8. Del oscurecimiento de Valinor



Cuando Manwë oyó qué camino había seguido Melkor, le pareció evidente que se proponía escapar a sus viejas fortalezas al norte de la Tierra Media; y Oromë y Tulkas marcharon de prisa hacia el norte con intención de alcanzarlo si era posible, pero no encontraron de él ni rastros ni rumores más allá de las costas de los Teleri, en los baldíos despoblados que llegaban casi hasta el Hielo. En adelante se redobló la vigilancia a lo largo de los cercados septentrionales de Aman; pero en vano, porque aun antes de que se hubiera iniciado la persecución, Melkor había regresado y había pasado en secreto alejándose hacia el sur. Porque era aún como uno de los Valar, y podía cambiar de forma, o andar desnudo al igual que sus hermanos; aunque pronto habría de perder para siempre ese poder.

Así, sin ser visto, llegó por fin a la región oscura de Avathar. Esa tierra angosta se encontraba al sur de la Bahía de Eldamar, al pie oriental de las Pelóri, y sus prolongadas y lúgubres costas se extendían hacia el sur, sombrías e inexploradas. Allí, bajo los muros despojados de las montañas y el frío y oscuro mar, las sombras eran más profundas y espesas que en ningún otro sitio del mundo; y allí, en Avathar, secreta y desconocida, Ungoliant había construido su morada. Los Eldar no sabían de dónde venía ella; pero han dicho algunos que hace ya muchas edades descendió desde la oscuridad que está más allá de Arda, cuando Melkor miró por primera vez con envidia el Reino de Manwë, y que en el principio ella fue uno de aquellos que él corrompió para que lo sirvieran. Pero ella había renegado de su Amo en el deseo de convertirse en dueña de su propia codicia, apoderándose de todas las cosas para así alimentar su propio vacío; y huyó hacia el sur, escapando de los ataques de los Valar y de los cazadores de Oromë, pues éstos siempre habían vigilado el norte, y por mucho tiempo el sur fue descuidado. Desde allí se había arrastrado hacia la luz del Reino Bendecido; porque tenía hambre de luz y a la vez la odiaba.

Vivía en una hondonada y había tomado la forma de una araña monstruosa, tejiendo sus negras telas en una hendidura de las montañas. Allí absorbía toda la luz y la devolvía como una red oscura de asfixiante lobreguez, hasta que ya no le llegaba ninguna luz; y estaba Hambrienta.

Entonces vino Melkor a Avathar y la buscó hasta encontrarla; y adoptó nuevamente la forma que había tenido como tirano de Utumno: un oscuro Señor, alto y terrible. Esta forma la conservó para siempre. Allí, en las sombras negras, más allá aun de lo que Manwë alcanzaba a ver desde sus más elevadas estancias, Melkor y Ungoliant discutieron la venganza que él había planeado. Pero cuando Ungoliant comprendió los propósitos de Melkor, quedó desgarrada entre la codicia y el miedo; porque temía desafiar los peligros de Aman y el poder de los espantables Señores, y de ningún modo quería moverse de su escondite. Por tanto, Melkor le dijo: —Haz lo que pido; si aún estás hambrienta cuando todo esté consumado, te daré entonces lo que tu codicia exija. Sí, con ambas manos— Hizo esta promesa a la ligera, como siempre; y se reía en secreto. De esta manera el ladrón mayor le tendió una trampa al ladrón menor.

Una capa de oscuridad tejió Ungoliant alrededor de los dos cuando se pusieron en marcha: una No—luz en la que las cosas ya no parecían ser y que los ojos no podían penetrar, porque estaba vacía. Entonces, lentamente, tendió Ungoliant las telas: hilado tras hilado, de grieta a grieta, de roca protuberante a pináculo rocoso, siempre en ascenso, trepando, arrastrándose y adhiriéndose, hasta que por último alcanzaron la cima misma de Hyarmentir, la más alta montaña de esa región del mundo, muy lejos al sur de la gran Taniquetil. Allí los Valar no montaban vigilancia; porque al oeste de las Pelóri había una tierra vacía y penumbrosa, y al este, salvo la olvidada Avathar, las montañas sólo miraban a las oscuras aguas del mar sin senderos.

Pero ahora, la oscura Ungoliant se encontraba sobre la cima de la montaña; e hizo una escala de cuerdas tejidas y la dejó caer, y Melkor trepó y llegó a aquel elevado sitio, y se irguió junto a ella mirando alfa abajo el Reino Guardado. Por debajo se extendían los bosques de Oromë y hacia el oeste brillaban tenues los campos y los pastizales de Yavanna, dorados bajo el alto trigo de los dioses. Pero Melkor miraba hacia el norte y vio a lo lejos la llanura resplandeciente y las cúpulas plateadas de Valmar que refulgían a la luz mezclada de Telperion y Laurelin.

Entonces Melkor rió muy alto y se echó a correr saltando por las largas pendientes occidentales; y Ungoliant iba con él y la oscuridad los cubría.

Era entonces tiempo de festividad, como Melkor sabía bien. Aunque todas las mareas y las estaciones seguían la voluntad de los Valar, y no había en Valinor invierno de muerte, ellos moraban en el Reino de Arda, que no era más que un reino minúsculo en las estancias de Eä, cuya vida es el Tiempo, que fluye siempre desde la primera nota hasta el último acorde de Eru. Y aunque entonces el deleite de los Valar (como se cuenta en la Ainulindalë) era ponerse como una vestidura las formas de los Hijos de Ilúvatar, también comían y bebían, y recogían los frutos de Yavanna, sacados de la Tierra, que habían hecho por voluntad de Eru.

Por tanto Yavanna había ordenado las épocas de floración y madurez de todo lo que crecía en Valinor; y con cada primera cosecha Manwë convocaba una gran fiesta en alabanza de Eru, y todos los pueblos de Valinor vertían su alegría en música y canciones sobre el Taniquetil. Esta era la hora, y Manwë había decretado una fiesta más gloriosa que ninguna celebrada antes desde la llegada de los Eldar a Aman. Porque aunque la huida de Melkor hacía presagiar afanes y dolores, y nadie podía conocer los daños que aún sobrevendrían, antes de que pudieran volver a someterlo, en esta ocasión Manwë decidió poner remedio al mal surgido entre los Noldor; y todos fueron invitados a ir a los palacios de Taniquetil, para dejar allí de lado las querellas que separaban a los príncipes y olvidar por completo las mentiras del Enemigo.

Asistieron los Vanyar, y asistieron los Noldor de Tirion, y acudieron juntos los Maiar, y los Valar lucían toda su belleza y majestad; y cantaron ante Manwë y Varda en las altas estancias o danzaron en las verdes pendientes de la Montaña que miraba al oeste hacia los Árboles. Ese día las calles de Valmar quedaron desiertas y las escaleras de Tirion estuvieron en silencio; y toda la tierra dormía en paz. Sólo los Teleri, más allá de las montañas, cantaban todavía a orillas del océano; pues poco caso hacían del tiempo o las estaciones, o de los cuidados de los Regidores de Arda, o de la sombra que había caído sobre Valinor, pues no los había afectado hasta entonces.

Sólo una cosa estropeaba el propósito de Manwë. Fëanor había venido por cierto, porque sólo a él Manwë le había ordenado asistencia; pero Finwë no se presentó, ni ningún otro de los Noldor de Fórmenos. Porque, dijo Finwë: —En tanto dure el destierro impuesto a mi hijo, y no pueda presentarse en Tirion, me privo a mí mismo de la corona y no he de reunirme con mi pueblo.— Y Fëanor llegó vestido de fiesta y no llevaba ornamento alguno, ni plata, ni oro, ni gemas; y se negó a que los Valar y los Eldar contemplaran los Silmarils, y los dejó guardados en Fórmenos en la cámara de hierro. No obstante, se encontró con Fingolfin ante el trono de Manwë y se reconcilió con el, de palabra; y Fingolfin no intentó desenvainar la espada. Tendió la mano a Fingolfin diciendo: —Tal como lo prometí, lo hago ahora. Sago en tu descargo y no recuerdo ya ofensa alguna.

Entonces Fëanor le tomó la mano en silencio; pero Fingolfin dijo: —Medio hermano por la sangre, hermano entero seré por el corazón. Tú conducirás y yo te seguiré. Que ninguna querella nos divida.

—Te oigo —dijo Fëanor—. Así sea.— Pero nadie sabía el posible significado de esas palabras.

Se dice que cuando Fëanor y Fingolfin estaban ante Manwë, las luces de los Árboles se mezclaron, y en la silenciosa ciudad de Valmar hubo un fulgor de plata y oro. Y a esa misma hora precisa Melkor y Ungoliant llegaron precipitados a los campos de Valinor como la sombra de una nube oscura que pasa sobre la tierra iluminada por el sol; y llegaron ante el verde montículo de Ezellohar. Entonces la No—luz de Ungoliant subió hasta las raíces de los Árboles, y Melkor saltó sobre el montículo; y con su lanza negra hirió a cada Árbol hasta la médula, los hirió profundamente, y la savia manaba como si fuese sangre y se derramó por el suelo. Pero Ungoliant la absorbía y yendo de Árbol a Árbol aplicaba el pico negro a las heridas hasta que quedaron desecadas; y el veneno de Muerte que había en ella penetró en los tejidos y los marchitó: raíz, ramas y hojas; y murieron. Y ella aún tenía sed, y yendo a las Fuentes de Varda, bebió de ellas hasta dejarlas secas; pero eructaba vapores negros mientras bebía, y se hinchó hasta tener una forma tan grande y espantosa que Melkor sintió mucho miedo.

Así la gran oscuridad descendió sobre Valinor. De los hechos de ese día se habla en el Aldudénië, que compuso Elemmírë He los Vanyar y es conocido de todos los Eldar. Pero no existe canto ni libro que pueda contener toda la aflicción y el terror que hubo entonces. La Luz menguó; pero la Oscuridad que sobrevino no fue tan sólo pérdida de luz. Fue una Oscuridad que no parecía una ausencia, sino una cosa con sustancia: pues en verdad había sido hecha maliciosamente con la materia de la Luz, y tenía poder de herir el ojo y de penetrar el corazón y la mente y de estrangular la voluntad misma.

Varda miró hacia abajo desde Taniquetil y vio la Sombra que se elevaba en súbitas torres de lobreguez; Valmar había naufragado en un profundo mar nocturno. Pronto la Montaña Sagrada se erguía sola, una última isla en un mundo anegado. Todo canto cesó. Había silencio en Valinor y no se oía ningún sonido, sólo a lo lejos el lamento de los Teleri, como el grito frío de las grullas. Venía entre las montañas con el viento que a esa hora soplaba helado desde el este, y las vastas sombras del mar rompían contra los muros de la costa. Pero Manwë miraba desde el alto trono, y sólo él alcanzó a horadar la noche hasta que tropezó con una Oscuridad más allá de lo oscuro; y supo que Melkor había venido y había partido.

Entonces empezó la persecución; y la tierra tembló bajo los caballos del ejército de Oromë, y el fuego que relumbró bajo los cascos de Nahar fue la primera luz que volvió a Valinor. Pero no bien llegaron los jinetes a la Nube de Ungoliant, quedaron enceguecidos y desanimados y no sabían por dónde iban; y el sonido del Valaróma vaciló y se perdió. Y Tulkas parecía atrapado en una red negra por la noche, y nada podía hacer y batía el aire en vano. Pero cuando la Oscuridad hubo pasado, ya era tarde: Melkor se había ido, y la venganza estaba consumada.

 

 

7. De los Silmarils y la inquietud de los Noldor
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9. De la huida de los Noldor