22. De la ruina de Doriath

 

Así concluyó la historia de Túrin Turambar; sin embargo Morgoth no dormía ni descansaba del mal, y aún tenía tratos con la casa de Hador, impulsado contra ellos por una malicia insaciable, aunque nunca perdía de vista a Húrin, y Morwen erraba enloquecida por las tierras salvajes.

Desdichada era la suerte de Húrin; porque todo lo que sabía Morgoth de los resultados de su propia malicia, también lo sabía Húrin, pero las mentiras se confundían con la verdad, y todo lo bueno se ocultaba o se tergiversaba. Morgoth intentaba echar de cualquier modo una luz maligna sobre las cosas que Thingol y Melian habían hecho, porque los odiaba y los temía. Por tanto, cuando creyó que el momento era oportuno, dejó en libertad a Húrin, diciéndole que fuera donde quisiera, como si compadeciera a un enemigo por completo derrotado. Pero mentía, y sólo deseaba que Húrin sintiera todavía más odio por Elfos y Hombres antes de morir.

Entonces, aunque poco confiaba en las palabras de Morgoth, pues sabía que no conocía la piedad, Húrin se alejo dolorido, amargado por las palabras del Señor Oscuro; y había transcurrido un año desde la muerte de su hijo Túrin. Durante veintiocho años había permanecido cautivo en Angband, y tenía un aspecto tétrico. Llevaba los cabellos y la barba largos y encanecidos, pero caminaba erguido, apoyándose en un gran cayado negro; y ceñía una espada. Así llegó a Hithlum, y los cabecillas de los Orientales se enteraron de que había un gran movimiento de capitanes y de soldados negros de Angband por las arenas de Ánfauglith, y de que con ellos venía un anciano tratado con altos honores. Así ocurrió que no levantaron la mano contra Húrin y lo dejaron andar libremente por aquellas tierras; en lo que se mostraron prudentes, y el resto del pueblo de Húrin lo evitó, pues llegaba de Angband como quien tiene alianza con Morgoth y es por él honrado.

Así, pues, la libertad acrecentaba todavía más la amargura del corazón de Húrin; y abandonó la tierra de Hithlum y subió a las montañas. Desde allí divisó a lo lejos en medio de las nubes los picos de las Crissaegrim, y se acordó de Turgon; y deseó volver al reino escondido de Gondolin. Descendió por tanto, de Ered Wethrin, y no sabía que las criaturas de Morgoth lo vigilaban; y cruzando el Brithiach, entró en Dimbar, y llegó al oscuro pie de las Echoriath. Toda la tierra estaba desolada y fría, y miró alrededor con pocas esperanzas, erguido al pie de una pendiente de piedras bajo un muro escarpado, y no sabía que eso era todo lo que podía verse del antiguo Camino de Huida: habían bloqueado el Río Seco y el portal arqueado estaba bajo tierra. Entonces Húrin miró el cielo gris, creyendo que quizá viera nuevamente a las águilas, como hacía ya mucho, en su juventud; pero sólo vio las sombras venidas del este, y las nubes que rodeaban los picos inaccesibles, y sólo J oyó el silbido del viento sobre las piedras.

Pero la vigilancia de las grandes águilas había sido redoblada, y pronto descubrieron a Húrin, allá abajo, abandonado a la luz declinante; y en seguida el mismo Thorondor, pues la noticia parecía de importancia, le llevó el mensaje a Turgon. Pero Turgon le dijo: —¿Acaso Morgoth duerme? Te equivocas.

—No es así —le dijo Thorondor— Si las Águilas de Manwë acostumbraran a errar de esta manera, hace ya tiempo, señor, que vuestro escondite habría sido inútil.

—Entonces no hay duda de que tus palabras auguran el mal —dijo Turgon—, pues sólo pueden tener un significado. Aun Húrin Thalion se ha sometido a la voluntad de Morgoth. Mi corazón se ha cerrado para siempre.

Pero cuando Thorondor hubo partido, Turgon se quedó largo tiempo meditando, y recordó perturbado los hechos de Húrin de Dorlómin; y abrió su corazón, y pidió a las águilas que buscaran a Húrin, e intentaran traerlo a Gondolin. Pero era demasiado tarde, y no lo vieron más, ni a la luz ni a la sombra.

Porque Húrin estaba entonces desesperado mirando los riscos silenciosos de las Echoriath; y el sol poniente horadó las nubes y le tino de rojo los cabellos blancos. Entonces gritó en el desierto, sin importarle que nadie lo escuchara, y maldijo la tierra implacable; y de pie sobre una roca elevada miró por último hacia Gondolin y llamó en alta voz: —¡Turgon, Turgon, recuerda el Marjal de Serech! ¡Oh, Turgon! ¿No me oyes en tus estancias ocultas?—. Pero no había otro sonido que el del viento en las hierbas secas. —Así silbaban en Serech al ponerse el sol —dijo; y mientras hablaba el sol se puso tras las Montañas de la Sombra, y una oscuridad cayó alrededor, y el viento cesó, y hubo silencio en el yermo.

Pero quienes vigilaban a Húrin alcanzaron a oír lo que decía, y el mensaje llegó sin demora ante el Trono Oscuro del norte; y Morgoth sonrió, porque ahora sabía claramente en qué región moraba Turgon, aunque por causa de las águilas no había podido mandar ningún espía a que observara aquellas tierras, detrás de las Montanas Circundantes. Este fue el primer mal que la libertad de Húrin trajo al mundo.

Cuando se hizo la oscuridad, Húrin resbaló de la roca y cayó en un pesado sueño de dolor. Pero en el sueño oyó la voz de Morwen que se lamentaba y que lo llamaba una y otra vez; y le pareció que la voz venía de Brethil. Por tanto, cuando despertó, junto con la venida del día, se puso de pie y regresó al Brithiach; y avanzando a lo largo de Brethil llegó en la noche a los Cruces del Teiglin. Los centinelas nocturnos lo vieron, pero se sintieron atemorizados, pues creían ver a un fantasma salido de un viejo túmulo de guerra, y que ahora andaba en la oscuridad; y por eso Húrin no fue detenido, y al fin llegó al sitio en que Glaurung había sido quemado, y vio la piedra alta, erguida a orillas de Cabed Naeramarth. Pero Húrin no miró la piedra, pues sabía lo que allí estaba escrito; y además había descubierto que no se encontraba solo. Sentada a la sombra de la piedra había una mujer, inclinada y de rodillas; y mientras Húrin la miraba en silencio, ella echó atrás la destrozada capucha y levantó la cara; tenía el pelo cano y era vieja; pero de pronto las miradas de los dos se encontraron, y él la reconoció porque aunque había espanto y frenesí en los ojos de ella, aún conservaban la luz que mucho tiempo atrás le había ganado el nombre de Eledhwen, la más orgullosa y bella entre las mujeres mortales de antaño.

—Has venido por fin —dijo ella— He esperado demasiado.

El camino era oscuro. Vine como me fue posible —respondió él.

—Pero has llegado demasiado tarde —le dijo Morwen—. Se han perdido.

—Lo sé —dijo él— Pero tú no.

Pero Morwen dijo: —Casi. Estoy agotada. Me iré con el sol. Queda poco tiempo ahora: si lo sabes ¡di—meló! ¿Cómo llegó ella a encontrarlo?

Pero Húrin no respondió, y se sentaron junto a la piedra y no volvieron a hablar; y cuando el sol se puso, Morwen suspiró y le tomó la mano, y se quedó quieta; y Húrin supo que había muerto. La miró en el crepúsculo, y le pareció que las líneas trazadas por el dolor y las crueles penurias se habían borrado en el rostro de Eledhwen. —Nunca fue vencida —dijo; y le cerró los ojos y permaneció sentado e inmóvil junto a ella mientras la noche continuaba avanzando. Las aguas de Cabed Naeramarth rugían cerca, pero él no oía nada, y no veía nada, y no sentía nada, porque el corazón se le había vuelto de piedra. Pero sopló un viento frío, y una lluvia le golpeó la cara, y lo despertó, y la ira se levantó en él como un humo que le oscurecía el juicio, de modo que ahora no deseaba otra cosa que vengarse por los daños que habían sufrido él y los suyos, acusando en su angustia a todos los que habían tenido algún trato con ellos. Entonces se incorporó e hizo una tumba para Morwen sobre Cabed Naeramarth al lado oeste de la piedra; y sobre ella grabó estas palabras: Aquí yace también Morwen Eledhwen.

Se dice que un vidente y arpista de Brethil llamado Glirhuin compuso un canto en el que decía que la Piedra de los Desventurados nunca sería mancillada por Morgoth, ni nunca caería, aun cuando el mar anegara la tierra, como en verdad más tarde acaeció; y todavía Tol Morwen se yergue sola en el agua más allá de las costas que fueron hechas en los días de la cólera de los Valar. Pero Húrin no yace allí, pues el destino lo llevó a otro sitio, y la Sombra aún iba detrás de él.

Ahora bien, Húrin cruzó el Teiglin y fue hacia el sur por el antiguo camino que conducía a Nargothrond; y vio a lo lejos hacia el este la elevación solitaria de Amon Rüdh, y supo lo que allí había sucedido. Por fin llegó a las orillas del Narog, y se aventuró a cruzar las aguas precipitadas pisando las piedras caídas del puente, como lo había hecho Mablung de Doriath antes que él; y se encontró ante las quebradas Puertas de Felagund, apoyado en su vara.

Es necesario contar aquí que después de la partida de Glaurung, Mim el Enano Mezquino había encontrado el camino a Nargothrond y se había deslizado dentro de los recintos en ruinas; y había tomado posesión de ellos, y estaba allí acariciando de continuo el oro y las gemas, pues nadie venía nunca a despojarlo, por miedo al espíritu de Glaurung y su solo recuerdo. Pero ahora alguien había venido y estaba en el umbral; y Mim salió y quiso saber qué propósitos lo traían. Pero Húrin le dijo: —¿Quién eres tú, que pretendes impedirme la entrada a la casa de Finrod Felagund?

Entonces el Enano respondió: —Soy Mim; y antes que los orgullosos llegaran desde el Mar, los Enanos excavaron los recintos de Nulukkizdín. No he venido sino a tomar lo que es mío; porque soy el último de mi pueblo.

—Pues entonces ya no seguirás gozando de tu herencia —dijo Húrin—; porque yo soy Húrin hijo de Galdor vuelto de Angband, y mi hijo era Túrin Turambar, a quien no has olvidado; y él fue quien dio muerte a Glaurung el Dragón, el que arrumó los recintos en que estás ahora; y aquel que traicionó el Yelmo—Dragón de Dorlómin no me es desconocido.

Entonces Mim, atemorizado, le rogó a Húrin que tomara lo que quisiera, y que le perdonara la vida; pero Húrin no le hizo caso, y lo mató allí ante las puertas de Nargothrond. Luego entró y se demoró un rato en aquel espantoso lugar, donde los tesoros de Valinor estaban esparcidos por los suelos en oscuridad y deterioro; pero se dice que cuando Húrin salió de las ruinas de Nargothrond y estuvo de nuevo bajo el cielo, de todo ese tesoro había tomado tan sólo una cosa.

Luego Húrin se encaminó hacia el este y llegó a las Lagunas del Crepúsculo sobre las Cataratas del Si—non; y allí fue detenido por los Elfos que vigilaban las fronteras occidentales de Doriath, y llevado ante el Rey Thingol en las Mil Cavernas. Entonces Thingol sintió gran dolor y pena cuando lo miró y reconoció en ese hombre lóbrego y envejecido a Húrin Thalion, el cautivo de Morgoth; pero lo saludó amablemente y le rindió honores. Húrin no respondió al rey, y sacó de debajo de la capa la única cosa que había traído de Nargothrond; y era nada menos que el Nauglamír, el Collar de los Enanos, hecho para Finrod Felagund hacía ya mucho tiempo por los artesanos de Nogrod y Belegost, la más afamada de todas las obras de los Días Antiguos, y la más apreciada por Finrod entre todos los tesoros de Nargothrond. Y Húrin lo arrojó a los pies de Thingol con furiosas y amargas palabras.

—¡Recibe la paga —exclamó— por lo bien que has cuidado de mis hijos y mi esposa! Porque éste es el Nauglamír, cuyo nombre es conocido de muchos entre los Elfos y los Hombres; y te lo traigo desde la oscuridad de Nargothrond, donde Finrod, tu pariente, lo dejó cuando partió con Beren hijo de Barahir, para cumplir el cometido de Thingol de Doriath.

Entonces Thingol miró el gran tesoro, y reconoció el Nauglamír, y comprendió en seguida las intenciones de Húrin; pero movido por la compasión, se contuvo, y soporto el desprecio de Húrin. Y por último Melian habló, y dijo: —Húrin Thalion, Morgoth te ha embrujado; porque quien ve por los ojos de Morgoth, quiéralo o no, ve las cosas torcidas. Mucho tiempo tu hijo Túrin fue cuidado en las estancias de Menegroth, y recibió amor y honores como hijo del rey; y no fue por voluntad del rey ni por la mía que no volvió nunca a Doriath. Y después tu esposa y tu hija fueron albergadas aquí con honor y buena voluntad; e hicimos todo lo que pudimos por apartarlas del camino a Nargothrond. Con la voz de Morgoth reprochas ahora a tus amigos.

Y al escuchar estas palabras de Melian, Húrin se quedó inmóvil y miró largamente a la reina en los ojos; y allí, en Menegroth, defendida todavía por la Cintura de Melian de la oscuridad del Enemigo, leyó la verdad de todo cuanto había sido hecho, y conoció por fin la plenitud del daño que para él había concebido Morgoth Bauglir. Y no habló más del pasado, e inclinándose levantó el Nauglamír de donde estaba delante del trono de Thingol, y se lo entregó diciendo: —Recibid, señor, el Collar de los Enanos como regalo de uno que no tiene nada y como recuerdo de Húrin de Dorlómin. Porque ahora mi destino está cumplido, y también el propósito de Morgoth, pero ya no soy esclavo de él.

Entonces se volvió y abandonó las Mil Cavernas, y todos los que lo veían caían hacia atrás al verle la cara; y nadie intentó impedir que partiese, ni nadie supo entonces a dónde iba. Pero se dice que Húrin ya no quiso seguir viviendo; despojado de todo deseo y de todo propósito se arrojó por fin al Mar Occidental; y así terminó el más poderoso de los guerreros de los Hombres mortales.

Pero cuando Húrin se hubo marchado de Menegroth, Thingol permaneció largo tiempo en silencio mirando el gran tesoro que tenía sobre las rodillas; y pensó que tenía que ser rehecho, y que en él había que engarzar el Silmaril. Porque al paso de los años el pensamiento de Thingol había vuelto una y otra vez a la joya de Fëanor, y al fin se apegó a ella, y no le gustaba dejarla, ni siquiera tras las puertas de su cámara más profunda, y ahora estaba decidido a llevarla siempre consigo, despierto y dormido.

En aquellos días los Enanos viajaban todavía a Beleriand desde las mansiones de Ered Lindon, y cruzando el Gelion en Sarn Athrad, el Vado de Piedras, tomaban el viejo camino a Doriath; pues eran muy hábiles para el trabajo de los metales y las piedras, y se los necesitaba a menudo en las estancias de Menegroth. Pero ya no venían en grupos reducidos como antes, sino en grandes compañías bien armadas para protegerse en las peligrosas tierras que se extienden entre el Aros y el Gelion; y en esas ocasiones se alojaban en Menegroth en cámaras y herrerías reservadas para ellos. Y precisamente en ese tiempo habían llegado a Doriath grandes artífices de Nogrod; y por tanto el rey los convocó y les dijo qué deseaba, y que si no les faltaba habilidad tenían que rehacer el Nauglamír y engarzar el Silmaril. Entonces los Enanos miraron la obra de sus padres, y contemplaron maravillados la joya refulgente de Fëanor; y sintieron un gran deseo de apoderarse de los dos tesoros y llevarlos a las montañas. Pero disimularon estos pensamientos y aceptaron la tarea.

Larga fue la tarea; y Thingol bajaba solo a las profundas herrerías y se sentaba entre ellos mientras trabajaban. Con el tiempo el deseo de Thingol quedó cumplido, y las obras más grandes de los Elfos y los Enanos se unieron y se hicieron una; y era de una extremada belleza; porque ahora las incontables joyas del Nauglamír reflejaban y expandían alrededor con maravillosos matices la luz del Silmaril. Entonces Thingol, solo entre ellos, hizo ademán de levantarlo y de ponérselo al cuello; pero en ese momento los Enanos lo retuvieron y exigieron que se los cediera preguntando: —¿Con qué derecho reclama el rey Elfo el Nauglamír, hecho por nuestros padres para Finrod Felagund, que ya ha muerto? Sólo lo tiene de manos de Húrin, el Hombre de Dorlómin, que lo tomó como un ladrón de la oscuridad de Nargothrond— Pero Thingol leyó en los corazones de los Enanos y vio que el deseo del Silmaril no era sino un pretexto y un manto bordado que ocultaba otras intenciones; e iracundo y orgulloso no hizo caso del peligro en que se encontraba, y les habló con desprecio diciendo: —¿Cómo os atrevéis, torpe raza, a exigir nada de mí, Elu Thingol, Señor de Beleriand, cuya vida empezó junto a las aguas de Cuiviénen incontables años antes que despertaran los padres del pueblo reducido?— E irguiéndose alto y orgulloso entre ellos les ordenó con palabras humillantes que abandonaran Doriath sin ser recompensados.

Entonces la codicia de los Enanos se convirtió en rabia por las palabras del rey; y lo rodearon, y le pusieron las manos encima, y lo mataron. De este modo Elwë Singollo, el Rey de Doriath, el único de los Hijos de Ilúvatar que desposara a una de las Ainur, y el único de los Elfos Abandonados que había visto la luz de los Árboles de Valinor, murió en las profundidades de Menegroth, con una última mirada posada en el Silmaril.

Entonces los Enanos recogieron el Nauglamír y abandonaron Menegroth, y huyeron hacia el este a través de Región. Pero la noticia corrió rápidamente por el bosque, y pocos de esa compañía llegaron al Aros, pues fueron perseguidos a muerte mientras buscaban el camino del este; y el Nauglamír fue recuperado y llevado con amarga pena a Melian la Reina. No obstante, dos fueron los asesinos de Thingol que escaparon a la persecución por las fronteras del este, y volvieron por fin a la ciudad lejana de las Montañas Azules; y allí en Nogrod contaron en parte lo sucedido, diciendo que los Enanos habían sido muertos en Doriath por orden del rey Elfo para no darles así la prometida recompensa.

Entonces muy grandes fueron la ira y las lamentaciones de los Enanos de Nogrod por la muerte de sus hermanos y de sus grandes artífices, y se mesaron las barbas y gimieron; y durante mucho tiempo meditaron vengarse. Se dice que pidieron la ayuda de Belegost, que les fue negada, y que los Enanos de Belegost intentaron disuadirlos; pero de nada les valió este consejo, y no tardaron en preparar un gran ejército que partió de Nogrod, y cruzando el Gelion marchó hacia el oeste a través de Beleriand.

Una gran pesadumbre había descendido sobre Doriath. Melian se quedaba largo rato sentada en silencio junto a Thingol el Rey, recordando los años iluminados por las estrellas y la primera vez que se encontraran entre los ruiseñores de Nan Elmoth en edades anteriores; y sabía que la despedida de Thingol anunciaba una despedida todavía mayor, y que el destino de Doriath estaba próximo a cumplirse. Porque Melian era de la raza divina de los Valar, una Maia de gran poder y sabiduría; aunque por amor a Elwë Singollo había adoptado la forma de los Hijos Mayores de Ilúvatar; y con esa unión quedó atada por las cadenas y trabas de la carne de Arda. En esa forma concibió para él a Lúthien Tinúviel; y en esa forma ganó poder sobre la sustancia de Arda.

La Cintura de Melian defendió a Doriath durante largas edades de los males exteriores. Pero ahora Thingol yacía muerto, y su espíritu había entrado en los recintos de Mandos; y esta muerte había traído un cambio también a Melian. Fue así que el poder de ella se retiró por ese tiempo de los bosques de Neldoreth y Región; y el Esgalduin, el río encantado, habló con una voz diferente, y Doriath quedó abierta a los enemigos.

En adelante Melian habló sólo con Mablung, pidiéndole que cuidara del Silmaril, y transmitiera sin demora la nueva a Beren y Lúthien en Ossiriand; y desapareció de la Tierra Media y pasó a la tierra de los Valar, más allá del Mar Occidental, para llorar su dolor en los jardines de Lorien, de donde había venido, y en esta historia nada más se dice de ella.

Así fue que el ejército de los Naugrim, cruzando el Aros, penetró sin ser estorbado en los bosques de Doriath; y nadie les opuso resistencia, pues eran muchos y feroces, y los capitanes de los Elfos Grises titubearon y se desesperaron, y fueron de aquí para allá sin objeto alguno. Pero los Enanos siguieron adelante, y cruzaron el gran puente y penetraron en Menegroth; y allí ocurrió uno de los hechos más dolorosos de los Días Antiguos. Porque se libró una batalla en las Mil Cavernas, y muchos Enanos y Elfos murieron; y esto no se olvidó. Pero vencieron los Enanos, que saquearon y vaciaron las estancias de Thingol. Allí cayó Mablung el de la Mano Pesada, ante las puertas del tesoro donde estaba el Nauglamír; y el Silmaril fue tomado.

En ese tiempo Beren y Lúthien vivían todavía en Tol Galen, la Isla Verde, en el Río Adurant, la más austral de las corrientes que descendiendo de Ered Lindon iban a parar al Gelion; y su hijo Dior Eluchíl tenía por esposa a Nimloth, pariente de Celeborn, príncipe de Doriath, que estaba desposado con la Dama Galadriel. Los hijos de Dior y Nimloth fueron Eluréd y Elurín; y también tuvieron una hija, y se llamaba Elwing, que significa Rocío de Estrellas, porque nació en una noche estrellada cuya luz resplandecía en el rocío de la cascada de Lantnir Lamatn junto a la casa de su padre.

Ahora bien, pronto se supo entre los Elfos de Ossiriand que una gran hueste de Enanos con pertrechos de guerra había descendido de las montañas y había cruzado el Gelion por el Vado de Piedras. Estas nuevas no tardaron en llegar a Beren y Lúthien; y en ese tiempo arribó también un mensajero de Doriath que les contó lo que allí había ocurrido. Entonces Beren se puso de pie y abandonó Tol Galen; y llamó a Dior, su hijo, y se encaminaron al norte hacia el Río Asear; y junto con ellos fueron muchos Elfos Verdes de Ossiriand.

Así ocurrió que cuando los Enanos de Nogrod, que volvían de Menegroth con huestes disminuidas, llegaron nuevamente a Sarn Aturad, fueron atacados por enemigos invisibles; porque mientras subían por las orillas del Gelion cargados del botín de Doriath, las trompetas de los Elfos resonaron de pronto en los bosques de alrededor y de todos lados llovieron lanzas sobre los Enanos. Allí muchos de ellos murieron en el primer ataque; pero algunos consiguieron escapar y se mantuvieron unidos, y huyeron hacia el este a las montañas. Y mientras escalaban las pendientes del Monte Dolmed, los Pastores de Árboles cayeron sobre los Enanos y los expulsaron hasta los bosques sombríos de Ered Lindon; desde allí, según se dice, ninguno volvió a escalar los altos pasos que conducían a las cavernas.

En esa batalla junto a Sarn Athrad, Beren luchó por última vez, y él fue quien mató al Señor de Nogrod, y le arrancó el Collar de los Enanos; pero el Señor de Nogrod murió maldiciendo el tesoro. Entonces Beren miró con asombro la joya de Fëanor que él había cortado de la corona de hierro de Morgoth, y que ahora refulgía en medio de oro y gemas, engarzada por la destreza de los Enanos; y le quitó la sangre en las aguas del río. Y cuando todo hubo terminado, el tesoro de Doriath se hundió en el Río Asear, y desde ese momento el río tuvo nuevo nombre: Rathlóriel, el Lecho de Oro; pero Beren tomó el Nauglamír y volvió a Tol Galen. Poco alivió la pena de Lúthien enterarse de que el Señor de Nogrod había muerto y con él muchos Enanos; pero se dice , j y se canta que Lúthien, engalanada con el collar y la joya inmortal era la visión más bella y gloriosa que se hubiera contemplado alguna vez fuera del reino de Valinor; y por un breve tiempo la Tierra de los Muertos que Viven pareció una visión de la tierra de los Valar, y desde entonces ningún sitio fue tan hermoso, tan fértil y tan lleno de luz.

Ahora bien, Dior, el heredero de Thingol, se despidió de Beren y de Lúthien, y abandonando Lanthir Lamath con su esposa Nimloth fue a Menegroth e hizo allí su morada; y con ellos fueron sus jóvenes hijos Eluréd y Elurín, y su hija Elwing. Entonces los Sindar les recibieron con alegría, y salieron de la oscuridad de su pena por el rey y pariente caído y por la partida de Melian; y Dior Eluchíl se propuso devolver la gloria al reino de Doriath.

Una noche de otoño, ya tarde, alguien llegó y llamó a las puertas de Menegroth pidiendo ser admitido ante el rey. Era un señor de los Elfos Verdes que venía apresurado de Ossiriand, y los guardianes lo condujeron a la cámara donde Dior se encontraba solo; y allí, en silencio, el Elfo le dio al rey un cofre y se despidió. Pero ese cofre guardaba el Collar de los Enanos en que estaba engarzado el Silmaril; y al verlo Dior reconoció el signo de que Beren Erchamion y Lúthien Tinúviel habían muerto en verdad, y habían ido a donde va la raza de los Hombres, a un destino más allá del mundo.

Durante mucho tiempo contempló Dior el Silmaril, que más allá de toda esperanza su padre y su madre habían traído del terror de Morgoth; y mucho se dolió de que la muerte los hubiera sorprendido tan temprano. Pero dicen los sabios que el Silmaril apresuró su fin; porque la llama de la belleza de Lúthien era demasiado brillante para tierras mortales. Entonces Dior se puso en pie y se prendió el Nauglamír en torno al cuello; y era ahora el más hermoso de todos los hijos del mundo de las tres razas: la de los Edain, y la de los Eldar, y la de los Maiar del Reino Bendecido.

Pero cundió el rumor entre los Elfos dispersos de Beleriand de que Dior, el heredero de Thingol, llevaba el Nauglamír, y dijeron: —Un Silmaril de Fëanor arde de nuevo en los bosques de Doriath—. Y el juramento de los hijos de Fëanor despertó otra vez. Porque mientras Lúthien llevaba el Collar de los Enanos, ningún Elfo se habría atrevido a atacarla; pero ahora, al enterarse de la renovación de Doriath y del orgullo de Dior, los siete Elfos abandonaron la vida errante y volvieron a reunirse; y le enviaron mensajeros a Dior reclamando la posesión del Silmaril.

Pero Dior no dio respuesta a los hijos de Fëanor, y Celegorm instó a sus hermanos a que atacaran a Doriath. Llegaron inadvertidos en pleno invierno, y lucharon con Dior en las Mil Cavernas; y así ocurrió la segunda matanza de Elfos por Elfos. Allí cayó Celegorm a manos de Dior, y allí cayeron Curufin y el oscuro Caranthir, pero Dior fue también muerto, y Nimloth su esposa; y los crueles sirvientes de Celegorm se apoderaron de los jóvenes hijos y los dejaron abandonados en el bosque para que murieran de hambre. De esto, en verdad, se arrepintió Maedhros, y los buscó largo tiempo en los bosques de Doriath; pero de nada le valió la busca; y del hado de Eluréd y de Elurín no se cuenta ninguna historia.

Así fue destruida Doriath y nunca volvió a levantarse. Pero los hijos de Fëanor no obtuvieron lo que buscaban; porque un resto del pueblo huyó ante ellos, y con él iba Elwing hija de Dior, y escaparon, y llevando consigo el Silmaril llegaron con el tiempo a las Desembocaduras del Sirion, junto al mar.

 

 

21. De Túrin Turambar
Índice
23. De Tuor y la caída de Gondolin