23. De Tuor y la caída de Gondolin

 


Se dijo que Huor, el hermano de Húrin, fue muerto en la Batalla de las Lágrimas Innumerables; y en el invierno de ese año su esposa Rían parió un niño en el descampado de Mithrim, y lo llamaron Tuor, y fue criado por Annael, de los Elfos Grises, que vivía aún en esas colinas. Ahora bien, cuando Tuor contaba dieciséis años, los Elfos decidieron abandonar las cavernas de Androth donde moraban entonces e ir en secreto a los Puertos del Sirion en el lejano sur; pero fueron atacados por Orcos y Orientales antes de que consiguieran ponerse a salvo, y Tuor fue hecho prisionero y esclavizado por Lorgan, jefe de los Orientales de Hithlum. Durante tres años soportó esa servidumbre, pero por último escapó; y regresando a las cavernas de Androth, vivió allí solo, e hizo tanto daño a los Orientales que Lorgan puso precio a la cabeza de Tuor.

Pero cuando Tuor llevaba cuatro años viviendo así en la soledad del proscrito, Ulmo le puso en el corazón el deseo de abandonar la tierra paterna, pues había escogido a Tuor como instrumento de sus designios; y dejando una vez más las cavernas de Androth, Tuor se dirigió hacia el oeste a través de Dorlómin, y encontró Annon—in—Gelydh, el Portal de los Noldor, que el pueblo de Turgon había construido cuando habitaban en Nevrast muchos años atrás. Desde allí un túnel oscuro avanzaba por debajo de las montañas y salía a Cirith Ninniach, la Grieta del Arco Iris, por la que unas aguas turbulentas se precipitaban hacia el Mar Occidental. Así, pues, la huida de Tuor de Hithlum no fue advertida por Hombre ni Orco alguno, y nada de todo esto llegó a oídos de Morgoth.

Y Tuor llegó a Nevrast, y al contemplar el Belegaer, el Gran Mar, se enamoró de él, y llevó siempre en el corazón y en el oído el sonido y la nostalgia del mar, y una inquietud despertó en él que lo arrastró por fin a las profundidades de los remos de Ulmo. Entonces vivió solo en Nevrast, y el verano de ese año pasó, y el destino de Nargothrond estaba cumpliéndose; pero cuando llegó el otoño, vio a siete cisnes que iban volando hacia el sur, y le parecieron un signo de que se había demorado demasiado, y los siguió a lo largo de las costas del mar. Así llegó por fin a las estancias desiertas de Vinyamar bajo el Monte Taras, y entró en ellas y encontró allí el escudo y la cota y la espada y el yelmo que Turgon había dejado por orden de Ulmo hada ya mucho tiempo; tomó esas armas y se aproximó a la costa. Pero vino del oeste una gran tormenta, y de esa tormenta, Ulmo, Señor de las Aguas, se alzó majestuosamente, y le habló a Tuor que estaba a orillas del mar. Y le ordenó que abandonara ese sitio y buscara el reino escondido de Gondolin; y le dio a Tuor una gran capa, para ocultarlo con una sombra a los ojos del enemigo.

Pero por la mañana, cuando hubo pasado la tormenta, Tuor se topó con un Elfo junto a los muros de Vinyamar; y era Voronwë hijo de Aranwë de Gondolin, que había navegado en el último barco que Turgon enviara a Occidente. Pero cuando, al volver por fin de alta mar, el barco naufragó a la vista de las costas de la Tierra Media, Ulmo lo recogió, sólo a él de entre todos los marineros, y lo arrojó a tierra cerca de Vinyamar; y al enterarse de la orden impuesta a Tuor por el Señor de las Aguas, Voronwë se asombró mucho, y aceptó guiarlo a las puertas escondidas de Gondolin. Por tanto se pusieron juntos en marcha, y cuando el Fiero Invierno de ese año descendió sobre ellos desde el norte, se encaminaban fatigosamente hacia el este bajo los picos de, las Montañas de la Sombra.

Por fin alcanzaron los Estanques de Ivrin, y miraron allí con pena la devastación provocada por el paso de Glaurung el Dragón; pero mientras estaban mirando vieron a uno que iba de prisa hacia el norte; un Hombre alto, vestido de negro, que llevaba una espada negra. Pero no sabían quién era, ni qué había ocurrido en el sur, y no dijeron una palabra.

Y por último, mediante el poder que Ulmo había puesto en ellos, llegaron a las puertas escondidas de Gondolin, y pasando por el túnel subterráneo, alcanzaron el portón interior, y la guardia los hizo prisioneros. Fueron conducidos entonces por el poderoso desfiladero de Orfalch Echor, cerrado por siete puertas, y llevados ante Ecthelion de la Fuente, el guardián de la gran puerta al final del camino empinado, y allí Tuor dejó caer la capa, y por las armas que llevaba de Vinyamar reconocieron que era en verdad el enviado de Ulmo. Entonces Tuor contempló el hermoso valle de Tumladen, engarzado como una joya verde entre las colinas de alrededor; y a lo lejos, sobre la altura rocosa de Amon Gwareth, vio a Gondolin la grande, ciudad de siete nombres, cuya fama y gloria es alta en el canto de todos los Elfos de las Tierras de Aquende. Por orden de Ecthelion las trompetas sonaron en las torres de la gran puerta, y las colinas devolvieron el eco; y lejano, pero claro, llegó el sonido de otras trompetas, que respondían desde los muros blancos de la ciudad, arrebolados con el alba que se extendía por la llanura.

Así fue como el hijo de Huor cabalgó a través de Tumladen y llegó a la puerta de Gondolin; y después de ascender las amplias escalinatas de la ciudad, fue por fin conducido a la Torre del Rey, y contempló las imágenes de los Árboles de Valinor. Entonces Tuor se encontró de pie ante Turgon hijo de Fingolfin, Rey Supremo de los Noldor, y a la derecha del rey estaba de pie Maeglin, hijo de su hermana, y a la izquierda tenía sentada a su hija Idril Celebrindal; y todos los que escucharon la voz de Tuor se maravillaron, preguntándose si sería en verdad un Hombre de raza mortal, porque hablaba con las palabras del Señor de las Aguas que le venían en ese instante. Y le advirtió a Turgon que la Maldición de Mandos se precipitaba ahora e iba a cumplirse, y que todas las obras de los Noldor perecerían; y le dijo que partiera y abandonara la poderosa ciudad que había construido y bajara por el Sirion al mar.

Entonces Turgon meditó largo tiempo el consejo de Ulmo, y le vinieron a la mente las palabras que oyera en Vinyamar: "No ames demasiado la obra de tus manos y las invenciones de tu corazón; y recuerda que la verdadera esperanza de los Noldor está en el Occidente y viene del Mar." Pero Turgon se había vuelto orgulloso, y Gondolin era tan bella como un recuerdo de Elven Tirion, y él confiaba todavía en el secreto y en la fuerza inexpugnable de estas tierras, aun cuando un Vala lo negara; y después de la Nirnaeth Arnoediad, el pueblo de esa ciudad no deseaba volver a mezclarse en los males de los Elfos y los Hombres de fuera, ni regresar a Occidente por el camino del miedo y del peligro. Encerrados tras sus colinas encantadas y sus sendas, no toleraban que nadie entrase, aunque estuviera huyendo del odio de Morgoth; y las nuevas de las tierras de más allá les llegaban débiles y lejanas, y muy poco caso hacían de ellas. Los espías de Morgoth los buscaban en vano; y Gondolin era como un rumor y un secreto que nadie podía descubrir. Maeglin hablaba siempre en contra de Tuor en los consejos del rey, con palabras que parecían convincentes, en tanto respondían a los deseos de Turgon, y por fin el rey se negó al mandato de Ulmo y rechazó la advertencia. Sin embargo, en ese consejo del Vala escuchó otra vez las palabras que fueran pronunciadas en la costa de Araman mucho tiempo atrás, antes que los Noldor partieran; y el miedo a la traición despertó en el corazón de Turgon. Cerraron por tanto las puertas escondidas de las Montañas Circundantes; y desde entonces nadie salió nunca de Gondolin en misión de paz o de guerra mientras la ciudad estuvo allí. Thorondor, el Señor de las Águilas, les anunció la caída de Nargothrond y luego trajo la noticia de la muerte de Thingol y la de Dior, el heredero, y de la ruina de Doriath; pero Turgon cerró los oídos a los males de fuera, e hizo voto de no marchar unca al lado de ningún hijo de Fëanor; y prohibió a su pueblo que atravesara el cerco de las colinas.

Y Tuor permaneció en Gondolin, subyugado por la beatitud y la belleza de esas tierras y ía sabiduría de la gente; y se hizo poderoso de mente y estatura, y aprendió a fondo la ciencia de los Elfos exiliados. Entonces el corazón de Idril se volvió hacia él, y el de Tuor hacia el de ella; y el odio secreto de Maeglin fue cada vez mayor, porque deseaba poseer a Idril por sobre todas las cosas, heredera única del Rey de Gondolin. Pero tan alto estaba Tuor en la estima del rey después de haber vivido allí siete años, que Turgon no le rehusó ni siquiera la mano de su hija, porque aunque no quería hacer caso del mandato de Ulmo, entendía que el destino de los Noldor estaba atado a aquel a quien Ulmo había enviado; y no olvidó las palabras que Huor le había dicho antes de que el ejército de Gondolin abandonara la Batalla de las Lágrimas Innumerables.

Entonces se celebró una gran fiesta, porque Tuor se había ganado todos los corazones, excepto los de Maeglin y sus secuaces secretos; y así ocurrió la segunda unión entre Elfos y Hombres.

En la primavera del año siguiente nació en Gondolin Eärendil Medio Elfo, el hijo de Tuor e Idril Celebrindal; y habían transcurrido quinientos tres años desde la llegada de los Noldor a la Tierra Media. De sobre—cogedora belleza era Eärendil, pues llevaba en la cara una luz que parecía la luz del cielo, y tenía la belleza y la sabiduría de los Eldar, y la fuerza y la audacia de los Hombres de antaño; y el mar le hablaba siempre al oído y al corazón, como a su padre Tuor. En ese entonces los días de Gondolin eran felices y pacíficos; y nadie sabía que la región en donde estaba el Reino Escondido había sido revelada al fin a Morgoth por los gritos de Húrin, cuando en las Tierras de más allá de las Montañas Circundantes, y no pudiendo encontrar la entrada, había llamado desesperado a Turgon. En adelante los pensamientos de Morgoth se volvieron incesantemente hacia la tierra que se extendía entre Anach y el curso superior de las aguas del Sirion, a donde no habían ido nunca sus sirvientes; aunque es cierto que ningún espía o criatura de Angband podía entrar allí, a causa de la vigilancia de las águilas, lo que impedía la consumación de los designios de Morgoth. Pero Idril Celebrindal era sabia y previsora, y tenía una inquietud en el corazón, y la sombra de un mal presagio descendió sobre ella como una nube. Por este motivo hizo preparar un camino subterráneo y secreto, que iría desde la ciudad y bajo el llano hasta más allá de los muros, al norte de Amon Gwareth; y dispuso que sólo muy pocos supieran de él, y que ni siquiera un rumor sobre estas obras llegara a oídos de Maeglin.

Ahora bien, una vez, y cuando Eärendil era todavía joven, Maeglin se perdió. Porque como ya se dijo amaba la minería y la extracción de metales por sobre toda otra tarea; y era amo y conductor de los Elfos que trabajaban en las montañas distantes, buscando metales con que forjarían luego instrumentos de guerra y de paz. Pero Maeglin a menudo iba con algunos de los suyos más allá del cerco de las colinas, y el rey no sabía de esta desobediencia; y así ocurrió, como lo quiso el destino, que Maeglin cayera en manos de los Orcos y fuera llevado a Angband. Maeglin no era ni débil ni cobarde, pero el tormento con que fue amenazado le amilanó el espíritu, y compró su vida y su libertad revelándole a Morgoth el sitio preciso de Gondolin y los caminos por los que se podía llegar a ella y atacarla. Grande por cierto fue la alegría de Morgoth, y a Maeglin le prometió el señorío de Gondolin en calidad de vasallo, y la posesión de Idril Celebrindal cuando la ciudad hubiera sido tomada; y en verdad el deseo de Maeglin por Idril y el odio que le tenía a Tuor lo ayudaron en esta traición, la más infame de todas en la historia de los Días Antiguos. Pero Morgoth lo envió de regreso a Gondolin, por miedo de que alguien sospechara, y para que Maeglin ayudara en el ataque desde dentro cuando fuese la hora; y Maeglin vivió en los recintos del rey con cara sonriente y maldad en el corazón mientras la oscuridad se hacía cada vez más espesa en torno de Idril.

Por último, en el año que Eärendil cumplió siete años, Morgoth estuvo preparado, y lanzó sobre Gondolin a Balrogs y Orcos y Lobos; y con ellos iban dragones de la estirpe de Glaurung, numerosos y terribles. El ejército de Morgoth vino por las montañas septentrionales donde era mayor la altura y menos atenta la vigilancia, y llegó por la noche en tiempo festivo, cuando todo el pueblo de Gondolin estaba sobre los muros esperando el amanecer, para cantar cuando el sol se elevara en el cielo; porque al día siguiente era la gran fiesta que ellos llamaban las Puertas del Verano. Pero la luz roja tino las colinas del norte y no las del este; y nada detuvo a los enemigos hasta que estuvieron bajo los muros mismos de Gondolin, y ya no hubo modo de impedir el sitio de la ciudad. De todos los hechos de valor desesperado que allí llevaron a cabo los capitanes de las casas nobles y sus guerreros, y no fue Tuor el menos valiente, mucho se cuenta en La caída de Gondolin: la lucha de Ecthelion de la Fuente con Gothmog Señor de los Balrogs, librada en la misma plaza del rey, en la que se dieron muerte el uno al otro; y la defensa de la torre de Turgon, hasta que fue derribada; y grandes fueron la caída y ruina de la torre, y la caída de Turgon.

Tuor intentó rescatar a Idril del pillaje de la ciudad, pero Maeglin se había apoderado de ella, y de Eärendil; y Tuor luchó con Maeglin sobre los muros, y lo arrojó lejos, y el cuerpo de Maeglin cayó y dio tres veces contra las rocosas pendientes de Amon Gwareth antes de hundirse en las llamas que ardían abajo. Entonces Tuor e Idril condujeron a los pocos del pueblo de Gondolin que pudieron reunir en la confusión del incendio por el camino secreto que Idril había preparado; y de ese pasaje los capitanes de Angband nada sabían, y no pensaron que ningún fugitivo tomara un camino hacia el norte y las cimas de las montañas, y el más próximo a Angband. El humo del incendio y el vapor de las hermosas fuentes de Gondolin, que se marchitaban en las llamas de los dragones del norte, descendieron sobre el valle de Tumladen en luctuosas tinieblas; y así fue favorecida la huida de Tuor y los suyos, porque aún tenían que recorrer un camino largo y descubierto desde la boca del túnel hasta el pie de las montañas. No obstante llegaron allí, y más allá de toda esperanza treparon con dolor y desconsuelo, porque esas altas cimas eran frías y espantosas, y tenían entre ellos muchos heridos, y mujeres y niños.

Había un pasaje terrible, Cirith Thoronath se llamaba, la Grieta de las Águilas, donde a la sombra de los picos más altos serpeaba un estrecho sendero; a la derecha se abría un precipicio abismal, y a la izquierda una pendiente tremenda descendía al vado. A lo largo de ese estrecho sendero marchaban en línea, cuando cayeron en una emboscada de Orcos, pues Morgoth había montado guardia en las colinas de alrededor, y un Balrog estaba con ellos. La situación fue entonces espantosa, y difícilmente podría haberlos salvado el valor de Glorfindel, el de cabellos amarillos, jefe de la Casa de la Flor Dorada de Gondolin, si Thorondor no hubiera llegado en el momento oportuno.

Muchos son los cantos que han cantado el duelo de Glorfindel con el Balrog sobre el pináculo de una roca; y ambos cayeron perdiéndose en el abismo. Pero las águilas se lanzaron sobre los Orcos, que retrocedieron chillando; y todos fueron muertos o arrojados a las profundidades, de modo que Morgoth nada supo de la huida desde Gondolin hasta mucho después. Entonces Thorondor rescató el cuerpo de Glorfindel del abismo, y lo sepultaron bajo un montículo de piedras junto al pasaje; y allí crecieron hierbas verdes, y de la esterilidad de la piedra nacieron flores amarillas, hasta que el mundo cambió.

Así, conducidos por Tuor hijo de Huor, el resto de los habitantes de Gondolin pasó por encima de las montañas, y descendió al Valle del Sirion; y huyendo hacia el sur por fatigosas y peligrosas sendas, arribó por fin a Nan-tathren, la Tierra de los Sauces, porque el poder de Ulmo estaba aún en el gran río y alrededor. Allí descansaron un tiempo y se curaron de las heridas y el cansancio; pero del dolor no pudieron curarse. Y celebraron la memoria de Gondolin y de los Elfos que habían perecido allí, las doncellas, y las esposas, y los guerreros del rey; y por el amado Glorfindel muchos fueron los cantos que se oyeron bajo los sauces de Nan—tathren en la declinación del año. Allí compuso Tuor una canción para su hijo Eärendil, en la que contaba la llegada de Ulmo, el Señor de las Aguas, a las costas de Nevrast en tiempo pasado; y la nostalgia por el mar despertó en el corazón de Tuor y también en el de su hijo. Por tanto Idril y Tuor partieron de Nan—tathren, y se dirigieron hacia el sur, río abajo, al encuentro del mar; y vivieron allí junto a las Desembocaduras del Sirion; y se unieron a las gentes de Elwing hija de Dior que habían huido allí sólo un tiempo antes. Y cuando llegó a Balar la noticia de la caída de Gondolin y la muerte de Turgon, Ereinion Gil-galad, hijo de Fingon, fue designado Rey Supremo de los Noldor en la Tierra Media.

Pero Morgoth pensó que este triunfo era irreversible, y poco se cuidó de los hijos de Fëanor, y de su juramento, que a él nunca lo había dañado y le había sido siempre de gran ayuda; y rió en la negrura de su mente, sin lamentar haber perdido uno de los Silmarils, pues le parecía que por el los últimos jirones del pueblo de los Eldar se desvanecerían de la Tierra Media y ya no la perturbarían. Si estaba enterado de los moradores a orillas del Sirion, no dio la menor señal, esperando su oportunidad y aguardando la obra del aborrecimiento y la mentira. Pero junto al Sirion y el mar creció un pueblo de Elfos, espigas de Doriath y Gondolin; y de Balar llegaron los marineros de Círdan y se sumaron a ellos y se dedicaron a la navegación y a la fabricación de barcos, habitando siempre cerca de las costas de Arvernien bajo la sombra de la mano de Ulmo.

Y se dice que por ese tiempo Ulmo fue a Valinor desde las aguas profundas y les habló allí a los Valar del apuro de los Elfos y les pidió que los perdonaran y los rescataran del abrumador poder de Morgoth y recobraran los Silmarils, pues sólo en ellos florecía ahora la luz de los Días de Bienaventuranza, cuando los Dos Árboles brillaban todavía en Valinor. Pero Manwë no se dejó conmover; y de los designios de su corazón ¿qué historia puede hablarnos? Han dicho los sabios que la hora no había llegado todavía, y que sólo si alguien se pronunciara en favor de la causa de los Elfos y también de la de los Hombres y pidiera perdón por sus malandanzas y piedad por sus infortunios, podría alterarse el designio de los Poderes; y quizá ni siquiera Manwë alcanzaría a desatar el Juramento de Fëanor antes que se cumpliera, y los hijos de Fëanor renunciaran a los Silmarils, que pretendían con encono. Porque la luz que brillaba en los Silmarils era obra de los mismos Valar.

En esos días Tuor sintió que la vejez lo invadía, y que el deseo de la alta mar le crecía con fuerza en el corazón. Por tanto construyó un gran navío y lo llamó Eärrámé, que significa Ala del Mar; y junto con Idril Celebrindal navegó hacia el poniente, y no apareció nunca más en historias o canciones. Pero en días posteriores se cantó que sólo Tuor, entre los Hombres mortales, llegó a ser miembro de la raza mayor, y se unió con los Noldor, a quienes amaba; y su destino quedó separado del destino de los Hombres.

 

 

22. De la ruina de Doriath
Índice
24. Del viaje de Eärendil y la Guerra de la Cólera