por fin a Estolad y allí permanecieron por un tiempo.

Pero fueron un pueblo aparte, y desde entonces los Elfos y los Hombres lo conocieron como el Pueblo de Haleth. Haleth siguió conduciéndolo hasta el fin de sus días, pero no se casó, y el mando pasó luego a Haldan hijo de Haldar, su hermano. Pronto, sin embargo, Haleth deseó marchar otra vez hacia el oeste; y aunque la mayor parte del pueblo era contrario a esta medida, allí los llevó ella una vez más; y avanzaron sin ayuda ni guía de los Eldar, y cruzando el Celon y el Aros viajaron por las peligrosas tierras que se extienden entre las Montañas del Terror y 1a Cintura de Melian. En esa tierra no había entonces tanta malignidad como se conoció después, pero no era camino que Hombres mortales pudiesen tornar sin ayuda, y Haleth los condujo por ella a costa de muchas penurias y pérdidas, obligándolos con obstinación a seguir adelante. Por fin cruzaron el Brithiach, y muchos se arrepintieron amargamente de haber emprendido el viaje; pero no había ahora modo de regresar. Por lo tanto en las nuevas tierras volvieron a la vida de antes lo mejor que pudieron; y allí habitaron en viviendas que levantaron en los bosques de Talath Dirnen más allá del Teiglin, y algunos se internaron profundamente en el Reino de Nargothrond. Pero había muchos que amaban a la Señora Haleth y deseaban ir a donde ella fuese, y someterse a su égida; y a éstos ella los condujo al Bosque de Brethil, entre el Teiglin y el Sirion. Allí, en los luctuosos días que siguieron, regresaron muchas de las gentes de Haleth, que se habían desperdigado.

Ahora bien, Brethil era considerado por el Rey Thingol parte de su propio reino, aunque no se encontraba dentro de la Cintura de Melian, y se lo habría negado a Haleth; pero Felagund, que contaba con la amistad de Thingol, al oír lo que le había sucedido al Pueblo de Haleth, obtuvo esta gracia para ella: que pudiera vivir libremente en Brethil, con la sola condición de montar guardia en los Cruces del Teiglin contra todos los enemigos de los Eldar, y no permitiera que los Orcos entraran en los bosques. A esto Haleth contestó: —¿Dónde están Haldad, mi padre, y Haldar, mi hermano? Si el Rey de Doriath teme una amistad entre Haleth y quienes han devorado a Haldad y Haldar, entonces los Hombres no entienden los pensamientos de los Eldar— Y Haleth habitó en Brethil hasta que murió; y su pueblo levanto un montículo verde en las alturas del bosque, Tur Haretha, el Túmulo de la Señora, Haudh—en—Arwen en lengua Sindarin.

Así los Edain habitaron en las tierras de los Eldar, algunos aquí, otros allá, algunos errantes, otros asentados en tribus o poblados pequeños; y la mayor parte de ellos no tardó en aprender la lengua de los Elfos Verdes, como habla común, y también porque había muchos que deseaban sobre todo aprender la ciencia de los Elfos. Pero
al cabo de un tiempo, los reyes de los Elfos, advirtiendo que no era bueno que los Elfos y los Hombres vivieran entremezclados, y que los Hombres necesitaban señores de su propia especie, buscaron regiones apartadas donde los Hombres pudieran vivir su propia vida, y designaron caciques que rigieran libremente estas tierras. Eran aliados de los Elfos en la guerra, pero obedecían a sus propios jefes. No obstante, muchos de los Edain disfrutaban de la amistad de los Elfos, y vivieron entre ellos tanto como les fue permitido; muchos hombres jóvenes llegaban a servir en los ejércitos de los reyes.

Ahora bien, Hador Lórindol, hijo de Hathol, hijo de Magor, hijo de Malach Aradan, se unió a la casa de Fingomn cuando aún era joven, y fue amado por el rey. Fingolfin, por tanto, le concedió el señorío de Dorlómm, y en esa tierra reunió a la mayor parte de los suyos, y se convirtió en el cacique más poderoso de los Edain. En la casa de Hador sólo se hablaba la lengua élfica; pero no olvidaron la lengua que les era propia, y de ella provino el habla común de Númenor. Pero en Dorthonion, el señorío del pueblo de Bëor y el país de Ladros le fueron concedidos a Boromir hijo de Boron, que era el nieto de Bëor el Viejo.

Los hijos de Hador fueron Galdor y Gundor; y los hijos de Galdor fueron Húrin y Huor; y el hijo de Hurin fue Túrin, la Ruina de Glaurung; y el hijo de Huor fue Tuor, padre de Eärendil el Bendito. El hijo de Boromir fue Bregor, cuyos hijos fueron Brególas y Barahir; y los hijos de Brególas fueron Baragund y Belegund. La hija de Baragund fue Morwen, la madre de Túrin, y la hija de Belegund fue Rían, la madre de Tuor. Pero el hijo de Barahir fue Beren el Manco, que ganó el amor de Lúthien hija de Thingol, y regresó de entre los muertos; de ellos descendieron Elwing, la esposa de Eärendil, y todos los Reyes de Númenor.

Todos ellos vivieron atrapados en la red de la Maldición de los Noldor; e hicieron grandes hazañas que los Eldar recuerdan todavía en las historias de los reyes de antaño. Y en aquellos días la fuerza de los Hombres se sumó al poder de los Noldor y todos ellos tenían grandes esperanzas; y Morgoth estaba estrechamente cercado, porque el pueblo de Hador, capaz de soportar el frío y los largos viajes, no temía en ocasiones avanzar lejos hacia el norte, para allí vigilar estrechamente los movimientos del Enemigo. Los Hombres de las Tres Casas medraron y se multiplicaron, pero la más grande entre ellas fue la casa de Hador Cabeza de Oro, par de los Señores Elfos. La gente de Hador era fuerte y de gran estatura, listos de mente, resistentes y audaces, rápidos para el enfado y la risa, poderosos entre los Hijos de Ilúvatar en la juventud de la Humanidad. Eran casi todos de cabellos amarillos, y de ojos azules; pero no así Túrin, cuya madre era Morwen, de la casa de Bëor. Los hombres de esa casa tenían cabellos oscuros o castaños y ojos grises; y de todos los Hombres eran los más parecidos a los Noldor y los más amados por ellos; porque tenían mentes inquisitivas, manos hábiles, entendimiento rápido, memoria larga, y estaban más indinados a la piedad que a la risa. Semejante a ellos era el Pueblo de Haleth, que habitaba en los bosques, aunque más bajos de talla, y menos curiosos. Utilizaban pocas palabras y no se sentían atraídos por las grandes aglomeraciones de hombres; y muchos de entre ellos se deleitaban en la soledad y erraban libres por los bosques verdes mientras la maravilla de la tierra de los Eldar era todavía una novedad para ellos. Pero en los reinos del Occidente las gentes de Haleth estuvieron poco tiempo, y fueron desdichadas.

Los años de los Edain se prolongaron, de acuerdo con las cuentas de los Hombres, después de que llegaron a Beleriand; pero por último Bëor el Viejo murió; había vivido noventa y tres años, y cuarenta y cuatro de ellos al servicio del Rey Felagund. Y cuando yació muerto, no de herida ni de pena, sino vencido por la edad, los Eldar vieron por primera vez la rápida mengua de la vida de los Hombres, y la muerte de cansancio, que ellos no conocían; y lloraron mucho la pérdida de sus amigos. Pero Bëor había
abandonado la vida de buen grado, y falleció en paz; y los Eldar se asombraron grandemente del extraño destino de los Hombres, del que nada se decía en las canciones e historias, y que les estaba oculto.

No obstante, los Edain de antaño aprendieron de prisa de los Eldar todos los conocimientos y artes que estuvieran al alcance de ellos, y sus hijos crecieron en habilidad y sabiduría, hasta dejar muy atrás a todos los otros miembros de la Humanidad, que moraban todavía al este de las montañas y no habían visto a los Eldar ni mirado las caras de los que habían contemplado la Luz de Valinor.

 

 

16. De Maeglin
Índice
18. De la ruina de Beleriand y la caída de Fingolfin