18. De la ruina de Beleriand y la caída de Fingolfin

 

 


Ahora bien, Fingolfin, Rey del Norte y Rey Supremo de los Noldor, al ver que su pueblo se había hecho numeroso y fuerte y que los Hombres aliados suyos eran muchos y valerosos, pensó una vez más en atacar Angband; porque sabia que vivían en peligro mientras no completaran el círculo del Sitio, y Morgoth pudiera trabajar libremente en las minas profundas, inventando males que nadie era capaz de adivinar antes de que él los revelara. Este propósito era pertinente de acuerdo con lo que él sabía; porque los Noldor no comprendían todavía la fuerza del poder de Morgoth, ni entendían que si libraban solos una guerra contra él no había la menor esperanza de triunfo, fuera que la apresuraran o la demoraran. Pero porque la tierra era hermosa y sus reinos vastos, la mayor parte de los Noldor estaban satisfechos con las cosas tal como eran, confiando en que durarían, y retrasaban un ataque en el que sin duda morirían muchos, fuera en la victoria o en la derrota. Por tanto, estaban poco dispuestos a escuchar a Fingolfin, y los hijos cíe Fëanor, por aquel tiempo, menos que nadie. Entre los jefes de los Noldor, sólo Angrod y Aegnor pensaban como el rey; porque vivían en regiones desde donde podía verse Thangorodrim, y nunca olvidaban la amenaza de Morgoth. De este modo, los planes de Fingolfin no llegaron a nada, y la tierra aun tuvo paz por un tiempo.

Pero cuando la sexta generación de Hombres después de Bëor y Marach no había alcanzado aún la Plenitud de la madurez, habiendo transcurrido por entonces cuatrocientos cincuenta y cinco años desde la llegada de Fingolfin, sucedió el mal que por tanto tiempo habían temido, pero más terrible y repentino todavía que en sus miedos más oscuros. Porque Morgoth había preparado su fuerza en secreto y durante largo tiempo, mientras la malicia de su corazón no dejaba de aumentar y su odio por los Noldor se hacía más amargo; y deseaba no sólo acabar con sus enemigos, sino también destruir y mancillar las tierras que habían tomado y embellecido. Y se dice que su odio pudo más que su prudencia, de modo que si sólo hubiera aguardado un tiempo más, hasta estar bien preparado, los Noldor habrían sido aniquilados por completo. Pero tomó demasiado a la ligera el valor de los Elfos, y a los Hombres no daba todavía ninguna importancia.

Llegó el tiempo del invierno, cuando la noche era oscura y sin luna; y la amplia llanura de Ard-galen se extendía en la sombra bajo las frías estrellas, desde los fuertes en las colinas de los Noldor hasta el pie de Thangorodrim. Las hogueras ardían débilmente y los guardianes eran escasos; pocos velaban en los campamentos de los jinetes de Hithlum. Entonces, de pronto, Morgoth envió desde Thangorodrim caudalosos ríos de llamas que más rápidos que Balrogs se esparcieron por toda la llanura; y las Montañas de Hierro eructaban fuegos venenosos de muchos coló res y el humo descendía por el aire, y era mortal. Así pereció Ard-galen, y el fuego devoró sus hierbas, convirtiéndola en un baldío quemado y desolado, de aire polvoriento y sofocante, yermo y sin vida. Desde entonces cambió de nombre y se llamó Anfauglith, el Polvo Asfixiante. Allí tuvieron tumba sin techo montones de huesos chamuscados; porque en ese incendio perecieron muchos de los Noldor que no pudieron llegar a las colinas y fueron atrapados por la precipitación de las llamas. Las alturas de Dorthonion y Ered Wethrin detuvieron los fogosos torrentes, pero los bosques sobre las laderas que daban a Aneband ardieron todos, y el humo confundió a los defensores. Así empezó la cuarta de las grandes batallas, Dagor Bragollach, la Batalla de la Llama Súbita.

Al frente de ese fuego avanzó Glaurung el dorado, Padre de los Dragones, ya entonces en la plenitud de su poder, y con un séquito de Balrogs; y detrás de ellos venían los ejércitos negros de los Orcos, en multitudes que los Noldor no habían visto ni imaginado jamás. Y atacaron las fortalezas de tas Noldor y quebrantaron el sitio en torno a Angband y mataban a los Noldor y a sus aliados, los Elfos Grises y los Hombres, en cualquier sitio que los encontraran. Muchos de los más vigorosos de los enemigos de Morgoth fueron destruidos en los primeros días de combate, sorprendidos y dispersos e imposibilitados de unir sus fuerzas. Desde entonces la guerra nunca cesó del todo en Beleriand; pero la Batalla de la Llama Súbita se dio por concluida con la llegada de la primavera, cuando disminuyó la feroz embestida de Morgoth.

De este modo terminó el Sitio de Angband; y los enemigos de Morgoth fueron dispersados y separados los unos de los otros. La mayor parte de los Elfos Grises huyó hacia el sur y abandonó la guerra del norte; muchos fueron recibidos en Doriath, y el reino y la fuerza de Thingol se hicieron más grandes en ese tiempo, pues el poder de la Reina Melian se había extendido más allá de las fronteras y el mal no podía penetrar aún en ese reino escondido. Otros se refugiaron en las fortalezas junto al mar, y en Nargpthrond; y algunos huyeron y se ocultaron en Ossiriand, o atravesaron las montañas, errando sin casa en la intemperie. Y el rumor de la guerra y del quebrantamiento del Sitio llegó a oídos de los Hombres en el este de la Tierra Media.

Los hijos de Finarfin fueron los que más sintieron la pujanza del ataque, y Angrod y Aegnor murieron allí y junto a ellos cayeron Brególas, señor de la casa de Bëor, y gran parte de los guerreros de ese pueblo. Pero Barahir, el hermano de Brególas, estaba en una batalla que se libraba más hacia el oeste, cerca del Paso del Sirion. Allí el Rey Finrod Felagund, que se apresuraba desde el sur, quedó aislado con unos pocos de los suyos y fue rodeado en el Marjal de Serech; y habría sido muerto o tomado prisionero, pero acudió Barahir con los más valientes de sus nombres y lo rescató levantando un muro de lanzas alrededor; y se abrieron paso entre las tropas enemigas, y abandonaron el campo de batalla aunque con grandes pérdidas. Así escapó Felagund, y volvió a su profunda fortaleza de Nargothrond; pero hizo un juramento de amistad eterna y de ayuda en toda necesidad a Barahir y a su gente, y como prenda del juramento le dio su anillo. Barahir era ahora por derecho señor de la casa de Bëor, y regresó a Dorthonion; pero la mayor parte del pueblo escapó y se refugió, abandonando sus hogares, en la fortaleza de Hithlum.

Tan grande fue la embestida de Morgoth, que Fingolfin y Fingon no pudieron acudir en ayuda de los hijos de Finarfin; y los ejércitos de Hithlum fueron rechazados con grandes pérdidas hasta las fortalezas de Ered Wethnn, y apenas consiguieron defenderlas de los ataques de los Orcos. Ante los muros de Eithel Sirion cayó Hador, el de Cabellos Dorados, en la defensa de la retaguardia del señor Fingolfin, a la edad de sesenta y seis años; y con él cayó Gundor, su hijo menor, atravesado por muchas flechas; y fueron llorados por los Elfos. Entonces Galdor el Alto sucedió como señor a su padre. Y por causa de la fortaleza y la altura de las Montañas Sombrías, que resistieron el torrente de fuego, y el valor de los Elfos y de los Hombres del Norte, que ni Orcos ni Balrogs pudieron vencer, Hithlum no fue conquistada y amenazó el flanco del ataque de Morgoth; pero un mar de enemigos separó a Fingolfin de su gente.

Porque dura había sido la guerra para los hijos de Fëanor, y casi todas las fronteras orientales habían sido tomadas por asalto. El Paso de Aglon fue forzado, aunque los ejércitos de Morgoth pagaron por ello un alto precio; y Celegorm y Curufin huyeron derrotados hacia el sur y el oeste por las fronteras de Doriath, y cuando por fin llegaron a Nargothrond, buscaron refugio con Finrod Felagund. De este modo acrecentaron la fuerza de Nargothrond; pero habría sido mejor, como se vio después, que se hubieran quedado en el este junto con los de su propio linaje. Maedhros llevó a cabo hazañas de insuperable valor, y los Orcos huían delante de su cara; porque desde el tormento padecido en Thangorodrim, ardía por dentro como una llama blanca, y era como uno que regresa de entre los muertos. Así, la gran fortaleza sobre la Colina de Himring no pudo ser tomada, y muchos de los más valientes que quedaban aún, tanto del pueblo de Dorthonion como de las fronteras orientales, se juntaron allí para ir al encuentro de Maedhros; y durante un tiempo él cerró una vez más el Paso de Aglon, de modo que los Orcos no pudieron penetrar en Beleriand por ese camino. Pero abrumaron a los jinetes del pueblo de Fëanor en Lothlann, pues hacia allí marchó Glaurung, y pasó por la Hondonada de Maglor, y destruyó todas las tierras entre los brazos del Gelion. Y los Orcos tomaron la fortaleza de las laderas occidentales del Monte Rerir y devastaron toda Thargelion, la tierra de Caranthir; y contaminaron el Lago Helevorn. De allí cruzaron el Gelion con fuego y terror y penetraron profundamente en Beleriand Oriental. Maglor se unió a Maedhros en Himring; pero Caranthir huyó y sumó el resto de su gente al pueblo disperso de los cazadores, Amrod y Amras, y se retiraron y pasaron Ramdal en el sur. En Amon Ereb mantuvieron una guardia y algunas fuerzas de combate, y recibieron la ayuda de los Elfos Verdes; y los Orcos no entraron en Ossiriand, ni tampoco en Taur—im—Duinath y las tierras salvajes del sur.

Llegó entonces a Hithlum la nueva de la caída de Dorthonion y la derrota de los hijos de Finarfin y el exilio de los hijos de Fëanor, expulsados de sus tierras. Entonces vio Fingolfin lo que era para él la ruina total de los Noldor, y la derrota de sus casas más allá de toda recuperación; y lleno de desesperación y de furia, montó a Rochallor, su gran caballo, y cabalgó solo sin que nadie pudiera impedírselo. Atravesó Dor—nu—Fauglith como un viento entre el polvo, y aquellos que alcanzaban a verlo pasar huían azorados, creyendo que había llegado el mismo Oromë; porque corría dominado por una cólera enloquecida, y los ojos le brillaban como los ojos de los Valar. Así pues, llegó solo a las puertas de Angband, e hizo sonar su cuerno, y golpeó una vez más las puertas de bronce, y desafió a Morgoth a un combate singular. Y Morgoth salió.

Esa fue la última vez durante esas guerras que Morgoth cruzó las puertas de su fortaleza, y se dice que no aceptó el desafío de buen grado; porque aunque su poder era mayor que todas las cosas de este mundo, sólo él entre los Valar conocía el miedo. Pero no podía negarse a aceptar el desafío delante de sus propios capitanes; pues la aguda música del cuerno de Fingolfin resonaba en las rocas, y su voz llegaba penetrante y clara hasta las profundidades de Angband; y Fingolfm llamó a Morgoth cobarde y señor de esclavos. Por lo tanto Morgoth salió, subiendo lentamente desde el trono profundo, y el sonido de sus pisadas era como un trueno bajo tierra. Y salió vestido con una armadura negra; y se erguía ante el Rey como una torre coronada de hierro y el vasto escudo, negro y sin blasón, arrojaba una sombra de nubes tormentosas. Pero Fingolfm brillaba debajo como una estrella; porque la cota de malla era de hilos de plata entretejidos, y en el escudo azul llevaba cristales incrustados; y desenvainó la espada, Ringil, que relució como el hielo.

Entonces Morgoth esgrimió el Martillo de los Mundos Subterráneos, llamado Grond, lo alzó bruscamente, y lo hizo caer como un rayo de tormenta. Pero Fingolfin saltó a un lado, y Grond abrió un gran boquete en la tierra, de donde salían humo y fuego. Muchas veces intentó Morgoth herirlo y otras tantas Fingolfm esquivó los golpes, como relámpagos lanzados desde una nube oscura; e hirió a Morgoth con siete heridas, y siete veces lanzó Morgoth un grito de angustia, mientras los ejércitos de Angband caían de bruces consternados, y el eco de los gritos resonaba en las Tierras Septentrionales.

Pero por fin el Rey se fatigó, y Morgoth lo abatió con el escudo. Tres veces cayó el Rey de rodillas y tres veces se volvió a levantar con el escudo roto y el yelmo mellado. Pero la tierra estaba desgarrada en boquetes todo alrededor, y el Rey tropezó y cayó de espaldas ante los pies de Morgoth; y le puso Morgoth el pie izquierdo sobre el cuello, y el peso era como el de una montaña derrumbada. No obstante, en un último y desesperado intento, Fingolfin golpeó con Ringil y rebanó el pie, y la sangre manó negra y humeante y llenó los boquetes abiertos por Grond.

De este modo pereció Fingolfin, Rey Supremo de los Noldor, el mas orgulloso y valiente de los reyes Elfos de antaño. Los Orcos no se jactaron de ese duelo ante las puertas; ni tampoco lo cantan los Elfos, pues tienen una pena demasiado profunda. No obstante, la historia se recuerda todavía, porque Thorondor, Rey de las Águilas, llevó la nueva a Gondolin y a Hithlum, a lo lejos. Y Morgoth levantó el cuerpo del Rey Elfo y lo quebró, y se lo habría arrojado a los lobos; pero Thorondor se precipitó desde su nido en las cumbres de Crissaegrim, se lanzó sobre Morgoth y le desfiguró la cara. La embestida de las alas de Thorondor era como el ruido de los vientos de Manwë, y aferró el cuerpo con sus garras poderosas y elevándose de súbito por sobre los dardos de los Orcos, se llevó al Rey consigo. Y lo puso sobre ja cima de una montaña que daba desde el norte sobre el valle escondido de Gondolin; y Turgon construyó un alto túmulo de piedras sobre su padre. Ningún Orco se aventuró luego a pasar por el monte de Fingolfin ni se atrevió a acercarse a la tumba, hasta que el destino de Gondolin se hubo cumplido, y la traición apareció entre los suyos. Morgoth renqueó siempre de un pie desde ese día, y el dolor de las heridas no se le curó nunca y en la cara llevaba la cicatriz que Thorondor le había hecho.

Grande fue el duelo en Hithlum cuando se supo la caída de Fingolfin, y Fingon, lleno de aflicción, se convirtió en señor de la casa de Fingolfin y el reino de los Noldor; pero a su joven hijo Ereinion (que se llamó luego Gil-galad) lo envió a los Puertos.

Ahora el poder de Morgoth ensombrecía las Tierras Septentrionales; pero Barahir no huía de Dorthonion y se quedó allí disputando al enemigo cada palmo de tierra. Entonces Morgoth persiguió a muerte a las gentes de Barahir, hasta que sólo quedaron muy pocos; y todo el bosque de las laderas septentrionales de esa tierra fue convirtiéndose día a día en una región de tal lobreguez y oscuros encantamientos que ni siquiera los Orcos entraban en ella, si no era por una extrema necesidad, y se la llamó Deldúwath y Taur—nu—Fuin, el Bosque bajo la Sombra de la Noche. Los árboles que crecieron allí después del incendio eran negros y tétricos, de raíces embrolladas y que amenazaban como garras en la oscuridad; y los que caminaban entre ellos se extraviaban y enceguecían, y eran estrangulados o perseguidos hasta la locura por fantasmas de terror. Por fin la situación de Barahir se hizo tan desesperada, que su esposa Emeldir, la de Corazón Viril (que antes prefería luchar junto a su hijo y su marido que huir y abandonarlos), convocó a todas las mujeres y los niños que estaban todavía con vida y dio armas a los que pudieran cargarlas; y los condujo a las montañas que se levantaban detrás, y lo hizo por caminos peligrosos, hasta que al fin llegaron con pérdida y desdicha a Brethil. Algunos fueron recibidos allí por los Haladin, pero otros cruzaron las montañas y fueron a Dorlómin y se unieron al pueblo de Galdor, el hijo de Hador; y entre ellos estaban Rían, hija de Belegund, y Morwen, que era llamada Eledhwen, que significa Resplandor Élfico, hija de Baragund. Pero ninguna volvió a ver a los hombres que habían dejado. Porque todos ellos fueron muertos uno por uno, hasta que sólo doce hombres le quedaron a Barahir: Beren, su hijo, y Baragund y Belegund, sus sobrinos, hijos de Brególas, y nueve fieles servidores de su casa, cuyos nombres se recordaron largo tiempo en los cantos de los Noldor: Radhruin y Dairuin eran ellos, Dagnir y Ragnor, Gildor y Gorlim el Desdichado, Arthad y Urthel, y Hathaldir el Joven. Al fin se convirtieron en proscritos sin mañana, una banda desesperada que no podía huir, pero que se negaba a ceder, porque sus viviendas habían sido destruidas, y sus mujeres e hijos habían sido capturados o muertos, o habían escapado. Desde Hithlum no llegaban nuevas ni ayuda, y Barahir y sus hombres eran perseguidos como bestias salvajes; y se retiraron a las altas tierras yermas por sobre los bosques y erraron entre los pequeños lagos y los páramos rocosos de esa región, lo más lejos posible de los espías y los hechizos de Morgoth. Tenían como cama los brezales y como techo el cielo nuboso.

Durante casi dos años después de la Dagor Bragollach siguieron los Noldor defendiendo el paso occidental en torno a las Fuentes del Sirion, porque el poder de Ulmo estaba en esas aguas, y Minas Tirith resistió a los Orcos. Pero por fin, después de la caída de Fingolfin, Sauron, el más grande y terrible de los servidores de Morgoth, que en lengua Sindarin se llama Gorthaur, fue al encuentro de Orodireth, el guardián de la torre en Tol Sirion. Sauron se había convertido por ese entonces en un hechicero de espantoso poder, amo de sombras y de fantasmas, de inmunda sabiduría, de fuerza cruel, que retorcía todo cuanto tocaba, y deformaba todo cuanto regía, señor de licántropos; su dominio era el tormento. Tornó Minas Tirith por asalto, pues una oscura nube de miedo cayó sobre los defensores; y Orodreth fue expulsado y huyó a Nargothrond. Entonces Sauron la convirtió en una atalaya para Morgoth, en una fortaleza del mal y en una amenaza; y la hermosa isla de Tol Sirion quedó maldecida y se llamó Tol—in—Gaurhoth, la Isla de los Licántropos. No había criatura viviente que pudiera pasar por el valle sin que Sauron la viera desde la torre. Y Morgoth dominaba ahora el paso del oeste, y había terror en los campos y los bosques de Beleriand. Implacable, perseguía a sus enemigos más allá de Hithlum, y registraba sus escondrijos y tomaba sus fortalezas una por una. Los Orcos, cada vez más audaces, recorrían a su antojo las vastas lejanías, llegando hasta el Sirion por el oeste, y hasta el Celon por el este, y rodeaban Doriath; y asolaban las tierras de modo que bestias y aves huían delante de ellos, y el silencio y la desolación se extendían desde el Norte. A muchos de los Noldor y los Sindar tomaron cautivos y llevaron a Angband, y los esclavizaron, obligándolos a poner su capacidad y sus conocimientos al servicio de Morgoth. Y Morgoth envió espías vestidos con falsedad, y había engaño en lo que decían; mintieron prometiendo recompensas, y con palabras astutas intentaron provocar miedo y celos entre los pueblos, acusando a los reyes y capitanes de codicia y traición mutua. Y por causa de la maldición de la Matanza de los Hermanos de Alqualondë, estas mentiras a menudo se creyeron; y por cierto, a medida que el tiempo se oscurecía, llegaron a tener un cierto viso de verdad, pues en Beleriand la desesperación y el miedo nublaban los corazones y las mentes de los Elfos. Pero los Noldor temían sobre todo la traición de aquellos parientes que habían servido en Angband; porque Morgoth había utilizado algunos para sus malvados propósitos, y fingiendo darles libertad, los dejaba partir, pero les había encadenado la voluntad, y sólo se alejaban para volver de nuevo a él. Por lo tanto, cuando alguno de estos cautivos conseguía escapar realmente, y volvía con su propio pueblo, no eran bien recibidos, y erraban solos, proscritos y desesperados.

De los Hombres, Morgoth fingía tener piedad, si alguien oía sus mensajes, y les decía que las aflicciones que habían caído sobre ellos provenían sólo de que estaban sometidos a los rebeldes Noldor, pero que de manos del verdadero Señor de la Tierra Media recibirían en cambio honores, y el valor tendría una justa recompensa. Pero pocos eran los Hombres de las Tres Casas de los Edain que le prestaban oído, ni siquiera cuando se los atormentaba en Angband. Por tanto, Morgoth los persiguió con odio; y envió a sus mensajeros por encima de las montañas.

Se dice que en este tiempo llegaron por primera vez a Belenand los Hombres Cetrinos. Algunos estaban ya sojuzgados por Morgoth en secreto, y acudieron a su llamada; pero no todos, pues los rumores acerca de Beleriand, de sus tierras y sus aguas, de sus guerras y sus riquezas, habían llegado lejos, y los pies errantes de los Hombres se dirigían siempre hacia el oeste en aquellos días. Estos hombres eran de escasa talla y corpulentos, de brazos largos y fuertes, de piel cetrina o amarillenta, y de cabellos oscuros al igual que los ojos. Eran de muchas casas, y algunos preferían los Enanos de las montañas a los Elfos. Pero Maedhros, conociendo la debilidad de los Noldor y de los Edain, mientras que los abismos de Angband parecían inagotables, colmados siempre de pertrechos renovados, celebró una alianza con estos Hombres recién venidos, y dio su amistad a los más grandes de los caciques, Bór y Ulfang. Y Morgoth se sintió complacido, pues esto era lo que había planeado. Los hijos de Bór Borlad, Borlach y Borthand—siguieron a Maedhros y a Maglor, y frustraron las esperanzas de Morgoth, y permanecieron fieles. Los hijos de Ulfang el Negro —Ulfast y Ulwarth y Uldor el Maldecido— siguieron a Caranthir y juraron mantener una alianza con él, pero no fueron leales.

No había mucha amistad entre los Edain y los Orientales y se reunían rara vez; porque los recién llegados moraron por largo tiempo en Beleriand Oriental, y el pueblo de Hador estaba encerrado en Hithlum, y poco quedaba de la casa de Bëor. El Pueblo de Haleth apenas fue afectado en un principio por la guerra, ya que vivía al sur en el Bosque de Brethil, aunque ahora libraba una batalla con los Orcos invasores, pues eran hombres de corazón valeroso y no estaban dispuestos a abandonar a la ligera los bosques que tanto amaban. Y entre las historias de las derrotas de entonces, los hechos de los Haladin se recuerdan con honor: porque luego de tomar Minas Tirith, los Orcos avanzaron por el paso occidental, y quizás habrían desolado aun las Desembocaduras del Sirion; pero Halmir, señor de los Haladin, envió sin demora un mensaje a Thingol, pues tenía amistad con los Elfos que guardaban las fronteras de Doriath. Entonces Beleg Arcofirme, jefe de los centinelas de Thingol, condujo a Brethil una gran fuerza de Sindar, armada con hachas; y saliendo de las profundidades del bosque, Halmir y Beleg sorprendieron a la legión de los Orcos y la destruyeron. En adelante la ola oscura que venía del norte fue contenida en esa región, y los Orcos ya no se atrevieron a cruzar el Teiglin durante muchos años. El Pueblo de Haleth vivió en una paz cautelosa en el Bosque de Brethil, y detrás de la guardia que ellos montaban, el Reino de Nargothrond tuvo sosiego, y le fue posible recuperar fuerzas.

En este tiempo Húrin y Huor, los hijos de Galdor de Dorlómin, vivían con los Haladin, pues eran del mismo linaje. En los días anteriores a la Dagor Bragollach, estas dos casas de los Edain celebraron juntas una gran fiesta, cuando Galdor y Glóredhel, hijos de Hador Cabeza de Oro, se casaron con Hareth y Haldir, hijos de Halmir, señor de los Haladin. Así fue que Haldir, tío de ellos, agasajó en Brethil a los hijos de Galdor, de acuerdo con las costumbres de los Hombres en aquel tiempo; y ambos fueron a la guerra contra los Orcos, aun Huor, pues no fue posible impedírselo aunque sólo tenía trece años. Pero eran parte de una compañía que fue separada del resto, y fueron perseguidos hasta el Vado de Brithiach, y allí habrían caído prisioneros o habrían muerto si no hubiera intervenido el poder de Ulmo, que era aún fuerte en el Sirion. Una niebla se levantó del río y los ocultó de sus enemigos, y escaparon de Brithiach a Dimbar, y erraron entre las colinas y los muros escarpados de las Crissaegrim, hasta que los confundieron los engaños de la tierra y ya no distinguieron el camino que iba del que venía. Allí los vio Thorondor y envió a dos de las águilas en su ayuda; y las águilas los cargaron y los llevaron más allá de las Montañas Circundantes al valle secreto de Tumladen y la ciudad escondida de Gondolin, que ningún Hombre había visto todavía.

Allí Turgon el Rey les dio la bienvenida, cuando supo de qué linaje eran; porque mensajes y sueños le habían llegado por el Sirion desde el mar, enviados por Ulmo, Señor de las Aguas, advirtiéndole sobre penas futuras, y aconsejándole tratar con bondad a los hijos de la casa de Hador, quienes lo ayudarían en momentos de necesidad. Húrin y Huor vivieron como huéspedes en casa del rey casi por un año; y se dice que en este tiempo Húrin aprendió mucho de la ciencia de los Elfos, y algo entendió también de los juicios y los propósitos del rey. Porque Turgon llegó a tener afecto a los hijos de Galdor y conversaban mucho juntos; y en verdad deseaba retenerlos en Gondolin por amor a ellos, y no sólo por la ley que exigía que ningún forastero, fuera éste Elfo u Hombre, que encontrara el camino al reino secreto y viera la ciudad, nunca pudiera volver a irse, en tanto el rey no abriera el cerco, y el pueblo oculto saliera.

Pero Húrin y Huor deseaban regresar, compartir con su pueblo guerras y dolores. Y Húrin le dijo a Turgon: —Señor, sólo somos Hombres mortales, muy distintos de los Eldar. Ellos pueden aguardar muchos años la guerra contra el Enemigo, en algún día distante; pero para nosotros la vida es corta, y nuestra esperanza y nuestra fuerza pronto se marchitan. Además, nosotros no encontramos el camino S Gondolin, y no sabemos de cierto dónde está esta ciudad; pues fuimos traídos con miedo y asombro a través de los altos caminos del aire, y por misericordia nos velaron los ojos—. Entonces Turgon accedió y dijo: —Por el camino que vinisteis, tenéis permiso para partir, si Thorondor está dispuesto. Me apena esta separación; sin embargo, en un corto tiempo, de acuerdo con las cuentas de los Eldar, puede que volvamos a encontrarnos.

Pero Maeglin, el hijo de la hermana del rey, que era poderoso en Gondolin, no lamentó para nada que partiesen, aunque les reprochaba el favor del rey, y no sentía amor alguno por el linaje de los Hombres; y le dijo a Húrin: —La gracia del rey es mayor de lo que sospechas, y la ley se ha vuelto menos severa que antaño; de lo contrario no tendrías otra opción que vivir aquí hasta el final de tus días.

Entonces Húrin le respondió: —Grande es en verdad la gracia del rey; pero si nuestra palabra no basta, te haremos a ti un juramento—. Y los hermanos juraron no revelar nunca los designios de Turgon y mantener en secreto todo lo que habían visto en el reino. Entonces se despidieron, y las águilas se los llevaron por la noche, y los depositaron en Dorlómin antes del amanecer. Las gentes se regocijaron al verlos, pues los mensajes llegados de Brethil los daban por perdidos; pero ellos no quisieron revelar ni siquiera al padre dónde habían estado, salvo que habían sido rescatados en el páramo por las águilas, que los habían transportado de vuelta. Pero Galdor preguntó: —¿Habéis vivido un año entonces a la intemperie? ¿Acaso las águilas os albergaron en sus nidos? Pero encontrasteis alimento y vestidos hermosos, y volvéis como jóvenes príncipes, no como abandonados en el bosque—. Y Húrin contestó: —Conténtate con que hayamos regresado; pues sólo por un voto de silencio se nos permitió hacerlo—. Entonces Galdor no les hizo más preguntas, pero él y muchos otros adivinaron la verdad; y con el tiempo la extraña fortuna de Húrin y Huor llegó a oídos de los servidores de Morgoth.

Ahora bien, cuando Turgon supo del quebrantamiento del Sitio de Angband, no permitió que nadie partiera a la guerra; porque pensaba que Gondolin era fuerte, y el tiempo no estaba aún maduro para que él se mostrara abiertamente. Pero creía también que el fin del Sitio era también el principio de la caída de los Noldor, a no ser que llegara ayuda; y envió compañías de los Gondolindrim en secreto a las Desembocaduras del Sirion y a la Isla de Balar. Allí construyeron embarcaciones y navegaron al extremo Occidente en cumplimiento del cometido de Turgon, en busca de Valinor, para pedir el perdón y la ayuda de los Valar; y rogaron a las aves del mar que los guiasen. Pero los mares eran bravos y vastos, y la sombra y el hechizo flotaban sobre ellos; y Valinor estaba oculta. Por tanto, ninguno de los mensajeros de Turgon llegó al Occidente, y muchos se perdieron y pocos regresaron; pero la condenación de Gondolin se aproximaba.

Le llegó a Morgoth el rumor de estos hechos, y se sintió inquieto en medio de sus victorias; y deseó sobremanera tener nuevas de Felagund y de Turgon. Porque nada se sabía de ellos, y sin embargo no habían muerto; y él temía aún lo que pudieran hacer. De Nargothrond conocía por cierto el nombre, pero no su situación ni su fortaleza; y de Gondolin nada sabía, y sobre todo lo perturbaba pensar en Turgon. Por tanto envió todavía más espías a Beleriand; pero a las principales huestes de los Orcos las llamó a Angband, pues advertía que no podía emprender aún una batalla final en tanto no reuniera nuevas fuerzas, y que no había medido con exactitud el valor de los Noldor ni el poder de los brazos de los Hombres que luchaban junto a ellos. Aunque grande había sido la victoria en la Bragollach en años anteriores, y lamentable el daño que había hecho a sus enemigos, no menores habían sido sus pérdidas; y aunque tenía en su poder a Dorüionion y el Paso del Sirion, los Eldar, que se recuperaban de su primer desconcierto, empezaban a recobrar lo que habían Perdido. Así, pues, hubo en el sur de Beleriand una apariencia de paz por unos pocos breves años; pero abundante era la faena en las herrerías de Angband.

Cuando hubieron pasado siete años después de la Cuarta Batalla, Morgoth volvió al ataque, y envió una gran fuerza contra Hithlum. Duro fue el ataque contra los pasos de las Montañas Sombrías, y en el sitio de Eithel Sirion, Galdor el Alto, Señor de Dorlómin, fue muerto por una flecha. Ocupaba esa fortaleza en nombre de Fingon, el Rey Supremo; y en el mismo sitio y poco tiempo antes había muerto su padre, Hador Lórindol. Húrin, su hijo, apenas alcanzaba la virilidad en ese entonces, pero era muy fuerte, tanto de mente como de cuerpo; y arrojó a los Orcos de Ered Wethrin en medio de una gran matanza, y los persiguió por las arenas de Anfauglith.

Pero al Rey Fingon no le fue fácil detener al ejército de Angband que descendía desde el norte; y la batalla se libró en las llanuras mismas de Hithlum. Allí Fingon fue superado en número; pero los barcos de Círdan navegaban con denuedo por el Estuario de Drengist, y en el momento de necesidad los Elfos de las Falas cayeron sobre las huestes de Morgoth desde el oeste. Entonces los Orcos cedieron y huyeron, y los Eldar obtuvieron la victoria, y sus arqueros montados los persiguieron aun hasta las Montañas de Hierro.

En adelante, Húrin hijo de Galdor gobernó la casa de Hador en Dorlómin, y sirvió a Fingon. Húrin, de menor talla que sus padres, o que su hijo mayor, era sin embargo infatigable y resistente de cuerpo, ágil y rápido como los del linaje de su madre, Hareth de los Haladin. Tenía como esposa a Morwen Eledhwen hija de Baragund, de la casa de Bëor, la que huyó de Dorthonion con Rían hija de Belegund, y Emeldir, la madre de Beren.

En ese tiempo también los proscritos de Dorthonion fueron destruidos, como se cuenta más tarde; y Beren hijo de Barahir, el único que logró escapar, llegó con mucha dificultad a Doriath.

 

 

 

17. De la llegada de los hombres al Occidente
Índice
19. De Beren y Lúthien