9. De la huida de los Noldor


 

Al cabo de un tiempo una gran concurrencia se reunió en el Anillo del Juicio; y los Valar se sentaron en la sombra, porque era de noche. Pero las estrellas de Varda brillaban en lo alto y el aire estaba claro; pues los vientos de Manwë habían barrido los vapores de muerte y habían devuelto las sombras al mar. Entonces Yavanna se incorporó y se irguió sobre Ezellohar, el Montículo Verde, pero estaba desnudo ahora, y negro; y puso las manos sobre los árboles, pero éstos estaban muertos y oscuros, y cada rama que tocaba se quebraba y caía marchita a sus pies. Entonces muchas voces se alzaron en lamentaciones; y les pareció a los que se apesadumbraban que habían bebido hasta las heces la copa de dolor que Melkor había escanciado para ellos. Pero no era así.

Yavanna habló ante los Valar, diciendo: —La Luz de los Árboles se ha ido, y ahora vive sólo en los Silmarils de Fëanor. ¡Previsor ha sido! Aun para los más poderosos bajo la égida de Ilúvatar hay una obra que sólo pueden llevar a cabo una única vez. Di ser a la Luz de los Árboles, y en los confines de Eä nunca más podré hacerlo. Sin embargo, si yo dispusiese de un poco de esa luz, podría devolver la vida a los Árboles antes de que las raíces se corrompieran; y entonces nuestras heridas tendrían remedio, y la malicia de Melkor quedaría confundida.

Entonces intervino Manwë y dijo: —¿Oyes, Fëanor hijo de Finwë, las palabras de Yavanna? ¿Concederás lo que pide?

Hubo un largo silencio, pero Fëanor no respondió. Tulkas gritó entonces: — ¡Di, oh, Noldo, sí o no! Pero ¿quién ha de negarse a Yavanna? Y ¿no vino de su obra en un principio la luz de los Silmarils?

Pero Aulë el Hacedor dijo: —¡No tengas prisa! Pedimos algo más grande que nada que tú conozcas. Concédele paz por un instante.

Pero Fëanor habló entonces y gritó amargamente: —Para los pequeños, como para los mayores, hay siempre algo que sólo pueden hacer una vez; y luego el corazón ha de reposar. Puede que sea posible abrir mis joyas, pero nunca otra vez haré otras parecidas; y si he de romperlas, se me romperá el corazón y moriré; el primero de entre todos los El—dar en Aman.

—No el primero —dijo Mandos, pero nadie entendió estas palabras; y una vez más hubo silencio mientras Fëanor meditaba en la oscuridad. Le parecía estar engarzado en un anillo de enemigos, y le volvieron a Ya memoria las palabras de Melkor: los Silmarils no estarían seguros en manos de los Valar. "¿Y no es él Vala como ellos?" le decía el corazón. "¿Y no entiende acaso lo que ellos sienten? ¡Sí, es un ladrón el que delata a los ladrones!" Entonces vociferó: —No lo haré de propia voluntad. Pero si los Valar me obligan, sabré entonces con seguridad que Melkor es como ellos.

Entonces Mandos dijo: —Has hablado—. Y Nienna se puso en pie y fue a Ezellohar, y echó atrás la capucha gris y lavó con lágrimas las inmundicias de Úngoliant; y cantó doliéndose de la amargura del mundo y la Injuria de Arda.

Pero mientras Nienna aún se lamentaba, llegaron mensajeros de Fórmenos, y eran gente de los Noldor que traían nuevas de infortunio. Porque contaron cómo una ciega Oscuridad había avanzado hacia el norte, y en medio de ella se movía cierto poder para el que no había nombre, y la Oscuridad salía de él mismo. Pero Melkor también estaba allí, y fue a la casa de Fëanor, y mató a Finwë, Rey de los Noldor, delante de las puertas, y derramó la primera sangre en el Reino Bendecido; porque sólo Finwë no había huido del horror de lo Oscuro. Y contaron que Melkor había quebrantado la fortaleza de Fórmenos y se había apoderado de todas las joyas de los Noldor que allí estaban guardadas; y los Silmarils habían desaparecido.

Entonces Fëanor se levantó, y alzando la mano ante Manwë, maldijo a Melkor llamándolo Morgoth, Negro Enemigo del Mundo; y desde entonces y para siempre los Eldar sólo lo conocieron por ese nombre. Y maldijo también el llamamiento de Manwë y la hora en que había acudido a Taniquetil, pensando en medio de la locura a que lo habían llevado la rabia y la pena que si se hubiera encontrado en Fórmenos, la fuerza le hubiera valido al menos para que no lo mataran a él también, como Melkor se había propuesto. Entonces Fëanor abandonó a la carrera el Anillo del Juicio y se internó en la noche; porque Finwë le era más querido que las obras incomparables de sus manos o que la luz de Valmar; y ¿quiénes entre los hijos, sean de Elfos o de Hombres, han tenido a sus padres en más alta estima?

Muchos allí se afligieron por el dolor de Fëanor, pero la pérdida por él sufrida no era suya solamente; y Yavanna lloró junto al montículo, temiendo que la Oscuridad devorara para siempre los últimos rayos de la Luz de Valinor. Porque aunque los Valar aún no entendían del todo qué pasaba, advertían que Melkor había pedido ayuda a algo que procedía de más allá de Arda. Los Silmarils habían desaparecido y no importaba en apariencia que Fëanor le hubiera dicho sí o no a Yavanna; sin embargo, si hubiera consentido desde un principio, antes de que las nuevas llegaran desde Fórmenos, quizá no hubiese podido acometer lo que hizo después. Pero el destino de los Noldor estaba ahora cada vez más cerca.

Entretanto Morgoth, al huir de la persecución de los Valar, llegó a los baldíos de Araman. Esta tierra se extendía hacia el norte, entre las Montañas de las Pelóri y el Gran Mar, como Avathar se extendía hacia el sur; pero Araman era una región más vasta, y entre las costas y las montañas había tierras yermas, cada vez más frías a medida que se aproximaban al Hielo. Por esta región Morgoth y Ungoliant pasaron de prisa, y así llegaron a través de las grandes nieblas de Oiomúrë al Helcaraxë, el estrecho entre Araman y la Tierra Media, todo de hielo crujiente; y él lo cruzó, y regresó por fin al norte de las Tierras Exteriores. Juntos siguieron avanzando, porque Morgoth no podía eludir a Ungoliant, y la nube de Ungoliant todavía lo envolvía y todos los ojos de ella estaban fijos en Morgoth; y llegaron a esas tierras que se extienden al norte del Estuario de Drengist. Se acercaba ahora Morgoth a las ruinas de Angband, donde se había levantado una gran fortaleza occidental; y Ungoliant cayó en la cuenta de cuál era la esperanza de Morgoth y supo que allí intentaría huir, y lo detuvo exigiéndole que cumpliera lo que había prometido.

—¡Negro corazón! —dijo—. He hecho lo que me pediste. Pero todavía estoy hambrienta.

—¿Qué más quieres? —dijo Morgoth—. ¿Deseas meterte el mundo entero en la barriga? No prometí darte eso. Soy el Señor.

—No pretendo tanto —dijo Ungoliant—. Pero obtuviste un gran tesoro en Fórmenos; eso quiero. Sí, con ambas manos me lo darás.

Entonces por fuerza cedió Morgoth las gemas que llevaba consigo, una por una y a regañadientes; y ella las devoró y la belleza de las piedras murió para el mundo. Más grande y oscura se volvió Ungoliant, pero su codicia no estaba satisfecha todavía. —Con una mano das —dijo—; sólo con la izquierda. Abre la otra mano.

En la mano derecha llevaba Morgoth apretados los Silmarils, y aunque estaban encerrados en un cofrecillo de cristal, habían empezado a quemarlo y el dolor le agarrotaba la mano, pero no la abría. —¡No! —dijo—. Has recibido lo que te adeudaba. Porque con el poder que puse en ti consumaste tu obra. Ya no te necesito. No tendrás estas cosas, ni las verás. Las nombro mías para siempre.

Pero Ungoliant había crecido y Morgoth era ahora más pequeño a causa del poder que había salido de él; y ella se irguió enfrentándolo, y lo encerró en su nube y lo atrapó en una red de cuerdas pegajosas para estrangularlo. Entonces Morgoth lanzo un grito terrible cuyos ecos resonaron en las montañas. Fue así que esa región se llamó Lammoth; porque esos ecos la habitaron después para siempre, y despertaban cada vez que alguien gritaba allí, y todas las tierras yermas entre las colinas y el mar se llenaban de un clamor de voces angustiadas. El grito de Morgoth a esa hora fue el más grande y terrible de los que se habían oído en el mundo del norte; las montanas se sacudieron y la tierra tembló y las rocas se partieron. En abismos olvidados se oyó ese grito. Muy por debajo de las estancias en ruinas de Angband, en cuevas que los Valar habían olvidado en la prisa del ataque, los Balrogs, que aún acechaban esperando el regreso del Señor, se levantaron ahora con rapidez, y precipitándose por Hithlum llegaron a Lammoth como una tempestad de fuego. Con los látigos de llamas rompieron las telas de Ungoliant, y ella se amedrentó y se volvió eructando vapores negros para ocultarse y escapar, y huyendo del norte descendió a Beleriand y vivió bajo Ered Gorgoroth, en el valle oscuro que se llamó después Nan Dungortheb, el Valle de la Muerte Terrible, por causa del horror que ella crió en ese sitio; porque otras inmundas criaturas arácnidas habían morado allí desde los días de la excavación de Angband, y Ungoliant se acopló con ellas y las devoro; y aun después que ella se fue, internándose en el olvidado sur del mundo, los vástagos continuaron allí y tejieron unas telas horribles. Ningún libro cuenta qué fue de Ungoliant. Sin embargo han dicho algunos que el fin Fe llegó hace ya mucho tiempo, cuando acuciada por el hambre, terminó por devorarse a sí misma.

Y así, pues, lo que Yavanna temía, que Ungoliant devorara los Silmarils y éstos se desvanecieran en nada, no llegó a ocurrir, pero las piedras quedaron en poder de Morgoth. Y Morgoth, libre otra vez, reunió a todos los sirvientes que pudo encontrar y se encaminó a las ruinas de Angband. Allí cavó de nuevo unas vastas cavernas y mazmorras, y por encima de las puertas levantó las cumbres triples de Thangorodrim, y enroscó para siempre alrededor una espesa emanación de humo oscuro. Las huestes de bestias y demonios llegaron a ser allí innumerables, y la raza de los Orcos, criada muchos años atrás, creció y se multiplicó en la entrañas de la tierra.

Oscura era ahora la sombra sobre Beleriand, como se cuenta más tarde; pero Morgoth forjó en Angband una gran corona de hierro, y se llamó a sí mismo Rey del Mundo. Como señal de esto, engarzó en la corona los Silmarils. Las manos se le ennegrecieron quemadas por el contacto con esas joyas sagradas, y desde entonces fueron siempre negras; nunca se alivió tampoco del dolor de la quemadura, ni de la ira del dolor. En ningún momento se quitaba la corona, aunque el peso lo abrumaba mortalmente. Sólo una vez dejó en secreto los dominios del norte; y a decir verdad en raras ocasiones abandonaba los lugares profundos de la fortaleza, y mandaba a sus ejércitos desde el trono septentrional. Y también sólo una vez esgrimió un arma, mientras gobernó el reino.

Porque ahora, más que en los días de Utumno, antes de que su orgullo fuera humillado, lo devoraba el odio, y se consumía en la tarea de dominar a sus sirvientes e inculcarles el deseo del mal. No obstante, conservó largo tiempo la majestad de los Valar, aunque cambiada en terror, y al encontrarse con él frente a frente, todos, excepto los más poderosos, se hundían en un oscuro precipicio de miedo. Ahora bien, cuando se supo que Morgoth había escapado de Valinor y que de nada servia perseguirlo, los Valar permanecieron largo tiempo sentados en la oscuridad, en el Anillo del Juicio, y los Maiar y los Vanyar lloraban de pie junto a ellos; pero la mayoría de los Noldor volvieron a Tirion y se lamentaron por el oscurecimiento de la bella ciudad. A través de la barranca oscura del Calacirya venían flotando unas nieblas desde los mares sombríos y cubrían las torres como mantos, y la lámpara de la Mindon ardía pálida en la lobreguez.

Entonces, de pronto, apareció Fëanor en la ciudad y convocó a todos a la ilustre corte del rey en la cima de Tuna; pero la condena al destierro que le había sido impuesta no estaba levantada todavía, y él se rebeló contra los Valar. Una gran multitud se reunió rápidamente para escuchar lo que tuviera que decir; y la luz de las muchas antorchas que cada cual llevaba en la mano iluminaba las colinas y todas las escaleras y calles que subían por ella. Fëanor era un maestro de las palabras y tenía gran poder sobre los corazones cada vez que hablaba, y esa noche pronunció un discurso ante los Noldor que éstos siempre recordaron. Fieras y salvajes fueron las palabras de Fëanor, y colmadas de cólera y de orgullo; y al escucharlas los Noldor se sintieron movidos a la locura. Fëanor habló sobre todo de Morgoth, con odio y cólera, y sin embargo, casi todo cuanto dijo procedía de las mentiras de Morgoth mismo; pero Fëanor, transido de dolor por el asesinato de su padre y de angustia por el robo de los Silmarils, reclamó el reinado sobre todos los Noldor, desde que Finwë estaba muerto, y despreció los decretos de los Valar.

—¿Por qué, oh, pueblo de los Noldor —exclamó—, por qué habremos de servir a los celosos Valar, que no pueden protegernos ni protegerse del Enemigo? Y aunque sea ahora un adversario ¿no pertenecen ellos y él a un mismo linaje? La venganza me llama desde aquí, pero aun cuando así no fuese, no querría yo vivir más tiempo en la misma tierra con el linaje del asesino de mi padre y del ladrón de mi tesoro. Pero no soy el único valiente en este pueblo de valientes. ¿Y no habéis perdido todos a vuestro rey? ¿Y qué más no habéis perdido, aquí encerrados en una tierra estrecha entre las montañas y el mar?

Aquí una vez hubo luz, que los Valar mezquinaron a la Tierra Media, pero ahora la oscuridad lo nivela todo. ¿Nos lamentaremos aquí siempre inactivos, pueblo de sombras, moradores de la niebla, vertiendo lágrimas vanas en el mar indiferente? ¿O volveremos a nuestra patria? En Cuiviénen fluían dulces las aguas bajo las estrellas de un cielo sin nubes, y vastas eran las tierras, por las que podía andar un pueblo libre. Allí se extienden todavía y nos aguardan, a nosotros que las abandonamos en un momento de locura. ¡Venid! ¡Que los cobardes guarden la ciudad!

Largamente habló, instando siempre a los Noldor a que lo siguieran, y a ganar ellos mismos la libertad y grandes reinos en las tierras del este, antes de que fuera demasiado tarde; porque repetía las mentiras de Melkor, que los Valar los habían engañado y pretendían mantenerlos cautivos para que los Hombres pudieran regir en la Tierra Media. Muchos de los El—dar oyeron hablar por primera vez de los Segundos Nacidos. —Hermoso será el fin —exclamó Fëanor—, aunque largo y áspero el camino! ¡Decid adiós al sometimiento! ¡Pero decid adiós también a la holgura! ¡Decid adiós a los débiles! ¡Decid adiós a vuestros tesoros! Porque iremos más lejos que Oromë, soportaremos más durezas que Tulkas: nunca dejaremos de intentarlo. ¡Tras Morgoth hasta el fin de la Tierra! Combatiremos contra él y nuestro odio será imperecedero. Pero cuando lo hayamos conquistado y recuperemos los Silmarils, nosotros y sólo nosotros seremos los señores de la Luz inmaculada y amos de la beatitud y la belleza de Arda. ¡Ninguna otra raza nos despojará!

Entonces pronunció Fëanor un terrible juramento. Los siete hijos se acercaron a él de un salto y juntos hicieron el mismo voto, y rojas como la sangre brillaron las espadas al resplandor de las antorchas. Era un juramento que nadie puede quebrantar ni nadie ha de pronunciar, aun en nombre de Ilúvatar, y pidieron para ellos la Oscuridad Sempiterna si no lo cumplían; y a Manwë nombraron como testigo, y a Varda, y a la montaña sagrada de Taniquetil, prometiendo perseguir con odio y venganza hasta el fin del Mundo a Vala, Demonio, Elfo u Hombre aún no nacidos, o a cualquier otra criatura, grande o pequeña, buena o mala, a la que el tiempo diese origen desde ahora hasta la consumación de los días, que guardara, tomara o arrebatara uno de los Silmarils de Fëanor.

Así hablaron Maedhros y Maglor y Celegorm, Curufin y Caranthir, Amrod y Amras, príncipes de los Noldor; y muchos se descorazonaron al oír las terribles palabras. Porque así dicho, un juramento, malo o bueno, no puede quebrantarse, y perseguirá tanto al que lo cumple como al que lo quebranta hasta el fin del mundo. Fingolfin y su hijo Turgon hablaron por tanto en contra de Fëanor, y despertaron palabras fieras, de modo que una vez más la ira estuvo cerca del filo de las espadas. Pero Finarfin habló dulcemente, como le era habitual, e intentó apaciguar a los Noldor, pidiéndoles que se detuvieran y meditaran antes que se hiciera algo que no pudiera deshacerse; y Orodreth, solo entre sus hijos, habló de igual manera; pero Galadriel, la única mujer de los Noldor que se mantuvo erguida y valerosa entre los príncipes contendientes, estaba ansiosa por partir. No pronunció ningún juramento, pero las palabras de Fëanor sobre la Tierra Media le habían ardido en el corazón, y anhelaba ver las amplias tierras sin custodia y gobernar allí un reino a su propia voluntad. Lo mismo que Galadriel pensaba Fingon hijo de Fingolfin, también movido por las palabras de Fëanor, aunque poco lo amaba; y con Fingon estuvieron, como siempre, Angrod y Aegnor, hijos de Finarfin. Pero éstos mantuvieron la calma y no hablaron contra sus padres.

Por fin, después de un prolongado debate, prevaleció Fëanor, y a la mayor parte de los Noldor allí reunidos inflamó con el deseo de nuevas cosas y países extraños. Por tanto, cuando Finarfin habló aún otra vez pidiendo reflexión y tiempo, un gran grito se alzó: —¡No, partamos!—. Y sin dilación Fëanor y sus hijos se prepararon para emprender la marcha.

Poca previsión podía haber entre los que se atrevían a tomar una senda tan oscura. No obstante, todo se hizo con excesiva prisa; porque Fëanor los impulsaba temiendo que al enfriárseles el corazón las palabras que él había dicho se marchitaran, y prevalecieran otros consejos; y a pesar de todo el orgullo que había mostrado no olvidaba el poder de los Valar. Pero de Valmar no llegó mensaje alguno, y Manwë se mantenía en silencio. No estaba dispuesto a prohibir o estorbar el propósito de Fëanor; porque a los Valar les ofendía que se los hubiese acusado de malas intenciones para con los Eldar, o de que retuvieran a alguien por la fuerza. Ahora observaban y esperaban, porque no creían todavía que Fëanor pudiera someter a los Noldor.

Y en verdad cuando Fëanor empezó a dar órdenes a los Noldor para ponerse en camino, las discusiones comenzaron. Porque aunque había persuadido a la asamblea de que era necesario partir, no todos pensaban que Fëanor tuviese que ser el Rey. Fingolfin y sus hijos eran los más amados, y los de su casa y la mayor parte de los habitantes de Tirion se negaron a abandonar a Fingolfin, si él los acompañaba; y así por fin, como dos huestes separadas, emprendieron los Noldor el amargo camino. Fëanor y sus seguidores iban a la vanguardia, pero la hueste mayor iba detrás, fiel a Fingolfin; y éste marchaba de mala gana y sólo porque se lo pedía Fingon, su hijo, y porque no quería separarse de su pueblo que ansiaba partir, ni dejarlos librados a los precipitados consejos de Fëanor. Tampoco olvidaba lo que había dicho ante el trono de Manwë. Con Fingolfin iba también Finarfin, y por razones parecidas; pero era él a quien más le repugnaba partir. Y de todos los Noldor de Valinor, ahora ya un gran pueblo, sólo una décima parte rehusó ponerse en camino: algunos por el amor que tenían a los Valar (y de todos ellos no era Aulë el menos amado), otros por el amor de Tirion y las muchas cosas que allí habían hecho; ninguno por temor a los peligros del camino.

Pero mientras resonaba la trompeta y salía Fëanor por las puertas de Tirion, llegó por fin un mensajero de Manwë diciendo: —A la locura de Fëanor se opone sólo mi consejo. ¡No partáis! Porque es mala hora, y vuestro camino os conduce a una pesadumbre que no prevéis. Ninguna ayuda os prestarán los Valar en esta empresa; pero tampoco os la entorpecerán; porque esto os digo: como vinisteis aquí libremente, libremente partiréis. Pero tú, Fëanor, hijo de Finwë, por tu juramento estás exiliado. Aprenderás en la amargura que Melkor ha mentido. Vala es, dices. Pues entonces has jurado en vano, porque a ninguno de los Valar puedes vencer ahora ni nunca dentro de las estancias de Eä, ni aunque Eru, a quien nombras, te hubiera hecho tres veces más grande de lo que eres.

Pero Fëanor se rió, y habló no al heraldo, sino a los Noldor: —¡Vaya! ¿Entonces este pueblo valiente ha de enviar a destierro al rey, acompañado sólo por sus hijos, para luego volver a someterse? Pero a aquellos que vengan conmigo, les preguntaré: ¿Se os dice que habrá dolor? Pero en Aman lo hemos visto. En Aman hemos llegado por la beatitud a la pesadumbre. Intentaremos ahora el camino opuesto: por el dolor busquemos la alegría; o al menos la libertad.

Entonces, volviéndose al heraldo, gritó: —Di esto a Manwë Súlimo, Ilustre Rey de Arda: si Fëanor no puede destruir a Morgoth, cuando menos no vacila en atacarlo, ni se queda sentado y lamentándose. Y quizá haya puesto Eru en mí un fuego mayor que el que tú sospechas. Al menos abriré tal herida al Enemigo de los Valar que aun los poderosos reunidos en el Anillo del Juicio se asombrarán al oírlo. Sí, al fin me seguirán. ¡Adiós!

En ese momento la voz de Fëanor se le hizo tan tuerte y tan poderosa, que aun el heraldo de los Valar se inclinó ante él, como quien ha recibido una respuesta cabal, y partió; y los Noldor nada pudieron hacer. Por tanto, continuaron la marcha; y la de Fëanor se apresuró a lo largo de las costas de Elendë; y ni una vez volvieron la cabeza para mirar a Tirion, en la verde colina de Tuna. Detrás de ellos, más lentamente y con menor ansiedad iban las huestes de Fingolfin. De éstos Fingon era el primero; pero a la retaguardia marchaban Finarfin y Finrod, y muchos de los más nobles y más sabios de los Noldor; y con frecuencia miraban atrás para ver la hermosa ciudad en que habían vivido, hasta que la lámpara de la Mindon Eldaliéva se perdió en la noche. Más que ninguno de los demás Exiliados tenían recuerdos de la beatitud que habían abandonado y algunos hasta llevaban consigo las cosas que allí habían hecho: solaz y carga para el camino.

Conducía ahora Fëanor a los Noldor hacia el norte, pues ante todo quería seguir a Morgoth. Además, Tuna bajo Taniquetil estaba cerca de la Cintura de Arda, y allí el Gran Mar era de una anchura inconmensurable, mientras que al norte los mares divisorios se hacían más estrechos a medida que se aproximaban a la tierra yerma de Araman y las costas de la Tierra Media. Pero al irse enfriando la mente de Fëanor y cobrando tino, entendió demasiado tarde que esas grandes huestes nunca sobrepasarían las largas leguas hacia el norte, ni cruzarían los mares, excepto con la ayuda de una flota, pero exigiría largo tiempo y esfuerzo construir tantas embarcaciones, aun cuando alguno de los Noldor tuviera habilidad para ese arte. Por tanto, resolvió persuadir a los Teleri, siempre amigos de los Noldor, de que se les unieran; e inflamado por su propia rebeldía pensó que de ese modo la beatitud de Valinor disminuiría todavía más, y él podría hacerle la guerra a Morgoth con mayor fuerza. Se encaminó pues de prisa a Alqualondë y les habló a los Teleri como había hablado antes en Tirion. Pero de cuanto pudo decir nada movió a los Teleri. Estaban en verdad apenados por la partida de parientes y viejos amigos, y parecían más dispuestos a disuadirlos que a prestarles ayuda; y no quisieron prestar ningún barco, ni ayudar a construirlo contra la voluntad de los Valar. En cuanto a ellos, no deseaban otra patria que las playas de Eldamar y ningún otro señor que Olwë, príncipe de Alqualondë. Y él nunca había prestado oídos a Morgoth, ni le había recibido de buen grado en su tierra, y confiaba todavía en —que Ulmo y los otros grandes entre los Valar pondrían remedio a las heridas abiertas por Morgoth, y que la noche pasaría, y que luego habría un nuevo amanecer.

Entonces Fëanor se encolerizó, porque aún temía retrasarse, y le dijo airado a Olwë: —Renunciáis a los amigos en la hora de necesidad. Sin embargo, aceptasteis agradecidos nuestra ayuda cuando llegasteis los últimos a estas costas, perezosos de corazón flaco, casi con las manos vacías. Todavía viviríais en chozas sobre la playa si los Noldor no hubieran cavado vuestro puerto y trabajado en vuestros muros.

Pero Olwë respondió: —De ningún modo renunciarnos a los amigos. Pero sólo un amigo ha de censurar la locura del amigo. Y cuando los Noldor nos dieron la bienvenida y nos prestaron ayuda, hablaste de modo bien distinto: íbamos a vivir para siempre en la tierra de Aman, como hermanos en casas contiguas. Pero en cuanto a nuestros blancos navíos, no proceden de vosotros. No aprendimos ese arte de los Noldor, sino de los Señores del Mar; y los blancos maderos los trabajamos con nuestras propias manos, las blancas velas fueron tejidas por nuestras esposas e hijas. Por tanto, no las daremos ni las venderemos ni por alianza ni por amistad. Porque te digo, Fëanor hijo de Finwë, éstas son para nosotros como las gemas de los Noldor: la obra de nuestros corazones, que nunca podremos repetir.

Fëanor se alejó entonces, y ya fuera de los muros de Alqualondë se sintió acosado por negros pensamientos, hasta que sus huestes estuvieron reunidas. Cuando juzgó que contaba con tropas suficientes marchó hacia el Puerto de los Cisnes y se puso a dar ordenes a los barcos allí anclados y a apoderarse de ellos por la fuerza. Pero los Teleri se le resistieron y arrojaron a muchos Noldor al mar. Entonces se desenvainaron las espadas y se desencadenó una amarga batalla en los barcos y en los muelles y malecones iluminados por lámparas, y hasta sobre el gran arco de las puertas. Tres veces la gente de Fëanor fue rechazada y muchos murieron de ambos bandos; pero la vanguardia de los Noldor recibió el socorro de Fingon con los primeros de la hueste de Fingolfin, que al llegar y descubrir que se libraba una batalla en la que moría gente de su propio linaje, se unieron a ella sin conocer bien el motivo de la lucha; algunos creyeron que los Teleri intentaban impedir la marcha de los Noldor por orden de los Valar.

Así por último los Teleri fueron vencidos, y gran parte de los marineros que vivían en Alqualondë fueron muertos vilmente. Porque la desesperación había vuelto feroces a los Noldor, y los Teleri contaban con menos gente y casi no tenían otras armas que unos arcos delgados. Entonces los Noldor se apoderaron de los navíos blancos y cada remo fue manejado por el mejor tripulante con que pudieron contar, y se alejaron hacia el norte a lo largo de la costa. Y Olwë llamó a Ossë, pero éste no acudió, porque no permitían los Valar que la huida de los Noldor fuera impedida por la fuerza. Pero Uinen lloró por los marineros de los Teleri; y el mar se levantó airado en contra de los asesinos, de modo que muchos barcos naufragaron y quienes iban en ellos murieron ahogados. De la Matanza de los Hermanos de Alqualondë se dice algo más en el lamento llamado Noldolante, la Caída de los Noldor, que Maglor compuso antes de perderse.

No obstante, la mayor parte de los Noldor logró escapar, y cuando cesó la tormenta, mantuvieron el rumbo, algunos en barco y otros por tierra; pero el camino era largo y a medida que avanzaban sobrevenían nuevos males. Después de haber marchado largo tiempo en la inmensa noche, llegaron por fin a los confines septentrionales del Reino Guardado, en los bordes del desierto baldío de Araman, que eran montañosos y fríos. Allí vieron de pronto una figura oscura, de pie sobre una roca, que contemplaba la costa desde lo alto. Dicen algunos que era el mismo Mandos, y no un heraldo de Manwë de menor cuantía. Y oyeron una voz alta, solemne y terrible que les ordenó detenerse y prestar oídos. Todos se detuvieron entonces y permanecieron inmóviles, y de extremo a extremo de las huestes de los Noldor se escuchó la voz que pronunciaba la maldición y la profecía denominada la Profecía del Norte y el Hado de los Noldor. Mucho se predijo en palabras oscuras que los Noldor sólo comprendieron cuando sobrevinieron los males; pero todos oyeron la maldición pronunciada contra los que no quisieran quedarse ni solicitar el juicio y el perdón de los Valar.

—Lágrimas innumerables derramaréis; y los Valar cercaran Valinor contra vosotros, y os dejarán fuera, de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento pasará por sobre las montañas. Sobre la Casa de Fëanor la cólera de los Valar cae desde el Occidente hasta el extremo Oriente, y sobre todos los que los sigan caerá del mismo modo. El juramento los impulsará, pero también los traicionará, y aun llegará a arrebatarles los mismos tesoros que han jurado perseguir. A mal fin llegará todo lo que empiecen bien; y esto acontecerá por la traición del hermano al hermano, y por el temor a la traición. Serán para siempre los Desposeídos.

"Habéis vertido la sangre de vuestros parientes con injusticia y habéis manchado la tierra de Aman. Por la sangre devolveréis sangre y más allá de Aman moraréis a la sombra de la Muerte. Porque aunque Eru os destinó a no morir en Eä, y ninguna enfermedad puede alcanzaros, podéis ser asesinados, y asesinados seréis: por espada y por tormento y por dolor; 7 vuestro espíritu sin morada se presentará entonces ante Mandos. Allí moraréis durante un tiempo muy largo, y añoraréis vuestro cuerpo, y encontraréis escasa piedad, aunque todos los que habéis asesinado nieguen por vosotros. Y a aquellos que resistan en la Tierra Media y no comparezcan ante Mandos, el mundo los fatigará como si los agobiara un gran peso, y serán como sombras de arrepentimiento antes que aparezca la raza más joven. Los Valar han hablado.

Entonces muchos se lamentaron; pero Fëanor endureció su corazón y dijo: —Hemos hecho un juramento y no a la ligera. Lo mantendremos. Se nos amenaza con muchos males y no es el menor de ellos la cobardía: pero hay algo que no se dijo: que padezcamos hoy de cobardía, de pusilanimidad o de miedo a la pusilanimidad. Por tanto os digo que seguiremos adelante, y este destino pronostico: que los hechos que hagamos serán temas de muchas canciones hasta los últimos días de Arda.

Pero a esa hora Finarfin abandonó la marcha, y se volvió con pena y amargura contra la Casa de Fëanor, y esto por causa del parentesco que lo unía a Olwë de Alqualondë; y muchos de los suyos fueron con él entristecidos, y tomaron el camino de vuelta, hasta que contemplaron una vez más el rayo distante de la Mindon sobre Tuna, que aún brillaba en la noche; y así llegaron por último a Valinor. Allí recibieron el perdón de los Valar y se le dio a Finarfin el gobierno del resto de los Noldor en el Reino Bendecido. Pero los hijos de Finarfin no estaban con él, pues no quisieron abandonar a los hijos de Fingolfin; y todo el pueblo de Fingolfin siguió adelante, aun sintiéndose empujado por la gente de su propio linaje y por la voluntad de Fëanor, y temiendo enfrentar el juicio de los Valar, pues no todos eran inocentes de la Matanza de Alqualondë. Además Fingon y Turgon eran audaces y de fiero corazón y detestaban 'abandonar cualquier tarea iniciada por ellos mismos antes del amargo final, si amargo había de ser. De modo que la mayor parte de la hueste siguió adelante, y pronto el mal que había sido predicho empezó a operar.

Los Noldor llegaron por fin al norte de Arda; y vieron los primeros dientes del hielo que flotaba en el mar, y supieron que estaban acercándose al Helcaraxë. Porque entre la Tierra de Aman que en el norte se curvaba hacia el este, y las costas orientales de Endor (la Tierra Media) que llevan hacia el oeste, había un estrecho angosto por el que fluían juntas las aguas heladas del Mar Circundante y las olas del Belegaer, y había vastas nieblas y vapores de frío mortal, y en las corrientes marinas navegaban colinas estruendosas de hielo, y el hielo crujía bajo el agua. Así era el Helcaraxë, y nadie había osado hollarlo todavía, salvo los Valar y Ungoliant.

Por tanto Fëanor hizo alto y los Noldor discutieron qué camino seguir. Pero el frío y la niebla viscosa que el fulgor de las estrellas no podía horadar, empezaron muy pronto a atormentarlos, y muchos lamentaron haber tomado ese camino, y empezaron a murmurar, especialmente los que seguían a Fingolfin, maldiciendo a Fëanor y acusándolo de ser la causa de todos los males de los Eldar. Pero Fëanor, enterado de todo lo que se decía, se reunió en consejo con sus hijos; y les pareció que sólo dos caminos podían llevarlos lejos de Araman, y llegar así a Endor: por los estrechos o por barco. Pero al Helcaraxë lo consideraron infranqueable, y los barcos no eran suficientes. Muchos se habían perdido en el largo camino, y no quedaban ahora bastantes como para transportar a la numerosa hueste; pero nadie estaba dispuesto a quedarse en la costa occidental mientras otros eran llevados primero: ya el miedo de la traición había despertado entre los Noldor. Por tanto, Fëanor y sus hijos tomaron la decisión de apoderarse de todos los barcos y de partir sin demora; porque habían retenido el dominio de la flota desde la batalla del Puerto, y ésta estaba tripulada sólo por aquellos que habían luchado en ella, y que estaban sometidos a Fëanor. Y como si hubiera acudido a una llamada, un viento sopló del noroeste, y Fëanor se deslizó en secreto con todos los que consideraba heles, y se embarcó con ellos y se hizo a la mar dejando a Fingolfin en Araman. Y como el mar era allí estrecho, navegando hacia el este y algo hacia el sur, avanzó sin pausa, y fue el primero entre los Noldor en poner pie una vez más en las costas de la Tierra Media; y el desembarco de Fëanor ocurrió en la desembocadura del estuario llamado Drengist que se adelantaba hacia Dorlómin.

Pero cuando hubieron desembarcado, Maedhros, el mayor de los hijos de Fëanor, y en un tiempo amigo de Fingon antes de que se interpusieran entre ellos las mentiras de Morgoth, le habló a Fëanor diciendo: —Ahora ¿de qué barcos y remeros dispondrás para la vuelta, y a quién traerán de allí primero? ¿A Fingon el Valiente?

Entonces Fëanor rió con malignidad y replicó gritando: —¡Ningún barco y ningún remero! Lo que he dejado atrás no lo considero una pérdida; ha sido una carga innecesaria en el camino. ¡Que quienes han maldecido mi nombre lo maldigan aún, y que sus plañidos les abran el camino de vuelta a las jaulas de los Valar! ¡Que se quemen las naves!— Entonces Maedhros se apartó, pero Fëanor hizo que se prendiera fuego a las blancas naves de los Telen. Así pues, en ese lugar que se llamó Losgar, en la desembocadura del Estuario de Drengist, acabaron los navíos más hermosos que nunca hayan surcado el mar, en una gran hoguera, fulgurante y terrible. Y Fingolfin y su pueblo vieron la luz desde lejos, roja bajo las nubes; y supieron que habían sido traicionados. Estos fueron los primeros frutos de la Matanza de lqualondë y del Hado de los Noldor.

Entonces Fingolfin, al ver que Fëanor lo abandonaba, para que pereciese en Araman o regresara avergonzado a Valinor, se llenó de amargura; pero ahora deseaba como nunca llegar de algún modo a la Tierra Media y volver a encontrarse con Fëanor. Y él y sus huestes erraron afligidos mucho tiempo, pero sintiendo que el valor y la resistencia se les acrecentaban con las penurias; porque eran un pueblo poderoso, los primeros hijos inmortales de Eru.

Ilúvatar, aunque recién llegados del Reino Bendecido y no sujetos todavía a las fatigas de la Tierra. El fuego de la juventud ardía en ellos, y conducidos por Fingolfin y sus hijos, y por Finrod y Galadriel, se atrevieron a penetrar en lo más crudo del norte; y al no hallar otro camino enfrentaron por fin el terror del Helcaraxë y las crueles montañas de hielo. Pocas de las hazañas que con posterioridad llevaron a cabo los Noldor superaron en penuria o dolor esa desesperada travesía. Allí se perdió Elenwë la esposa de Turgon, y muchos otros también perecieron; y fue con huestes disminuidas que Fingolfin pisó por último las Tierras Exteriores. Poco amor por Fëanor y sus hijos sentían los que marcharon detrás de él, y soplaron sus trompetas en la Tierra Media cuando por primera vez se elevó la Luna.

 

 

 

8. Del oscurecimiento de Valinor
Índice
10. De los Sindar